Diferencia entre revisiones de «El Molino Lavagna, 130 años de historia»

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'''Molino Lavagna. 130 años de historia. La construcción de un símbolo.'''
 
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===Presentación del Molino Lavagna===
 
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Revisión actual del 08:48 13 ene 2023


Foto archivo familia Lavagna Nieves.
Foto archivo familia Lavagna Nieves.


Molino Lavagna. 130 años de historia. La construcción de un símbolo.


Prof. Mg. Federico Olascuaga Bachino



Presentación del Molino Lavagna



El emblemático molino harinero se encuentra localizado al oeste de San Carlos, sobre una de las márgenes del arroyo Maldonado. Inaugurado en el año 1884, se encuentra hoy en un grave estado de abandono que pone en serio riesgo sus instalaciones. Se localiza en la segunda sección catastral de Maldonado (ciudad de San Carlos) padrón n.º 3.578, manzana 247, con frente a la Avda. José Enrique Rodó.

Podríamos decir, a los efectos de aclarar su historia, que el Molino Lavagna atravesó cinco etapas.

La primera, entre 1763 y 1883, previa a su creación pero fundamental para comprender su importancia, refiere al escenario donde funcionó y a la vida de Ignacio Lavagna, principal protagonista de este gran emprendimiento.

La segunda, de surgimiento y consolidación de la obra, ubicada entre 1884 y 1915, tuvo como conductor a Ignacio Lavagna. Es el momento de la construcción del edificio, las obras hidráulicas, adquisición de tierras y también de subutilización, debido a dificultades en los transportes y las comunicaciones. E incluye una primera innovación técnica que transforma el primitivo molino.

En 1915 se inicia una tercera etapa. Se produce el relevo generacional y la conducción pasa a Carlos Lavagna, primogénito de Ignacio. Es un período de progreso que sin embargo experimentará un inesperado freno en abril de 1928, tras un incendio que destruye casi en su totalidad las instalaciones. Por eso, entre 1928 y 1929 encontramos un lapso de reconstrucción y reinauguración.

Entre los años 1929 y 1941 se visualiza la cuarta, con una época de oro de dos años, y una, lamentablemente, de declinación y cierre. Entre 1929 y 1931, la innovación tecnológica y productiva concretada entonces transforma al Molino Lavagna en uno de los más importantes del país y el continente. Esa época de esplendor termina, de pronto y trágicamente, entre setiembre y octubre de 1931, con el inesperado fallecimiento de su gran impulsor, Carlos Lavagna. El molino funciona con dificultades hasta 1939, cuando se cierra definitivamente. Otras industrias funcionaron años después en el lugar, sin relación alguna con la etapa del molino.

Entre los años 1998 y 2005 ubico una quinta etapa. Se busca rescatar al Molino Lavagna como patrimonio de San Carlos, la región y el Uruguay. La Junta Departamental de Maldonado concede su anuencia a la Intendencia para expropiar el terreno, que adquiere entonces el carácter de espacio público. En 2005 es declarado monumento histórico nacional. El rol de la Comisión de los barrios Lavagna y Abásolo ha sido fundamental en la última etapa señalada. En estos años las instalaciones del Molino Lavagna fueron escenario de exposiciones artísticas (incluso de nivel internacional) y obras sociales diversas, entre otras actividades.

Foto archivo familia Lavagna Nieves.
Foto archivo familia Lavagna Nieves.

IGNACIO LAVAGNA (1841-1883)



Foto archivo familia Lavagna Nieves.

Sus primeros años (1842-1870)

El fundador del Molino Lavagna nació a las cinco de la mañana del jueves 23 de diciembre del año 1841 en Savona, Italia, cuando María Soriano Di Andrea dio a luz a un niño, el cuarto de un total de diez. El padre, Carlo Antonio Lavagna Di Antonio, se presenta ante el sacerdote de la parroquia de San Dalmazzo proporcionando los datos de su hijo recién nacido y solicitando el sacramento del bautismo. El 26 de diciembre a las 11:00 de la mañana es bautizado en la iglesia mencionada. La partida de nacimiento de Ignacio Lavagna nos permite saber que su padre era molinero –dato significativo, particularmente si pensamos en la actividad que desarrollará posteriormente en el Uruguay– y su madre ama de casa. Sabemos que su padrino fue un propietario de Savona llamado Ignacio Aquarone y su madrina, María Savone, de profesión ama de casa. El valioso documento culmina con las firmas al pie del solicitante del sacramento cristiano, en este caso su padre, y del cura párroco Filippo Bunnengo (por lo que parece).

Giacomo Carlo Francesco Lavagna Pongiglione, padre de Ignacio, había nacido el 7 de julio de 1814. Su madre, María Soriano, en 1816, y contrajo matrimonio con Carlo Lavagna en el año 1836.

El matrimonio conformado por Carlo Lavagna y María Soriano tuvo diez hijos:

Teresa (1838), María Filomena (1838), Antonio Giuseppe Andrea (1840), Ignazio Antonio (1842), Angelo Carlo Giuseppe (1844), Lorenzo Davide Decio (1846), Cándida Filippina Teresa (1847), Antonio María Giuseppe (1850), Teresa Filomena (1853), Luigia (1856). Ignazio Antonio, como se ve, fue el cuarto hijo del matrimonio mencionado, que vivía al norte de Savona, en la séptima capilla de la vía Santuario, en el Ponte d´Olive y a orillas del río Letimbro.

Era ese recurso hídrico el que hacía funcionar al molino de los Lavagna en Savona.

Sus abuelos Antonio Lavagna (nacido en Lavagnola el 3 de noviembre de 1781) y Andrea Soriano (oriundo de Pontinvrea) fueron molineros, dato que revela una trayectoria familiar relacionada con esa actividad.

Entre su nacimiento, ocurrido como vimos en 1842, y su llegada al Uruguay, que según el Diccionario de Italianos en el Uruguay se produce en 1870 (29 años), son pocos los datos que poseemos sobre Ignacio Lavagna. Según esa publicación del año 1920, fue el 9 de agosto de 1870 el día en que arribó al Uruguay.

Cuando se publica el Diccionario de Italianos (en el año 1920) él estaba vivo, fallecería ocho años más tarde. Parte de los datos allí publicados fueron proporcionados, probablemente, por el propio Lavagna al autor de la publicación. Sin embargo, al cotejar su partida de nacimiento con la información emanada del Diccionario de Italianos en el Uruguay, surge una clara contradicción: mientras en la partida de nacimiento y bautismo figura el 23 de diciembre de 1841, en el Diccionario de Italianos se indica que «es natural de Savona, provincia de Génova, donde nació el 23 de diciembre de 1846». Esa diferencia en el año, no así en el día y mes, resulta llamativa. ¿Acaso un error en la edición del diccionario? ¿Quizás un cambio en el año efectuado por el propio Lavagna? En ese caso, ¿qué lo motivó a ubicar su nacimiento cinco años después de la fecha verdadera? No lo sabemos, pero la diferencia es clara y llamativa. Traigo a colación esa contradicción entre los documentos porque es posible ejercer el derecho a la duda respecto a la fecha de su arribo a Montevideo, según el diccionario, ocurrido el día martes 9 de agosto de 1870. Una de las versiones manejada por la familia indica que Ignazio Antonio Lavagna emigró entre 1864 y 1868 hacia el Río de la Plata, no descartándose que inicialmente haya optado por Buenos Aires. Lavagna poseía hacia 1920 «el grado de suboficial de la Real Marina Italiana, obtenido en los tres años y medio que efectuó el servicio en la misma, donde sobresalió por su ejemplar comportamiento, lo que le valió el aprecio de sus superiores y compañeros de armas».

