El naufragio del «Salvador», la huella española por las aguas del mundo

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El naufragio del «Salvador»

Espejo de navegantes - Expertos en arqueología naval

Ilustración que acompaña el artículo en el blog Espejo de Navegantes.


Javier Noriega, 23 de enero, 2014


Este barco no maniobra. La falta de marineros, ya que para trasportar más tropa desembarcamos en Cádiz a parte de la tripulación; hace que las maniobras que necesita el barco se hagan con mucha lentitud. No hay suficientes marineros. El barco, un tal “Salvador”, aunque todo el mundo lo llama aquí Triunfo”, ha dado un testarazo bien fuerte. El golpe con el fondo marino ha hecho crujir de arriba a abajo toda la nave. El viento aúlla fuera y casi todos aguantamos en la cubierta las idas y venidas de la nave. Muchos rezan porque termine ya de una vez este infierno. Muy atrás, y mucha agua desde que zarpamos desde nuestra Cádiz. Destino: Montevideo.


A bordo de este barco capitaneado por José Alvarez, nos encontramos los soldados del 29 regimiento de Albuhera, al mando del coronel de los reales ejércitos Don Jerónimo Galeano e Ignacio La Tusy. Con nosotros también va casi toda la oficialidad del batallón. También un destacamento completo de soldados de caballería. Dragones junto a sus armas, correajes y artillería que están mandado según dicen mis compañeros por dos oficiales. Comisionados a la banda oriental del Río de la Plata; venimos según dicen, a sofocar una revuelta en contra del gobierno de España. Cada vez es más difícil mantener las colonias en ultramar y aquí que venimos. El teniente, me dice que la intención de las autoridades españolas era reforzar la guarnición de Montevideo, el último bastión de la Corona en el Virreinato del Río de la Plata. Pero a ninguno de nosotros nos gusta estar embarcados en estas moles de madera. Y menos nos gusta la mar cuando se mueve de esta manera tan lejos de nuestra patria…

Recreación histórica actual de los soldados del Batallón de la Alhuera.

Estas bien pudieron ser las palabras de cualquiera de los soldados del batallón que horas más tarde perecerían naufragados frente a una lejana playa, de un lejano país. Al amanecer y en medio de un gran temporal, el “San Salvador” se hunde para siempre, encallando en un banco de arena de la Rivera del río de la Plata. Estaban junto a la costa, encontrándose en la bahía llamada “de Maldonado”. Con excepción de la isla de Gorriti, toda la Bahía está abierta a los frecuentes vientos del océano Atlántico. Ese día el “El Triunfo” era un simple cascarón de nuez a merced de los vientos. Muchos pueblos de Castilla y Extremadura, de las cuales eran oriundos los hombres de la tropa, ni habían escuchado esta tierra en su vida. El caso es que allí murieron muchos de sus hijos.

El Salvador fondeó durante la noche y fue arrastrado con el ancla garreando a 4 millas del sitio en el que había detenido su marcha. Cuando ocurren este tipo de cosas la situación suele terminar muy mal. Abatidos por los fuertes temporales, las anclas son arrojadas por la borda desesperadamente… El capitán presintió lo peor y tomó la decisión de ingresar el barco en la bahía, llevándolo a la muerte en una infeliz maniobra contra el bajo conocido como “del monarca” (por el naufragio del buque inglés HMS Monarch ocurrido pocos años antes). Allí quedaría abatido por la tormenta. Vista la situación, y una vez atrapados. El resultado es que casi todo el batallón pereció. En acto de servicio, dando su vida por la España y el gobierno de entonces. Curiosamente en regencia y el Fernando VII mariposeando por allí. Centenares de hombres se arremolinaban entre las aguas que golpeaban el casco de la nave. La costa, en la lejanía. A ver quien era capaz de llegar hasta allí con la mala mar existente. Cuestión de vida o muerte.

Tan sólo 130 hombres sobreviven finalmente. Según el contador del navío se habían embarcado 110 cajones de los cuales no se detallan sus contenidos. Allí se encontrarán cubiertos de arena, sumergidos todos los pertrechos; armas, sables, pistola, gran cantidad de cañones y culebrinas con su respectiva munición. Vajillas, pertrechos e intendencia…Con el Salvador herido de muerte, su capitán ordenó echar abajo los mástiles para desarbolar la estructura de las velas y de esa manera ofrecer menos resistencia al viento, empezaron por los mástiles y terminando por los masteleros. Desde la costa sólo se escuchaban los gritos del navío y unos cañonazos que pedían auxilio.

