El País, 7 de Abril de 1977

De Banco de Historias Locales - BHL
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La prensa nacional y el Partido Nacional expresan el duelo generalizado ante el fallecimiento del Dr. Rivero


Nuestra sociedad, y principalmente su familia, el Partido Nacional y el Departamento de Maldonado, acaban de sufrir un penoso desgarramiento con lam uerte del Dr. Elbio Rivero, acaecida el sábado último en su residencia de la ciudad fernandina.


Meses atrás había sido sometido a una delicada intervención quirúrgica y aunque desde el primer momento, dada la gravedad del caso, se alentaron pocas esperanzas de recuperación, su excepcional y viril espíritu se sobreponía a las carencias físicas y ante todos los que a él se acercaban se mostraba con los inconfundibles rasgos de su carácter sin fisuras. Pero el mal terrible no cedía y su organismo, debilitado por la extracción de un órgano fundamental, fue perdiendo vitalidad día a día. Él, como médico, sabía que estaba apagándose como una candela sin fuente de combustión, más el teléfono casi anexo a su lecho como siempre lo estuvo - a fin de poder correr a cualquier hora del día o de la noche junto al enfermo que reclamara su ayuda - era generalmente atendido por él mismo y siempre trataba de dar un tono despreocupado y alegre a su voz.


Fue un nacionalista de estirpe y siempre permaneció fiel a las grandes tradiciones e ideales del Partido. Recordaba las primeras para no desviarse nunca, y predicaba y luchaba por los últimos para impulsar al Partido hacia rumbos nuevos, no anquilosando su presencia sino dándole sustancia de porvenir. Fue nacionalista independiente cuando el capricho negativo de los dueños de la fuerza quebró el orden constitucional y arrasó las libertades y derechos del pueblo.


Joven entonces (de aquellos hechos van corridos 44 años), ya antes había adherido a la Agrupación Demócrata Social Nacionalista, con Quijano, Payssé Reyes, Silvariño, Lerena Acevedo, Emilio Oribe, Arturo Ardao, juan Carlos Labat, Aparicio Méndez, etc. Y durante el largo lapso de aquella situación anormal de la que salimos sobre la base de la resistencia del pueblo y del patriotismo del General Baldomir, mantuvo sin hesitaciones la bandera de la libertad izada en el mástil de su pensamiento.


Además fue un hombre de singular integridad moral que jamás abandonó los principios que había bebido en el seno del hogar de sus mayores y que más bien eran congénitos, verdaderas partes constitutivas de su ser. Así fue siempre, para defenderlos y pregonarlos vivió y velándolos murió en medio de la consternación de su pueblo.


Al organizarse la tendencia partidaria que acaudilló Daniel Fernández Crespo vio como pocos que con ella se abría una puerta para llegar a la unión del Partido Nacional, se enroló en la nueva columna y fue electo Representante Nacional.


Su gestión fue una síntesis de lo que era su propia vida: sirvió lealmente al nacionalismo, se preocupó seriamente de todos los grandes problemas de la nación y dedicó mucho tiempo a la atención de las cuestiones que afectaban la marcha de su departamento, principalmente el turismo y la salud pública, así como también todo aquello que agraviara la vida de los sectores más modestos de la sociedad, cuyas necesidades siempre estuvieron latiendo en su corazón.


Fue un médico de estampa moral antigua y de conocimientos siempre acrecentados por el estudio constante de las enfermedades de hoy. Era antiguo en el sistema de cumplir su misión profesional y social. A cualquier hora, él mismo atendía las llamadas telefónicas o la puerta de su casa. Se olvidaba presentar la cuenta de sus honorarios a quienes podían pagar, y los pobres que no podían hacerlo sabían que el consultorio de Rivero siempre estaba abierto para ellos y que si por la índole de sus dolencias no podían llegar a él, él llegaría hasta ellos todos los días, y muchísimas veces con los medicamentos necesarios y también con el dinero para el traslado a Montevideo cuando era imperiosa la búsqueda de mayores recursos científicos.


Rindiéndole justicia a sus tan nobles atributos cívicos, el Partido Nacional lo consagró Presidente de la Convención, en ejercicio de cuyo cargo lo encontró la muerte. Mesurado, sereno y flexible en la conformación y emisión de sus juicios, actuando siempre sin pasión negativa y sin odios personales ni políticos, fue una de las figuras consulares del Partido que jamás eludió un trance difícil ni una opinión riesgosa y condenó sin reticencias todas las violaciones de la Constitución y de la Ley y todas las limitaciones abusivas de la libertad.


