Recuerdos de la familia Cuñetti

De Banco de Historias Locales - BHL
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Primer vehículo de la empresa Cuñetti Hnos.
Foto de la Granja Cuñetti tomada por Aníbal Barrios en 1958.
Mercedes Cuñetti comparte sus recuerdos en 14 páginas manuscritas, Mayo de 2021.




Transcripción de recuerdos manuscritos de Mercedes Cuñetti Díaz, Mayo de 2021



Antes que nada deseo agradecer al IUA la oportunidad de relatar lo acontecido a la familia Cuñetti en la zona. Vine a dar testimonio sobre otra persona y me sugirieron que escribiera sobre mi familia. En la actualidad con motivo de la pandemia que asola a toda la humanidad es el momento de recogimiento adecuado para hacerlo.


Tengo mis raíces acá, aunque en varios períodos de mi vida me he ausentado y respirado otros aires. He vivido en Montevideo mientras estudiaba en la Facultad de Arquitectura, cuando he viajado por varios meses y cuando me casé y tuve tres hijos, uno argentino y dos uruguayos. Mis tres hijos y todos mis nietos viven en Argentina. Tengo la doble nacionalidad y he ido y vuelto tantísimas veces que es una forma de vida con un pie en cada lado. Me duele mucho esta separación debido a la pandemia; es peligroso para las personas mayores, hay que hacer aislamiento y además con cierres de fronteras, es impensable viajar como antes.



Mis padres – Ángel Cuñetti Colombo y Elvira Díaz Sánchez - vinieron a Punta del Este a los pocos meses de yo haber nacido, o sea a fines de 1937 o principios de 1938. Pusieron una fonda, “La Ola Marina”, cerca del Puerto, donde se servían comidas y bebidas para los trabajadores del puerto y la policía. Pocas mesas y un mostrador; mi madre cocinaba y mi padres servía y atendía el mostrador.

Vivíamos en ese mismo lugar, que estaba ubicado subiendo desde la policía por la calle Juan Díaz de Solís y Salinas, pasando la avenida doble, a mitad de cuadra del lado derecho. Todavía existe la construcción. De esos años conservo dos o tres fotos en blanco y negro, amarillentas y desvaídas por el tiempo; en una de ellas estoy de pocos meses en los brazos de mi padre, sacada frente a la fonda y en la otra estoy parada en la cocina de hierro. Mi madre me contó que cuando me enfermaba llamaba a Aramís (sería Aramís Ramos) y cuando me empachaba llamaba a una curandera que tiraba del cuerito de la espalda.




MEMORIAS DE SAN CARLOS

Luego de unos años nos mudamos a San Carlos, a la calle Juan de Dios Curbelo nº 724, a media cuadra de 18 de Julio y otra vez vivíamos a media cuadra de la policía.

A esa casa nos mudamos mi familia y la de mi tío Carlos, con quien habían decidido trabajar en sociedad. La casa era antigua, de estilo colonial, de paredes dobles con dos ventanas altas rectangulares, con rejas al frente, en el medio de las cuales había una puerta cancel doble de madera que daba entrada a un zaguán embaldosado y luego un patio empedrado, cubierto por parrales de uvas moscatel. Todas las habitaciones de ambos lados daban a ese patio excepto las dos primeras del frente, que daban al zaguán. Todas las habitaciones, con pisos de madera, se comunicaban entre sí.

En el patio había un aljibe, donde vivía temporariamente una tortuga que cuando quería salir o entrar se metía adentro del balde, que funcionaba por medio de una roldana. En el pozo se bajaban las bebidas, para que estuvieran frescas. Al fondo estaba la cocina, rectangular, amplia, grande, con cocina de hierro y ganchera para las ollas. Pasando la cocina y separada por un corredor estaba el baño y un lugar de depósito. Al costado del baño había una palmera de muchos años, de tronco grueso, que daba unos butiaces dorados, riquísimos. Por el tronco se podía subir al techo del baño, desde donde a través de un espejo podía comunicarme con mi amiga de la otra cuadra.