El relato del naufragio es llevado a cabo por el que en ese entonces era piloto, vigía y capitán interino del puerto de Maldonado Don Antonio de Acosta y Lara. Consta de un documento que este le manda al entonces Comandante General de Marina de Montevideo. Como siempre los documentos y los archivos nos legan la historia. Quien también se traslada al lugar del naufragio es el comandante de Marina de Montevideo Don José de Obregón a quien le encomendaron la tarea de recuperar todo lo que fuera posible del naufragio. Al principio del informe escribe una oración que termina “…una criminal absoluta y general ignorancia de los conductores del SALVADOR…”. Deja bien claro el porque y el como del naufragio. General ignorancia lo llama, el caso es que más de un barco da con la quilla en esa bahía en el margen de entrada al siempre traicionero Río de la Plata, la desembocadura de uno de los más grandes de Sudamérica.

Según los documentos históricos, la ineptitud del Capitán y el pánico de gran parte de la tripulación, determino el desarrollo de uno de los desastres náuticos mas grandes en este sector de las colonias de España. Como ocurrió con miles de naves Españolas a lo largo de la historia. Desde que se aventuraban a explorar y dibujar las costas del mundo, abriendo nuevas rutas por los siete mares, naufragaban aquí y allá. Y allí quedaron. Para siempre. En el olvido. Entre las fuertes corrientes y los sedimentos, de esos ríos que iban a desembocar a la mar, en sus inesperados bancos de arena se encuentran muchos de los naufragios de las naves hispanas que descubrieron el mundo.

Entre los restos del naufragio llegaron a la playa la cubierta del alcázar y diversas partes del navío, que al ser desguazadas permitieron recuperar 12 fusiles, bayonetas, cartucheras y cerca de 70 uniformes. También se rescataron tres cañones de bronce, uno de hierro de a 12 libras y dos cañones de a 18 libras, que fueron transportados en la lancha Candelaria. Junto a lo recuperado se embarcaron hacia Montevideo algunos de los cajones con las pertenencias de los pasajeros. Fue lo único que apresuradamente se pudo recuperar de aquel naufragio. En la mente quedaban las muertes de todos los compañeros allí naufragados. En aquel banco de arena tan lejano de sus tierras.

A partir de ahora el “dueño” del mismo es el paso del tiempo, la acción de la mar y las corrientes, que colmataran de arena poco a poco el yacimiento arqueológico. En su interior quedarán conservados todo, desde los más pequeños enseres, hasta la estructura y la quilla del casco, convirtiéndose para los marino de guerra, en lo que denominan como “tumba de guerra”. Una de tantas, de las miles que los buques de estado de la Corona de España, tiene repartidos por todo el mundo.

Zapato de cuero del naufragio del Salvador.

Para el caso de buques hundidos en acciones de guerra, tenemos un interesante debate en esto del patrimonio cultural y arqueológico submarino. Tradicionalmente, se les otorga el estatus de tumbas de guerra. El saqueo de los mismos, en la mayoría de los países culturalmente avanzados, supone un delito. A raíz de la convención sobre la protección de la Convención de la UNESCO, se incide en una mayor protección necesaria sobre este tipo de yacimientos arqueológicos a nivel mundial. El papel que España y Europa jugaron en un mundo desde el punto de vista cultural, cuando sus barcos navegaban por medio mundo adquiere una dimensión vital. Los barcos, pertenecientes a las Coronas Inglesas, Francesas, suecas o Españolas se dejaban a sus tripulaciones y sus barcos en medio mundo. Encallados o naufragados. Perdidos o hundidos. En el caso del Salvador, la nave estaba cargada con con soldados como son los de la Alhuera. Con ellos naufragaban sociedad, economía y cultura. Lamentablemente ni todos los buceadores guardan un respeto por esas “tumbas de guerra”, ni todas las autoridades actúan con arreglo a la ley y al espíritu de la misma (la preservación material de lo yacimientos arqueológicos, y la protección moral de los mismos).

