El naufragio del Leopolidina Rosa y los gauchos sotretas - A. Moroy

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Esta nota versa sobre un hecho que se produjo en el actual Depto. de Rocha en 1842, sólo que a saber, para esa época era Maldonado: el departamento de Rocha fue creado con posterioridad, por ley del 7 de Julio de 1880 efectivizando la separación del departamento de Maldonado, del cual formaba parte junto con Lavalleja.


La sudestada que ahogó 200 vascos; mujeres y niños principalmente

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Pocos imaginan el terrible poder de una sudestada particularmente en las inmediaciones de Valizas y el Cabo Polonio. Los inmigrantes tampoco imaginaban que los iban a traficar como esclavos por la letra chica de un contrato. Y menos suponían, que quienes lograban llegar a la costa, caían en manos de malhechores que se apoderaban de todo.

¿Te resulta sorprendente que las crónicas de aquél tiempo identificaran como “gauchos sotretas” a quienes despojaban a los pobres náufragos? No debería llamarte la atención, no todos los gauchos eran solidarios y las autoridades se aprovechaban de esa estirpe sometiéndolos a tantas injusticias como las que sufrió el Martín Fierro. Era como una maldición: todo estaba en contra de estos vascos, mayormente mujeres y niños. El colmo fue una noche sin luna y ese viento feroz e interminable que sigue atrapando barcos cuando se aproximan demasiado a esa costa, nuestro Triángulo de las Bermudas.


Alberto Moroy



Una vívida noticia de la prensa española, un par de meses después del naufragio del velero “Leopoldina Rosa”, donde murieron ahogados más de 200 vascos de ambos lados de los Pirineos, en las costas de Rocha y se salvaron 70, el 9 de Junio de 1842, motiva esta nota. La carta publicada en 1842 por desconocido náufrago que se salvó, sirve de motivo suficiente para darle un marco histórico de referencia. El barco era un bergantín goleta, dicen de tres mástiles, de al menos 32 m de eslora y 9 de manga y 350 TRN de arqueo. El “Leopoldina Rosa” había salido del Puerto de Bayona (Lapurdi Francia) cargado de emigrantes, la mayoría de Iparralde, con destino a Montevideo, el 31 de Enero de 1842, para luego hacer una escala en el puerto de Pasajes (Esp.) pegado a San Sebastián.


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La crónica narrada más abajo, contiene un desgarrador relato del naufragio, publicado tres meses después en Madrid. Posiblemente llevado a Europa por el navío de guerra L’Éclair que asistió tardíamente a los náufragos evitando desmanes y robos en la playa y que escapaba presuroso de la paliza en el Río Paraná (4 de Junio de 1846, Batalla del Quebracho). El capitán inglés Hotham confesará al informar sobre las bajas del Quebracho: -Los buques han sufrido mucho. “Escapar con la mayor velocidad posible se convirtió en el único objetivo de las escuadras combinadas de las dos mayores potencias de la época.”


La trata de blancos


Lo que sigue es una breve síntesis relacionada con los “traficantes de emigrantes”, residentes en Montevideo y asociados con el Estado, de mano de obra cautiva y levas militares, donde muchos perdieron la vida. Obligados a formar parte de los bandos Blancos y Colorados en la Guerra Grande (1839 a 1851). Al fenómeno migratorio lo llamaron en España “la trata de blancos”. El viaje era calamitoso, siempre iban a bordo más emigrantes que los permitidos, con lo cual el flete se hacía más rentable. Esto sucedió tanto con las navieras francesas, como con las españolas, británicas y alemanas.


Seis años antes en Montevideo


El 3 de Abril de 1836 fondeaba en la bahía de Montevideo la corbeta francesa La Bonite, permaneciendo en la ciudad hasta el día 28 de ese mes. En ella viajaban los acuarelistas Teodoro Augusto Fisquet (L’Almirante) y Enrique Benito Darondeau, autores de varios dibujos de distintos lugares de la capital uruguaya, que entonces contaba con quince mil habitantes. En el diario de viaje de esta expedición, publicado en París, en 1845, se describe una escena bastante dura observada por estos pintores durante su breve estancia.


Montevideo, 1831.


