Recuerdos de la familia Cuñetti

De Banco de Historias Locales - BHL
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Foto de la Granja Cuñetti tomada por Aníbal Barrios en 1958.
1951 - Bisabuelo Pablo, yo - Mercedes, Abuelo Francisco y mi padre Ángel, en la Granja Los Olivos.
Mercedes Cuñetti comparte sus recuerdos en 14 páginas manuscritas, Mayo de 2021.





Transcripción de recuerdos manuscritos de Mercedes Cuñetti Díaz, Mayo de 2021



Antes que nada deseo agradecer al Sr. Alfredo Tassano Canale y al Colegio IUA la oportunidad de relatar lo acontecido a la familia Cuñetti en la zona. Vine a dar testimonio sobre otra persona y la Sra. Silvia Pazos Viana (a cargo de la gestión del Banco de Historias del Colegio) me sugirió que escribiera sobre mi familia. En la actualidad con motivo de la pandemia que asola a toda la humanidad es el momento de recogimiento adecuado para hacerlo.


Aclaro que no me siento buena escritora y tal vez los hechos no sigan un orden cronológico estricto. Estaré expresando mis vivencias pasadas modificadas por el tiempo transcurrido. Así que quien lo lea colabore con su imaginación y entendimiento agregando, modificando o ignorando aquello con lo que no esté de acuerdo. Con lo dicho queda expuesta mi poca confianza en cuanto a poder expresarme por escrito con la sensibilidad, profundidad y profesionalismo que esta ocasión amerita.


Tengo mis raíces acá, aunque en varios períodos de mi vida me he ausentado y respirado otros aires. He vivido en Montevideo mientras estudiaba en la Facultad de Arquitectura, cuando he viajado por varios meses y cuando me casé y tuve tres hijos: Alejandro, Pablo y Leandro, uno argentino y dos uruguayos. Con ellos viajé en el año 1974 a Londres a reunirme con mi esposo, que había sido becado por dos años por el British Council; permanecimos allí casi un año. Actualmente mis tres hijos y mis ocho nietos viven en Argentina. Tengo la doble nacionalidad y he ido y vuelto tantísimas veces que es una forma de vida con un pie en cada lado. Me duele mucho esta separación debido a la pandemia; es peligroso para las personas mayores como yo, hay que hacer aislamiento y además con cierres de fronteras, es impensable viajar como antes.






LOS INICIOS

Ángel Cuñetti Colombo y Elvira Díaz Sánchez. 1º de Diciembre de 1984, cumplían sus 50 años de casados.


Mis padres – Ángel Cuñetti Colombo y Elvira Díaz Sánchez - vinieron a Punta del Este a los pocos meses de yo haber nacido, o sea a fines de 1937 o principios de 1938. Pusieron una fonda, “La Ola Marina”, cerca del Puerto, donde se servían comidas y bebidas para los trabajadores del puerto y la policía. Pocas mesas y un mostrador; mi madre cocinaba y mi padre servía y atendía el mostrador.

Vivíamos en ese mismo lugar, que estaba ubicado subiendo desde la policía por la calle Juan Díaz de Solís y Salinas, pasando la avenida doble con palmeras, a mitad de cuadra del lado derecho. Todavía existe la construcción. De esos años conservo dos o tres fotos en blanco y negro, amarillentas y desvaídas por el tiempo; en una de ellas estoy de pocos meses en los brazos de mi padre, sacada frente a la fonda y en la otra estoy parada en la cocina de hierro. Mi madre me contó que cuando me enfermaba llamaba al Sr. Aramís Ramos, de quien hay una placa de agradecimiento por su labor en la zona - ubicada en la Av. de las palmeras cerca del puerto - y cuando me empachaba llamaba a una curandera que tiraba del cuerito de la espalda.

MEMORIAS DE SAN CARLOS

Luego de unos años nos mudamos a San Carlos, a la calle Juan de Dios Curbelo Nº 724, a media cuadra de 18 de Julio y otra vez vivíamos a media cuadra de la policía. También vivía en San Carlos mi tío Enrique con toda su familia, muy cerca de nuestra propiedad.

A esa casa nos mudamos mi familia y la de mi tío Carlos - con su esposa Josefina Rodríguez Pérez y sus hijos Carlos Walter y Cecilia Rosa - con quien habían decidido trabajar en sociedad. La casa era antigua, de estilo colonial, de paredes dobles con dos ventanas altas rectangulares, con rejas al frente, en el medio de las cuales había una puerta cancel doble de madera que daba entrada a un zaguán embaldosado y luego se continuaba por un patio empedrado, cubierto por parrales de uvas moscatel. Todas las habitaciones de ambos lados daban a ese patio excepto las dos primeras del frente, que daban al zaguán. Todas las habitaciones, con pisos de madera, se comunicaban entre sí.