Por el pasaje que había frente al baño se llegaba a una escalera de pocos escalones, por donde se llegaba a un galpón que ocupaba todo el terreno a lo largo de la casa. Tenía un portón grande que daba a la calle. Pasando por el fondo del galpón había otro portón que daba salida, pegada a la medianera a la calle de atrás, Carlos Reyles. El espacio de terreno pasando el galpón estaba cerrado por un muro de ladrillos que rodeaba la esquina y marcaba el límite de la propiedad. En ese terreno se plantaban choclos, zapallos y otras verduras. Además había un gallinero y se criaba un chancho por año para carnearlo.

Frente a nuestra casa vivía el Dr. José Mautone con su familia, tres hermanas y un varón. El hijo fue el que transcurridos los años fundó el Sanatorio Mautone en Maldonado. De las hijas recuerdo solo sus sobrenombres. Con ellas no me traté porque eran mayores que yo. En cuanto a la señora de Mautone, le gustaba mostrarme su jardín con hermosísimos rosales, jazmines y otras plantas.


COMIENZOS DE LA EMPRESA DE TRANSPORTE DE LOS HERMANOS CUÑETTI

Por esa época mi padre y mis tíos – Carlos Cuñetti Colombo y Josefina Rodríguez - habían adquirido camiones y dos bañaderas usados y así se iniciaron dos emprendimientos a la vez; el de los camiones y el de transporte de pasajeros entre San Carlos, Maldonado y Punta del Este. Se llamaban bañaderas y eran traídas desde Brasil con los asientos enteros a lo ancho, de lado a lado, y se cerraban con toldos. Se pintaron y se cambiaron los tapizados. El transporte de pasajeros duró poco tiempo, ya que era muy irregular, debido a que los días de tormenta con vientos fuertes los médanos se trasladaban tapando el camino de la costa y las crecientes del arroyo en San Carlos cortaban la circulación cada dos por tres, inundando la vieja carretera que pasaba por el costado del cementerio, cerca del predio rural donde se remataban los ganados unos días y otros las aves de corral. El transporte de pasajeros se dejó de lado al poco tiempo. Se continuó trabajando con los camiones. El reparto de encomiendas chicas en San Carlos se hacía con un carro tirado por un caballo percherón, que a mí me parecía enorme.

Mi hermano, Miguel Ángel, ya había nacido; teníamos cuatro años de diferencia de edad. Hice los primeros años de Primaria en la escuela pública que quedaba a tres cuadras de mi casa. Los fines de semana nos llevaban a la plaza Artigas, que era el centro social del pueblo, todos se conocían, con su antigua y bella iglesia colonial San Carlos Borromeo. Al costado de la iglesia estaba el Club Oriental y sobre la calle opuesta, el otro club, Unión. Los domingos tocaba la Banda Municipal y tomábamos un helado de cucurucho en la esquina donde estaba la confitería Grieco.

Hoy día San Carlos se ha extendido y ha pasado a ser una ciudad importante, con vida propia. De esa época quedó grabado en mi inconsciente el olor del jazmín estrellita de manera indeleble. Tenía una planta que rodeaba el dintel de la puerta de mi dormitorio y que llenaba con su aroma el aire de mi pieza. Muchos años después, viviendo en Buenos Aires, de manera imprevista he sentido como si alguien me llamara, me pongo a buscar y no veo a nadie conocido, incluso una vez, en una esquina en que no había ninguna persona y yo en alerta para saber quién me llamaba, me doy cuenta de que ahí estaba ese olor dulzón, penetrante, que tiene sobre mi ese efecto muy fuerte y evocador, un engrama.


REGRESO A PUNTA DEL ESTE

A los pocos años se adquirieron tres terrenos en Punta del Este, en el barrio Los Ángeles, a la altura de la Parada 5 de la playa Mansa. Dos de ellos dan a la calle Orlando Pedragosa Sierra (antiguamente Carretera al Bosque) y el tercer terreno, del lado de atrás, da a la calle California. Las acacias negras que se sacaron de estos terrenos se llevaron a Montevideo para después hacer muebles. Las sillas, la mesa y aparador que estoy usando fueron hechos con su madera.