Vascos engrillados en aquél Montevideo


“De regreso a Montevideo, viniendo en una excursión por sus afueras, los señores Darondeau y Fisquet advirtieron numerosos hombres ocupados en derribar las murallas de la ciudad. Muchos de estos hombres estaban encadenados; eran condenados, a quienes se empleaba en los trabajos públicos. Nuestros viajeros se mostraron sorprendidos al ver entre ellos a varios vascos, a quienes se reconocía por su vestimenta y particularmente por la boina, tocado característico de su país. Como pidieran explicación de este hecho, se les dijo que estos vascos, arribados en gran cantidad para establecerse en el Uruguay, no habiendo podido pagar su pasaje, el gobierno de Montevideo había saldado su cuenta imponiéndoles la obligación de trabajar por su cuenta durante un tiempo”.

Continúa: http://viajes.elpais.com.uy/2019/06/27/montevideo-1836-vascos-engrillados/.


“Los ganchos”


Samuel Fisher Lafone, inglés avecindado en la República Oriental, será uno de esos empresarios promotores (“ganchos”) en la extracción de emigrantes. A fines de 1835, gracias al respaldo del gabinete uruguayo, logrará firmar un convenio en Bayona para el transporte de jornaleros vascos: guipuzcoanos, alaveses y vizcaínos. El plan era mucho o más ambicioso, puesto que también pretendía trasplantar la recluta a las Islas Canarias. Según aquel pacto, firmado en el País Vasco, se otorgara una fianza por la cual el emigrante se obligara a cumplir la contratación. Eso era requisito suficiente para obtener la anuencia de las autoridades. Entre 1837 y 1840 cerca de 40.000 vascos entraron por Montevideo, viajando muchos a Buenos Aires y otras localidades.

Otro traficante, Brie de Laustan, Francisco (Otro Gancho): http://aunamendi.eusko-ikaskuntza.eus/es/brie-de-laustan-francisco/ar-33755/


Samuel Fisher Lafone / Puerto de Bayona 1840 (Francia).

Exposición – “Leopoldina Rosa: Una historia de hoy” (2019): https://agenda.diariovasco.com/evento/exposicion—leopoldina-rosa-una-historia-de-hoy-650959.html


Samuel Fisher Lafone / Bergantín Brillante, parecido al Leopoldina Rosa en tamaño, aunque un poco más moderno.


Viaje al fondo del mar


En 1842 bergantín Leopoldina Rosa; propiedad de “Lafone and Wilson; partió de Bayona (Francia) y recaló en Pasajes (5 km al este de San Sebastián) para llegar en los primeros días de Mayo a Montevideo, a 10 mil km al SO. A bordo venían 300 vascos de ambos lados de los Pirineos, huyendo de la primera guerra Carlista y del hambre.

He aquí los detalles que el Diario de Havre publica sobre esta catástrofe, comunicados por un testigo ocular. El navío Leopoldina Rosa venía comandado por el valiente y desgraciado capitán Frappaz. Además del equipaje llevaba a bordo 303 pasajeros, hombres, mujeres y niños, la mayor parte de las provincias Vascongadas. Eran laboriosos emigrados que con la esperanza de mejor fortuna dejaban su país para habitar las incultas llanuras del Uruguay. La travesía fue larga; pero la tierra estaba ya próxima, y la esperanza de un feliz desembarco hacia olvidar las privaciones del viaje, cuando al querer tomar tierra la Leopoldina Rosa fue asaltada por una tempestad de Sud Este que la llevó hacia la costa, adonde también la impelían las corrientes. Después de tres días de lucha, y pasada una noche casi sin luna (dos días después luna nueva) cuya oscuridad aumentaba los peligros, sin conocer tampoco las rompientes, encalló el navío.


El Capitán


Hippolyte Charles Marie FRAPPAZ nació el 10 de Septiembre de 1804 en Dunkerque, 59183, Nord, Nord-Pas-de-Calais, France.

Fallecido el 10 de Junio 1842 – Rio de la Plata, a la edad de 37 años como Capitaine de la Marine Marchande.


Crónica del naufragio Leopoldina Rosa según uno de los sobrevivientes


Eran las cinco de la mañana, tres horas después se vio la tierra: la Leopoldina estaba encallada en los arrecifes llamados de los Castillos. El buque, estaba perdido sin remedio, por lo que inmediatamente fue preciso ocuparse en la salvación de los que en él se hallaban. Llevado á la costa por la resaca, no había entre él y la tierra más que cable y medio de distancia (280 m): si se hubiera podido tender Cable desde el navío a tierra, la salvación era fácil y casi segura. A este efecto se echó al mar el bote armado de dos viradores (roldana, “pasteca” móvil) para llevar a tierra la punta de un cable grueso; pero las olas se elevaron con tal violencia, que el bote zozobró, y los marineros, con trabajo, pudieron regresar a bordo. Privados de este recurso, el capitán Hipólito Frappaz mandó á un marinero que se atase una sondaleza (cordel con escandallo, medidor de profundidad) alrededor del cuerpo, y ganase a nado la costa, donde podría aballestar un calabrote (cuerda gruesa) unido á la sondaleza; pero el marinero no obedeció.


