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Revisión actual del 14:59 23 jul 2021
Doctor MARIO ADALBERTO SCASSO BACCINO
Nace en Montevideo el 10 de Noviembre de 1915, en la Calle Arenal Grande, en las cercanías de la ferretería propiedad de su padre y tíos paternos (Scasso Hnos.), situada en la esquina de Avda. Sierra (actual Daniel Fernández Crespo) y Calle La Paz (existente). Hijo de Don Alberto Scasso Molinari y de Doña María Ángela Baccino Ravena. Es el segundo de cuatro hermanos.
Cursa sus estudios en forma sucesiva en la Escuela de Segundo Grado Nº 73 en la esquina de las Calles La Paz y Municipio (actual Martín C. Martínez), luego en la Escuela España, sita en la Av. 18 de Julio entre las Calles Joaquín Requena y Juan Paullier; en el Liceo Héctor Miranda en la esquina de la Av. Sierra y la Calle Hocquart y ulteriormente en el Instituto Vázquez Acevedo, inscribiéndose en dos cursos preparatorios: el de Ingeniería y el de Medicina, decidiéndose por esta última carrera. La crisis económica mundial que se desata en 1929, afecta gravemente la economía familiar, provocando el cierre de la empresa familiar a principio de los años 30, dificultando la evolución de los estudios. Se emplea zafralmente en una fábrica de dulces, pero el principal apoyo económico lo recibe de su medio hermano mayor Alberto (hijo de un primer matrimonio de su padre, profesor de matemáticas, prematuramente fallecido de tuberculosis pulmonar) y de su hermano Juan José, que sigue la carrera militar. Los estudios los prosiguió concurriendo a las bibliotecas públicas y luego la de la facultad. En la Facultad de Medicina, cursa los cursos en compañía de un primo hermano Juan Carlos (luego anestesista, especializado en intervenciones ORL). Un compañero suyo el Dr. Dante Tomalino (luego Prof. de Clínica Médica), me señalaba que ambos realizaban apuntes de las clases, que luego vendían a sus compañeros.
Desempeña paralelamente el cargo de Practicante de Medicina desde 1944 en el Hospital Sanatorio Español de la Avenida Garibaldi, al que le guardara siempre un entrañable afecto, considerándolo fundamental en su preparación práctica, recordando con gran cariño al grupo humano que lo constituía, principalmente al Profesor Héctor Muiñoz, al Profesor Armand Ugón (de quien fuera ayudante en las primeras intervenciones quirúrgicas a tórax abierto, con respiración asistida, para extirpación de quistes hidáticos pulmonares – según mencionan sus publicaciones -) y al Dr. Roberto Marcalay, en su faz técnico profesional y en el compañerismo formándose con los doctores Becerra, Antonio Cañelas (luego Ministro de Salud Pública), su primo Juan Carlos Scasso, con el doctor Mario Iriondo, quien fue decisivo para el ingreso a esta institución, y al doctor Dagnino. Trabajando en el ese hospital, estaba encargado de realizar trasfusiones de sangre y colocación de sueros para tratamientos, cuando se iniciaron la utilización de antibióticos, inicialmente la penicilina, cambiando radicalmente la evolución de las enfermedades infecciosas bacterianas. Incluso diluía en suero la penicilina para utilizarla como colirio para las conjuntivitis.
Culmina su carrera universitaria el 1 de diciembre de 1947, a los 32 años. El Dr. Dagnino, uno de sus compañeros, políticamente relacionado al Partido Colorado, fue el impulsor de su venida a Maldonado con el cargo de Médico del Servicio Público, dependiente del Ministerio del Interior (Médico Forense), en sustitución definitiva (luego de prolongado interinato del Dr. Corletto Ambrosoni) del Dr. Ernesto Paravis, que lo lleva a separarse de su querida Institución e instalarse tomando posesión del cargo nombrado en mayo de 1948, en nuestra ciudad de Maldonado.
Actuó en su profesión de forma liberal en el consultorio sito en Sarandí 1027 entre Dr. J. Edye y Dr. R. Bergalli, y desde Noviembre de 1955 en la esquina de Sarandí e Ituzaingó. Desempeñó el cargo de Director del Pabellón de Tuberculosis del Hospital de San Carlos, entre los años 1948 a 1952, en reemplazo de la Dra. Ligia Durante de Collazo, sucediéndolo el Dr. José Ascheri. En ese período se inició la terapéutica antibiótica para la tuberculosis.
Actuó en el Liceo de Maldonado como Profesor de Historia Natural y Biología desde 1949 a 1953. Concurrió en forma honoraria desde 1948 al Centro Departamental de Salud Pública (la conocida Sala de Primeros Auxilios), a realizar policlínicas de medicina y a atender urgencias y partos, mientras existió en la esquina de 25 de Mayo e Isla de Gorriti, hasta la década del 70. Existía un compromiso moral de asistir a las emergencias, por ejemplo, cuando se derrumbó la estructura del edificio en construcción en la esquina de las Calles 18 de Julio y Florida, frente a la Plaza San Fernando.