No bien se terminó la casa nos mudamos todos, regresábamos a Punta del Este. Terminé la primaria en el Colegio de monjas de Maldonado. Con mi hermano y mis primos nos criamos juntos durante años.

Cuesta mucho imaginarse lo agreste que era Punta del Este en esos tiempos. Había bosques tupidos de pinos, rodeados de acacias y aromos. Algunos eucaliptus sueltos, espinas de la cruz y en la costa de la playa Mansa abundaban los tamarindos. Los bosques de pinos eran rumorosos porque el aire al pasar entre las agujas – sus hojas – emitía un sonido suave, susurrante, que se hacía sentir, lo mismo que el olor acre de la resina en el verano, cuando el calor era más intenso.

Cuando las piñas maduraban o cuando había tormenta y se caían, juntábamos para tener en el invierno, para prender las estufas. En la primavera y en el inicio del otoño, con épocas húmedas y templadas a la vez, recolectábamos hongos rosados, los deliciosos, con estrías radiales, o los marrones de panal. Los comíamos frescos o se secaban para conservarlos. También recolectábamos plantas medicinales como carqueja, marcela, ortiga, etc.

En esa época había pocos residentes viviendo todo el año. Venían los turistas y algunas familias con propiedades a veranear a partir de fin de año y entonces todo se reanimaba, hasta mediados de Marzo. Luego volvía la quietud al lugar. Esto se visualizaba más que nada en la costa. A partir del 8 de Diciembre, en que se bendecían las aguas, teníamos permiso para bañarnos en el mar. No sé por qué razón en esas fechas nos daban un purgante horrible llamado aceite castor.

En la playa de la parada 5 de la Mansa éramos un pequeño grupo de gente y allá lejos, lejísimos se veía el muelle de pescadores de Las Delicias. No se veía otra gente en la costa. En la actualidad, aparte de la gente bañándose en las playas hay otros indicadores, como ser todos los vehículos estacionados a lo largo de la rambla, los grandes espacios de estacionamiento ubicados sobre la costa o en los supermercados y shopping, llenos de automóviles.

Al principio empezó a cambiar todo lentamente, de manera constante. Pero pronto el crecimiento fue exponencial y a un ritmo vertiginoso. Recordar este lugar cuando yo era chica y asistir a los cambios que se produjeron a través de los años hasta llegar a lo que es hoy día es algo asombroso. Cambió toda la fisonomía del lugar, todo menos aquellas en la que nosotros no tenemos ningún poder y que son las manifestaciones eternas de la naturaleza; amaneceres y atardeceres bellísimos, cielos límpidos sin una nube con un sol radiante o tormentas con lluvias y vientos que hacen bravas las olas y que festonean el borde de las playas con su espuma… y el aire marítimo con perfume a salitre, ¡qué placer!

La empresa de camiones Cuñetti Hnos. creció en la medida que crecieron las necesidades de la zona, que fueron muchas y de distinta índole. Se trajeron materiales para la construcción, como ladrillos, cemento, hierros, maquinarias, además productos para el abastecimiento alimentario y bebidas, mudanzas, etc. De tener camiones usados a gasógeno con carbón de coque en la época de la guerra y que andaban a 40 km/h por carreteras angostas, se pasó a camiones nuevos a gasoil y a nafta, de mayor potencia en los camiones y semirremolques. En pocos años pasó a ser una empresa de transportes reconocida, eficiente y confiable, con varias unidades de vehículos trabajando. En Montevideo se puso una Agencia y se hicieron viajes a otros lugares, sobre todo a Paysandú y Rivera.

Acompañábamos a mi padre cada vez que podíamos en sus viajes con el camión. Una vez que regresábamos los cuatro desde Paysandú, fue el día en que Uruguay había salido campeón mundial de football en Maracaná, le había ganado a Brasil. Al pasar por cualquier ciudad, pueblo o caserío, todos festejaban y aún en medio del campo, la gente se acercaba a la carretera a celebrar. Esa unidad, ese fervor de todos los habitantes de nuestro país es algo impresionante, lo logran unos pocos deportistas jugando en una cancha. Desearía que también los mismos sentimientos y demostración de unidad, fervor y orgullo nacional se lograra en otras cosas que pueden ser tan importantes como una competencia deportiva.

