Antonio L. Fernández

De Banco de Historias Locales - BHL
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Antonio L. Fernández.
Repatriación de los restos del Coronel Leonardo Olviera. A la derecha Antonio L. Fernández, a la izquierda Com. Gregorio Quintana. Detrás suyo Com. Olivera Cuervo. Detrás suyo Sr. Carlos Julio Moreno Fígoli. Aporte de Antonio Fernández Arosteguy.


Antonio L. Fernández, miembro de la Primera Asamblea Representativa de Maldonado.



El Plata, 12 de Enero de 1960






La Democracia, 15 de Enero de 1960

Justicia, 28 de Enero de 1960

Homenaje de César Bianchi, El Mayoral



Cuando como pollo mojado allá por el año 1934 entre asombrado y desconfiado entré por primera vez a aquel viejo edificio del Liceo carolino de la calle "ancha", él ya estaba ahí. Parado en medio de la puerta de la bedelía, mirando quien entraba y salía, llevando un control estricto de lo que pasaba en el Instituto, comportamiento, hasta una falda demasiado corta.


Para nosotros que veníamos la gran mayoría de la escuela del maestro Bidegain y nos íbamos a junta con alumnos de otros lugares especialmente Pan de Azúcar, Piriápolis y puntos intermedios que por aquel entonces no tenían Liceo, todo era nuevo. Caminábamos de a grupos por el patio de baldosas rojas españolas, debajo de frondosos naranjos y bajo la mirada del portero De Los Santos, a quien cariñosamente apodábamos "Lalo", echándoles una mirada a los del grupo de cuarto año como "pato al arreador". ¡Claro, ellos estaban para irse, y todavía jugaban de locatario! ¡Mira ese chiquito, parece enano decían!


Y nosotros con las manos en los bolsillos del largo, recién estrenado, pensábamos ¡Zanguango! Te hacés el vivo porque sos más grande. Y cada vez que nos arrimábamos a la puerta del Liceo, con más (ganas) de agarrar para el arroyo que quedarnos, ahí estaba él, con la mirada severa, su traje gris oscuro, dos dedos en el bolsillo de su chaleco, una cadena de reloj de oro atravesando el pecho, corbata negra y camisa blanca - como diciendo: ¡Ojo! De aquí solo te vas a ir cuando termines cuarto año.


Con el pasar de los años nos hicimos mas baqueanos, ahora éramos nosotros los que nos reíamos de los que llegaban - la ley de la vida. Un día se armó mareo en el Liceo, el esqueleto de la clase de Historia Natural apareció con sombrero, una vieja golilla, toscano y el nombre de un profesor. Averiguaciones. Visita a los salones. Desfile por la Dirección. Al final, como siempre ¡nada!, no se puedo saber quien fue el culpable. Nosotros sí lo sabíamos - ¡Qué tiempos aquellos!


Don Antonio era el alma mater del Liceo, con una memoria prodigiosa, recordaba reglamentos, escritos, páginas, folios, fechas, en fin ¡todo! Pasaban los directores y Don Antonio seguía al pie del cañón, siempre en la lucha. Preparaba listas, planillas para exámenes, actas, pagos de profesores y todavía atendía la pequeña biblioteca liceal. Todo con una caligrafía excepcional, digna del mejor escribidor como dijera Vargas Llosa.


En épocas de incertidumbre, cuando la dirección del Liceo estaba en manos de Directores interinos o de la capital, que permanecían en funciones pocos días a la semana, Don Antonio por unos menguados pesos era a la vez custodio y timonel.


Fuera del Instituto todavía tenía energías para ser Agenciero y distribuidor de diarios que como "El Debate" tenía numeroso tiraje por aquellos tiempos. Con la ayuda de su entrañable compañera y una pléyade de chiquilines detrás, acondicionaba los diarios recién llegados en la vereda, con buen o mal tiempo, bajo temporal o con sol radiante. ¡Siempre al pie del cañón!


Muchas veces cumpliendo la función de bibliotecario del Liceo, distribuía libros de lectura, en préstamo, y entre los alumnos más carenciados. También algunos textos de consulta recién recibidos, que después retiraba estrictamente. Fue en esas circunstancias que sucedió un caso por demás risueño, con el suscripto.


Don Antonio era de filiación Blanca como "hueso de bagual" y hacía de eso un apostolado. Se sabía la vida y obra de todos los caudillos blancos desde la independencia hasta nuestros días. El que esto escribe, era, a pesar de su corta edad, por tradición, colorado y batllista. Corrían épocas en que los colorados y los blancos se tiraban con todo, especialmente batllistas y herreristas. La pasión de los grandes, muchas veces mal entendida, era asimilada por los chicos. ¡Qué Herrera es ésto! ¡Qué Batlle es aquéllo!, etc.


Lo cierto es que un día, que me había prestado un libro, al devolvérselo coloqué una caricatura del gran caudillo blanco ¡como Dios lo trajo al mundo y en funciones nada dignificantes! Por consiguiente, una broma pesada para aquellos tiempos... Al tomar el libro, Don Antonio revisó sus páginas como de costumbre. Encontró el papel, lo miró, cambió de color y sin inmutarse, tomándolo con dos dedos me dijo: "Caballero, olvidó ésto. La próxima, vístalo." Había asimilado el golpe y con gran calidad me lo había devuelto.


Una pequeña faceta de aquel gran ciudadano que se llamó Antonio Fernández. Este era un pequeño homenaje que personalmente le debía... Y como dijo el otro, ¡qué lindo haberlo vivido para poderlo contar! ¡Pero... perdón, creo que me estoy volviendo viejo!





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