Diferencia entre revisiones de «Antonio L. Fernández»

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[[Archivo:Repatracion-restos-L-Olivera.jpg|thumb|frame|left|600px|Repatriación de los restos del Coronel Leonardo Olviera. A la derecha Antonio L. Fernández, a la izquierda Com. Gregorio Quintana. Detrás suyo Com. Olivera Cuervo. Detrás suyo Sr. Carlos Julio Moreno Fígoli. Aporte de Antonio Fernández Arosteguy]]
 
[[Archivo:Repatracion-restos-L-Olivera.jpg|thumb|frame|left|600px|Repatriación de los restos del Coronel Leonardo Olviera. A la derecha Antonio L. Fernández, a la izquierda Com. Gregorio Quintana. Detrás suyo Com. Olivera Cuervo. Detrás suyo Sr. Carlos Julio Moreno Fígoli. Aporte de Antonio Fernández Arosteguy]]
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==Homenaje de César Bianchi, El Mayoral==
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Cuando como pollo mojado allá por el año 1934 entre asombrado y desconfiado entré por primera vez a aquel viejo edificio del Liceo carolino de la calle "ancha", él ya estaba ahí. Parado en medio de la puerta de la bedelía, mirando quien entraba y salía, llevando un control estricto de lo que pasaba en el Instituto, comportamiento, hasta una falda demasiado corta.
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Para nosotros que veníamos la gran mayoría de la escuela del maestro Bidegain y nos íbamos a junta con alumnos de otros lugares especialmente Pan de Azúcar, Piriápolis y puntos intermedios que por aquel entonces no tenían Liceo, todo era nuevo. Caminábamos de a grupos por el patio de baldosas rojas españolas, debajo de frondosos naranjos y bajo la mirada del portero De Los Santos, a quien cariñosamente apodábamos "Lalo", echándoles una mirada a los del grupo de cuarto año como "pato al arreador". ¡Claro, ellos estaban para irse, y todavía jugaban de locatario! ¡Mira ese chiquito, parece enano decían!
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Y nosotros con las manos en los bolsillos del largo, recién estrenado, pensábamos ¡Zanguango! Te hacés el vivo porque sos más grande. Y cada vez que nos arrimábamos a la puerta del Liceo, con más (ganas) de agarrar para el arroyo que quedarnos, ahí estaba él, con la mirada severa, su traje gris oscuro, dos dedos en el bolsillo de su chaleco, una cadena de reloj de oro atravesando el pecho, corbata negra y camisa blanca - como diciendo: ¡Ojo! De aquí solo te vas a ir cuando termines cuarto año.
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Con el pasar de los años nos hicimos mas baqueanos, ahora éramos nosotros los que nos reíamos de los que llegaban - la ley de la vida. Un día se armó mareo en el Liceo, el esqueleto de la clase de Historia Natural apareció con sombrero, una vieja golilla, toscano y el nombre de un profesor. Averiguaciones. Visita a los salones. Desfile por la Dirección. Al final, como siempre ¡nada!, no se puedo saber quien fue el culpable. Nosotros sí lo sabíamos - ¡Qué tiempos aquellos!
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Don Antonio era el alma mater del Liceo, con una memoria prodigiosa, recordaba reglamentos, escritos, páginas, folios, fechas, en fin ¡todo! Pasaban los directores y Don Antonio seguía al pié del cañón, siempre en la lucha. Preparaba listas, planillas para exámenes, actas, pagos de profesores y todavía atendía la pequeña biblioteca liceal. Todo con una caligrafía excepcional, digna del mejor escribidor como dijera Vargas Llosa.
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En épocas de incertidumbre, cuando la dirección del Liceo estaba en manos de Directores interinos o de la capital, que permanecían en funciones pocos días a la semana, Don Antonio por unos menguados pesos era a la vez custodio y timonel.
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Revisión del 14:41 25 jul 2016

Antonio L. Fernández.
Repatriación de los restos del Coronel Leonardo Olviera. A la derecha Antonio L. Fernández, a la izquierda Com. Gregorio Quintana. Detrás suyo Com. Olivera Cuervo. Detrás suyo Sr. Carlos Julio Moreno Fígoli. Aporte de Antonio Fernández Arosteguy


Homenaje de César Bianchi, El Mayoral



Cuando como pollo mojado allá por el año 1934 entre asombrado y desconfiado entré por primera vez a aquel viejo edificio del Liceo carolino de la calle "ancha", él ya estaba ahí. Parado en medio de la puerta de la bedelía, mirando quien entraba y salía, llevando un control estricto de lo que pasaba en el Instituto, comportamiento, hasta una falda demasiado corta.


Para nosotros que veníamos la gran mayoría de la escuela del maestro Bidegain y nos íbamos a junta con alumnos de otros lugares especialmente Pan de Azúcar, Piriápolis y puntos intermedios que por aquel entonces no tenían Liceo, todo era nuevo. Caminábamos de a grupos por el patio de baldosas rojas españolas, debajo de frondosos naranjos y bajo la mirada del portero De Los Santos, a quien cariñosamente apodábamos "Lalo", echándoles una mirada a los del grupo de cuarto año como "pato al arreador". ¡Claro, ellos estaban para irse, y todavía jugaban de locatario! ¡Mira ese chiquito, parece enano decían!


Y nosotros con las manos en los bolsillos del largo, recién estrenado, pensábamos ¡Zanguango! Te hacés el vivo porque sos más grande. Y cada vez que nos arrimábamos a la puerta del Liceo, con más (ganas) de agarrar para el arroyo que quedarnos, ahí estaba él, con la mirada severa, su traje gris oscuro, dos dedos en el bolsillo de su chaleco, una cadena de reloj de oro atravesando el pecho, corbata negra y camisa blanca - como diciendo: ¡Ojo! De aquí solo te vas a ir cuando termines cuarto año.


Con el pasar de los años nos hicimos mas baqueanos, ahora éramos nosotros los que nos reíamos de los que llegaban - la ley de la vida. Un día se armó mareo en el Liceo, el esqueleto de la clase de Historia Natural apareció con sombrero, una vieja golilla, toscano y el nombre de un profesor. Averiguaciones. Visita a los salones. Desfile por la Dirección. Al final, como siempre ¡nada!, no se puedo saber quien fue el culpable. Nosotros sí lo sabíamos - ¡Qué tiempos aquellos!


Don Antonio era el alma mater del Liceo, con una memoria prodigiosa, recordaba reglamentos, escritos, páginas, folios, fechas, en fin ¡todo! Pasaban los directores y Don Antonio seguía al pié del cañón, siempre en la lucha. Preparaba listas, planillas para exámenes, actas, pagos de profesores y todavía atendía la pequeña biblioteca liceal. Todo con una caligrafía excepcional, digna del mejor escribidor como dijera Vargas Llosa.


En épocas de incertidumbre, cuando la dirección del Liceo estaba en manos de Directores interinos o de la capital, que permanecían en funciones pocos días a la semana, Don Antonio por unos menguados pesos era a la vez custodio y timonel.






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