Este dato resulta interesante para echar luz sobre lo ocurrido entre su nacimiento y el arribo a Montevideo. Sabemos que trabajó junto a su padre, que, como ha sido señalado, poseía un molino en Savona. Incluso en una publicación de 1930 se indica que «traía la experiencia ganada al lado de su señor padre, quien también se ocupaba de la industria molinera en una pintoresca provincia italiana».

Un artículo publicado en el semanario carolino La Democracia al día siguiente de su fallecimiento, acaecido el 6 de enero de 1928, señalaba que «fueron sus principios, en el país natal, la carrera de las armas, donde ocupó puesto en la marina de guerra, destacándose como un elemento inteligente». [Seguidamente se indica que] «muy joven aún, hará de esto unos cincuenta años, abandonó sus aspiraciones de marino para venir a América, ansioso de labrarse un provenir por medio del trabajo, dedicándose con ahínco a la industria harinera».

Sobre la «carrera de las armas», importa analizar lo que el propio Lavagna decía hacia 1920, luego de concluida la primera guerra mundial: «Y cuando habla de la última guerra de Italia, recuerda, conmovido, sus tres años de servicio en la Marina Real, y le gustaría, dice, ser todavía un hombre joven para tomar su lugar en las filas de los combatientes por la grandeza de Italia». Los tres años de servicio para la Marina Real italiana tenían un lugar importante en el recuerdo de ese hombre mayor y los sentimientos por su tierra natal eran intensos.

El 9 de agosto de 1870 Lavagna arribó a Montevideo. Ingresó como empleado en un «establecimiento que en la villa de la Unión poseía don Pedro Staricco» y pasó con posterioridad «a casa de un pariente de este, don Santiago Staricco, donde continuó con éxito, su carrera comercial» nos indica la biografía publicada en el Diccionario de Italianos.

Sin embargo el joven Lavagna, que llegó al Uruguay con 28 años de edad, opta por el camino de su propia realización y se dirige a la zona del abra de Perdomo, en el departamento de Maldonado, muy próxima a la villa de San Carlos. ¿Por qué se decidió a dejar la pujante Montevideo e ir a ese lugar? Una publicación nos indica que si bien trabajó «en el primer tiempo» de su llegada al Uruguay en la empresa Giacomo y Pietro Staricco en La Unión, es «atraído por el encanto de la campaña» que resuelve su partida. Esa publicación también señala como un factor clave su «descendencia de molineros».

Ese encanto por la campaña, que probablemente le recordara sus primeros años en la casa paterna y molino de Savona, lo llevó a elegir el abra de Perdomo. Los conocimientos y experiencias que traía consigo seguramente no fueron ajenos a tal decisión.

Años de trabajo y ahorro (1870-1883)

Entre 1870 y 1883 Ignacio Lavagna va generando los ahorros que le permitirán instalar su propio molino en las cercanías de San Carlos. Un periódico de época destaca a Lavagna como «factor de primer orden» en la región, «ocupándose primeramente en la dirección del antiguo molino de Perdomo, sito en el abra del mismo nombre, después de 14 años de labor constante, ya casado con su primera esposa, doña Servanda Viera, retirose de aquel establecimiento con algunas economías, con el intento de fundar un molino hidráulico harinero en las proximidades de San Carlos». Probablemente con ahorros obtenidos de su trabajo como empleado en La Unión, pudo costearse la ida hacia el molino de los Perdomo.

Aceptando el 9 de agosto de 1870 como la fecha en que arribó al país y considerando que en el año 1884 erige su propio molino hidráulico en las afueras de San Carlos, tenemos los 14 años que estuvo en el molino de los Perdomo. Si damos por válidas esas especulaciones, en el establecimiento comercial de los Staricco debió trabajar apenas unos meses. Quizás fue hacia 1871 que Ignacio Lavagna se empleó como encargado en el molino de Perdomo. Otro dato que nos da la certeza de no equivocarnos es su matrimonio con Servanda Viera. Según la partida de matrimonio existente en la parroquia San Carlos Borromeo, Ignacio Lavagna y Servanda Viera contrajeron matrimonio el 7 de febrero de 1872.

Pero antes de proseguir con la reconstrucción biográfica es necesario detenernos en el molino hidráulico de los Perdomo, del que se ocupó tantos años. Es que la experiencia obtenida en el molino familiar de Savona y sus casi tres lustros en el molino de Perdomo son antecedentes fundamentales del Molino Lavagna. Fue Bernardino Perdomo el primero en instalar un molino en la zona, aprovechando las aguas del arroyo Maldonado, hacia el año 1825. No sabemos si fue Bernardino Perdomo su constructor, pues cuando este adquiere la estancia a Manuel Ildefonso Coello paga un sobreprecio muy significativo, 1.000 pesos de la época. Ya que Coello compró a los sucesores de Manuel Suárez esos campos hacia 1812 por 400 pesos fuertes. Ello hace suponer que tal vez el sobreprecio se relacione con alguna mejora efectuada en el campo, quizás la construcción de un molino.

Posteriormente el molino y parte del campo, estimado en 500 cuadras, pasa a manos de Anastacio Perdomo, que sería el patrón del joven Lavagna.

Los conocimientos adquiridos junto a su padre resultaron fundamentales, sin duda, para obtener la dirección de ese molino hidráulico. Y esos años de trabajo le permitieron conocer la zona en profundidad, incluso la villa de San Carlos, que se halla a pocos kilómetros del lugar. El molino de Perdomo se encuentra a unos 10 kilómetros del sitio donde, años más tarde, Lavagna instalará el suyo. La prolongada vinculación del inmigrante italiano con las aguas del arroyo Maldonado empieza entonces, ya que será el mismo recurso hídrico que pondrá a funcionar su propio molino.

Una publicación del Diario del Plata destaca «el deseo reconfortante de radicarse en América» del joven Lavagna, con el objeto de «desplegar actividades industriales, relacionadas con la industria del trigo, por ser la de su especial competencia», indicando que ya «traía la experiencia ganada al lado de su señor padre, quien también se ocupaba de la industria molinera». Era un joven que llegaba con cierta formación; poseía un libro de geometría en italiano que, según relatos familiares, le habría servido para la erección de su propio molino. Su firma, que reproducimos en el libro, también nos da la pauta de que debía ser un hombre alfabetizado y con alguna instrucción.

Probablemente en 1871 comienza a trabajar en el molino de Perdomo y el 7 de febrero de 1872, con 29 años de edad, contrae matrimonio con Rosa Servanda Viera Tavares, que tenía 19 años (había nacido el 4 de setiembre de 1851) en la parroquia San Carlos Borromeo.

En la partida de matrimonio se indica que Ignacio Lavagna es hijo de Carlos Lavagna y María Soriano, y los padres de Servanda Viera eran Rafael Viera y Carlota Tavares. Los testigos fueron Francisco Viera y Carlota Tavares. El sacerdote que los casó fue Francisco María Aramendi. Al año siguiente, el 22 de julio de 1873, nace el primer hijo del matrimonio Lavagna Viera. Fue bautizado en la parroquia San Carlos Borromeo y su nombre, estrechamente ligado a la historia del molino que nos ocupa, Carlos María Lavagna Viera, probablemente guarde relación con el padre de Ignacio Lavagna. Fueron los padrinos del niño don Anastacio Perdomo (patrón de Lavagna, propietario del molino donde trabajaba) y su esposa Rufina Gutiérrez. El 2 de febrero de 1877 nace Ignacio Ángel Ramón, segundo hijo del matrimonio Lavagna Viera. Fueron sus padrinos Jacinto Figuera y María Perdomo.

