Memorias de los ilustres padre e hijo Teófilo de Béthencourt (hermano y sobrino de Petrona de Béthencourt)

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Nota de Aparicio Saravia a Teófilo de Béthencourt, 1903.


Homenaje publicado cuando el fallecimiento de Teófilo de Béthencourt, Mayo de 1950.
Homenaje a Teófilo de Béthencourt.
Homenaje a Teófilo de Béthencourt.
Homenaje publicado a los 80 años de Teófilo de Béthencourt.


Transcripción: Crónica publicada en el Diario “El Nacional” del Sábado 17 de Agosto de 1895, y discurso pronunciado por el Dr. Bernardo García en el acto del sepelio de los restos del Comandante Don Teófilo de Béthencourt



TEÓFILO DE BÉTHENCOURT


A la hora anunciada tuvo lugar en Las Piedras el sepelio de nuestro distinguido compañero de causa Comandante Don Teófilo de Béthencourt, concurriendo a él numerosísimo pueblo.

El cadáver fue sacado de la casa mortuoria en medio de una guardia de honor que componían nuestros correligionarios Manuel y Pastor Meléndez, Gregorio Aliete, Calixto Cabrera, Anacleto López, Rafael Medina, José María, Juan y Ubaldo Ramón Guerra, Donato Amadeo Navarro y Miguel Campos – guardia que le acompañó hasta la última morada.

También formaban parte del cortejo los niños de la Escuela Pública de Segundo Grado establecida en aquella localidad.

Al procederse a la inhumación de los restos, nuestro excelente amigo el joven Bernardo García pronunció el sentido y justiciero discurso que reproducimos enseguida, en nombre y representación del “Club Bernardo P. Berro”.


Señores:

¡Qué pérdida! ¡Qué pérdida inmensa experimenta el Partido Nacional, el Departamento de Canelones y en general la República entera, con la muerte del ciudadano virtuoso, Teófilo de Béthencourt, a quien venimos a despedir en este recinto de amargas e imborrables tristezas!

Las leyes eternas del Universo, cumpliéndose con su rigidez invariable, no respetan ni siquiera la existencia de aquellos varones abnegados, que en todas las manifestaciones de la vida han dado ejemplos elocuentes de sus virtudes acrisoladas, tanto en las horas agitadas de la vida ciudadana, como en las serenas destinadas al hogar.

Pero respetemos, señores, esas decisiones irrevocables de la naturaleza, cuyos efectos tristísimos todos lloramos, y cuyas causas no todos alcanzan, y despidamos con infinito dolor a este excelente compañero que, perdido ya entre las sombras del misterio, que es luz y vida feliz para unos y noches eternas sin auroras para otros, nos deja una estela luminosa que los que quedamos debemos seguir con el corazón dispuesto, para llegar a la cumbre deseada por el muerto querido en sus largas horas de idealismos generosos y entusiasmos patrióticos.

Despidámoslo, si, con infinito dolor, en estas épocas de egoísmos y lujurias políticas en que el patriotismo de los orientales parece eclipsado o anonadado, porque su falta ha de ser más notable cuando llegue el instante en que casi sin brújula el altruismo de los ciudadanos, busque luz y bandera para sus anhelos y note que de entre ellos un girón precioso casi irreemplazable: la personalidad noble y valiente del Comandante Don Teófilo de Béthencourt.

El Comandante Don Teófilo de Béthencourt, decimos (aunque sobre sus hombros no lucieran las brillantes charreteras que muchas veces no lucen heroicas, ahumadas por el humo del combate glorioso, sino por la perfidia y el servilismo degradante), porque sus servicios a la patria lo hacían merecedor a esa distinción que las armas acuerdan a sus denodados servidores.

Cuando la Patria brillaba de esplendor y de gloria, cuando un hijo predilecto dirigía sus destinos sagrados, allá por el año 1863, una invasión de orientales mezclados más tarde con súbditos del Brasil, sorprendió a la República en su tarea redentora de reconstrucción nacional.

Los ciudadanos amantes de la paz, del reinado del orden y de la igualdad, rodearon al ilustre patricio que por entonces gobernaba, dispuestos todos a luchar con abnegación y con fé por el éxito de la causa institucional que representaba el Presidente Berro.

Entre esos ciudadanos se encontraba Don Teófilo de Béthencourt, sentando plaza de soldado en el Batallón que mandaba Don Anacleto Olivera, perteneciente a la gloriosa División del Departamento de Canelones, que estaba bajo las inmediatas órdenes del bravo y pundonoroso Coronel Don Juan Ángel Golfarini.

Las armas de la Patria no fueron humilladas porque nunca se han degradado, ni se degradarán jamás, pero fueron vencidas, sí, en la Florida y Paysandú más tarde, no por armas nacionales que fueran escudadas por el pabellón blanco y celeste de la Patria, sino por el auriverde principalmente que cubría los cañones y las bayonetas del imperio brasilero.

