Diferencia entre revisiones de «La bajada del Portezuelo»

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Ni riendas ni lanceros sentados en sus retrancas y tirando furiosamente de sus pretiles lo lograban. Al cuarteador se lo llevaban por delante. El todo se convirtió en una tromba. No había otra alternativa que dejarlos correr, dirigiéndolos, a ser posible, por el mejor camino o senda, a fin de evitar una volcada, lo que hubiera convertido aquello en una verdadera tragedia.  
 
Ni riendas ni lanceros sentados en sus retrancas y tirando furiosamente de sus pretiles lo lograban. Al cuarteador se lo llevaban por delante. El todo se convirtió en una tromba. No había otra alternativa que dejarlos correr, dirigiéndolos, a ser posible, por el mejor camino o senda, a fin de evitar una volcada, lo que hubiera convertido aquello en una verdadera tragedia.  
  
¡Si tuviera la suerte de que ninguno de los caballos se cayera…! “¡Déjalos correr; llévalos a la arena; no te enriedes en la cuarta!” fueron las voces de mando del mayoral, que atronaron al aire, pasando por encima de aquél tropel ensordecedor de cascos y hierros.  
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¡Si tuviera la suerte de que ninguno de los caballos se cayera…! “¡Déjalos correr; llévalos a la arena; no te enriedes en la cuarta!” fueron las voces de mando del mayoral, que atronaron al aire, pasando por encima de aquel tropel ensordecedor de cascos y hierros.  
  
 
Y así llegaron abajo. Metidos en las arenas sueltas del Portezuelo, los caballos rápidamente se entregaron jadeantes y asustados. La diligencia les resultaba en la arena, demasiado pesada como para seguir en su loca carrera. Así salvó el mayoral la difícil situación, donde demostró su sangre fría y su coraje. Vecinos del lugar que conocieron el hecho, la llamaban “la disparada del Portezuelo”.
 
Y así llegaron abajo. Metidos en las arenas sueltas del Portezuelo, los caballos rápidamente se entregaron jadeantes y asustados. La diligencia les resultaba en la arena, demasiado pesada como para seguir en su loca carrera. Así salvó el mayoral la difícil situación, donde demostró su sangre fría y su coraje. Vecinos del lugar que conocieron el hecho, la llamaban “la disparada del Portezuelo”.

Revisión del 14:35 18 nov 2015

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Del libro “La Balsa – Entre Cuentos y Relatos”, Florida, 1971 E. Máximo Tassano LA BAJADA DEL PORTEZUELO


Era, en su cruda rusticidad, muy empinada y larga. Hoy mismo, pavimentada, debe bajarse o subirse sin titubeos y con buenos frenos.

La diligencia debía empezarla despacio con las “martinetas” o trabas aplicadas, e ir deteniendo con suma energía a los caballos. Los “boleros” iban a cargo del cuarteador, conteniéndolos con la cuarta arrollada y el anca de su caballo casi prendido a sus hocicos; los traseros los controlaba el mayoral desde las riendas.

Un día se habían prendido solamente caballos potros y vigorosos que el mayoral sabía amansar en el primer viaje. Sólo los de la lanza eran mansos, y así debían serlo, pues en ellos descansaba gran parte de la seguridad de la diligencia, ya que todos la arrastraban y ellos solos la contenían. Llevaba diez y seis pasajeros, hombres, mujeres y niños, sentados dentro, en el pescante y en la “tabla”. Se le desbocaron en la bajada los caballos y no había forma de contenerlos.

Ni riendas ni lanceros sentados en sus retrancas y tirando furiosamente de sus pretiles lo lograban. Al cuarteador se lo llevaban por delante. El todo se convirtió en una tromba. No había otra alternativa que dejarlos correr, dirigiéndolos, a ser posible, por el mejor camino o senda, a fin de evitar una volcada, lo que hubiera convertido aquello en una verdadera tragedia.

¡Si tuviera la suerte de que ninguno de los caballos se cayera…! “¡Déjalos correr; llévalos a la arena; no te enriedes en la cuarta!” fueron las voces de mando del mayoral, que atronaron al aire, pasando por encima de aquel tropel ensordecedor de cascos y hierros.

Y así llegaron abajo. Metidos en las arenas sueltas del Portezuelo, los caballos rápidamente se entregaron jadeantes y asustados. La diligencia les resultaba en la arena, demasiado pesada como para seguir en su loca carrera. Así salvó el mayoral la difícil situación, donde demostró su sangre fría y su coraje. Vecinos del lugar que conocieron el hecho, la llamaban “la disparada del Portezuelo”.



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