Diferencia entre revisiones de «Recuerdos de Las Delicias por Fernando Edye»

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Los Sábados, pasado el mediodía por Avenida Las Delicias - antigua denominación de Av. España - se podía ver caminando hacia la costa a un personaje que daba vida a una parte de todo ese barrio. Se llamaba Valentín Alonso y no caminaba solo. En los años que lo conocí, siempre estaba a su lado la perrita "Puli". Andando cadenciosamente como su amo, lo acompañaba desde Maldonado hasta la playa. Pero no era la única compañía que traía, además de un viejo y raído morral, también portaba un estuche, que en mi imaginación contenía mágicos artefactos de pesca.
 
Los Sábados, pasado el mediodía por Avenida Las Delicias - antigua denominación de Av. España - se podía ver caminando hacia la costa a un personaje que daba vida a una parte de todo ese barrio. Se llamaba Valentín Alonso y no caminaba solo. En los años que lo conocí, siempre estaba a su lado la perrita "Puli". Andando cadenciosamente como su amo, lo acompañaba desde Maldonado hasta la playa. Pero no era la única compañía que traía, además de un viejo y raído morral, también portaba un estuche, que en mi imaginación contenía mágicos artefactos de pesca.
 
   
 
   
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Sobre el fin de Avenida Las Delicias (me aferro al niño que fui), sobre la mano derecha (si uno baja hacia el mar) estaba el boliche "Casablanca". No lo busquen, porque cuando se modificó la curva que accede a la ruta fue demolido. Ahí terminaba la primera etapa del largo viaje de Don Valentín y dejaba en custodia el estuche.
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No fue hasta que fui más grande que supe del contenido de aquel estuche, que de seguro no era guitarra, pero en aquellos días, Los intocables era la serie de moda en la incipiente televisión, donde era común que las ametralladoras se guardaran en dispositivos como el de Don Valentín.
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En realidad no había nada de siniestro en el añoso estuche que cada Sábado de tarde acompañaba al gentil Valentín Alonso por el viejo camino a Las Delicias.
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Peluquero de profesión, religiosamente terminaba la semana con su entretenimiento preferido, unas horas de pesca en el muelle y a la noche - como descubrí más tarde - volvía al viejo boliche "Casablanca" donde los parroquianos, en algún momento en que el generoso vino que regaba las veladas, los volvía animados y pedían a Don Valentín que sacara el estuche y les regalara algunas melodías en su mandolina.
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Revisión del 13:32 17 feb 2017



El Muelle Las Delicias

Se nos fue hace ya 35 años, pero si cierro los ojos me parece verlo, aunque viejo, erguido, resistiendo la adversidad del tiempo y el abandono de quienes debían protegerlo, porfiado ante las tormentas luchó hasta el fin.

Dio cobijo a muchos necesitados, y a otros alimentó con generosidad, creo sin equivocarme que todo Maldonado lo quería. Nadie escribió su obituario, su memoria, para muchos ya se desvaneció, pero para otros es una dolorosa ausencia, que seguramente en esta fugaz vida no recuperaremos.

Su nombre era Muelle y su apellido Las Delicias. Cuando lo veías desde lejos parecía un enorme ciempiés de largas patas hundidas hasta la mitad en el mar. Sobre él, un colorido microcosmos social, se revelaba ante un observador atento y en verano muchas familias de turistas, año tras año, alquilaban casas cercanas solo para pescar, sentados en sus añosas maderas.

¿Quién, habiendo nacido en Maldonado, no se subió alguna vez a su largo pasillo? ¿Se acuerdan de Clavijo, o de Valentín, del "Mulato" o de Mego o tal vez del Catalán?


Valentín Alonso

Cuando hablamos de quienes disfrutaban del muelle, es inevitable detenernos en uno de sus hijos mas fieles y quien con su bonhomía, generosidad y don de gentes representó no solo a los viejos fernandinos sino a todos los amantes de la pesca y la amistad.

Los Sábados, pasado el mediodía por Avenida Las Delicias - antigua denominación de Av. España - se podía ver caminando hacia la costa a un personaje que daba vida a una parte de todo ese barrio. Se llamaba Valentín Alonso y no caminaba solo. En los años que lo conocí, siempre estaba a su lado la perrita "Puli". Andando cadenciosamente como su amo, lo acompañaba desde Maldonado hasta la playa. Pero no era la única compañía que traía, además de un viejo y raído morral, también portaba un estuche, que en mi imaginación contenía mágicos artefactos de pesca.

Sobre el fin de Avenida Las Delicias (me aferro al niño que fui), sobre la mano derecha (si uno baja hacia el mar) estaba el boliche "Casablanca". No lo busquen, porque cuando se modificó la curva que accede a la ruta fue demolido. Ahí terminaba la primera etapa del largo viaje de Don Valentín y dejaba en custodia el estuche.

No fue hasta que fui más grande que supe del contenido de aquel estuche, que de seguro no era guitarra, pero en aquellos días, Los intocables era la serie de moda en la incipiente televisión, donde era común que las ametralladoras se guardaran en dispositivos como el de Don Valentín.

En realidad no había nada de siniestro en el añoso estuche que cada Sábado de tarde acompañaba al gentil Valentín Alonso por el viejo camino a Las Delicias.

Peluquero de profesión, religiosamente terminaba la semana con su entretenimiento preferido, unas horas de pesca en el muelle y a la noche - como descubrí más tarde - volvía al viejo boliche "Casablanca" donde los parroquianos, en algún momento en que el generoso vino que regaba las veladas, los volvía animados y pedían a Don Valentín que sacara el estuche y les regalara algunas melodías en su mandolina.









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