En el patio había un aljibe, donde vivía temporariamente una tortuga que cuando quería salir o entrar se metía adentro del balde, que funcionaba por medio de una roldana. En el pozo se bajaban las bebidas, para que estuvieran frescas. Al fondo estaba la cocina, rectangular, amplia, grande, con cocina de hierro y ganchera para las ollas. Pasando la cocina y separada por un corredor estaba el baño y un lugar de depósito. Al costado del baño había una palmera de muchos años, de tronco grueso, que daba unos butiaces dorados, riquísimos. Por el tronco se podía subir al techo del baño, desde donde a través de un espejo podía comunicarme con mi amiga de la otra cuadra.

Por el pasaje que había frente al baño había una escalera de pocos escalones, por donde se llegaba a un galpón que ocupaba todo el terreno a lo largo de la casa. Tenía un portón grande que daba a la calle. Pasando por el fondo del galpón había otro portón que daba salida, pegada a la medianera a la calle de atrás, Carlos Reyles. El espacio de terreno pasando el galpón estaba cerrado por un muro de ladrillos que rodeaba la esquina y marcaba el límite de la propiedad. En ese terreno se plantaban choclos, zapallos y otras verduras. Además había un gallinero y se criaba un chancho por año para carnearlo.

Frente a nuestra casa vivía el Dr. José Mautone con su familia, tres hermanas y un varón. El hijo fue el que transcurridos los años fundó el Sanatorio Mautone en Maldonado. De las hijas recuerdo solo sus sobrenombres. Con ellas no me traté porque eran mayores que yo. En cuanto a la señora de Mautone, le gustaba mostrarme su jardín con hermosísimos rosales, jazmines y otras plantas.


COMIENZOS DE LA EMPRESA DE TRANSPORTE DE LOS HERMANOS CUÑETTI

Por esa época mi padre y mi tío habían adquirido camiones y dos bañaderas usados y así se iniciaron dos emprendimientos a la vez: el de los camiones y el de transporte de pasajeros entre San Carlos, Maldonado y Punta del Este. Se llamaban bañaderas y eran traídas desde Brasil con los asientos enteros a lo ancho, de lado a lado, y se cerraban con toldos. Se pintaron y se cambiaron los tapizados. El transporte de pasajeros duró poco tiempo, ya que era muy irregular, debido a que los días de tormenta con vientos fuertes los médanos se trasladaban tapando el camino de la costa y las crecientes del arroyo en San Carlos cortaban la circulación cada dos por tres, inundando la vieja carretera que pasaba por el costado del cementerio, cerca del predio rural donde se remataban los ganados unos días y otros las aves de corral. El transporte de pasajeros se dejó de lado al poco tiempo. Se continuó trabajando con los camiones. El reparto de encomiendas chicas en San Carlos se hacía con un carro tirado por un caballo percherón, que a mí me parecía enorme.

Mi hermano, Miguel Ángel, ya había nacido; teníamos cuatro años de diferencia de edad. Hice los primeros años de Primaria en la escuela pública que quedaba a tres cuadras de mi casa. Los fines de semana nos llevaban a la plaza Artigas, que era el centro social del pueblo, todos se conocían, con su antigua y bella iglesia colonial San Carlos Borromeo. Al costado de la iglesia estaba el Club Oriental y sobre la calle opuesta, el otro club, Unión. Los domingos tocaba la Banda Municipal y tomábamos un helado de cucurucho en la esquina donde estaba la confitería Grieco.

Hoy día San Carlos se ha extendido y ha pasado a ser una ciudad importante, con vida propia. De esa época quedó grabado en mi inconsciente el olor del jazmín estrellita de manera indeleble. Tenía una planta que rodeaba el dintel de la puerta de mi dormitorio y que llenaba con su aroma el aire de mi pieza. Muchos años después, viviendo en Buenos Aires, de manera imprevista he sentido como si alguien me llamara, me pongo a buscar y no veo a nadie conocido, incluso una vez, en una esquina en que no había ninguna persona y yo en alerta para saber quién me llamaba, me doy cuenta de que ahí estaba ese olor dulzón, penetrante, que tiene sobre mi ese efecto muy fuerte y evocador, un engrama.


REGRESO A PUNTA DEL ESTE

Vitral en la ventana del comedor de la familia Cuñetti, en Parada 5.

A los pocos años se adquirieron tres terrenos en Punta del Este, en el barrio Los Ángeles, a la altura de la Parada 5 de la Playa Mansa. Dos de ellos dan a la calle Orlando Pedragosa Sierra (antiguamente Carretera al Bosque) y el tercer terreno, del lado de atrás, da a la calle California. Las acacias negras que se sacaron de estos terrenos se llevaron a Montevideo para después hacer muebles. Las sillas, la mesa y aparador que estoy usando fueron hechos con su madera.