Finalmente, el 23 de julio de 1882, se agrega Filomena Manuela, tercera y última hija del matrimonio Lavagna Viera. Fueron sus padrinos Melchor Maurente y Manuela Dutra. Los tres hijos nacieron y vivieron sus primeros años en la zona del abra de Perdomo, donde su padre trabajaba. Tras 14 años en el «antiguo molino de Perdomo» Ignacio Lavagna se retira de ese establecimiento «con algunas economías, en el intento de fundar un molino hidráulico harinero en las proximidades de San Carlos sobre el arroyo de Maldonado».

Concretar el sueño del molino propio no resultó tarea sencilla. Debió abandonar su tierra natal para arribar a Montevideo, trabajar por un breve lapso como empleado en el comercio de Pedro Staricco y luego como encargado del molino Perdomo durante muchos años. Dejar atrás el mundo conocido, los afectos, cientos de vínculos sociales y embarcarse con destino a un universo casi desconocido, era un paso tremendo. Esa realidad de inmigrante, presente en gran número de familias uruguayas, debió ser difícil de afrontar. Implicaba, ya de salida, abandonar lo conocido y buscar su realización personal y social en otro sitio, pero también viajes llenos de incertidumbres que se extendían por largo tiempo. Y luego la inserción en el nuevo escenario cultural, repleto de barreras lingüísticas, culturales o sociales.

El objetivo al llegar era ahorrar parte de los ingresos generados, y como es previsible eso representaba enormes sacrificios y privaciones, en la vivienda o la alimentación, es decir, en aquellas cosas esenciales para la vida humana. Ese «período de ahorro compulsivo» que les permitiría instalar sus propios emprendimientos comerciales fue relativamente breve, oscilando generalmente entre cinco y diez años. Ese pequeño ahorro debía sumarse a «las habilidades personales y la manualidad» para poder prosperar y ver surgir la empresa particular. Importantes empresarios italianos obtienen, según el historiador Alcides Beretta Curi, su capital inicial ahorrando con el modo señalado, entre los que destaca a «Angelo Giorello, Buonaventura Caviglia, Nicoló Peirano, Enrico Menini, Lorenzo Salvo, Luigi Ferrario, Paolo Delucchi, Luigi Podestá, Ignazio Lavagna, Aristeo y Ricardo Levrero».

El importante capital que adquirió fue hecho en base al ahorro, aunque no es improbable que arribara con algún dinero generado en Italia. Mucho pesaron sus habilidades y conocimientos no solo de la actividad molinera, sino del territorio donde se asentó, que llegó a conocer muy bien. Sin estos aspectos es imposible comprender la concreción del molino.

Foto archivo familia Lavagna Nieves.
Foto archivo familia Lavagna Nieves.

Construcción del molino y adquisición de tierras (1884-1895)



Tras muchos años de ahorro y privaciones el inmigrante italiano estaba en condiciones se cristalizar el sueño de la industria propia. Otras dificultades fueron surgiendo, pero no impidieron la realización de la gran obra. El semanario La Democracia recordaba, al día siguiente de su fallecimiento, que Ignacio Lavagna «tuvo muchas dificultades para poder adquirir el terreno que anhelaba y que sus dueños no querían enajenar, pero las venció y, dueño él, empezó su ardua labor».

Un valioso documento no solo confirma la veracidad de lo señalado por la publicación carolina de la época, sino otros detalles de los terrenos adquiridos. Una escritura notarial donde se detallan los «solares, chacras y quintas propiedad del Banco República» de la década del 40 nos permite conocer la fecha exacta, dimensiones y localización de los terrenos que Lavagna fue adquiriendo. El primer predio lo compró el 6 de junio de 1885 a los sucesores de Mateo Colina, que fueron representados por el juez letrado de la época, Dr. Antonio Varela Stolle. Se trataba de 34 hectáreas 1308 metros que le habían sido concedidas a Mateo Colina en 1792 por el entonces ministro de la Real Hacienda de Maldonado, don Rafael Pérez del Puerto. El escribano fue Alejo Aguirre.78 Surge un primer elemento inquietante: en 1884 Lavagna fundó su molino a orillas del arroyo Maldonado, sin embargo adquiere las primeras hectáreas en junio de 1885. ¿Cómo le fue posible establecerlo si aún no era el dueño de las tierras? Podemos especular con la posibilidad del arrendamiento inicial, pero no tenemos ningún elemento para confirmar tal hipótesis.

El 18 de enero de 1886 la Comisión Auxiliar Económico Administrativa de San Carlos le concede a Ignacio Lavagna 4380 metros. El 23 de octubre de 1890 el emprendedor italiano adquiere otras 47 hectáreas y 5.626 metros, y el 4 de octubre de 1893, suma 16 hectáreas y 5.911 metros más. Se las compra a las herederas del matrimonio conformado por Olegario Rodríguez y Carolina Olivera, Sra. Ana Rodríguez de Ortega y Sra. Carolina Rodríguez de Gimeno. Esos predios habían sido vendidos en 1875 a Olegario Rodríguez por Manuel, Elvira, Nícida y Carolina Olivera, que a su vez los heredaron de su padre, nada menos que el héroe Cnel. Leonardo Olivera, quien obtuvo esa propiedad por compra a Manuel Pereira Cardoso en el lejano 1831. El día 25 de noviembre de 1895 Lavagna adquiere 16 hectáreas y 5911 metros que también pertenecieron en 1792 al mencionado Mateo Colina, con la diferencia de que este se las donó a José Colina.

En 1810 José Colina se las vende a Bernardino Orique y el 29 de mayo de 1855 las compra Mateo Acosta, casado con Justina Gutiérrez. El 31 de octubre de 1891 fallece Mateo Acosta y el campo en cuestión se le adjudicó a su hija Isabel Acosta. Ante el escribano Pedro Albuquerque el día 25 de noviembre de 1895 Isabel Acosta, casada con Enrique Swanck, se realiza la transacción a favor de Ignacio Lavagna. La información de la escritura confirma las dificultades señaladas para adquirir las tierras. Comprar las 98 hectáreas y los 7.225 metros que poseyó el molinero le insumió diez años: desde 1885, en que adquiere sus primeros campos, hasta fines de 1895 en que concreta la cuarta y última adquisición de tierras. Sin embargo no fue ese el único problema que debió enfrentar Lavagna. Se indica que «la para [pared] de contención de las aguas fue un problema arduo, una lucha de años para poder retenerlas, pero su constancia rayana y su labor constante venció el obstáculo». Una fotografía de época resulta reveladora de aquella construcción tendiente a domesticar las aguas del arroyo Maldonado para aprovecharlas útilmente en el proceso industrial del molino. En el centro se aprecia a Ignacio Lavagna, acompañado por sus dos hijos, posando junto a la obra hidráulica.

Pese al tiempo transcurrido, aún se advierten vestigios de ese salto de agua que fue aprovechado por Lavagna y de las obras efectuadas en el lugar. Al llegar al sitio es posible apreciar hoy notorios restos de esa pared de contención hecha de piedras superpuestas, sobre la que aparece en la fotografía Lavagna sentado, y también de un largo canal de piedra que se extendía desde ese lugar hasta el molino.

El dominio de la naturaleza. La domesticación de las aguas fue asunto vital para el emprendedor italiano Ignacio Lavagna. Su amplio conocimiento y espíritu audaz le permitieron consumar la obra hidráulica que muestra con orgullo en la fotografía, acompañado por sus hijos (a su derecha e izquierda respectivamente). La represa y el canal de piedras permitieron aprovechar eficazmente las aguas del Maldonado y dar vida al proceso industrial.