Restingas de Castillos (Isla Seca 400 m de la costa).
Isla Seca al este de Valizas, rodeada de restingas bajo el agua. Ubicación: Valizas 34 20 10 S 53 47 40 W.


Una adenda


Tal vez la pregunta del millón sea porqué si en la zona hay calado suficiente mas lejos de la costa, casi todos los barcos que naufragaron, varios a vela y posteriormente varios a motor, como decían los brasileños “embistieron al continente”. Tal vez errores de cálculo, debido a que no eran muy precisas las posiciones tomadas con teodolito. Con tierra a la vista la navegación costera es más fácil para ubicarse, pero más peligrosa. Dándole respeto (distancia a la costa) muchos de estos naufragios a vela se hubiesen evitado, aún en la noche sin luna como marca el calendario lunar, que fue esa (Luna Nueva). Si a las 5 de la mañana el viento era del SE significa que al menos 10/12 horas antes sopló del mismo cuadrante (generalmente no bornea por la noche). Debió llevar un rumbo SO de 230º para poder dejar la isla de Lobos a estribor, ubicada a 45 millas más adelante (10hs. de viaje). El viento SE que les daba al través, por la banda de babor (izq.) los derivó hacia tierra de tal forma que se llevaron las restingas puestas: están en derredor a 1,5 millas de la costa.


Continúa…


Otro marinero fue designado, y después otro, cinco en total, todos rehusaron. Finalmente, olvidando que las vidas de 300 personas dependían de su valor, los marineros, á excepción de tres individuos, no cuidaron más que de sí mismos, y todos se salvaron dejando á bordo al capitán, al teniente, al médico, al contramaestre, un aprendiz y un grumete, que permanecieron valerosamente en su puesto.

Así abandonados por los hombres, cuyo vigor y experiencia era su único apoyo, y que ellos solos en tal situación y ejecutando preparativos de salvación, eran capaces de prestar inapreciables servicios, los pasajeros conocieron todo el horror de su situación.

Se creyeron perdidos; y no tomando consejo más que de su desesperación, gran número de ellos, confiando en sus fuerzas, se lanzaron al mar. Algunos consiguieron llegar á la playa; pero la mayor parte, débiles para luchar con las olas, cogidos y arrollados por la resaca que chocaba con furor contra las rocas, perecieron á la vista de sus compañeros, que no sabiendo nadar no se atrevieron á seguir su ejemplo. Pero aunque hubieran tenido suficiente ánimo para ello, ¿hubieran podido abandonar á una porción de mujeres y niños, para quienes era imposible este medio de salvación? ¿Podían ellos entregar á una muerte cierta y horrorosa aquellos seres, por cuyo amor habían arrostrado las furias del Océano y las miserias de la expatriación?

Espantados del lamentable espectáculo que se ofrecía á su vista, y abrazados con sus desconsoladas familias se retiraron al medió del navío, que por lo menos les ofrecía todavía algunas horas de existencia. Esa fue una circunstancia que pudo contribuir á retenerlos á bordo, á pesar del inminente peligro.


Los gauchos sotretas


“La fatalidad había hecho que se hallase en la plaza una horda de esos miserables Gauchos, raza inmunda y sanguinaria que recorre las costas, se apoderan (sic) (*) de los restos de los naufragios, y cometen los mayores excesos con los que caen entre sus manos.

Entre estos tres males, el hundimiento del navío, el furor de las olas y los Gauchos que los esperaban en tierra, los náufragos escogieron el primero, que les permitiera poner su última esperanza en la intervención de la divina Providencia.

(*) Creo recordar algún libro de Juan Antonio Varese donde explica que era común que lo que llegaba la playa no tenia dueño, así era a lo largo de nuestras costas atlánticas, en esta ocasión también manoteaban a los náufragos.

Entretanto con el día aumentaba la violencia de la temida tempestad: las olas que venían a chocar con los flancos del buque le hacían dar espantosas sacudidas; se extendían sobre el puente, y le barrían de un extremo á otro. Todos los que estaban a bordo buscaban un refugio en la popa y la cámara, y allí abrazados unos con otros esperaban la muerte, no dando señales de sentimiento más que cuando la voz del capitán les hacia oír algunas palabras de confianza ó de consuelo.