No bien se terminó la construcción nos mudamos todos, regresando a Punta del Este. Terminé la primaria en el Colegio de monjas de Maldonado. Con mi hermano y mis primos nos criamos juntos durante años; había nacido mi primo Julio Héctor.

La edificación, ubicada en el padrón que da a la calle California, fue construida entre 1946 y 1947. Las aberturas que se usaron eran de demolición, de segunda mano, traídas desde Montevideo. La parte habitacional del edificio es de dos pisos. Consta de cinco apartamentos y un galpón al que se ingresa directamente por la calle California y tenía salida a los dos padrones de atrás, que daban a la antigua Carretera al Bosque (Orlando Pedragosa Sierra).

Sobre la medianera oblicua que da al NE había un sector con balastro donde se hizo un horno de campo: media esfera con boca cuadrada de entrada y un tubo en la parte superior para regular la entrada y salida del aire. Estaba apoyado sobre un cubo de ladrillos, con el lado abierto del mismo lado que la boca superior, donde se almacenaba la leña y el carbón. Adelante del horno había una mesa rectangular de hormigón de aproximadamente 1.70 m de largo por 1 m de ancho, con dos bancos de madera largos a cada lado. La sombra la daban cuatro o cinco álamos plateados que estaban en el lugar. Ese espacio se había dejado para ser usado por todos los de la casa para hacer asados, pizas o panes, o simplemente para estar allí, descansando.

De ese lado de la medianera se construyeron dos fosas con un compresor para trabajar o limpiar los motores desde abajo. Al costado de las fosas y hacia el fondo había una construcción de forma cuadrada de 7 u 8 m de lado, con un pequeño baño y cocina, que servía guardar herramientas, vulcanizar gomas de bicicletas y las llantas de los camiones.

En un tiempo hubo también surtidores, uno de nafta y otro de gas-oil, ubicados al borde de la carretera. El resto de la superficie de los dos padrones se usó como una explanada, muy grande, con paños de hormigón destinados a la carga, descarga y estacionamiento de camiones y semi-remolques. Los viajes de transporte eran continuos, había trabajo tanto en invierno como en verano, aunque disminuía en invierno. Todo estaba muy organizado y había mucho orden administrativo.

Recuerdo que mi padre reparaba los motores de los camiones. Conservo una zorra de hierro de ferrocarril, que se usaba para llevar el motor que se iba a desarmar y se lo suspendía de una viga del techo del galpón. Yo ayudaba a mi padre a esmerilar válvulas mientras le cebaba mate amargo.

A lo largo de las medianeras había canteros con malvones, geranios, petunias, hortensias y había además un espacio detrás del edificio destinado a quinta, aunque se plantaban verduras y plantas aromáticas en cualquier rincón de la tierra en que hubiera espacio. Algunas plantas se conservan todavía o se renuevan de las viejas raíces, como sucede con un cedrón que plantó mi madre y un zarzo de madreselvas que veo desde siempre. Mi padre plantó una higuera que antes parecía más grande y que hoy día se adaptó a un espacio más reducido, desde que nuestro vecino amplió su casa. Da menos higos que antes y está muy achicadita.


METAMORFOSIS DE LA FISONOMÍA DE PUNTA DEL ESTE

Cuesta mucho imaginar lo agreste que era Punta del Este en esos tiempos. Había bosques tupidos de pinos, rodeados de acacias y aromos. Algunos eucaliptus sueltos, espinas de la cruz y en la costa de la Playa Mansa abundaban los tamarindos. Los bosques de pinos eran rumorosos porque el aire al pasar entre las agujas – sus hojas – emitía un sonido suave, susurrante, que se hacía sentir, lo mismo que el olor acre de la resina en el verano, cuando el calor era más intenso. Cuando las piñas abrían o cuando había tormenta y caían, juntábamos para tener en el invierno, para prender las estufas. En la primavera y en el inicio del otoño, con épocas húmedas y templadas a la vez, recolectábamos hongos rosados, los deliciosos, con estrías radiales, o los marrones de panal. Los comíamos frescos o se secaban para conservarlos. También recolectábamos plantas medicinales como carqueja, marcela, ortiga, diente de león, llanten, etc.

En esa época había pocos residentes viviendo todo el año. Venían los turistas y algunas familias con propiedades a veranear a partir de fin de año y entonces todo se reanimaba, hasta mediados de Marzo. Luego volvía la quietud al lugar. Esto se visualizaba más que nada en la costa. A partir del 8 de Diciembre, en que se bendecían las aguas, teníamos permiso para bañarnos en el mar. No sé por qué razón en esas fechas nos daban un purgante horrible llamado aceite castor. En la playa de la parada 5 de la Mansa éramos un pequeño grupo de gente y allá lejos, lejísimos se veía el muelle de pescadores de Las Delicias y a los pocos años se comenzó el muelle de la parada 3. No se veía otra gente en la costa. En la actualidad, aparte de la gente bañándose en las playas hay otros indicadores, como ser todos los vehículos estacionados a lo largo de la rambla, los grandes espacios de estacionamiento ubicados sobre la costa o en los supermercados y shopping, llenos de automóviles.