Cuando se disolvió la sociedad muchos choferes fundaron su propia empresa.

La población estable de Punta del Este aumentó rápidamente. Se construyeron casas, chalets, edificios de pocos pisos en principio hasta llegar a las grandes torres que existen actualmente. Influyó mucho para el reconocimiento internacional del balneario el Festival de Cine de Cantegril con la afluencia de los artistas, los estrenos y los espectáculos. Se desarrollaron las inmobiliarias, la industria hotelera, turística y gastronómica. Se abrieron supermercados, grandes tiendas con marcas de otros países, sucursales de grandes firmas comerciales internacionales. También bancos, financieras, cambios y casinos. A la par se desarrolló una vida cultural importante, variada y de calidad. Se multiplicaron los centros culturales, museos, cursos, exposiciones, congresos, conciertos, coros. Se abrieron nuevas escuelas y universidades.

El puerto aumentó sus dársenas de atraque para veleros y yates, que llegaron con banderas de varios países, y desde la costa se ven anclados los grandes buques transatlánticos que realizan viajes turísticos. Punta del Este pasó de ser un balneario a ser una ciudad cosmopolita, de reconocimiento internacional. Su perfil cambió totalmente y pasó de ser una zona boscosa a ser un centro urbano con calles, avenidas y bulevares. La avenida de circunvalación de la península está hecha sobre lo que antes había sido una zona de rocas, con pequeñas y acogedoras playas arenosas como El Emir o la Playa de los Ingleses, que aún están. Un día de mucha neblina, paseando a la tardecita cerca del puerto, por la costanera, vi algo que me pareció muy hermoso; todo se veía como en una gama de grises de diferente intensidad, el cielo, el mar, las rocas, la costanera y allá a lo lejos un gris casi blanco con forma de triángulo, se veía a un velero regresar rumbo al puerto; parecía volar en ese espacio indefinido, silencioso, con el rumor suave y calmo del mar. Fue una visión surrealista.

Se anuló una playa con un pequeño puerto, quedó tapada por el asfalto; la entrada aún existe, está sobre Gorlero bajando por unos escalones y descansos con palmeras, a la altura de la calle 19, se llegaba directamente a la arena de la costa con el muellecito a la derecha, a unos 20 m de donde empezaban las rocas.

Las vías del ferrocarril fueron sustituidas por el Boulevard Artigas y el día que inauguró el recorrido totalmente iluminado todos los vecinos nos acercamos a verlo, como quien ve un espectáculo. La parada 5 del Barrio Los Ángeles era la última parada del tren antes de llegar a Punta del Este, que tardaba cuatro horas para llegar desde Montevideo. Antes de la estación terminal (la actual Terminal de ómnibus) había varias casillas de chapas donde vivían los pescadores con sus cañas y sus redes. Todos estaban sobre un solo lado de la vía, el que da sobre la Mansa. Todo ese espacio era un baldío enorme donde se veían, según creo recordar, los restos circulares de las paredes de un molino que estaba cerca del camino de la costa.

Para hacer una comunicación telefónica con Montevideo había que hacerlo a través de una caja adosada a la pared con una manivela al costado, hacer el pedido a la central telefónica y esperar a veces varias horas para concretar la comunicación.

La leche era traída en tachos de aluminio por un repartidor con un carro tirado por un caballo. Lo mismo sucedía con el hielo, que se repartía en trozos de barras desde la fábrica, que estaba en parada 4.

Para ir caminando hasta la playa Brava había que atravesar los bosques de pinos y acacias y luego caminar varias cuadras de médanos, entre los que se formaban charcas o pequeñas lagunas rodeadas de pajonales, donde había patos salvajes. En la costa juntábamos almejas y berberechos, mientras que del lado de la Mansa, los días de tormenta, juntábamos mejillones.

