Grossy por Umberto Pereira

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Nacimiento


Mil setecientos noventa;

en el veintiseis de enero,

Julio Grossy vino al mundo

entre olivos y viñedos.

Era en la Nueva Liguria

era la zona de Ovada;

mirando al Mediterráneo,

en el noroeste de Italia.



Estudios y prisión en África


Estudiante genovés,

será piloto de altura,

soldado y agrimensor,

con infinita aventura.

Dominó varios idiomas:

habló italiano y francés,

habló alemán y español,

habló inglés y portugués.

Un lance caballeresco

lo movió para embarcarse;

recorrió el Mediterráneo

en un velero mercante.

Un día - y en pleno crucero -

su barco será abordado

y terminará en el África,

prisionero de un corsario.

En medio de una mezquita,

a la religión cristiana

se les intima abjurar

y adoptar la musulmana.

Con dignidad y altivez,

Julio Grossy no lo acepta;

permanecerá en la fe

que los turcos atropellan.

A los servicios domésticos

de un marino es destinado;

transcurrió así su prisión

que duró más de dos años.

Con un amigo grumete,

una noche se escaparon;

buscando la libertad

hasta amanecer remaron.

Tenía una preciosa brújula

con su caja de marfil;

también un reloj de sol,

para buen rumbo seguir.

Pasada la oscura noche,

un barco que iba a Marsella,

los avista y los recoge

y hasta aquel puerto los lleva.



Soldado de Napoleón y prisión en Alemania


En las fuerzas de Beauharnais,

servirá con Napoleón,

en la campaña de Rusia,

en la ambiciosa invasión.

Está presente en Moscú,

su cuerpo de infantería;

en la triste retirada

y el cruce del Beresina.

Hasta treinta y siete grados

se registran bajo cero;

no es posible describir

la crueldad de aquel invierno.

Trescientos cincuenta mil

soldados habían marchado

y apenas dieciocho mil

son los que están regresando.

Acosan la retirada

el hambre, el fío, la fatiga;

a campesinos polacos

Grossy les debió la vida.

Le dan fricciones de nieve,

alimentos y cuidados,

que le permiten marchar

a unirse con los soldados.

En la batalla de Leipzig

llamada "de las Naciones",

los ejércitos de Francia

perdieron veinte mil hombres.

En medio de esa batalla

Grossy es hecho prisionero;

y hacia el norte de Alemania

lo envían a un aserradero.

Aserrar y picar leña

como trabajo forzado;

terribles noches de frío

sufre con otro soldado.

Perfecciona su alemán;

entiende y se hace entender;

lo que le permitirá

ser profesor de francés.

El propio dueño de casa

requiere para su hija

la enseñanza del soldado

que así cambiará su vida.

Un trato muy comedido

y el afecto de la niña;

un alojamiento digno

y un ambiente de familia.

No logra alivio al amigo;

y un día lo encuentra muerto

de frío en aquel desván,

que compartieron por un tiempo.



Piloto mercante y marino de la independencia


Ya pasado Waterloo,

devueltos los prisioneros,

Julio Grossy ha regresado

con un afán marinero.

Se enrolará de inmediato

como piloto mercante

para la línea del Plata:

Montevideo y Buenos Aires.

Contaba que conoció

a Garibaldi en sus viajes;

al héroe de San Antonio

y heraldo de libertades.

Exploraría el Polo Sur,

donde cumplió una invernada

y en el año veinticinco,

a la flota de Brown pasa.

Revista por algún tiempo

al mando del Almirante;

por el destino oriental

su suerte quiere jugarse.

Como oficial marinero

del corsario "Lavalleja",

lucha cerca del Buceo

con la flota brasilera.

Colocado el "Lavalleja"

en precaria situación,

lo vuelan y en unos botes

salvan la tripulación.



Prisión y fuga en Brasil


Y cayeron prisioneros

él y Leonardo Olivera;

son enviados a Dos Cobras;

son, compañeros de celda.

Ciertos días les permiten

los guardianes brasileros,

tomar el sol en la isla

donde viven prisioneros.

Un día está allí un bergantín

inglés, que espera buen viento,

en la costa de Dos Cobras

y Grossy ve el cielo abierto.

En inglés, al Capitán,

habla sin que el guardia note,

que aquél le ofrece dejarle

entre las rocas un bote.

A don Leonardo Olivera,

fue confiado el tratamiento

para eludir a la guardia

y remar hasta el velero.

Un guardia negro dormido

sortean sin contratiempo;

bote al agua y a remar

con la furia del anhelo.

Se alejan; se da la alarma;

tiros de fusil al mar;

están fuera de distancia;

no los pueden alcanzar.

El bergantín con las velas

a medio izar, leva anclas;

el viento está favorable;

la suerte los acompaña.

El barco va a Buenos Aires;

baja Olivera en Castillos;

sigue Grossy navegando

hasta aquel final destino.



El amor y las Malvinas


En el año veintisiete

al fin alcanzó el amor;

María O´Kervis, irlandesa,

su aventura compartió.

En la Compañía de Pesca

que trabaja en Las Malvinas,

se alista y allí marcharon

don Julio y doña María.

Desde el año veintinueve

y hasta el año treinta y dos,

permanecen los esposos

en la inhóspita región.

Juan les nace en Buenos Aires

y Carlos en las Malvinas;

el veintinueve y el treinta

y tendrán muy corta vida.

Marcos nació en Buenos Aires

en el año treinta y dos,

cuando ya están de regreso

de aquel tiempo pescador.



Agrimensor y vecino de Maldonado


Venido a Montevideo,

previo exámen, le otorgó

la Comisión Topográfica,

título de Agrimensor.

