Demolición del antiguo Puente de La Barra

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Voladura del puente sobre el Arroyo Maldonado

En el año 1958 era imperativo destruir el puente de hormigón armado existente sobre el Arroyo Maldonado, casi en su desembocadura en el Océano Atlántico, ya que hacía varios años que había cedido en las basaduras de dos de sus apoyos centrales dando lugar a la caída de tres tramos del piso

La estructura general restante, así como sus accesos y apoyos en tierra firme parecían estar en condiciones normales, pero las inspecciones realizadas por técnicos del Ministerio de Obras Públicas indicaban un deterioro total de sus basamentos que no admitían ningún tipo de reparación, y aún en esas circunstancias no justificaba su inversión, siendo por otra parte insuficiente para el creciente tránsito de una zona llamada a ser la continuación hacia el Este de un Balneario Internacional como ya era Punta del Este.

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Era un puente de hormigón armado apoyado en dos estribos de piedra asentadas con hormigón, de una sola vía de ancho, de unos tres metros, con cordonetes laterales de 0.15 mts, de alto, sustentado en 16 sólidos apoyos cubriendo una distancia aproximada de 140 mts.

El servicio regular de transporte era servido por un ómnibus local de poca frecuencia cuyo destino final se hallaba a unos 2 Km más adelante.

Luego del deterioro del puente sólo quedaba para el cruce del Arroyo, un viejo puente de madera, aún hoy de pie, que algo reforzado circunstancialmente, pasó a ser, de "muelle de pescadores" pasaje obligado de vehículos y personas con el consiguiente riesgo y molestias, ya que si bien el viejo ómnibus lo podía cruzar lentamente entre el chirriar de maderas, los pasajeros debían realizarlo a pie, reembarcando en la otra orilla.

La tarea de la destrucción recayó en el Ejército por entenderse, que poseía personal y material idóneos, además de una buena experiencia de instrucción y capacitación profesional.

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Por todo esto el Inspector General del Ejército, General Rafael J. Milans dispuso lo pertinente a sus efectos.

En este año de 1958, el Curso de Pasaje de Grado de la Escuela de Armas y Servicios para Capitán estaba sumamente reducido porque la promoción de Oficiales egresados en el año 1950, estaba compuesta solamente por tres Oficiales del Arma de Ingenieros, por lo que, alumnos e instructores sumaban seis ; a saber:

- Jefe del Curso de Ingenieros de la Escuela de Armas y Servicios , Tte. Cnel. Jorge M. Beretervide. - Jefe de Curso de Ttes.1o. para Capitán, May. Martín E. Guarino. - Ayudante de Instructor Cap. Juan C. Salaberry. - Alumnos: Tte. lo. Juan C. Reissig, Tte. 1º. Rafael L. Milans y Tte. 1º. Waldemar R. Melgar.

Dicha tarea le fue encomendada a dicho Curso como ejercicio final de maniobras al culminar el año lectivo, que abarca desde el 1º. de Marzo al 31 de Octubre en doble horario.

La experiencia de los Oficiales del Arma en materia de empleo de explosivos era más teórica que práctica, limitándose a hornillos del tipo fogata pedrera, tala de árboles o pequeñas destrucciones de puentes de circunstancias o balsas improvisadas en la zona de Belastiqui, sobre el Río Santa Lucía, por lo que esta destrucción era un verdadero desafío no exento de cierto grado de aventura y peligrosidad. A principios de Noviembre de ese año, se estableció campamento en la zona de la Barra del Arroyo Maldonado, a unos 100 mts. aguas arriba del puente de madera y a unos 200 del puente a destruir, con el apoyo de un Grupo de Zapadores del Batallón de Ingenieros No. 4 , del Servicio de Intendencia del Ejército para la provisión de carpas y enseres para Jefes, Oficiales y personal y del Servicio de Material y Armamento en materiales de destrucción tales como explosivos, (Blasting-Gelatine) en cajones de unos 18 kgs., cebos eléctricos y mecánicos, mechas, cables, etc.... y un bote a remo obtenido en préstamo del vecino Parador El Placer.

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Realizados los reconocimientos previos nos abocamos a la tarea de emprender una odisea cuyos resultados eran totalmente inciertos tanto para Instructores como alumnos y personal, pero con gran entusiasmo.