Con la construcción de tantos edificios altos sobre la costa de la playa Mansa, he percibido, en mis caminatas por las veredas de la costanera, que se forman microclimas en torno a ellos, como corrientes envolventes. Con solo estar atento se percibe perfectamente. Pasa a ser algo muy distinto a la virazón, que son corrientes de aire, más bien brisas, que se producen de manera natural por las diferencias de temperatura entre la tierra y el mar durante el día. Es fácil registrar esos cambios y este fenómeno, que se produce de manera natural, tiene un alcance hacia la tierra de 2 km, más o menos. En cambio esos movimientos de aire arremolinado que se siente caminando por las veredas deben ser producidos por los edificios, que actúan como pantallas u obstáculos artificiales al movimiento natural de la virazón.

Antes podía ver desde la azotea de mi casa el recorrido del sol desde que salía hasta que se ocultaba y a medida que pasaba el tiempo se podía registrar sobre el horizonte como se alargaba o se acortaba ese recorrido, más alto en el verano o más bajo en pleno invierno. Todo eso que antes podía ver desde casa como algo contínuo, hoy día lo veo recortado, como retazos de un fenómeno astral.


LA GRANJA CUÑETTI

Hacia 1950 aproximadamente, mi padre y mi tío, Ángel y Carlos respectivamente, compraron una granja en las afueras de Maldonado, limitada por ese lado por la Cañada de Aparicio Saravia, con una superficie total de 32 hectáreas. Al principio era zona rural, luego pasó a ser sub-urbana. La ubicación es sobre la prolongación de la calle Sarandí hacia el campo.

A esa granja, llamada Los Olivos, se fueron a vivir mis tíos Carlos y Josefina, con mis tres primos. El casco de la granja estaba lejos del camino, tal vez a un poco más de dos cuadras.

Aparte de la casa, en forma de U, orientada al Norte, con un patio que tenía un aljibe y en el cierre de las dos alas laterales, una hermosa galería cerrada con vidrios, estaban los galpones. Al costado de ellos se construyó una bodega subterránea, que albergaba toneles de madera. Esa zona estaba rodeada de grandes olivos. Mucho más abajo, a mitad de camino entre la casa y la cañada, se construyó la porqueriza. El resto del campo, casi en su totalidad estaba cubierto de vides. El vino que se producía era tinto y rosado y se vendía en damajuanas. La producción de vino estaba a cargo de un italiano llamado Rafael, del apellido no me acuerdo. Cuando se fue se suspendió la producción porque era él quien sabía hacerlo.


EL GRUPO CUCURBITÁCEO

Integraron el Grupo Cucurbitáceo: Darwin Díaz Píriz, Miguel Ángel Cuñetti Díaz, Pedro Fasciolli, Mercedes Nancy Cuñetti, Héctor Manuel Godoy Bravo, Jorge Pereira Bravo, Julio Díaz Píriz.

Frente a la playa encalló un barco en el invierno de 1965 y el mar lo fue haciendo desaparecer con los años. Aún queda una parte de él sobresaliendo de la superficie del agua. Literalmente el mar se lo fue tragando poco a poco. Cuando encalló se veía tan grande y cerca de la costa que parecía imposible que desapareciera, hasta quedar como ahora, que apenas se ve.

En el mismo año, formamos un grupo de siete personas para plantar en la granja 5 hás de sandía. El grupo estaba formado por mis dos primos Julio y Darwin Díaz, dos amigos Jorge Pereyra y Pedro Fasciolli, mi hermano Miguel y yo. A último momento se unió Héctor Manuel Godoy, primo de Jorge, quien quiso formar parte del emprendimiento en cuanto se enteró.

Hicimos un acuerdo por escrito donde se especificaba lo que aportaba cada uno, desde el que ponía trabajo solamente, otros ponían además dinero y en el caso de mi hermano y yo, aparte del trabajo poníamos además la tierra. Una sola persona ponía solo dinero y nada de trabajo, era Godoy, que vivía en Buenos Aires. Se tuvo en cuenta, por si acaso se presentaba la posibilidad de emplear a gente que no fuera integrante del grupo.

