Dos anécdotas de la Profª de Música Elcira Fígoli

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Publicación de la Inspección Nacional de Educación Musical

La experiencia nos muestra que los cantos escolares se aprecian y conservan mejor cuanto más hondamente impresionan el espíritu y el corazón."

José Pedro Varela


Transcripción de dos anécdotas publicadas en este homenaje a los docentes, narradas por la Profº de Música Elcira Fígoli:


Imprevisto participante en clase de música


Era Viernes. Y como todos los Viernes, en aquella escuela, a la hora 13, los niños formaban en el hall. "La Voz A a mi izquierda... la Voz B a mi derecha", les solicitaba.

Esa tarde, apareció la pequeña Diana acompañada de su perrita Lucy. Le expliqué que la dejara volver a su casa a tan sólo dos cuadras de la escuela, ya que las mascotas no podían entrar al recinto escolar. Sin embargo, me sorprendió su solicitud, al explicarme el motivo de la concurrencia de Lucy a la clase de música: "¡¡¡Lucy sabe cantar!!!" me dijo, y ella deseaba demostrarlo.

Consulté tan atípica situación y de tan difícil solución a la Directora de la escuela, quien accedió a la petición de la pequeña Diana. "Cantemos el Jacarandá" me explicaba, y "cuanto más fuerte mejor". Al comenzar la canción la perrita aullaba con agudos sonidos, moviendo la cola incesantemente. Nos deteníamos... se detenía... continuábamos... continuaba.

Fue una experiencia inolvidable, muy estimulante y sensibilizadora para los niños. En la siguiente clase y en la rutina, la última canción a compartir era elegida por votación entre todos. Como es de suponer, "La canción de Lucy" (así pasó a llamarse) se cantó todos los Viernes en aquel año, al finalizar la clase de música. Y en algún recreo alcancé a oír el comentario siguiente entre las maestras: "Chichita... ¡¡¡hasta a los perros hace cantar!!!



Situación que se presentó en el camino, viajando con grupo coral a otra ciudad


Una soleada mañana de Noviembre, tenía lugar el Festival de Canto Escolar en Aiguá. El coro de la escuela de Maldonado, concurría a participar en ese evento y nos dispusimos a compartir tan enriquecedora experiencia. Sin embargo, el ómnibus en que viajábamos sufrió desperfectos mecánicos, lo que impidió continuar el viaje, quedando varados en aquel camino polvoriento, a la espera de un nuevo ómnibus que nos condujera a destino.

Las maestras y yoi nos sentíamos tensas y nerviosas ante tan embarazosa situación. De pronto, Juan, uno de esos ángeles blancos con moña azul, me habló solicitándome un improvisado ensayo al borde del camino. "A formar, la Voz A a mi izquierda... la Voz B a mi derecha", solicité a los niños.

Fue la más inolvidable, exitosa y maravillosa actuación que dirigí en mis cuarenta y pico de años de carrera docente. Nuestro público: los pájaros, mulitas, vacas, ovejas y algún guazubirá quizás... Nuestra alegría: aquellas dos mágicas horas de espera. Hasta el día de hoy me pregunto cómo fue que transcurrieron tan rápidamente. Nuestra recompensa: aprender. Aprender a ser feliz con los pequeños grandes momentos de la Vida, disfrutando a pleno por, para y a través de LA MÚSICA.





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