En el caso de los países latinoamericanos, ya hemos tenido la oportunidad de debatir abiertamente en “espejo de navegantes” sobre el tratamiento que se dan a estos yacimientos en algunos casos. Políticas estatales que favorecen la intervención de empresas cazatesoros por el interés mercantilista, al permitir vender parte de ese patrimonio arqueológico que según acertadamente como dice la UNESCO en su preámbulo pertenecen a la humanidad. Es decir de todos los ciudadanos. No de unos pocos, que con el pretexto de intervenir en un pecio (y con precedentes desastrosos desde el punto de vista científico, a tenor de la actuaciones que han realizado los cazatesoros en la historia y a lo largo del mundo), se cometen barbaridades, que los arqueólogos ya están hartos de denunciar públicamente. Precisamente la desembocadura del río de la plata ha sido una de las zonas del mundo mas rastreadas por los cazaterosos y sus colaboradores. Lo curioso es que no se dan por aludidos. al mejor estilo de las leyes pirática del pasado. Los principios generales de UNESCO y de la cultura entorpecen sus objetivos principalmente privados.

Y las autoridades internacionales lo establecen categóricamente, con suma razón, detalle y sentido al establecer que “Comprobando que la cultura se encuentra en el centro de los debates contemporáneos sobre la identidad, la cohesión social y el desarrollo de una economía fundada en el saber”. Que reconociendo la importancia del patrimonio cultural subacuático como parte integrante del patrimonio cultural de la humanidad y elemento de particular importancia en la historia de los pueblos, las naciones y sus relaciones mutuas en lo concerniente a su patrimonio común. Que convencida de que el público tiene derecho a gozar de los beneficios educativos y recreativos que depara un acceso responsable y no perjudicial al patrimonio cultural subacuático in situ y de que la educación del público contribuye a un mejor conocimiento, aprecio y protección de ese patrimonio…Y podríamos seguir con muchos principios que en espíritu y forma ofrecen una postura propia de países desarrollados culturalmente, en donde lo público adopta una dimensión fundamental. Se excava, interviene en nombre de la ciencia. Se divulga y expone para todos sus ciudadanos, no para el capricho de un particular que desea tener un artilugio sacado del mar en su colección privada. De ahí que en las legislaciones modernas sobre patrimonio, el comercio del patrimonio arqueológico se encuentre prohibido.

En marzo de 1993 el San Salvador, hallado en la bahía de Maldonado de casualidad, como suele ocurrir en muchas ocasiones. El equipo que lo localizó, buscaba él Agamemnon, navío de guerra británico naufragado cuarto años después de la batalla de Trafalgar. Y que para todos los lectores, les sonará posiblemente entre otras cuestiones, por ser una de las naves preferidos del Almirante Horatio Nelson. En un accidente calcado al del navío Español “San Salvador” al encallar en un banco de arena y muy cerca precisamente del barco Español. De ahí que encontrasen de casualidad. Las fuentes, en el caso del Agamemnon, nos hablan de “que los hombres lloraban como niños al abandonar la nave”. El Capitán Jonás Rose de la arada Inglesa nos habla que el barco se encontraba “sumamente debilitado, con las cuadernas que se mueven mucho, los codos y los baos se mueven bastante, cada cubierta se desplaza mucho y están desgastadas, los sitios de cada clavo se mueven y dejan entrar agua de mar, …”. Era, nunca mejor dicho, el canto del cisne de un barco legendario.

En la zona, inmersa en accidentes para la navegación también nos encontramos con el “Sea horse”. La existencia del naufragio del porte del barco de línea británico atrajo desgraciadamente a muchos “exploradores y aventureros” en pos precisamente de su leyenda. Estos realizaron diferentes expolios y pillajes a lo largo de la historia sobre los cuales nunca sabremos su contenido. Uruguay ha sido uno de esos países en los que se arrendaba y se vendían concesiones para buscar y extraer de los pecios que fuesen vendibles, desatando la nefasta “fiebre del oro, sobre las aguas uruguayas” que ya denunciaban en diferentes medios de comunicación , responsables de las prefecturas del país. No deja de llamar la atención el testimonio que un conocido “aventurero” de la zona, el señor Collado, realiza al ser entrevista por la prensa y detallar la extracción de 3000 monedas con la efigie de Fernando VI, rey de España. Parece que encontrar oro no es el fin de su trabajo, sino que es la excusa de “un espíritu aventurero de búsqueda incansable”.