Este se hallaba en su puesto, infatigable, amarrado sobre la popa, observando el tiempo que parecía querer ablandar, y esperando que se verificase algún cambio al ponerse el sol. Llegó este cambio, pero sin acompañarse de mejoras. El viento calmó á la larga; pero como de ordinario sucede después de las tempestades, la oleada se hizo más fuerte, y los rompientes rugían con mayor furor.

Durante todo este terrible día, la Leopoldina Rosa había podido resistir; pero hacia las cinco de la tarde se oyó un sordo crujido, que heló de espanto á los infelices náufragos. La popa se abrió, y fue invadida por el mar. Entonces tuvo, lugar la escena más espantosa: más de 60 personas, hombres, niños y mujeres, amontonados y revueltos unos con otros en aquel estrecho espacio, se hallaron en un momento sumergidos. El terror, el dolor, la súplica en su más penetrante expresión, elevaban sus gritos de miedo en medio de este montón de víctimas, que bregaban por salvarse mientras se agitaban en la más horrible agonía.

Al poco tiempo no se veía más que el embate de las olas contra las paredes de la popa. Todo había perecido á excepción de algunas personas, que ayudadas por las que tenían más energía para permanecer sobre cubierta, pudieron lograr subir á la cofa (plataforma redonda sobre la parte alta del palo). La noche había cerrado completamente y una parte del puente roto por la mitad y separado de la popa, servía de refugio a los que sobrevivían. Pero la oleada invadía incesantemente este último asilo y cada ola arrebataba á alguno de de estos desgraciados.

Representación.

La chalupa, qué hasta entonces se había conservado, y cuya presencia había hecho lucir un rayo de esperanza, en este momento se hizo pedazos chocando contra el navío, en el que todavía estaba colgada. Muy pronto éste se fue hundiendo por todos lados: sus diversas partes se esparcieron; y por último como medio de salvación no quedó a los náufragos más que el recurso de asirse á un madero y ser arrojados á la playa.

Doscientos treinta y un pasajeros, cuyá mayor parte se componía de mujeres y niños, han perecido en esté doloroso naufragio. Sesenta y dos solamente han escapado como por milagro, y han sido recogidos por la goleta francesa Eclair.(*) Estos últimos elogian mucho la conducta firme y generosa de D. Vicente Acosta y de D. Natalio Molina, (dos residentes de Castillos) cuya presencia en el sitio del naufragio puso un freno á las violencias de los Gauchos, y los protegió en su desgracia contra nuevas vejaciones.


(*) 1845 A 1848 – Bloqueo naval anglo francés al Rio de la Plata, la goleta Eclair formaba parte de la flota invasora Anglo francesa.


Nombres de los que se salvaron:


He aquí los nombres de los que han sobrevivido á esta espantosa catástrofe: Juan Darre, Juan Durandey, Martin Salhalna, J.Irigoyen, Juan Baídiet, Sansón Mausulas, Francisco Mendizábal. José María Arvira, Antonio Aramen Iriarte, Clemente Cordes, Bautista Lanús, J. Laharquite , Sálvani lido, Arnaud Costera,Vadezent, Latapier, Dolequi, Pascual José, Adolfo Cabezón, Esteban Diberbune , Muriquirina, Miguel Nicolás, Juan Uhalde , Juan Inda, Juan Baque, Próspero Baurus, Pedro Larata, Alejandro Cengochea, Martin Deinite, Juan Ulindé Francia, Salvador Irigorin , Antonio José Gorrochaga, Juan Darre (de Bayona), Manuel Amparcor, Domingo Durrigue, Gandeus , Pedro Sorriente , Dominica, Viguerce, Bluhere de Dax, Aguilar- (de Bayona), Eiscamela, Miguel Anzuberri, Vicente Val, Astiaraga. Las Sras. Icia, Julia Lauenase, Burtisal, Caticlina y Salaverqui, (religiosas). Mr. Churito, segundo del navio; Napoleón Duchesnay, médico; Lacrues, carpintero; Montalivet, José María, Juan María Sarra, Cadecpen, Daguarie, Briusnio, Labádía, José Argeno, Echaparre, Chori, Juan Bautista Elesegui, Juan Duner, Nangle, J.Bautista y Teodoro Fart, guardias expedicionarios.





Esta investigación, que el BHL transcribe agradeciendo la gentileza del autor, Alberto Moroy, fue publicada en el Diario El País en 2020.

amoroy@gmail.com



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