Ese escrito que firmamos muy solemnemente era además para comprometernos con el trabajo, desde el principio hasta dada por terminada la cosecha y venta de la fruta. Se hizo un plan de trabajo general y todos menos Héctor Godoy, que ponía solo dinero, nos pusimos a trabajar sin descanso desde el primer momento.

Hay que aclarar que ninguno de nosotros tenía conocimiento de lo que nos habíamos propuesto.

Entre mi hermano y mi primo Darwin pusieron en marcha un tractor que estaba medio desarmado en los galpones. Mi primo Julio y yo nos dedicamos a sacar muestras de la tierra, que llevamos a la Facultad de Agronomía para que la analizaran y nos informaran no solo del abono a usar sino también de todo lo demás. Fuimos muy bien recibidos y nos dieron mucho conocimiento sobre cómo preparar la tierra, cómo plantar las semillas y de cómo protegerlas mediante casillas bien orientadas y separadas entre sí cada cuatro metros para poder regarlas, etc., etc.

Supimos que las sandías, melones y zapallos eran clasificados como cucurbitáceas. Entonces decidimos que nuestro grupo se iba a llamar así, Grupo Cucurbitáceo.

Yo era la encargada de informar a Héctor Godoy de lo que estaba sucediendo. Los otros seis nos dedicamos a desmalezar y preparar la tierra. Trabajábamos muy entusiasmados y enfervorizados. Todos por igual trabajamos sin respiro, solo nos deteníamos para recuperar fuerzas.

El centro de operaciones estaba en una casa de material con dos habitaciones, cocina, baño y una galería, todo con techo de paja, que estaba en buenas condiciones cerca de la carretera que quedaba del lado de Maldonado desde donde se extendían las 5 hás, a partir de la cañada.

Así trabajamos intensamente durante meses hasta que llegó la primavera y empezamos a visualizar los resultados de nuestro esfuerzo. Al amanecer se veían las casillas alineadas, ordenadas como un damero. Nos sentíamos eufóricos, emocionados e ilusionados al ver la tierra tan trabajada y prolijamente plantada.

Entonces pasó algo imprevisto: gente de Rivera nos propuso comprar la producción, encargarse del cuidado de la plantación hasta la cosecha, venta y distribución de las sandías. Hubo una reunión urgente del Grupo Cucurbitáceo para tratar tan importante asunto. Héctor vino expresamente desde Buenos Aires para esa reunión. Luego de analizar la situación, los siete, totalmente de acuerdo, decidimos no aceptar la oferta y seguir nuestro plan inicial, mientras frente a nosotros contemplábamos con satisfacción las cinco hectáreas plantadas.

¡Quién hubiera tenido en ese momento una bola de cristal que nos permitiera conocer el futuro!

Poco tiempo después todo comenzó a funcionar mal. Así como crecían las guías, fuertes y largas al ras de la tierra, crecía también la maleza alrededor de las plantas de sandía con la misma fuerza pero en altura. Dimos una lucha sin cuartel contra yuyos y hormigas. Ante esta situación, con mucha pena e impotencia, tuvimos que restringir la zona que cuidábamos porque no dábamos abasto. Finalmente la venta de la fruta apenas alcanzó para cubrir los gastos.

El emprendimiento resultó un fracaso económico. Aprendimos, aunque tarde, que debíamos haber plantado por lo menos uno o dos períodos antes plantas de choclo o girasol, que eliminan la maleza, explicación que nos dieron tiempo después algunos entendidos. Fue una experiencia extraordinaria a pesar del resultado.


UN AMOR PARA TODA LA VIDA

Ese año en que nos conocimos con Héctor mantuvimos una comunicación epistolar constante y unas pocas llamadas telefónicas. Nuestra relación fue a un ritmo contínuo, sin pausa hacia el enamoramiento, casi diría con la naturalidad de un destino que teníamos reservado sin saberlo. Así que ante la sorpresa de nuestras respectivas familias y amigos, informamos que éramos novios y que habíamos decidido casarnos.

Los del Grupo Cucurbitáceo se regocijaron a más no poder y fuimos blanco de muchas bromas; repetían como un oxímoron que lo de la plantación fue todo un éxito a pesar del fracaso.