Al principio empezó a cambiar todo lentamente, de manera constante. Pero pronto el crecimiento fue exponencial y a un ritmo vertiginoso. Recordar este lugar cuando yo era chica y asistir a los cambios que se produjeron a través de los años hasta llegar a lo que es hoy día es algo asombroso. Cambió toda la fisonomía del lugar, todo menos aquellas en la que nosotros no tenemos ningún poder y que son las manifestaciones eternas de la naturaleza; amaneceres y atardeceres bellísimos, cielos límpidos sin una nube con un sol radiante o tormentas con lluvias y vientos que hacen bravas las olas y que festonean el borde de las playas con su espuma… y el aire marítimo con perfume a salitre, ¡qué placer!

La empresa de camiones Cuñetti Hnos. creció en la medida que crecieron las necesidades de la zona, que fueron muchas y de distinta índole. Se trajeron materiales para la construcción, como ladrillos, cemento, hierros, maquinarias, además productos para el abastecimiento alimentario y bebidas, mudanzas, etc. De tener camiones usados a gasógeno con carbón de coque en la época de la guerra y que andaban a 40 km/h por carreteras angostas, se pasó a camiones nuevos a gasoil y a nafta, de mayor potencia en los motores y mayor volumen de carga. En pocos años pasó a ser una empresa de transportes reconocida, eficiente y confiable, con varias unidades de vehículos trabajando. En Montevideo se puso una Agencia y se hicieron viajes a otros lugares, sobre todo a Paysandú y Rivera.

Acompañábamos a mi padre cada vez que podíamos en sus viajes con el camión. Una vez que regresábamos los cuatro desde Paysandú, fue el día en que Uruguay había salido campeón mundial de football en Maracaná, le había ganado a Brasil. Al pasar por cualquier ciudad, pueblo o caserío, todos festejaban y aún en medio del campo, la gente se acercaba a la carretera a celebrar. Esa unidad, ese fervor de todos los habitantes de nuestro país es algo impresionante, lo logran unos pocos deportistas jugando en una cancha. Desearía que también los mismos sentimientos y demostración de unidad, fervor y orgullo nacional se lograra en otras cosas que pueden ser tan importantes y aún más como puede ser una competencia deportiva. Cuando se disolvió la sociedad, por 1978 más o menos, muchos choferes fundaron en la zona su propia empresa. Aún hoy la hija de mi primo Carlos Walter, Alejandra Cuñetti Bentancourt, mantiene su trabajo en el mismo rubro por 3era generación.

La población estable de Punta del Este aumentó rápidamente. Se construyeron casas, chalets, edificios de pocos pisos en principio hasta llegar a las grandes torres que existen actualmente. Influyó mucho para el reconocimiento del balneario el Festival de Cine de Cantegril con la afluencia de los artistas, los estrenos y los espectáculos. Se desarrollaron las inmobiliarias, la industria hotelera, turística y gastronómica. El abastecimiento de frutas y verduras, que había sido muy limitado y elemental, pasó a ofrecer una enorme variedad de productos y algunos muy exóticos que proceden de países lejanos del mundo, como para satisfacer al gusto del más refinado paladar. Lo mismo sucede con las bebidas, los vinos, las cervezas y los licores. Se abrieron supermercados, grandes tiendas con marcas de otros países, sucursales de grandes firmas comerciales internacionales. También bancos, financieras, cambios y casinos. A la par se desarrolló una vida cultural importante, variada y de calidad. Se multiplicaron los centros culturales, museos, cursos, exposiciones, congresos, conciertos, coros. Se abrieron nuevas escuelas y universidades. El puerto aumentó sus dársenas de atraque para veleros y yates, que llegaron con banderas de varios países, y desde la costa se ven anclados los grandes buques transatlánticos que realizan viajes turísticos.

Punta del Este pasó de ser un balneario a ser una ciudad cosmopolita, de reconocimiento internacional. Su perfil cambió totalmente y pasó de ser una zona boscosa a ser un centro urbano con calles, avenidas y bulevares. La avenida de circunvalación de la península está hecha sobre lo que antes había sido una zona de rocas, con pequeñas y acogedoras playas arenosas como El Emir o la Playa de los Ingleses, que aún están. Se anuló una playa con un pequeño puerto, que quedó tapada por el asfalto; la entrada aún existe, está sobre Gorlero bajando por unos escalones y descansos con palmeras, a la altura de la calle 19; se llegaba directamente a la arena de la costa con el muellecito a la derecha, a unos 30 m de donde empezaban las rocas.

