Historia de la vida de Chichita contada por su hija María Eloísa

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Chichita y Elbio con su hija Elcira.


Chichita era la hermana mayor de una familia numerosa. Tuvo cinco hermanos: tres mujeres y dos varones. Habiendo enviudado su madre joven, asumió el papel de padre de familia, tomando la responsabilidad de dirigir y supervisar junto a su madre, la crianza de sus hermanos.


Su infancia y adolescencia fue entonces dura, de mucho trabajo para sacar adelante a su familia y con serias dificultades económicas, ya que su padre había perdido su importante patrimonio antes de morir. Cuando conoció a Elbio, inmediatamente se enamoró profundamente de ese hombre dieciocho años mayor que ella, en quien apoyarse, sentirse amparada y protegida. Así sucedió. Se casó, plenamente consciente de que Elbio era el médico del pueblo, el filántropo, el padre de los pobres, por lo que no podía esperar una vida económica fácil a su lado. Se casó igual y se fue a vivir con él a una habitación de la casa materna de Elbio, junto a su suegra, doña Carmen.


Desde el principio tuvo una profunda piedad por ella ya que sus dos hijos mayores, el Dr. Luis Ángel Rivero y Maruja, fallecieron con seis meses de diferencia en el tiempo, en la epidemia de escarlatina que azotó Maldonado, dejando dos nietos bebés: Chichí y Coco.


Chichita y Elbio tuvieron tres hijos: Elcira, María Eloísa y Elbio Manuel. Se criaron y crecieron en una infancia muy feliz, cargada de inocencia y amor.


Cuando Manolo y Eloísa, los padrinos de María Eloísa le pidieron a a Chichita que dejara irse a Montevideo a su ahijada, María Eloísa, para hacerse cargo de su educación en el Liceo Francés, Chichita no lo autorizó aduciendo que los tres hermanos debían estar juntos, en el seno de la familia, junto a sus padres. (Gracias Chichita…).


Oportunamente los hermanos de Elbio, le cedieron el terreno de la esquina, donde Elbio y Chichita edificaron su casa. Pero todavía no era el momento de mudarse. Doña Carmen enfermó. ¿Quién la atendió hasta su último día? Chichita. Cocinaba, hacia la tarea ayudada por una chica traída del Hogar de niñas, la negra Teresa.


En sus últimos años, Doña Carmen ya no caminaba y la transportaban en silla de ruedas. Laura y Marina, sus hermanas solteras la acompañaban, viviendo en un hogar pobre pero colmado de amor. Doña Carmen se agravó y ya no se pudo levantar de la cama. Chichita la lavaba, le cambiaba de ropa, le curaba las éscaras, le daba de comer en la boca, la movía en la cama, como la mejor enfermera e hija que hubiera podido tener, hasta el 27 de Marzo de 1958, fecha en la que Doña Carmen falleció. 27 de Marzo: la misma fecha en que se le dio sepultura a su hijo predilecto, a Elbio, el 27 de Marzo de 1977. Desde el 27 de Marzo de 1958 hasta el 27 de Marzo de 1977, fue la etapa más feliz de Chichita.


Su felicidad era su hogar, su casa, su esposo, sus tres hijos y la vida de Elbio en el consultorio que le había regalado el pueblo y en el que él cumplía su misión en plenitud.


Chichita paseó, se divirtió e hizo un jardín de su hogar. Orientó y dirigió a sus hijos con firmeza, obligándolos a estudiar, como única forma a su alcance de dejarles herramientas válidas para defenderse en la vida. Impulsó la carrera política de su esposo y ella misma se convirtió en dirigente político, presidiendo la Comisión de Damas de la Lista 23. Iba por los barrios trabajando para la candidatura del Dr. Rivero, hablaba en las audiciones radiales y desplegaba una energía incansable en la búsqueda de la diputación para Elbio. (Analía custodia alguno de los discursos políticos de Chichita).


También ella se realizó personalmente, trabajando en su pasión: la música.


Cuando era muy joven, amenizaba las tertulias del Centro Paz y Unión tocando el piano. Luego ya mayor fue la profesora de música y canto de las escuelas de Maldonado.


No le fue nada fácil al principio. Iba a Montevideo a estudiar con Susana y aprender desde cero Pedagogía, Canto, Dirección de coros y los programas de Música de Primaria para poder concursar. A la hora de rendir el primer concurso enfermó y vomitando por ese pico de estrés, rindió su examen de ingreso, con mucha presión y temor.