Una publicación del Diario del Plata destacaba las «cualidades de hombre previsor y conocedor de las leyes de aprovechamiento de energía naturales para la movilización de maquinarias» que demostró Lavagna al construir su primer molino, que «era movido exclusivamente con fuerza hidráulica mediante ruedas de madera». La experiencia junto a su padre en Savona ya mencionada, y también los numerosos años de trabajo en el molino de Perdomo (también hidráulico, con su canal de piedra, ruedas de madera y valiéndose de las aguas del arroyo Maldonado), le permitieron acumular una gran experiencia y lo hicieron un gran conocedor del territorio y sus bondades. La publicación destaca que «la instalación de fuerzas mecánicas por aquel entonces era casi un problema sin solución, bien por lo onerosas, bien por las dificultades de su adquisición». Probablemente eso también animó a Lavagna para que su molino aprovechara la energía hidráulica. En el documento se explicita que, hacia 1884, en el lugar donde el emprendedor italiano ubica su molino «no existían perspectivas favorables a la especulación de la industria molinera»; Lavagna fue «uno de los raros ejemplos de perseverancia en el trabajo inteligente y honesto».

A la construcción de la represa debemos agregar la del canal de piedras que justamente en paralelo con el arroyo Maldonado llevaba el agua que movía el molino. Aún hoy es posible encontrar restos de esa larga pared que se extendía desde él hasta la represa, algo clave para su funcionamiento.

Foto archivo familia Lavagna Nieves.
Foto archivo familia Lavagna Nieves.

El Molino de Lavagna en 1886: «un bello establecimiento»



Desconocemos la fecha exacta de 1884 en que comienza a funcionar la máquina hidráulica a orillas del arroyo Maldonado. Lavagna tenía 42 años y un importante capital acumulado. Sin embargo, según testimonios familiares, no edificó de inmediato su lujosa casa quinta localizada al lado del molino (donde hoy funciona la Escuela n.º 10 de San Carlos); vivió por un tiempo más en una construcción contigua a este que aún está en pie y que sirvió en su momento como sede de las oficinas.

El siguiente documento de relevancia para nuestro tema, el diario de viaje de Burnett, data del año 1886.

El martes 15 de junio de 1886 –a dos años de la fundación del molino– Enrique Burnett visitó a Ignacio Lavagna, conoció las instalaciones de la novel industria e incluso pernoctó en su casa, probablemente luego de compartir una cena. La diferencia de edades entre ambos inmigrantes, el inglés de 41 y el italiano de 45, era mínima y también el momento de radicación definitiva en esta zona del mundo. Había entre los dos cierto conocimiento mutuo y es indudable que compartían socialmente una similar posición. Lavagna le ofrece «una placentera velada» y lo invita a quedarse en su casa porque el arroyo Maldonado no daba paso, detalle ciertamente revelador de las dificultades en las comunicaciones pese a la cercanía de ambas ciudades. Estos hombres (que son parte fundamental de la vida comercial en Maldonado y San Carlos) hablan de aspectos vinculados con los negocios y Lavagna le señala que su objetivo es crear un establecimiento capaz de procesar todo el trigo de la región. Y también le habla de otra obra muy importante para él y su emprendimiento, la represa, a la que Burnett llama «dique» o «embalse», localizada a 14 cuadras del molino, aproximadamente un kilómetro y 20 metros al norte del establecimiento industrial. Probablemente se desplazó en compañía del anfitrión, que debió mostrar esa importante obra al ilustre visitante. Juzga al molino y el lugar en general como «hermoso» y destaca su localización.

Transcribimos a continuación el texto mencionado:

«Martes 15 de junio de 1886 El Paso de Maldonado está tan alto que es imposible cruzarlo. Fuimos a ver a Lavagna. Su nuevo Molino que ha erigido en Paso Molino. Gastó 16.000 dólares en él, pero es un hermoso establecimiento. Me pidió que me quedara en la noche. Pasamos una placentera velada. Su dique [embalse] es 14 cuadras. Es realmente un hermoso lugar, bellamente situado».

Ignacio Lavagna se despide del molino (1915-1928)



En 1915 se produce el cambio generacional en la conducción del Molino Lavagna. Luego de 31 años de estar a su frente, Ignacio Lavagna, contando con 74 años, vende su parte a sus hijos Carlos e Ignacio. El 26 de enero de 1915, ante el escribano Román Guerra, se transfieren todas las propiedades que allí se detallan y el 15 de mayo de 1920, ante el escribano Conrado Sáez, Ignacio Lavagna (hijo) enajena su parte a su hermano Carlos Lavagna.

El Diccionario de Italianos en el Uruguay se refiere en 1920 a «la envidiable situación» que había «logrado conquistar» Ignacio Lavagna «debido a su actividad y a sus felices operaciones comerciales». Una publicación del semanario La Democracia destacaba el «alto grado de desarrollo» de la industria carolina, en primer lugar «el establecimiento harinero del señor Ignacio Lavagna que hace honor a la República y que ha costado a su dueño la suma de ciento veinte mil pesos». La nota aseguraba que el molino estaba «montado al estilo moderno». Tras el retiro, don Ignacio Lavagna decidió residir en la ciudad de San Carlos, en una vivienda localizada entre las actuales Avda. Jacinto Alvariza y Carlos Reyles, aunque algunas versiones indican que se hallaba «en Reyles, entre Alvariza e Ituzaingó, donde ahora hay dos casas iguales» y otras señalan que se ubicaría en la intersección de Alvariza y Reyles. Según señalaba en el mismo ejemplar, debido a su «avanzada edad» y luego de «una brega tan larga» optó por «llamarse a la vida tranquila», pasando el establecimiento a su primogénito.

El 4 de marzo de 1915 falleció su esposa Servanda Viera Tavares y en el año 1920 tomó estado en segundas nupcias con Ana Bellini Peluffo.

En la madrugada del 6 de enero de 1928, a los 86 años, Ignacio Lavagna falleció en San Carlos «tras dolorosa enfermedad», según informaba un semanario de época. El artículo resalta al «respetable anciano», como un «fuerte e inteligente industrial» de San Carlos, «fundador del valioso y más importante molino harinero de todo el departamento», agregando que su muerte «ha tenido honda repercusión en nuestro ambiente».

El semanario La Democracia lamentaba «la pérdida del estimado vecino», definido como «un viejo luchador del trabajo [y] un experto industrial», rememorando su condición de sacrificado inmigrante, su «carrera de las armas» en la marina de guerra italiana, el trabajo desplegado en la dirección del molino Perdomo y luego en la dura tarea de construir su propio emprendimiento industrial, adquirir los terrenos y «domesticar», mediante la construcción de la represa y un canal, el arroyo Maldonado. Se alude al retiro del molino y la conducción de su hijo Carlos, definido como «un constante y anheloso industrial que ha proseguido la obra de su progenitor, que hace honor y da impulsos progresivos a esta zona».

Relevo generacional



Foto archivo familia Lavagna Nieves.

En 1909 Carlos María Lavagna Viera, de 36 años, se casó con Tomasa Lizaso Ballarena, una joven de 26 años nacida en Rocha el 19 de abril de 1883. El matrimonio tendrá 5 hijos: Laura, nacida en 1910, Carlos al año siguiente, Horacio en 1913, Ignacio Alberto en 1916 y por fin Julio, del que desconocemos la fecha en que vino al mundo.126 Exactamente seis años más tarde del enlace matrimonial, contando con 42 años, le correspondió a Carlos María la tarea de continuar con el emprendimiento industrial fundado por su padre, pasando a vivir en la casa quinta construida por este, lindera con el molino.

Entre 1915 y 1931 será el encargado de timonear el Molino Lavagna. Desde temprana edad trabajó junto a su progenitor, ganando una importante experiencia y acumulando saberes que luego logró desarrollar con éxito.