Un día de mucha neblina, paseando a la tardecita cerca del puerto, por la costanera, vi algo que me pareció muy hermoso; todo se veía como en una gama de grises de diferente intensidad, el cielo, el mar, las rocas, la costanera y allá a lo lejos un gris casi blanco con forma de triángulo, se veía a un velero regresar rumbo al puerto; parecía volar en ese espacio indefinido, silencioso, con el rumor suave y calmo del mar. Fue una visión surrealista.

Las vías del ferrocarril fueron sustituidas por el Boulevard Artigas y el día que inauguró el recorrido totalmente iluminado todos los vecinos nos acercamos a verlo, como quien ve un espectáculo. La parada 5 del Barrio Los Ángeles era la última parada del tren antes de llegar a Punta del Este, que tardaba cuatro horas para llegar desde Montevideo. Antes de la estación terminal (la actual Terminal de ómnibus) había varias casillas de chapas donde vivían los pescadores con sus cañas y sus redes. Todos estaban sobre un solo lado de la vía, el que da sobre la Mansa. Todo ese espacio era un baldío enorme donde se veían, según creo recordar, los restos circulares de las paredes de un molino que estaba cerca del camino de la costa.

Para hacer una comunicación telefónica con Montevideo había que hacerlo a través de una caja adosada a la pared con una manivela al costado, hacer el pedido a la central telefónica y esperar a veces varias horas para concretar la comunicación. La leche era traída en tachos de aluminio por un repartidor con un carro tirado por un caballo. Lo mismo sucedía con el hielo, que se repartía en trozos de barras desde la fábrica, que estaba en parada 4. Para ir caminando hasta la playa Brava había que atravesar los bosques de pinos y acacias y luego caminar varias cuadras de médanos, entre los que se formaban charcas o pequeñas lagunas rodeadas de pajonales, donde había patos criados sueltos y libres, que nadie cuidaba. En la costa juntábamos almejas y berberechos, mientras que del lado de la Mansa, los días de tormenta, juntábamos mejillones.

Con la construcción de tantos edificios altos sobre la costa de la playa Mansa, he percibido, en mis caminatas por las veredas de la costanera, que se forman microclimas en torno a ellos, como corrientes envolventes. Con solo estar atento se percibe perfectamente. Pasa a ser algo muy distinto a la virazón, que son corrientes de aire, más bien brisas, que se producen de manera natural por las diferencias de temperatura entre la tierra y el mar durante el día. Es fácil registrar esos cambios y este fenómeno, que se produce de manera natural, tiene un alcance hacia la tierra de 2 km, más o menos. En cambio esos movimientos de aire arremolinado que se siente caminando por las veredas deben ser producidos por la presencia de los edificios, que actúan como pantallas u obstáculos artificiales al movimiento natural de la virazón. Antes podía ver desde la azotea de mi casa el recorrido del sol desde que salía hasta que se ocultaba y a medida que pasaba el tiempo se podía registrar sobre el horizonte como se alargaba o se acortaba ese recorrido, más alto en el verano o más bajo en pleno invierno. Todo eso que antes podía ver desde casa como algo contínuo, hoy día lo veo recortado, como retazos de un fenómeno astral. Lo que también disfruto como siempre lo hice es observar desde el inicio de la avenida de circunvalación sobre la Mansa, cuando el sol se pone en los atardeceres con el cielo incendiado de colores rojos, anaranjados, magentas y con sus rayos rasantes, el agua se tiñe de añil y predomina el azul violáceo. Es una experiencia que siendo atávica se vive de manera renovada, es un momento de recogimiento y silencio ante la belleza del crepúsculo. Con los amaneceres suceden los mismos sentimientos aunque cambie el lugar de observación hacia la Playa Brava.


LA GRANJA CUÑETTI


De pie, de izq. a der.: Cecilia Rosa Cuñetti Rodríguez, Carlos Walter Cuñetti Rodríguez, Mercedes Nancy Cuñetti Díaz, Héctor Manuel Godoy Bravo. Sentados, de izq. a der.: Miguel Ángel Cuñetti, Rosa Blanca Dalmonte Pratto, Sonia Azucena Barbero Cora, Julio Héctor Cuñetti Rodríguez (año 2000).


Hacia 1950 aproximadamente, mi padre y mi tío, Ángel y Carlos respectivamente, compraron una granja en las afueras de Maldonado, limitada por ese lado por la Cañada de Aparicio Saravia, con una superficie total de hectáreas 32,215. Al principio era zona rural, luego pasó a ser sub-urbana. La ubicación es sobre la prolongación de la calle Sarandí hacia el campo.

