Viaje oceánico

De Banco de Historias Locales - BHL
Saltar a: navegación, buscar
.


Del libro “La Balsa – Entre Cuentos y Relatos”, Florida, 1971

E. Máximo Tassano

VIAJE OCEÁNICO


Inmediatamente de la bajada del Portezuelo, se encuentra el hermoso balneario del mismo nombre. Es una ensenada de unos ocho a diez kilómetros, comprendida entre la Punta Ballena y la Punta Fría, de aguas tranquilas y poco profundas. Sus arenas junto al mar, se endurecen con el oleaje que las lame y forman una pista magnífica para todo vehículo en toda su extensión. El mayoral hacía el recorrido por ella. A cierta altura, había que salir de las arenas endurecidas y allegarse a las sueltas para volver a tomar el camino de tierra que lo llevara a Piriápolis donde dejaba el correo y seguir viaje hacia Pan de Azúcar y de allí a Estación La Sierra.


El pequeño trayecto de arenas sueltas era muy penoso para los caballos y había que reforzarlos con cuatro, cinco y aún más, por lo que siempre esperaban a la diligencia los peones de la próxima posta con ese refuerzo. Hasta había veces en que los pasajeros que podían, tenían que bajarse de la diligencia para aliviarla de peso, lo que se hacía con jovialidad y como un motivo más de las emociones del viaje.


Muchas veces el mar estaba picado y las olas, al romper en la costa, batían el flanco de la diligencia expuesto a ellas y hasta salpicaban de agua salada al pasajero que abría una ventanilla, provocando el consiguiente temor. Pero el mayoral los tranquilizaba explicándoles la total falta de peligro. A lo más los invitaba a levantar los vidrios de las ventanillas para que no se mojaran, agregando un “no se preocupen que aquí los únicos que van contentos son los caballos”. Y así era en efecto; cubiertos de sudor, el agua del mar que chapoteaban los refrescaba.


Aunque pareciera paradojal, se podría decir con un poquito de buena voluntad que “La Comercial del Este” hacía, entonces, un viaje oceánico que el mayoral aprovechaba en beneficio de sus caballos y emoción de sus pasajeros por lo novedoso del viaje y el deleite de la contemplación de un mar majestuoso, pues sabía, en medio de su rusticidad, que el corazón humano gusta de la imponencia de las cosas.




Volver al archivo de Estanislao Tassano

Volver al archivo de La Comercial del Este


Consultas.png
BHL-logo-200px.jpg