Era común que inmigrantes que habían llegado a ser prósperos empresarios, como Ignacio Lavagna, se preocuparan por preparar al primogénito para los negocios y garantizar así la perpetuidad de estos y de la familia. Fue Carlos Lavagna un hombre comprometido con la sociedad en que vivía, participando activamente en muchos logros de la población carolina. Su padre le inculcó mucho con sus palabras y acciones. En la publicación del Diario del Plata se destaca de Carlos Lavagna la condición de «hombre laborioso, inteligente, abierto a todas las iniciativas de progreso y de carácter cordial, que le permite cultivar muy buenas relaciones comerciales y amistosas en todos los círculos donde actúa».

Una nota periodística aparecida en el diario El País señala el «espíritu emprendedor», la «exquisita cultura», su condición de hombre progresista y batallador, su inteligencia y «grandes capacidades para dirigir brillantemente las operaciones industriales a las que ha consagrado lo mejor de sus energías». Se menciona a su padre como «un espíritu emprendedor», indicando que la obra por él iniciada «había cobrado ya un marcado impulso cuando pasó a ocupar la dirección el señor Carlos Lavagna, digno sucesor de su padre». Durante su gestión frente al molino se producen una serie de transformaciones que lo colocarán como uno de los emprendimientos industriales más destacados del Uruguay e incluso del continente sudamericano, según prensa de la época. Un año antes de suceder a su padre, en el mes de junio de 1914, Carlos Lavagna había ingresado al directorio de la Asociación Rural e Industrial de Maldonado, una institución que tenía entre sus fines promover el desarrollo de las actividades ganaderas, agrícolas e industriales del departamento. Fue también presidente de la Sociedad Cooperativa de Lecheros. Y no solo a la actividad molinera –en San Carlos y Rocha– consagró «lo mejor de sus energías».

El Molino Lavagna en 1925



¿Cuál era la incidencia del Molino Lavagna en el desarrollo de San Carlos?

El rol protagónico de los Lavagna fue clave en el despegue que tanto sorprendió a los más diversos cronistas. La prueba de su notable influencia puede verificarse en el mismo artículo periodístico del diario capitalino El País que hemos citado anteriormente. El 25 de agosto de 1925 ese medio publicaba «LA VILLA DE SAN CARLOS. Desde su fundación hasta nuestros días. Su estado floreciente. Su brillante porvenir». En la parte inferior de este, acompañado de varias fotografías, se puede leer el siguiente título: «Un alto exponente de la industria nacional. El Molino Lavagna del Señor Carlos Lavagna». «En otro lugar de esta página nos hemos ocupado del desarrollo sorprendente de la floreciente y hermosa Villa de San Carlos, la futura gran ciudad del Este de nuestra República. Hemos señalado ese esfuerzo exponiendo simplemente el conjunto de hermosas realizaciones que a él se deben y las promisorias esperanzas que él hace abrigar. Nuestro propósito y la naturaleza misma de aquellos apuntes no nos permitían, bien que a pesar nuestro, singularizarnos con todos y cada uno de los múltiples factores que han intervenido y que intervienen en la rápida transformación de la primitiva aldea de San Carlos, en la próspera y simpática villa de hoy. No obstante lo que dejamos dicho, consideramos de especial interés elevar ante la consideración del lector, uno de los más valiosos exponentes del adelanto comercial e industrial de San Carlos. Y no solamente de San Carlos sino que también el Molino Lavagna, que es el establecimiento a que nos referimos, puede figurar sin desmedro, entre sus similares, en el número de los primeros y más importantes con que cuenta el país y como el primero y más importante de los establecidos en la zona Este de la República».

El periodista vincula el creciente desarrollo de San Carlos con el Molino Lavagna, dedicando parte de la publicación especial a uno de los «exponentes» del «adelanto comercial e industrial» que «honra a San Carlos y refleja el honor sobre la industria nacional». Para efectuar esa nota el autor se desplazó a San Carlos, constatando in situ la realidad que transmite por escrito. «Cuando tuvimos la oportunidad de visitar la villa de San Carlos, fue en nosotros irresistible el deseo de conocer la gran ‘casa de harinas y trigos’», afirma el cronista, que brinda una exhaustiva descripción del molino sumamente útil para el presente libro. Al visitar el establecimiento, definido como «un enorme emporio de energías», se encuentra al propio Carlos Lavagna «dirigiendo y ordenando» las diferentes tareas. Destaca el «carácter emprendedor», la «exquisita cultura» y la condición de «hombre de trabajo y correcto caballero», que le han permitido dar «ardua y penosa» lucha de carácter comercial ante adversas circunstancias. Lavagna guía la recorrida por la fábrica y los depósitos, explicando «todo el proceso de elaboración de las harinas», ensalzando las bondades y ventajas «que aporta la modernización de los procedimientos» a la industria harinera. El industrial recuerda las viejas formas de producir harina y cómo los molinos de viento fueron sustituidos por máquinas a vapor o eléctricas. Refiere a «la trilladora a vapor que hoy surca en todas direcciones nuestros campos», lo que se traduce en la obtención de «un máximo de rendimiento» y una importante reducción de pérdidas.

El cronista expone valiosa información referida al molino y una rica descripción de las instalaciones que por su valor se transcribe a continuación: «En todo el establecimiento, que está ubicado en un predio de doscientas hectáreas de extensión, se nota la acción de una dirección inteligente y previsora, dando en conjunto una magnífica impresión de orden y trabajo.

Los amplísimos galpones y depósitos que hemos recorrido estaban atestados de granos: trigos y cereales. En unos, eran las estibas de bolsas de trigo que sobrepasaban «las cabriadas»; en otros, bolsas de avena o cebada, apiñadas en pilas enormes; más allá el depósito de la harina ya preparada: cientos, miles de bolsas. Es tal el enorme acopio de trigo y cereales que ha sido preciso recientemente habilitar la parte exterior del establecimiento para elevar grandes estibas de trigo y cereales».

El Molino Lavagna producía «cuatrocientas bolsas de harina diariamente, de sesenta kilogramos cada una: lo que representa un total de producción de veintiocho mil kilogramos de harina por día». Era objetivo de Lavagna «elevar la producción diaria a seiscientas bolsas de setenta kilogramos cada una o sea un total de cuarenta y dos mil kilogramos diarios». La «elevada cifra» nos «puede dar una idea de la importancia del establecimiento industrial que nos ocupa» opina el cronista.

Con el subtítulo «Las operaciones del Molino Lavagna con los agricultores», el periodista nos da una idea de su relevancia respecto al cultivo de cereales. Se brinda un elocuente dato: el 60 % del trigo cosechado en Maldonado era procesado en el Molino Lavagna.

«Es que el señor Lavagna no ha circunscrito su esfuerzo a la sola prosecución del logro completamente personal. Su iniciativa ha ido más lejos y se ha preocupado también de los intereses de sus clientes, los agricultores de aquellas regiones». Esas facilidades incluían otorgarles semillas de mejor calidad, difundir nuevas formas de cultivo, adelantarles el precio de la cosecha o prestarles dinero.