A esa granja, llamada Los Olivos, se fueron a vivir mis tíos Carlos y Josefina, con mis tres primos: Carlos Walter, Cecilia Rosa y Julio Héctor. El casco de la granja estaba lejos del camino, tal vez a un poco más de dos cuadras.

Aparte de la casa, en forma de U, orientada al Norte, con un patio que tenía un aljibe y en el cierre de las dos alas laterales, una hermosa galería cerrada con vidrios, estaban los galpones. Al costado de ellos se construyó una bodega subterránea revestida de piedra, de 25 x 12 m, que albergaba toneles de roble donde se estacionaban los vinos tinto, clarete y blanco, que después abastecían a Maldonado, Punta del Este, San Carlos y zonas aledañas. Tanto la casa como la bodega y los galpones estaban rodeados de grandes olivos. Mucho más abajo, a mitad de camino entre la casa y la cañada, se construyó la porqueriza. El resto del campo, casi en su totalidad estaba cubierto de vides.

2 de Octubre de 2009. Encuentro con el Intendente, Sr. Oscar de los Santos y tres de los Asesores del Equipo Técnico (a la izquierda en la foto) para reactivar la sobrante infraestructura de la Granja Los Olivos. En la foto, sentados, de izq. a der.: Gonzalo Grajales Camacho (Abogado de la familia), Alberto Cuñetti Dalmonte, Sonia A. Barbero, Julio Héctor Cuñetti Rodríguez, Teófilo Percibal Gratwold; en el centro, de pie: el Intendente Oscar de los Santos, a su derecha Cecilia R. Cuñetti, y a su izquierda Mercedes N. Cuñetti.
Las 32 hectáreas pertenecientes a la familia Cuñetti al norte de Maldonado.
Las tierras cedidas en dos etapas (Primer Convenio en rojo, Segundo Convenio en amarillo). Primer Convenio, año 1988, actual Barrio de Viviendas Municipales. Segundo Convenio, año 1998, nuevo barrio de los ex asentado.
Foto satelital de la Granja Cuñetti después de dos cesiones de tierras al gobierno municipal para beneficio de los nuevos pobladores. Foto de Héctor M. Godoy.



CONVENIOS CON LA INTENDENCIA MUNICIPAL DE MALDONADO



21 de Agosto de 2009. Carta de presentación de la familia Cuñetti, entregada en mano al Intendente Sr. Oscar de los Santos, previa lectura de la misma. Tiene adjunto los diagramas correspondientes a los dos convenios realizados con la Intendencia Municipal de Maldonado.

Carta de la familia Cuñetti a la Intendencia de Maldonado, pág 1. (Click tres veces sobre la imagen para llegar al máximo tamaño disponible).
Carta de la familia Cuñetti a la Intendencia de Maldonado, pág 2. (Click tres veces sobre la imagen para llegar al máximo tamaño disponible).




La familia Cuñetti cede parte de sus tierras para dar solución a los asentamientos.

Como contraprestación, la Intendencia Municipal de Maldonado se compromete a realizar toda la infraestructura.


Con los años la agencia de transporte en Montevideo adquirió mucha importancia. Mi tío decidió vivir allí y se trasladó con toda la familia.

Se ofreció la granja Los Olivos al entonces Intendente, el Sr. Benito Stern, para instalar allí un mercado zonal que tuviera influencia en toda la región. En el campo quedaron cuidadores, algunos con sus familias. Pero muy pronto hubo una afluencia incontenible de gente que, de la noche a la mañana, se ubicaron en nuestras tierras con construcciones sumamente precarias. Algunos venían de Maldonado y los demás de otros departamentos, en busca de trabajo y vivienda.

Para resolver el problema de los asentamientos es que se hicieron los convenios con la Intendencia Municipal de Maldonado, a los cuales quisiera referirme con la mayor objetividad y ajustándome a los hechos tales como los recuerdo. De todas maneras está todo documentado y archivado en la Intendencia con los expedientes que se abrieron en dos ocasiones. Aparte del Sr. Benito Stern (Intendente en el período 1985-1990), los intendentes sucesivos fueron los señores Domingo Burgueño, Camilo Tortorella, Enrique Antía, Oscar de los Santos y nuevamente Enrique Antía (desde 2015).

En el primer convenio, del 22 de Marzo de 1988, la familia Cuñetti cedió las tierras al gobierno local y como contraprestación, la Intendencia Municipal de Maldonado se comprometió a realizar toda la infraestructura: amanzanamiento, división catastral, calles, veredas, saneamiento y alumbrado. Había un plazo determinado que no se cumplió, en el que más gente ocupó la tierra. Se realizó un segundo convenio, el 28 de Octubre de 1998.