Así fue que nos casamos, completamente enamorados y casi sin conocernos, cosa que nos dimos cuenta después en la convivencia diaria. Pero aún así, los dos sentíamos que éramos las personas que cada uno había estado esperando. El primer año fue muy turbulento porque éramos demasiado diferentes, él muy introvertido, muy racional y lógico de acuerdo a su formación científica, yo en cambio demasiado temperamental, impulsiva, intuitiva; tan cómoda estando sola como siendo sociable.

Pasado ese primer tiempo logramos reconocernos en nuestras diferencias personales y respetarnos mutuamente en nuestras identidades, es decir, ninguno quiso conscientemente influir o cambiar al otro pero casi sin darnos cuenta eso fue lo que pasó, para enriquecernos y sentirnos felices por cuarenta y nueve años. Tuvimos tres hijos varones. En algún lugar, donde quiera que esté, sé que me está esperando y que pronto nos reuniremos.


MERCEDES CUÑETTI NARRA DETALLES Y ANÉCDOTAS DE SU CAMINO

Los comienzos de Cuñetti Hnos en San Carlos, las primeras bañaderas, las dunas voladoras de Las Delicias.

Las instalaciones en parada 5 de playa Mansa.

Los veranos en aquel entonces.

El pescador Gaggioni.

Punta del Este agreste, fotagas en la playa, football en la calle, vecinos Novo, Busquet, Guerra, Sánchez, Meneghin, Kaloper, Sader, Stern.

Los camiones a gasoil con carbón de coque. La huerta, alcahuciles y berenjenas en lo de Antonio Meneghin.

La soledad, los médanos, lagunas costeras rodeadas de juncos y patos salvajes, la tranquilidad de los padres, infancia feliz.

La casa y el taller de Cuñetti Hnos.

Todos los niños andaban descalzos por placer.

Mercedes estudia mecánica y le explica a su padre.

La vida de los transportistas.

La familia Cuñetti adquiere la granja, producción de vino.


"GRANJA CUÑETTI" ESTO ESTUVO A 1 KM DE LA PLAZA SAN FERNANDO DE MALDONADO (Granja LOS OLIVOS de CUÑETTI HNOS)

Un poco de historia, por el año 1957, en su pleno esplendor.

La foto aérea de Aníbal Barrios ofrece una idea de la riqueza hortícola de Maldonado. Las líneas simétricas de sus cultivos sólo se interrumpidas por trincheras de árboles que sirven como eficaz barrera de protección. Las actividades comenzaron en "Los Olivos" en 1951 con la anexión de nuevas plantaciones de viñas que vivificaron las ya existentes en dicho predio.

Surgieron así, repitiendo aquel milagro bíblico, hileras apretadas de cepas de las variedades Harriague, Moscatel de Hamburgo, rosada y Brasilera. La elaboración vínica siempre estuvo dentro de un panorama de creciente aumento. En 1952 se elaboraron 36.000 litros de vinos tinto, clarete y blanco. En ese momento la cosecha correspondía al 58% de la producción departamental era de 140.000 litros. Un orden escrupuloso y una atención siempre vigilante acompañaban el envejecimiento del vino. En una cueva espaciosa con paredes de piedra (25 x 12 m), de temperatura siempre uniforme, se procede al estacionamiento del vino en toneles de roble, que envejecen junto al vino, alegrando el espíritu con la caricia cordial de los añejos. Estos cascos almacenan un total de 111.000 litros. Al resto -243.000 litros - se le ubicaba en piletas de hormigón, siendo absorbida por los mercados fernandinos, carolinos y puntaesteños.

Cabe acotar que a 5 kilómetros de San Carlos se encontraba el establecimiento "Los Ceibos" anexo de "Los Olivos" donde allí se cultivaban tomates, zapallos, maíz blanco, porotos de manteca, melones, sandias, cebollas, ajos y lechuga manteca. También contaban con árboles frutales - durazneros y naranjos - y una prolija plantación de eucaliptos que contribuía a la obra forestal tan recamada por el país en esos años.


(Publicado por Luis Aguirre Toledo‎ en la página Recuerdos de Maldonado en Junio de 2015).




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