Volvió a su hogar entonces el ciudadano De Béthencourt, y en el trabajo honrado que dignifica y enaltece al hombre, pasó en constante labor sus años, hasta formar una posición pecuniariamente desahogada que le permitía vivir tranquilo y feliz en medio de la sociedad de esta villa, donde había nacido y donde era apreciado y respetado, hasta que en el año 1870 el General Don Timoteo Aparicio hizo toque de llamada a los ciudadanos que habían caído defendiendo la causa honrada y legal que representaba al Presidente Berro en el Gobierno del País, formando un ejército numeroso entre el cual se halló figurando también con el grado de Teniente Don Teófilo de Béthencourt, en el Batallón que mandaba el Coronel Don Pedro Zipitría de la División de Canelones. Con este grado asistió a las jornadas memorables de Severino, Corralito, Sauce y Manantiales, en que la suerte de las armas, tan veleidosa a veces, dio la victoria en Severino y Corralito al heroico ejército revolucionario.

El pacto de la Paz de Abril de 1872, cumplido solamente a medias, por uno solo de los Gobiernos que se han sucedido desde entonces acá, puso fin a aquella guerra de hermanos, volviendo nuevamente, el entonces ya Teniente Coronel Don Teófilo de Béthencourt a su hogar abandonado, hasta que la revolución de 1875, conocida por “Tricolor”, volvió a necesitar su concurso personal que como no lo escatimara jamás cuando su conciencia de ciudadano altivo le indicaba que debía prestar su ayuda, tampoco lo negó entonces, formando con el grado de Teniente Coronel en la División que mandaba el Coronel Don José M. Pampillón.

Con el mismo grado, obtenido galón por galón en los entreveros de las batallas, una vez terminada aquella acción de armas, regreso a su establecimiento de comercio, el Comandante de Béthencourt, ocupándose de rehacer su disminuida fortuna, sin que jamás intentara solicitar de los gobiernos que se sucedieron, el reconocimiento de su grado militar a que con estricta justicia tenía derecho.

Desde entonces acá, el ciudadano de Béthencourt continuó siempre presentando importantes servicios a su partido, unas veces como Convencional por el Departamento de Canelones, ante las Asambleas del Partido, reunidas en la Capital de la República, otras formando parte muy repetidas ocasiones de las Comisiones Departamentales y muchas otras de las Seccionales de La Paz, Cerrillos y Las Piedras, asumiendo casi siempre la Presidencia de esta última, en cuyo cargo ha sido sorprendido por la muerte, dejando en todos estos puestos sellos indelebles de su actividad como de su buen tino político y de su generosidad extrema, que llegaba hasta destinar sus propios bienes a la causa del partido de sus afecciones.

Era apreciado por todos, no solamente entre los miembros de su partido, en el que gozaba de positivo prestigio, sino entre toda la población honesta de esta localidad, en donde nació y vivió y en la que ocupaba un puesto preferente por sus sentimientos progresistas y nobles.

Por eso, en las horas de labor proficua para la grandeza de su pueblo y el bienestar de su Patria, el nombre del ciudadano Teófilo de Béthencourt ha de aparecer como una visión sublime en el cerebro de los que no buscan los puestos públicos para la satisfacción de sus venales apetitos, sino para trabajar por la concordia de los orientales y la grandeza de la Patria.

Tal era el ciudadano que acaba de perder la República.

Es muy grande la pérdida, señores, que experimenta el País y en particular el Departamento de Canelones, con la muerte de este ciudadano querido. Pero más grande es aún, es más sensible, tócanos más de cerca el infortunio a los que, puede decirse somos de su hogar, a los que hemos nacido en el mismo Departamento, que a sus glorias benditas del pasado, uniera las de sus méritos ciudadanos y militares el valiente Oficial de la Revolución del 70.

Sería esta la explicación que tendría mi presencia aquí, si no se uniera a ella también, el encargo honroso que he recibido de la Comisión Directiva del Club Político y Social “Bernardo P. Berro” de Montevideo, de despedir en su nombre los restos mortales del anciano venerable, que venimos a depositar en esta mansión de dolor.

Señores: en las horas negras a que fatalmente parecen nos quieren arrastrar los gobiernos, sin conciencia de su elevada investidura, que hace años dirigen el timón de la Patria, cuanto más desgraciada, más querida, apresurémonos a venir a estas cuchillas cercanas, a buscar inspiraciones y fuegos patrióticos, si, por desgracia en la lucha, sintiéramos desfallecer nuestros ideales sagrados. Hemos de retemplar, sí, nuestra fe y nuestros bríos con la imagen venerada que se nos presentará desde Artigas y sus bravos gauchos, venciendo aquí mismo, a Elío y a sus aguerridos ejércitos después de una batalla sangrienta, y con la de este muerte ilustre que, cumpliendo siempre sus deberes para con la Patria y para con el hogar, honró su nombre y eternizó su memoria.

Ciudadano Teófilo de Béthencourt: en nombre del Club “Bernanrdo P. Berro” de Montevideo, y en el mío propio, deposito sobre tu tumba una corona de siemprevivas, de esas que el recuerdo y el cariño, conservan siempre hermosas y perfumadas.

He terminado.







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