Todo lo superó porque era una luchadora que lograba todo lo que se proponía. No importaban los duros días de invierno, en los que tenía que estar a la hora 8 en las escuelas de San Carlos, La Barra o Punta del Este. Allá iba ella impecablemente vestida y maquillada y siempre puntual.


Seguía estudiando y actualizándose con su compañera ayudante de piano, Yolanda. Yo disfruté esa etapa. Recuerdo, entre sus picardías, que me llevaba con ella a trabajar como su asistente y profesora de danzas, en las escuelas Nº 8 de San Carlos, la Nº 19 del Tanque de Pda. 5 y la Nº 27 del Barrio Inve.


Yo tendría 14 o 15 años en esa época y les enseñaba a los escolares a bailar el Pericón, cielitos, vidalitas y otras danzas folclóricas.


Cuando fuimos a Asunción, Paraguay, con otras maestras, a visitar el Solar de Artigas, la profesora de música Chichita fue acompañada con su asistente de danzas (yo), en un avión de la Fuerza Aérea destartalado, y me traje así de allá, al famoso mono Mitaí que todos recuerdan en la terraza de casa. (Gracias Chichita).


Cuando falleció Elbio, Pablo y yo vivíamos en la casa. Fabiana tenía dos años y Pablito cinco meses. Vi instalarse a Chichita al lado de su cama, junto a Elbio y tejer… y tejer…


El 18 de Marzo, en su aniversario, Elbio le pidió a Gladyz que le comprara un ramo de rosas blancas para Chichita, con su correspondiente tarjeta dedicada, y que no atendiera la puerta, así Chichita recibía las flores personalmente. Fue el último día que habló consciente, entrando luego en coma hasta el día 26 en que falleció. Gladyz, Eloísa y Pablo atendían a Elbio ya que Chichita estaba en shock. El día anterior a morir Elbio, Chichita me dijo: “me parece que tu padre no está bien, así que mejor no tejo y leo”, y tomó el libro de Juan Salvador Gaviota que estaba encima de la mesita de noche de Elbio, tapando la luz directa de su portátil para que no le molestara.


Cuando enviudó, se vistió de luto, luto que nunca más dejó. Se volvió hipertensa pero redobló sus fuerzas y su energía. Se concentró en su trabajo y brilló como mujer fuerte, elegante, triunfadora, ejemplo de vida digna. Se integró a la Comisión del Museo Mazzoni, al Rotary, al Paz y Unión y cosechó así afectos y reconocimientos, participando activamente de una vida social intensa, sana y colmada de elogios. Los años fueron pasando y tuvo una vejez feliz rodeada de sus tres hijos, sus nietos y bisnietos. No se desvaneció nunca su objetivo de ayudar a todos y a cada uno de sus seres queridos. En los momentos difíciles allí estuvo, fuerte, enérgica, decidida, ayudando y pujando.


Cuando ocurrió el accidente de Agustina quedamos paralizados con Pablo, sin saber qué hacer. Me dijo: “Te vas a Montevideo atrás de Agustina con Pablo. Agustina se va a salvar. Me la traes de regreso viva y de los otros dos me encargo yo”. Y así fue.


Su energía positiva aún en las situaciones más difíciles, la esparció e inyectó con tanta fuerza, que hoy siento que marcó a fuego a todos sus seres queridos.


A través de los años fue dejando de hablar de su querido Elbio, el negro, como cariñosamente todos lo llamaban.


Siempre les hablé a las chicas de su abuelo y un día en que ella me escuchaba sin hablar, le pregunté el motivo por el que nunca mencionaba a Elbio. Me contestó: “No le perdono haberme dejado sola tan temprano. Él me decía que iba a vivir hasta los 100…”. Su tono era de dolor y rabia. Nunca superó la muerte de su esposo y cuando alguien le hacía bromas con algún otro hombre, se enojaba muchísimo.


Me impacta que ella también tomara la decisión de vivir hasta los 100… supongo que de alguna manera cumplía así con él y su deseo. No fue así, pero Dios sabe el motivo y humildemente lo respetamos.


Elcira recordaba el otro día las palabras de Chichita en oportunidad de festejar sus noventa años. Expresó: “Haciéndome eco de las palabra de Santa Teresa de Jesús les digo que: VIVIR LA VIDA SE DEBE DE TAL SUERTE, QUE VIVA QUEDE EN LA MUERTE…”.


Su descendencia sigue caminando por la ruta de vida que ella con tanto amor construyó y, desde donde esté, ha de seguir conduciendo nuestros pasos.


Te amamos por siempre.


Gracias, Chichita.

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