La fundación del liceo popular de San Carlos Carlos



Lavagna fue un hombre comprometido con el mejoramiento de la sociedad en que vivía. Sus esfuerzos estuvieron dirigidos a la obtención de prosperidad personal y familiar pero sin olvidar la comunidad a la que se encontraba integrado. Los discursos pronunciados en su sepelio que recoge la prensa escrita de la época son la principal fuente que poseemos para conocer su actuación. El Dr. Celedonio Iriondo Garino, presidente de la Asociación Rural e Industrial de Maldonado, destacaba ese compromiso al que hacemos referencia. «Su inclinación a coadyuvar en todas las iniciativas que redundaran en beneficio directo de su pueblo lo llevó a patrocinar y estimular mediante su apoyo moral y material la enseñanza en sus diversos aspectos y grados. Nuestro primer centro docente se considera íntimamente reconocido y deudor de la amplia y fecunda obra que hacia su consolidación ha desplegado Don Carlos Lavagna. Las diversas instituciones de defensa y previsión social tienen también para él un imperecedero recuerdo así como una nunca bien cumplida recompensa». El Dr. Nuble González Olaza, primer director del liceo de San Carlos, también hizo uso de la palabra y destacó la fundamental contribución económica efectuada por Carlos Lavagna, que permitió materializar el sueño de la enseñanza secundaria en San Carlos.

«Fue Carlos Lavagna, señores, el Quijote de esta magna empresa educacional, que decretó con su rúbrica de honor, la creación del Liceo de San Carlos, cuando al interpelarle con qué recursos contaría para su fundación me contestó: ‘Varios vecinos han resuelto dar una cuota mensual, pero haga Doctor lo que Usted crea conveniente, que yo pagaré todo lo que sea necesario para la fundación del Liceo’».

El estudiante Jorge Sáez, en representación de la Asociación de Estudiantes Liceales de San Carlos, expresaba: «[…] traigo la palabra para darle la última despedida a uno de los grandes hombres que no solo ha prestado su fuerte apoyo para el engrandecimiento de nuestro Liceo sino también para el de nuestro Departamento». El joven estudiante se refiere no solo al apoyo prestado al liceo carolino sino también al liceo departamental de Maldonado. Es la única referencia que tenemos del apoyo dado por Lavagna a esa relevante casa de estudios fernandina. Manifiesta que fue Lavagna «uno de los grandes cooperadores del centro estudiantil» carolino y «padre de los compañeros que figuran en las filas de nuestra Asociación».

Foto archivo familia Lavagna Nieves.
Foto archivo familia Lavagna Nieves.

El gran incendio del molino



El domingo 8 de abril de 1928 quedaría grabado a fuego en la historia de la progresista villa de San Carlos y también en la familia Lavagna. Tres publicaciones de época y fotografías posteriores al siniestro son las fuentes que poseemos del trágico acontecimiento. En las primeras horas de ese día José Álvarez, que se desempeñaba como jefe de la estación de trenes de San Carlos, fue quien lo constató y prontamente dio aviso a Carlos Lavagna y varios vecinos. El propietario recibió la desgraciada noticia en su casa de Las Delicias, en Maldonado, donde se encontraba con su esposa Tomasa Lizaso e hijos. La publicación de La Democracia destaca la actuación de varios vecinos, autoridades públicas y trabajadores que se hallaban en el puente carretero. Señala que Alberto Cugnetti era el que «dirigía [...] la lucha contra el elemento destructor» de la que participaron los trabajadores ya mencionados, «quienes con rasgos de arrojo y valor admirables se internaban dentro del fuego con la bomba y cuando se empezaban a quemar se arrojaban el agua a sí mismos». Se refiere también a la «actuación destacada» desplegada por «el batallón de ferrocarrileros de Maldonado», las fuerzas policiales locales al mando del comisario Macario Barrales, que «era un titán en el cumplimiento de su deber», el Sr. Juan José Pereyra Lizaso «y varios empleados del Sr. Lavagna que desplegaron esfuerzos inauditos durante el incendio».

Todos esos «extraordinarios y empeñosos esfuerzos de las numerosas personas que en el primer momento acudieron a sofocar el incendio» resultaron «inútiles» pues el fuego «tomó siempre cada vez mayores proporciones», reduciendo «a cenizas numerosas y valiosas maquinarias, muchas otras instalaciones y millares de sacos de harina y trigo».152 En la publicación se alude a la «decepción», «amargura» e «impotencia» de Lavagna al contemplar cómo «sus esfuerzos fecundos de varios años de lucha perseverante» eran destruidos por un incendio que redujo «a humo y a cenizas a aquellas maquinarias, última expresión del progreso actual que hasta el jueves antes nomás vomitaba 600 bolsas de harina en 24 horas».153 Las pérdidas ascendieron a 200.000 pesos de la época y el empresario no tenía «una sola póliza de seguro».

El «dato de las pérdidas sufridas» que acabamos de explicitar daba cuenta por sí solo, para la prensa de la época, de que el Molino Lavagna era entonces «uno de los establecimientos industriales más importantes del país».

Las fotografías posteriores al incendio nos permiten afirmar que el molino no se derrumbó, pese a la entidad del siniestro, y el trabajo de recuperación posterior se hace sobre la estructura que estaba en pie. El estado en que quedó luego del desastre es el que de algún modo apreciamos en la actualidad.

El siniestro impactó profundamente a la comunidad carolina, que se vio afectada por la «catástrofe», como calificaba el hecho la prensa de época.

La Democracia informaba el 14 de abril de 1928:

«La población carolina principalmente, y la campaña en general del departamento ha experimentado un serio golpe en la orientación de su situación económica con la destrucción semitotal del importantísimo mercado que para la colocación de los productos agrícolas con el otorgamiento de toda clase de facilidades, tenían en el prestigioso molino del Sr. Lavagna».

La noticia nos permite comprender la relevancia del molino y su relación con la población de San Carlos y la campaña del departamento. El semanario afirma que hasta «los mismos impugnadores, que eran bien pocos, de la gigante obra que ha encarnado esa férrea voluntad encarnada en Don Carlos Lavagna, han reconocido de inmediato que este grandioso siniestro importa una pérdida irreparable para la región y un escollo para la continuación de su acción dinámica y progresista».

Sobre las causas del incendio manejadas en aquel momento la información que he encontrado es únicamente la que publica La Democracia en la época. Resulta ciertamente curiosa una de las causas manejadas por algunas personas en aquel momento que recoge el medio escrito mencionado y que transcribo a continuación: «No han faltado supersticiosos que en esta hora aciaga lanzaran a todos los vientos los inventos de su imaginación calenturienta, atribuyendo a imprecaciones del extinto Don Ignacio Lavagna, la catástrofe producida. No creemos en tales afirmaciones. Basta con decir que algunos han dicho, y lo han dicho públicamente, que el día 8 se cumplían tres meses de la muerte del Sr. Lavagna, cuando en realidad murió el 6 de enero y no el 8 como se ha querido hacer creer para tener una base para los ditirambos injustos de los envidiosos y propaladores de falsedades».

Apenas seis días después del voraz incendio la prensa de la época ya manejaba la posibilidad de que Lavagna emprendiera la ardua y compleja tarea de reconstruir y poner en marcha nuevamente al molino. Se destaca la «laboriosidad, celo y corrección», la condición de «hombre de empresa y de acción» de Carlos Lavagna, como factores que harían realidad esa posibilidad.

«No es aventurado afirmar, y estará conteste con nosotros quien conozca las energías del Sr. Lavagna, que de ese montón de ruinas se levantará de nuevo, más admirable que nunca, el molino majestuoso, el mercado seguro que será una surgente viva que constituirá como siempre el poderoso factor estimulante para la agricultura regional».