Nuevamente cedimos más tierras. Hay que agregar que en el año 1998 se enajenaron 1.050 m2 para la ampliación de la continuación de la calle Sarandí, la actual Avenida Ferreira Aldunate. Tampoco en este convenio se cumplió con el plazo estipulado y en las dos ocasiones no se cobraron multas ni obtuvimos ningún beneficio de otra índole. Demoró años en realizarse la infraestructura y poder disponer libremente de lo que quedó de nuestra tierra para su venta.

En el transcurso de todos esos años, más de veinte, murieron mis padres, mis tíos y mi querido hermano Miguel Ángel. Quedamos como herederos de lo que quedó de las 32 hectáreas mis tres primos, mis tres sobrinos Rossana, Leticia y Alberto y yo.

Como familia sentimos la satisfacción de haber contribuido en buena parte y de forma anónima a la solución social de tantas familias que pudieron acceder a su vivienda propia.

EL GRUPO CUCURBITÁCEO

Integraron el Grupo Cucurbitáceo: Darwin Díaz Píriz, Miguel Ángel Cuñetti Díaz, Pedro Fasciolli Foglia, Mercedes N. Cuñetti, Héctor Manuel Godoy Bravo, Jorge Pereira Bravo, Julio Díaz Píriz.

Frente a la playa encalló un barco en el invierno de 1965 y el mar lo fue haciendo desaparecer con los años. Aún queda una parte de él sobresaliendo de la superficie del agua. Literalmente el mar se lo fue tragando poco a poco. Cuando encalló se veía tan grande y cerca de la costa que parecía imposible que desapareciera, hasta quedar como ahora, que apenas se ve. En el mismo año, formamos un grupo de siete personas para plantar en la granja 5 hás de sandía. El grupo estaba formado por mis dos primos Julio y Darwin Díaz Pérez, dos amigos Jorge Pereyra Bravo y Pedro Fasciolli, mi hermano Miguel y yo. A último momento se unió Héctor Manuel Godoy Bravo, primo de Jorge, quien quiso formar parte del emprendimiento en cuanto se enteró.

Hicimos un acuerdo por escrito donde se especificaba lo que aportaba cada uno, desde el que ponía trabajo solamente, otros ponían además dinero y en el caso de mi hermano y yo, aparte del trabajo poníamos además la tierra. Una sola persona ponía solo dinero y nada de trabajo, era Godoy, que vivía en Buenos Aires. También se tuvo en cuenta, por si acaso se presentaba la posibilidad de el emplear a gente que no fuera integrante del grupo. Ese escrito que firmamos muy solemnemente era además para comprometernos con el trabajo, desde el principio hasta dada por terminada la cosecha y venta de la fruta. Se hizo un plan de trabajo general y todos menos Héctor Godoy, que ponía solo dinero, nos pusimos a trabajar sin descanso desde el primer momento. Hay que aclarar que ninguno de nosotros tenía ningún conocimiento de lo que nos habíamos propuesto hacer. Entre mi hermano y mi primo Darwin pusieron en marcha un tractor que estaba medio desarmado en los galpones. Mi primo Julio y yo nos dedicamos a sacar muestras de la tierra, que llevamos a la Facultad de Agronomía para que la analizaran y nos informaran no solo del abono a usar sino también de todo lo demás. Fuimos muy bien recibidos y nos dieron mucha información sobre cómo preparar la tierra, cómo plantar las semillas y de cómo protegerlas mediante casillas bien orientadas y separadas entre sí cada cuatro metros para poder regarlas, etc., etc. Supimos que las sandías, melones y zapallos eran clasificados como cucurbitáceas. Entonces decidimos que nuestro grupo se iba a llamar así, Grupo Cucurbitáceo.

Yo era la encargada de informar a Héctor Godoy de lo que estaba sucediendo. Los seis nos dedicamos a desmalezar y preparar la tierra. Trabajábamos muy entusiasmados y enfervorizados. Todos por igual trabajamos sin respiro, solo nos deteníamos para recuperar fuerzas. El centro de operaciones estaba en una casa de material con dos habitaciones, cocina, baño y una galería, todo con techo de paja, que estaba en buenas condiciones cerca de la carretera que quedaba del lado de Maldonado desde donde se extendían las 5 hás, a partir de la cañada. Así trabajamos intensamente durante meses hasta que llegó la primavera y empezamos a visualizar los resultados de nuestro esfuerzo. Al amanecer se veían las casillas alineadas, ordenadas como un damero. Nos sentíamos eufóricos, emocionados e ilusionados al ver la tierra tan trabajada y prolijamente plantada.