Hace tiempo que Leonardo

lo tironea con sus cartas;

y al fin cumple en Maldonado,

la última y extensa etapa.

En el año treinta y cuatro,

fechado en setiembre cuatro,

de nuestra Punta del Este,

levantará el primer plano.

De la mano de este hombre

de tan peregrina historia,

es la primera medida

de una tierra tan hermosa.

Entre el año treinta y cuatro

y el año cuarenta y cinco,

estando aquí, en Maldonado,

le nacieron cuatro hijos.

Al mayor, Julián Manuel,

le siguió José María;

luego María Antonia y Julio,

benjamín de la familia.

Será padrino Leonardo,

cuando Julito les nace;

así que además de amigos,

vinieron a ser compadres.

José María y Julio Grossy

fallecen en la niñez;

solo casan María Antonia

y luego Julián Manuel.

Desde el año treinta y tres,

al año cincuenta y nueve,

ejerció el agrimensor

con un singular relieve.

Trabas de guerras civiles,

inclemencias naturales;

enfrentar hombres y fieras;

sufrimientos incontables.

Medir campos era entonces,

dura y sostenida lucha;

con anteojo de alinear,

con la banquilla y la brújula.

Con la cuerda de cien varas

de cáñamo y las banderas;

con una salud de hierro;

con ejercitadas piernas.

Se pedía un juramento

a todos los operarios;

así a peones cadeneros,

como a los abanderados.

Y a los que, con los jalones

y con las largas agujas,

decoran de blanco y rojo

los predios de las mensuras.

Ante Dios y una señal

de la cruz y frente al juez,

juraban todos promesa

de desempeñarse bien.

Con los datos recogidos

y anotados en el campo,

se trazaban los polígonos

divididos en triángulos.

Con la suma de parciales

se hallaban las superficies;

en la mayoría de casos

herencias a dividirse.

Rocha, Minas y Florida,

por supuesto, Maldonado,

le deben larga tarea

de deslinde de los campos.

Son seiscientas mil hectáreas

por don Julio mensuradas;

triangulación increíble,

pero que está registrada.



Escuela de Agrimensores


Su escuela de Agrimensura

instalada en Maldonado,

trajo honor a su docencia,

con óptimos resultados.

Recibieron su enseñanza

y luego se titularon:

Jaime Pou, Joanicó (Zoilo),

Noel Calamet, Ramón Santos.

Y Reginaldo Araújo,

Marcos, su hijo y Tomás Barrios,

que atestiguan la eficiencia

del maestro de Maldonado.

Daban en Montevideo,

en el exámen final,

la medida del prestigio

de la escuela regional.

Aunque su padre secunda

en la práctica y los cálculos,

en rigor no pudo dar

su final exámen Marcos.

Bastaba con su baquía

y el orgullo de don Julio,

para comprender que Marcos,

seguiría su propio rumbo.

Pero contraída en mensuras

una grave enfermedad,

se le adelantó a la prueba

la muerte en Pirarajá.

Don Julio fue un hombre: recto;

severo, disciplinado;

celoso profesional

y vecino conceptuado.

En el siete, siete, siete,

de la hoy calle Ituzaingó,

su cultura enciclopédica,

dejó una huella de honor.

Matemática y francés

a Jaime y Julio enseñó;

como maestro de sus nietos

su docencia terminó.

La Comisión Topográfica

lo había llamado a su seno;

pero él se quedó a mirar

el mar y a ordenar recuerdos.



La ancianidad


Cuando el tiempo dijo basta,

don Julio guardó sus sueños;

y viajó con la memoria

por su largo derrotero.

Su atalaya era la plaza

de la Torre del Vigía;

entre él y el horizonte

arena, vientos y vida.

En el acto sacramental,

en la Plaza de Recreo,

miraba la inmensidad

y hacía cuentos a su nieto.

Su nieto, Jaime H. Pou,

de la mano de aquel viejo

soldado de Napoleón,

recorría al mundo entero.

En alas de aquella voz,

en vuelos de pensamiento,

iniciados en Liguria

entre olivos y viñedos.

La "Torre de Observación"

le oyó los itinerarios:

Liguria, África, Moscú,

Las Malvinas, Maldonado.

Austria, Alemania, Polonia,

Francia, Río de Janeiro;

Rusia, Suiza, Buenos Aires,

Polo Sur, Montevideo.

Son cuarenta y cuatro años

los que vivió en Maldonado;

murió en el setenta y seis,

en el día diez de mayo.

Era en este Maldonado;

era en tierra americana;

recordó el aceite, el vino

y suspiró por Italia.

Con aprecio general

los vecinos lo rodearon;

honró al suelo de adopción

y al pueblo de Maldonado.



La dimensión de la sangre


La estirpe de María Antonia,

casada con Jaime Pou,

por mi unión con María Carmen,

hasta mis hijos llegó.

María Antonia, Jaime Hilario,

Jaime Ernesto (agrimensor),

María Carmen, su hija única,

que conmigo se casó.

Y nuestros cuatro varones,

Jaime, Marcelo, Rafael

y Enrique, que hasta don Julio,

remontan este cordel.

Unen mi sangre de Nápoles,

con la del norte de Italia;

y mis herencias gallegas

con herencias catalanas.

Y otras mezclas españolas

con la corriente de Irlanda

y un infinito secreto

que se asoma a sus miradas.

La dimensión de la sangre

dice a la flor de tu hazaña:

por una que luce al sol,

miles quedan soterradas.

Este camino, don Julio,

de aventura vasta y varia,

nos afirma: de los hombres,

lo sabemos todo y nada.



Umberto Pereira

1993



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