Amigo de una sola pieza, esposo y padre ejemplar, ciudadano y partidario sin una sola sombra y dueño de un señorío cautivante por la generosidad sin tasa de su corazón y su adhesión a todos los grandes ideales constitutivos de la nacionalidad, su muerte enluta a los suyos, al Partido Nacional y al pueblo de Maldonado y a todos quienes lo conocimos de cerca y sabemos cuán grande y desgarradora es su irreparable ausencia.



Editorial de Washington Beltrán

Corría el año 1955. Más precisamente, su mes de febrero. Era el día 15 del mismo.


Se iniciaba un nuevo período parlamentario. Las Cámaras se reunión para elegir su mesa. Por primera vez investíamos una representación del Partido Nacional. Hasta entonces nuestra elección se había producido bajo el lema del nacionalismo independiente. Pero el genio de Eduardo Rodríguez Larreta había creado el histórico movimiento de la "Reconstrucción Blanca", que levantó, entre los vendavales de la fricción, la dureza y el encono, la fraterna bandera del entendimiento del Partido.


La Reconstrucción reunió casi 35.000 votos. Por esas complejidades de nuestro sistema electoral, fuimos el único diputado ungido por esa corriente de opinión. El Partido Nacional , en ese instante además del desgajamiento del nacionalismo independiente, estaba tajeado por una profunda división; el herrerismo propiamente dicho, y el Movimiento Popular Nacionalista erguido junto a la figura de Daniel Fernández Crespo.


En la reunión de diputados nacionalistas convocados para llegar a un acuerdo sobre la integración de la Mesa, no se lograron soluciones de concordia. Apretaron las mayorías...


Mucho meditamos antes de dar en Sala nuestro voto para presidente de la Cámara. Queríamos que nuestra primera intervención definiera la filosofía política que nos guiaba. Buscábamos un sufragio que disipara todas las dudas sobre nuestra ubicación.


Esa tarde, recién habíamos conocido personalmente al Dr. Elbio Rivero. Pero no nos eran extraños sus antecedentes. Había pertenecido a la Democracia Social. Y cuando ésta renunció definitivamente a integrarse al bando nacionalista, el Dr. Rivero no titubeó. Dejó sus filas, para volver a la casa solariega.


Maldonado levantó su nombre, conocido por su largo apostolado médico; querido por la bonhomía de su trato y por la deferencia de sus modales; respetado por la ejemplaridad de su vida privada y cívica. No vinulado a ningún correntío partidario, coincidía con nuestra línea de pensamiento. El sub-lema que le dio el escaño era "Unión Blanca". Le entregamos nuestra adhesión. Solitaria. Sin eco bajo la bóveda parlamentaria. Pero pocas veces tuvimos tanta seguridad de haber elegido un símbolo; de dar a una proposición el significado de una proclama.


Ya en el episodio pergeñamos algo de lo que fue el Dr. Rivero. Allí aparece apuntado el partidario, el profesional, el hombre. En rasgos que requieren nuevas pinceladas. Que no alcanzarán, sin embargo, para bien delinear una personalidad acaudalada en sus virtudes.


Por ello el militante tuvo la incambiada adhesión de una ciudadanía que lo acompañó con cariño y lo rodéo con admiración. No fue cómodo. Siempre actuó como protagonista. Así se sentó en butacas senatoriales; actuó en la Comisión de Juegos de Azar, fue proyectado a la dignidad de Presidente de la Convención del Partido Nacional.


No era el orador arrebatante, ni el caudillo de multitudes. Pero logró ganarse el afecto de un pueblo. Sin apelar a estridencias. Escuchando sólo a su corazón.


Bien lo conocían los hogares humildes de Maldonado. Abría sus puertas para volcar en ellos, en horas de aflicción, su bondad sin límites. Sabía curar. Su ciencia estaba más que en el dominio de la terapéutica - que lo tenía - en la palabra de aliento, en el consuelo necesario, en el llamado al espíritu con que medicaba al doliente.


Ignoró el encogimiento. Pasó vertical por la vida. Su moral no desfalleció jamás. A su alma no llegó el roce de la pequeñez. Parecía marchar con la firmeza y la apostura de quien mira la jornada en la Tierra, como un mero tránsito.


Por eso, y ante su muerte, sus conciudadanos se inclinaron para recogerlo y alzarlo con el dolor de los grandes estremecimientos. A él nos unimos.


W.B.








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