Biografía de Guillermo C. Rodríguez, por Roberto J. G. Ellis

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Xilografía - Autorretrato, 1937.



Guillermo C. Rodríguez

Nació en Montevideo en el año 1889 y desde niño reveló una marcada vocación por el arte, y aunque el ambiente de nuestra ciudad no era lo más propicio para que su dedicación al arte fuera una fuente lucrativa, su padre, lejos de torcer esa vocación, lo alentó proporcionándole los mejores maestros, Queirolo Repeto y Pedro Blanes Viale, enviándolo más tarde a Europa para que ampliara sus horizontes ante la contemplación de las grandes obras de arte existentes en los museos, completándola con excelentes maestros en la Academia Colaroche.

Cuando regresó a su ciudad natal, con ese bagaje de conocimientos, y el dinamismo de su temperamenteo comenzó a trabajar intensamente, habiendo sido uno de los pintores más fecundos.

El paisaje de nuestro país, fue un manantial inagotable en el cual supo Guillermo C. Rodríguez inspirarse, y transmitirlo en sus telas.

La ciudad de Maldonado y sus alrededores han quedado inmortalizados en sus distintas producciones, pues Rodríguez, además de sus telas al óleo, algunas de ellas de dimensiones excepcionales como el famoso cuadro del salón de nuestro Correo, titulado "El Éxodo del Pueblo Oriental", que mide siete metros de ancho por tres de alto, fue un delicado pastelista, y a sus acuarelas supo darles siempre la frescura que debe tener esta difícil rama de la plástica, tan poco comprendida o valorada por nuestro público.

Como si la pintura a la que había llegado a tan alto nivel no fuera suficiente para satisfacer su alma inquieta y apasionada por todas las manifestaciones del arte, se dedica en el año 1936 a su nueva labor como grabador xilógrafo donde se puede decir que llegó a conquistar el primer puesto en el Uruguay.

Dado que era muy buen dibujante, pudo de entrada dominar este difícil arte, interpretando no solamente el paisaje, sino nuestros hombres de campo, animales, flores y las ya casi olvidadas diligencias.

Alguien, creo que fue el Doctor Alejandro Gallinal Heber, que tenía en muy alta estima a nuestro artista compatriota dijo de él, con toda exactitud que era: "El caballero artista y el artista caballero". Pues a la sencillez y cordialidad que Guillermo Rodríguez tenía, estaba unida la dignidad y hombría de bien del caballero.

Afable con todos, optimista, conversador ameno, enamorado del arte, de fina sensibilidad, tenía además el don de ser un gran maestro, sin pretender imponer sus puntos de vista, ni tomar poses de "magister", pues estaba reñido con su natural bondad.

Paralelamente a su fecunda labor artística, pues realizó más de cuarenta exposiciones, ejerció la docencia con toda dedicación, puntualidad y cariño durante treinta y cinco años.

El sacrificio que esto representaba es digno de tenerse en cuenta, pues viviendo en Montevideo, se trasladaba al Liceo de la ciudad de Canelones para dar sus clases.

Cuántas veces lo encontraba en el vagón de Ferro Carril de tardecita, cuando regresaba con el Doctor Agustín Ruano Fournier y otros profesores, después de cumplir su misión educativa, y en la conversación de Guillermo Rodríguez, estaba siempre aquella sana alegría que tanto lo caracterizaba. También enseñó en liceos de nuestra ciudad. Ennobleció el arte por la sinceridad con que interpretó siempre los temas.

Proporcionaba una alegría comunicativa cuando habiendo contemplado una bella puesta de sol, describía entusiasmado la gama de colores que rápidamente y por segundos había cambiado, conservando en su retina, de cada uno de ellos la semilla que germinaría más tarde en sus telas.

Los éxitos obtenidos en su carrera artística, y que fueron muchos, no alteraron su natural sencillez, como tampoco dañaron ni mellaron su robusta personalidad los desencantos, las desatenciones, la incomprensión, pues como dice el crítico de arte José Pedro Argul: "Rodríguez es uno de estos artistas suramericanos netos que saben bien que el desinterés circundante entra desde el comienzo vocacional como un material a devastar".

Conservo y contemplo con verdadera emoción diariamente una delicada Monocopia de una calle de Maldonado con la Iglesia en último plano. Además un grabado muy característico de este verdadero maestro, de la Torre del Vigía, de la misma ciudad de Maldonado. Al mirarlos, recuerdo siempre al amigo desaparecido; pero permanentemente presente a través de su obra.

He mencionado antes, su gran cuadro "El Éxodo del Pueblo Oriental" que millares de personas ven diariamente en el Correo. Es un cuadro de una vivencia permanente, y cuanto más uno lo contempla, le descubre mayores detalles, y aprecia la armonía de su composición, acierto de su colorido, naturalidad de los personajes en medio de esa patriótica angustia que representaba ese histórico éxodo.

Con sus grabados, llevó el nombre del Uruguay y sus paisajes o temas, a países lejanos donde ignoraban nuestros valores artísticos, y así vemos que intervino en exposiciones en Tokio, Berlín, Baltimore, México, y en las repúblicas hermanas, en las ciudades de Buenos Aires, Río de Janeiro, Porto Alegre y Santiago de Chile.

Con respecto a sus óleos, expuso en el pabellón uruguayo del Centenario Argentino, en 1910. El mismo año presenta cuadros en la Exposición Universal de Bruselas. En el Salón de Otoño del Ministerio de Instrucción Pública en 1928 obtiene por unanimidad el Primer Premio. dos años más tarde el Premio de Remuneración Artística del Centenario del Uruguay, con el cuadro que admiramos en el Correo Central, "El Éxodo del Pueblo Oriental". También obtuvo una medalla de Plata en la Exposición Universal de París.

Todos estos premios, lejos de envanecerlo, sirvieron como un verdadero estímulo para que su espíritu creador continuara produciendo obras de arte, que hoy lucen en el Museo Nacional de Bellas Artes, Museo Municipal Juan Manuel Blanes, Casa de Gobierno, Palacio Legislativo, Museo Histórico Nacional, Museo Histórico Municipal e infinidad de pinacotecas privadas, no solamente en nuestro país y la Argentina, sino también en los Estados Unidos de Norte América.

Su amor a la belleza, y el gran dominio que tenía del dibujo, le permitió también ilustrar varios libros, dando con ello mayor realce a las obras publicadas. En todos estos trabajos ponía su gran dosis de amor y optimismo, sabiendo que hasta por estos pequeños detalles contribuía a la difusión de nuestra cultura.

Falleció Guillermo C. Rodríguez el 12 de Agosto de 1959, su fecunda obra sirve para perpetuar su nombre, y su recuerdo está vivo en la legión de amigos y discípulos.




(Publicado en "Rescatándolos del olvido - bocetos biográficos" de Roberto J. G. Ellis, 1972).



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