El 10 de agosto de 1928, transcurridos cuatro meses del incendio, el semanario Trabajo informaba que Lavagna emprendería la titánica tarea de reconstruir las instalaciones y analiza las positivas repercusiones que ello tendría para los agricultores y la vida comercial del departamento en general. «Se asegura que el Sr. Carlos Lavagna procederá dentro de breve tiempo a la reconstrucción de su molino harinero que fuera como se sabe destruido por un incendio que lo dejó reducido a la nada. Si realmente esto es cierto, los agricultores del departamento tendrán una halagadora perspectiva para la colocación de sus productos, pues es sabido que con el contraste sufrido por el fuerte industrial Sr. Lavagna, ha desaparecido un importante mercado donde operaban los más fuertes labradores de nuestra zona. Y si a esto agregamos lo que, en materia de progreso significaría para nuestro departamento el nuevo esfuerzo que el Sr. Lavagna se propone llevar a cabo, de más está decir el impulso comercial que también ello significaría en nuestro medio».

La cita demuestra la importancia que el Molino Lavagna poseía para San Carlos y la región, erigido en un factor clave del progreso agrícola, industrial y comercial, siendo en definitiva responsable del desarrollo de San Carlos en aquel tiempo.

¿Existe la posibilidad de que ese terrible incendio fuese intencional? En charlas informales que he mantenido con diversas personas en San Carlos se da casi como un hecho que fue un acto deliberado cuyo objetivo habría sido la destrucción de un emprendimiento industrial que se encontraba entre los mejores del país.

La prensa de la época también manejó desde un primer momento tal posibilidad.

«Las causales del incendio no han podido ser determinadas aún por más que se cree que no es improbable que alguna mano criminal haya atentado contra esos intereses que evolucionaban indiscutiblemente la riqueza regional». La duda queda planteada.

Reconstrucción y reinauguración (1928-1929)



Varios artículos periodísticos de época, fotografías y una recopilación de testimonios efectuada por un investigador carolino es todo lo que tenemos sobre el proceso de reconstrucción y reinauguración. Carlos Lavagna viajó a Alemania y adquirió maquinaria de última generación, contratando a un ingeniero de esa nacionalidad, responsable de instalar y poner en marcha el nuevo molino. Algunas versiones indican que el ingeniero era Federico Van del Wepper y otras que se trataría de Federico Schultz. El empresario pagaba al ingeniero la suma de cinco pesos diarios, con la condición de que debía estar «a la orden las 24 horas del día». Al alemán «le gustaba tomar whisky y venía al pueblo a los lugares donde había teléfono. Cualquier cosa lo llamaban y regresaba en forma inmediata, en taxi o en lo que fuera.» No resulta extraño que Lavagna adquiriera en Alemania la maquinaria, uno de los países más destacados en la segunda etapa de la revolución industrial. Si bien lo aniquilado en el molino fue importante la estructura logró mantenerse en pie, aunque debió ser asegurada. Los trabajos realizados incluyeron elevar algunos metros la altura del establecimiento; claros rastros de eso aún hoy pueden ser verificados en la fachada, pese al tiempo transcurrido y al estado de deterioro. Las imágenes también revelan que el incendio afectó el molino propiamente dicho pero no así el depósito y las oficinas. Pero como no poseemos la fecha exacta en que fueron tomadas, quizás esa parte había sido recuperada en forma previa. No lo sabemos. El lunes 14 de junio de 1929 el semanario Trabajo informaba a sus lectores: «El molino harinero, propiedad del estimado industrial Sr. Carlos Lavagna, que fuera el año pasado completamente destruido por un voraz incendio, ha sido reconstruido».

Un año y dos meses después del siniestro lo que parecía imposible era realidad: el Molino Lavagna estaba nuevamente pronto para reiniciar su fecunda actividad.

La muerte de Carlos Lavagna



El año 1931 se iniciaba con malas noticias para la familia Lavagna. Filomena Lavagna Viera, hermana del propietario del molino, sufría un quebranto de salud y debía ser trasladada a Montevideo. El 4 de febrero de 1931 se comunicaba: «A ponerse bajo asistencia médica se trasladó a Montevideo, enferma, la Señora Filomena Lavagna de Vidal». Exactamente 21 días después se informaba: «Noticias recibidas de Montevideo dan como muy mejorada a la Sra. Filomena Lavagna de Vidal, que se asiste en un sanatorio de aquella ciudad» El 18 de marzo de 1931 retorna Filomena Lavagna junto a su esposo, el Esc. Alberto Vidal, y el 1.º de abril del mismo año viajan a La Barra junto a sus hijos, a recuperarse plenamente. El 22 de abril Filomena Lavagna estaba completamente recuperada. En ese mismo año Carlos Lavagna es elegido como vicepresidente de la Asociación Rural e Industrial de Maldonado. Estaba al frente del Molino Lavagna, considerado uno de los mejores del país y el continente sudamericano y también de las diferentes actividades conexas que se hallaban bajo su dirección, todo lo cual se desarrollaba positivamente pese al contexto adverso.

Sin embargo un repentino quebranto de salud se convertiría, inesperadamente, en el comienzo del fin. El semanario Trabajo publicaba el día 24 de setiembre de 1931: «Es trasladado a Montevideo gravemente enfermo el fuerte industrial Sr. Carlos Lavagna».

El semanario La Democracia informaba el 26 de setiembre de 1931 en su sección dedicada a los enfermos de la ciudad: «Es grave el estado de salud del Sr. Carlos Lavagna». En la siguiente edición de Trabajo, con fecha 1.º de octubre de 1931, se aclara que «continúa enfermo el Sr. Carlos Lavagna». Dos días después La Democracia anunciaba de una mejoría en la salud del industrial carolino. Bajo el título «Don Carlos Lavagna» se decía: «Hasta el momento de escribir estas líneas nos informan que se acentúa la mejoría experimentada por el prestigioso industrial don Carlos Lavagna. Hacemos sinceros votos porque la acción registrada en el organismo del distinguido paciente siga su curso normal»196 Pero una semana más tarde, el 8 de octubre, el semanario Trabajo comunicaba el fallecimiento de Lavagna. El deceso se había producido tres días antes, el 5 de octubre de 1931.

En poco más de una semana Carlos Lavagna enfermó y falleció.

Tan repentino fue el fatal desenlace que, contando con 58 años, murió sin poder dictar su testamento. «Nuestra población se ha visto conmovida con la desaparición del Sr. Carlos Lavagna» informaba la prensa, destacando su «inteligencia y afán de trabajo» junto al «infatigable impulso» que le había permitido apenas dos años antes poner nuevamente en funcionamiento su molino. El semanario La Democracia bajo el título «Sensible desaparición» presenta una amplia cobertura del trágico hecho junto a un recorrido biográfico. Se refiere allí al «intenso sentimiento de amargura» que había provocado «en todos los círculos del departamento de Maldonado» la muerte del «prestigioso industrial y propulsor del progreso eficiente de la zona». Esa vida «dinámica y ejemplar» se extinguía en el momento mismo en que «los denodados y fecundos esfuerzos de toda su vida iban a plasmarse en la más bella realidad». En la crónica se recuerda que apenas dos años atrás, «sobre las ruinas humeantes de su viejo molino», fue capaz de levantar «piedra sobre piedra» aquel emprendimiento «para ofrecer a los ojos atónitos del pueblo el soberbio edificio de la actualidad, montado ampliamente con máquinas modernas que constituye la más alta expresión de adelanto en esta materia», considerado como uno «de los principales del país».

Pero «un mal orgánico en acecho» terminó con «aquella vida preciosa en menos de un mes».

El velatorio se llevó a cabo en la casa quinta familiar y su sepelio en el cementerio de San Carlos. «La capilla mortuoria instalada en su magnífica residencia particular fue visitada por enorme multitud que expuso su postrer y sentido homenaje de admiración ante el cuerpo inanimado del más gallardo adalid de la evolución económica y social del Departamento». La cantidad de personas que se hicieron presentes reafirma la relevancia de Lavagna. Informaba La Democracia que «más de 1.500 personas constituyeron el acompañamiento fúnebre» desde su casa quinta al cementerio, cubriendo una distancia aproximada de 2 kilómetros». Y también que «el acto de su sepelio» fue «imponente» y agregaba que allí «estuvieron representadas todas las clases de Maldonado».