Se construyó una balsa para transporte de materiales y herramientas y dada la época casi estival que vivíamos, el clima benigno que disfrutábamos, nos facilitó los desplazamientos y la colocación de las cargas de demolición.

La idea principal era realizar la destrucción por partes, comenzando por los apoyos semi-hundidos que asomaban gran parte de su estructura por encima de la superficie del agua, cuya profundidad no excedía los 3 metros.

Se establecieron tres equipos, comandados cada uno por un Oficial alumno, 1 Sargento y 4 Soldados, supervisados a su vez por los Oficiales Instructores.

Los tramos a demoler serían en principio los marcados con los números 9 y 10 teniendo como referencia el parador.

Las tablas de los antiguos manuales para uso de explosivos no eran muy claras con respecto a sus resultados, en razón de las características del material, la calidad y el estado de los explosivos y la forma en que se realizaría el atacado a las cargas, por lo que, en principio se duplicó lo que las tablas establecían teniendo en cuenta que los cajones que contenían los cartuchos no tenían fecha de vencimiento y gran parte de ellos, lucían húmedos exteriormente, lo que podía resultar peligroso al abrirlos en el supuesto que estuvieran exudados.

En consecuencia, se colocaron los cajones enteros, a razón de dos por cada apoyo, de una sola cara, apoyados en el pie de los mismos debajo de la superficie del agua, ya que estaban semi-hundidos, realizándose el atacado con ataduras de alambre galvanizado ajustadas alrededor de todo el apoyo. Se colocaron dobles cebos (mecánicos y eléctricos), se ajustaron las uniones correspondientes, se despejó el lugar y nos separamos unos 200 mts. para poder ver los efectos de una experiencia atrevida.

La destrucción estaba prevista para los apoyos correspondientes a los dos tramos mencionados, pero a poco de accionar el explosor comenzaron a caer los apoyos, unos a continuación de los otros, cual si fuera un mazo de cartas volteadas por manos expertas.

Cayeron a las aguas formando una maraña de hierros y mampostería que afloraban en grandes dimensiones; 7 apoyos con sus correspondientes tramos, al ser arrastrados, no por la fuerza del impacto, sino por la acción del propio peso de los que caían.


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Quedaban aún en pie, siete apoyos, ya que dos de ellos ya habían desaparecido tiempo atrás, cuando el puente sufriera la primera rotura. Se consideró por quienes tenían la responsabilidad de la operación (los señores Instructores) que el éxito era mucho más del esperado, y que si bien los cálculos del explosivo usado habían sido muy generosos la estructura general del puente estaba inestable, por lo que se aligerarían las cargas so pena de que, cuando llegaran los observadores del Instituto Militar de Estudios Superiores, Escuela Militar, Escuela de Armas y Servicios y autoridades, previstas para tres días después, no tuviéramos con que puente hacer la demostración.


A altas horas de esa misma noche se oye desde el campamento un estruendo que nos sorprendió y con las primeras luces del nuevo día pudimos apreciar que dos nuevos tramos se habían unido a los desaparecidos y que entre los estribos de ambas márgenes solo quedaban en pie, cuatro apoyos de un lado y dos del otro. Se reconsideró el cronograma establecido, dejando para el día siguiente la actuación del segundo equipo para la demolición de los dos tramos que quedaban en la margen Este, reservando así los últimos cuatro para la demostración final.

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Fue así que pasamos dos días casi inactivos realizando demoliciones del resto del material que afloraban en la superficie, lo que presentaba también sus inconvenientes por lo incómodo y la falta de equipo adecuado.

Doce días después de nuestra llegada a la zona, se realizó la demostración final que destruyó los tramos restantes, culminando una experiencia única, hasta ese entonces, en la historia del Arma de Ingenieros, y que se constituía en un aporte más para la larga secuencia de trabajos de interés público en el ámbito nacional, que ha caracterizado siempre a nuestra Arma.

Artículo escrito por el Cnel. Waldemar R. Melgar y publicado en la Revista del Arma de Ingenieros del Ejército (Diciembre 1994).


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Material aportado por Ignacio Grieco, de su archivo personal.

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