Entonces pasó algo imprevisto: gente de Rivera nos propuso comprar la producción, encargarse del cuidado de la plantación hasta la cosecha, venta y distribución de las sandías. Hubo una reunión urgente del Grupo Cucurbitáceo para tratar tan importante asunto. Héctor vino expresamente desde Buenos Aires para esa reunión. Luego de analizar la situación, los siete, totalmente de acuerdo, decidimos no aceptar la oferta y seguir nuestro plan inicial, mientras frente a nosotros contemplábamos con satisfacción las cinco hectáreas plantadas.

¡Quién hubiera tenido en ese momento una bola de cristal que nos permitiera conocer el futuro!

Poco tiempo después todo comenzó a funcionar mal. Así como crecían las guías, fuertes y largas al ras de la tierra, crecía también la maleza alrededor de las plantas de sandía con la misma fuerza pero en altura. Dimos una lucha sin cuartel contra yuyos y hormigas. Ante esta situación, con mucha pena e impotencia, tuvimos que restringir la zona que cuidábamos porque no dábamos abasto. Finalmente la venta de la fruta apenas alcanzó para cubrir los gastos. El emprendimiento resultó un fracaso económico. Aprendimos, aunque tarde, que debíamos haber plantado por lo menos uno o dos períodos antes plantas de choclo o girasol, que eliminan la maleza, explicación que nos dieron tiempo después algunos entendidos. Fue una experiencia extraordinaria a pesar del resultado.

UN AMOR PARA TODA LA VIDA

Ese año en que nos conocimos con Héctor mantuvimos una comunicación epistolar constante y unas pocas llamadas telefónicas. Nuestra relación fue a un ritmo contínuo y sin pausa hacia el enamoramiento, casi diría con la naturalidad de un destino que teníamos reservado sin saberlo. Así que ante la sorpresa de nuestras familias y amigos, informamos a fines de Diciembre, que éramos novios y que habíamos decidido casarnos.

Era la primera vez que decidía sobre mi vida sin consultar con mis padres. Eran otros tiempos y otras las costumbres. Sabía que si les decía de antemano cuales eran nuestros planes, me iban a decir que primero terminara mi carrera de arquitecto; ya había aprobado mi 4º año de Taller de Arquitectura.

Por otro lado, Héctor tenía que hacer su Doctorado, que le iba a llevar dos años de dedicación, y que, como también trabajaba no podía venir a verme. Asi que, entre esperar dos años y casarnos y terminar mi carrera en Buenos Aires, decidí esta última opción. Así lo hicimos, resolviendo todos los problemas previamente, sin dar tiempo a nadie de nuestras respectivas familias a que nos organizaran o se inmiscuyeran en las decisiones que habíamos tomado.

Los del Grupo Cucurbitáceo se regocijaron a más no poder y fuimos blanco de muchas bromas; repetían como un oxímoron que lo de la plantación fue todo un éxito a pesar del fracaso.

Así fue que nos casamos, completamente enamorados y casi sin conocernos, cosa que nos dimos cuenta después en la convivencia diaria. Pero aún así, los dos sentíamos que éramos las personas que cada uno había estado esperando. El primer año fue muy turbulento porque éramos demasiado diferentes, él muy introvertido, muy racional y lógico de acuerdo a su formación científica, yo en cambio demasiado temperamental, impulsiva, intuitiva; tan cómoda estando sola como siendo sociable.

Pasado ese primer tiempo logramos reconocernos en nuestras diferencias personales y respetarnos mutuamente en nuestras identidades, es decir, ninguno quiso conscientemente influir o cambiar al otro pero casi sin darnos cuenta eso fue lo que pasó, con el correr de los años, para enriquecernos y sentirnos felices por cuarenta y nueve años. Tuvimos tres hijos varones; Alejandro, Pablo y Leandro. En algún lugar, donde quiera que esté, sé que me está esperando y que pronto nos reuniremos.



MERCEDES CUÑETTI NARRA DETALLES Y ANÉCDOTAS DE SU CAMINO


Los comienzos de Cuñetti Hnos. en San Carlos, las primeras bañaderas, las dunas voladoras de Las Delicias.


Las instalaciones en parada 5 de playa Mansa.


Los veranos en aquel entonces.


El pescador Gaggioni.


Punta del Este agreste, fotagas en la playa, football en la calle, vecinos Novo, Busquet, Guerra, Sánchez, Meneghin, Kaloper, Sader, Stern.


Los camiones a gasoil con carbón de coque. La huerta, alcahuciles y berenjenas en lo de Antonio Meneghin.


La soledad, los médanos, lagunas costeras rodeadas de juncos y patos salvajes, la tranquilidad de los padres, infancia feliz.


La casa y el taller de Cuñetti Hnos.


Todos los niños andaban descalzos por placer.


Mercedes estudia mecánica y le explica a su padre.


La vida de los transportistas.


La familia Cuñetti adquiere la granja, producción de vino.



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