Eso implica que más del 25 % de la población total de San Carlos participó de aquel luctuoso acontecimiento. «El sepelio del Sr. Lavagna fue la más imponente manifestación de pesar», afirmaba, atribuyendo tal estado anímico colectivo a que se trataba de «una de las personalidades relevantes de trabajo», un «apoyo insustituible» para los «hombres de campo» y «un benefactor en los difíciles momentos por que se atraviesa». En el cementerio hicieron uso de la palabra siete personalidades representativas de aquellas instituciones destacando las cualidades del empresario. El Dr. Celedonio Iriondo Garino como portavoz de la Asociación Rural e Industrial de Maldonado, el médico Nuble González Olaza, el Ing. Agr. Dante Bianchi por la Sociedad de Lecheros de San Carlos, el estudiante liceal Jorge Sáez por la Sociedad de Estudiantes Liceales de San Carlos, el escribano Alejo Fernández Chávez en representación del Liceo carolino, Narciso Cardozo en nombre de la Sociedad Fomento de Aiguá y Juan Carlos Araújo representando a los agricultores de la zona, «pronunciaron elocuentes discursos», exaltando en ellos «las virtudes y méritos del distinguido extinto».

El 29 de octubre de 1931 el semanario Trabajo publicaba: «Los deudos de Carlos Lavagna agradecen las manifestaciones de condolencias recibidas con motivo de su reciente duelo». Sobre la sucesión de Carlos Lavagna, una escritura notarial nos permite confirmar que «se tramitó en el Juzgado Letrado de Maldonado, donde por auto del 13 de junio de 1932 fueron declarados herederos del causante sus hijos: Carlos, Horacio, Ignacio Alberto, Julio y Laura Lavagna, sin perjuicio de los derechos de la cónyuge» Tomasa Lizaso.

El Molino Lavagna entre 1931 y 1941



Tras la muerte de Carlos Lavagna nada fue igual, la sucesión debió darle continuidad a un molino de última generación. No olvidemos la compleja realidad que se vivía por aquellos años y que sintéticamente hemos presentando aquí. Debemos considerar que sus hijos, herederos del negocio familiar, eran muy jóvenes: su hija mayor tenía apenas 21 años y el hijo varón que le seguía contaba 20. La repentina muerte no le dio tiempo a Lavagna ni siquiera de preparar a su hijo varón mayor para tomar las riendas de un complejo negocio. Pensemos que él mismo, recién en 1915 y con 42 años, condujo los destinos del molino. Tomasa Lizaso, viuda de Carlos Lavagna, contaba con 48 años y es probable que no tuviese prácticamente injerencia en los asuntos comerciales y, al igual que las mujeres de su época, se dedicara mayormente a las tareas dentro del hogar, en la esfera privada. Luego de los trágicos acontecimientos pasa a residir en la capital de la República. El otro elemento que volvió aún más complejo el panorama fue la participación en la administración del Molino Lavagna de Juan Rizzo, docente de dibujo de 43 años que se había casado con Laura, la hija mayor del matrimonio Lavagna Lizaso. Diversos inconvenientes de carácter familiar se suscitaron a partir de su participación en los negocios.

Lo cierto es que el 7 de setiembre de 1939 la actividad del Molino Lavagna llega a su fin definitivo. Los sucesores de Carlos Lavagna vendieron «en mayor área al Banco de la República Oriental del Uruguay, por escritura autorizada por el actuario del Juzgado Letrado de Maldonado, escribano Blas Borrallo, el 7 de setiembre de 1939». La venta «fue ordenada en remate público, por ejecución de hipoteca en los autos caratulados: Banco de la República (Sucursal San Carlos) contra los sucesores de Carlos Lavagna, Ejecución de Hipoteca donde seguidos los trámites de rigor y hechas las publicaciones de estilo fueron subastados dichos bienes, en cuyo acto los adquirió el Banco acreedor, por haber hecho la postura más ventajosa».

A 55 años de su fundación ese emblemático molino llegaba a su fin y con él una relevante porción de la historia de San Carlos, la región y el país. En un ejemplar de La Democracia fechado el 11 de octubre de 1941 figura un aviso del Banco República donde informa que pondrá a la venta las instalaciones del Molino Lavagna que había adquirido apenas dos años atrás, estableciendo las bases y características de esa venta. «MOLINO HARINERO en perfectas condiciones de funcionamiento, con edificio de 4 plantas de hormigón armado y maderas de excelente calidad, con otro cuerpo anexo incluyendo escritorios y depósitos. Área: 7.300 mts2. PRECIO BASE DE VENTA $95.000 (noventa y cinco mil pesos M/N)».

Con el correr de los años otros emprendimientos funcionaron en las instalaciones del legendario Molino Lavagna, entre ellos un aserradero y también una fábrica de baldosas.

Con relación a la casa quinta de los Lavagna sabemos que desde el 15 de enero de 1951 funcionó como escuela al aire libre; el edificio fue adquirido por la familia Zunino, no sabemos en qué fecha, y pasó posteriormente a manos del Consejo de Educación Primaria. Actualmente funciona allí la Escuela n.º 10 «Cayetano Silva» de San Carlos.

Un monumento histórico nacional que sigue esperando



Pese al trabajo desplegado por la comisión barrial mencionada y la declaración de monumento histórico nacional conquistada en 2005, las instalaciones del Molino Lavagna se encuentran en un grave estado de deterioro que claramente hace peligrar una estructura de 131 años. El Molino Lavagna es un monumento histórico nacional que sigue esperando por recursos y decisiones de carácter político que verdaderamente rescaten su notable valor patrimonial y lo transformen en un sitio para el usufructo de toda la comunidad. En el propio expediente municipal que determina su expropiación, ya citado, las autoridades se comprometían entonces a «restaurar la edificación existente» e incluso a preservar «celosamente sus líneas arquitectónicas de importante valor histórico». Nada se ha cumplido; por el contrario, se ha condenado al olvido y la desaparición al Molino Lavagna, verdadero símbolo representativo de lo mejor de la historia carolina. La declaración de monumento histórico tampoco ha servido para mantener y recuperar el emblemático edificio.

Las propuestas formuladas e impulsadas por la Comisión de los barrios Lavagna y Abásolo guardan plena vigencia y se constituirían, caso de concretarse, en un formidable logro para San Carlos, Maldonado y la región Este. Aún es posible transformar al Molino Lavagna en un verdadero centro difusor y promotor de las más diversas actividades culturales y artísticas, utilizando la infraestructura para crear salas de exposiciones y diversos salones donde brindar talleres a la población en general, entre otros usos. Con ello se lograría desconcentrar el acceso a los bienes culturales para una zona de la ciudad con desafíos sociales bien significativos. Debe también ponerse en valor el hermoso parque que se halla detrás del Molino Lavagna, porque el patrimonio medioambiental es parte fundamental de nuestra cultura.

Justamente, rescatar y visibilizar el valor patrimonial del Molino Lavagna para lograr su pronta y merecida reconstrucción antes de que sea demasiado tarde es uno de los objetivos de este libro.

Si el molino desaparece, la responsabilidad no será del implacable transcurrir del tiempo, sino de los humanos y sus miserias.





Prof. Mg. Federico Olascuaga Bachino

Molino Lavagna. 130 años de historia. La construcción de un símbolo

Editorial Fin de Siglo. Montevideo, 2015


olascuaga@gmail.com





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