En 1997, ante el incremento de la demanda, se crea en Uruguay la Oficina de Trámites de Buques Históricos Hundidos (TRABU). En esta oficina se presenta la solicitud de una zona de búsqueda y se llegaba a un contrato con el gobierno, por el cual Estado se queda con el 50% de lo extraído de los naufragios. Todos los gastos durante la etapa de búsqueda y rescate corren por cuenta de los cazatesoros. Curiosamente como casi siempre, todas las dianas y objetivos de estos “ladrones de la historia” tiene de nuevo su ojos puestos sobre pecios de origen o al servicio de la Corona de España. Tal cuestión ha sido denunciada en la prensa Uruguaya y tildada claramente como “venta ilegal de objetos procedentes de barcos históricos naufragados” con metodologías como las de “disponer sobre el naufragio y con un martillo y un cincel sacaban objetos que aparecían después a la venta en la feria de La Paloma”. Desde el punto de vista histórico y arqueológico dichas actuaciones son completamente reprobables, por diferentes cuestiones.

Mucho nos tememos que el “San Salvador” correría la misma suerte. Desde hace años el equipo dirigido por Héctor Bado (conocido entre otras cuestiones por el rescate del águila del Graf Spee) parece que tiene los derechos sobre dicha tumba de guerra.

Sobre el pecio, el equipo de búsqueda, lo localizó partido en dos y con gran parte de su armamento, tal y como dejan claro sus testimonios. Aún tenía siete cañones de bronce, fabricados por la fundición Domingo Soriano en 1801. “Entre las cosas recuperadas había una enorme olla para preparar el rancho a la marinería. Los rescatistas que trabajaron en el naufragio en la década del 90 se sorprendieron por el estado de algunos de los elementos hallados.” Por otro lado parece que también les sorprendió la existencia de diferentes aparatos de enemas en muy buen estado. Es curioso, pero recientemente en la lista de Naufragios de las redes sociales Facebook, cuyo moderador es el arqueólogo Gállego Miguel San Claudio, fue objeto de varios debates por los allí participantes del estado de conservación y existencia de dichos aparatos. A tenor de la documentación existente, entre lo encontrado figuran monedas de plata españolas acuñadas en México y Perú en 1805, hebillas de plata, cañones, balas, palanquetas (balas de artillería naval), restos de vestimenta, artículos personales y material quirúrgico, pero quizás lo más impactante sería la presencia de madera del barco.

Lo sorprendente, ya que se encuentran en excepcionales ocasiones, diferentes fuentes escritas hablan de la existencias de los restos mortales de los soldados. La conservación del material óseo se da en condiciones excepcionales, dado principalmente por la falta de oxígeno, el agua muy fría o cualquier otro condicionante físico-químico. Resulta chocante esta realidad existente en la bahía de Maldonado, en una zona poco profunda y cercana e incluso accesible desde la propia playa. Si fuera así, sería de los escasos testimonios que tenemos sobre militares uniformados españoles naufragados, que aún conservan sus esqueletos. Esto si que daría pie más a titular como “tumba de guerra”, más que nada por la evidencia física de soldados que dieron en su momento su vida por su patria.

En todo caso, y amén de diferentes conjeturas, aún esta todo por intervenir desde el punto de vista científico. Como suele ocurrir con muchos de los pecios de pabellón Español desplegados por todo el mundo, a los que siempre llegan antes los cazatesoros que los arqueólogos. En La costa de Maldonado, que fue una trampa mortal para los antiguos navegantes, aún quedan decenas de barcos de origen, tradición y cultura Española. Se calcula que en el Río de la Plata hay unos 1.200 navíos hundidos desde el siglo XV de todos los tipos. Las tormentas y la ausencia de cartas náuticas precisas hicieron que aquellos frágiles barcos de madera se perdieran en el fondo del mar, cargados de historias y metales preciosos.

A día de hoy, al visitar la fortaleza General Artigas, que corona el Cerro de Montevideo es posible ver el estandarte de Campo Mayor del regimiento español. En el mismo se puede apreciar un antiguo grampon de gules, como escudo de armas. Jerónimo Galeano, coronel del Regimiento La Albuera, combatió al frente de una compañía de hombres sobrevivientes del naufragio. Otra quizás hubiese sido la historia si 500 soldados profesionales hubieran sobrevivido al naufragio más cruento de la historia del Río de la Plata. Pero vemos que a la larga España no se encontraba en situación de mantener sus colonias. Eran los ciclos de la historia, y los marinos y soldados del “San Salvador” perecieron en ella. Aún se encuentran en el fondo del mar. Olvidados por todos. También para la historia. Desgraciadamente para ella y para todos los que amamos a la misma.





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