Desempeña dentro de la profesión prácticamente todas las disciplinas médico – quirúrgicas, como le habilitaba su título de Médico Cirujano: realizó transfusiones, anestesias, actuó como obstetra, trabajó en radiología (tenía su propio equipo de rayos X), fue el primer médico en Maldonado que tuvo electrocardiógrafo, reducía fracturas óseas, enyesaba, integraba equipos quirúrgicos como ayudante y personalmente efectuaba la pequeña cirugía, tratando siempre de tener los equipos actualizados.
Fue uno de los últimos médicos integrales como se conocieron durante las décadas 40, 50 y 60; ya desde los años 70 comienzan a instalarse prácticas médicas más especializadas en la zona). Actuó tanto en su consultorio, como en el Sanatorio, como en los domicilios de sus pacientes, en la época en que se efectuaban partos y se asistían incluso los infartos de miocardio en donde residían, como aún lo recuerdan.
Consideraba como los médicos de la era pre-colectivizada de la Medicina, que el paciente le era propio y se preocupaba tanto de su salud como de su entorno familiar y de su trabajo, del cual era conocedor. Ejercía una medicina individualizada. Tuvo fundamentalmente desde fines de los 50, durante la década del 60 y principios de la del 70, la clientela fernandina más populosa, decía que había conocido casi todas las casas de Maldonado.
Cuentan los nuevos médicos, que en esa época se instalaban, que los días “flojos” de consulta, pasaban por el consultorio del Dr. Scasso y si este estaba poco poblado, era que había “epidemia de salud” y no había que preocuparse. Una de sus mayores preocupaciones era ver el consultorio vacío y la muerte lo llevó antes de que viera menguar su volumen de pacientes. El local de su consultorio tenía unos sillones de madera oscura, de estilo veneciano, con cabezas de león en sus reposabrazos, que aún hoy 32 años después de su fallecimiento, existen pacientes suyos que los recuerdan.
Realizó cursos de perfeccionamiento de Tisiología en Montevideo, y de actualización en nuestra ciudad y localidades vecinas, especialmente en Rocha y Minas, cuando era habitual la concurrencia de delegaciones de las Clínicas Universitarias, a las ciudades del interior.
Integró la Asociación Médica del Este, participó en comités organizadores de algunos congresos locales, incluso como Secretario.
Como médico forense realizaba la cobertura de todo el departamento en forma directa y efectuaba además la atención médica de los policías e incluso de sus familiares (realizaba los partos a sus esposas en forma honoraria), de los encarcelados, realizaba exámenes y evaluaciones encargadas por el juez letrado (en su época existió la mayor parte del tiempo un solo juez en el depto.), efectuaba las autopsias forenses, participando en los más sonados y comentados periodísticamente casos criminales de la zona: Albersoni, Labroy, De la Sovera, los esqueletos hallados en dos fosas en la Playa de Manantiales, el caso de Doña Coca de Piriápolis, del “levantamiento” (término forense) del cadáver de Pascasio Báez etc., (algunos de ellos con ribetes novelescos). El médico del Servicio Público, cumplía dos funciones, por un lado dependía administrativamente del Ministerio del Interior y era el certificador de la policía y debía atender a los procesados encarcelados y por otro actuaba como Médico Forense, a la orden del Juez Letrado Departamental.
Si había que realizar una autopsia un fin de semana, cuando estaba estudiando la carrera de medicina, me llevaba de ayudante, especialmente si era en la necrópolis de Pan de Azúcar, donde estaba la “morgue” de la zona Oeste del departamento. Todo eran escenas de “películas de Fellini”, luego de efectuado el procedimiento, que se realizaba en el depósito de herramientas del fondo, se reunían en el patio del cementerio (ignoro como se convocaban): el Comisario Félix Ferreiro, el Sub-Comisario Anselmo Gutiérrez “M’hijito mío”, el Juez Domingo Piegas Oliú y el empresario de la funeraria local el “Flaco” Geomar Villalba (que probablemente venía por el certificado de defunción para finalizar los trámites), con una bolsa de bizcochos, con mi padre y se ponían en rueda a tomar mate y comer bizcochos, contando anécdotas locales.
El Dr. Haroldo Pi, lo recuerda actuando como forense en Pan de Azúcar, cuando integrando un grupo de estudiantes de Preparatorios de Medicina, le solicitaron les mostrara la disección de un occiso, a lo que recuperando su docencia, mi padre accedió al pedido.
En ocasiones se trasladaba a Aiguá, para en compañía del supernumerario Dr. Esteban Agustoni, realizar certificaciones que necesitaran más de una opinión profesional.
Formó parte de los primeros ensayos de cooperativismo médico en la zona, el inicial nucleado en torno a un local sito en la Av. Gorlero (pegado a la Inmobiliaria Gattás, frente al Casino del Nogaró), el Centro Médico Quirúrgico de Punta del Este. Fracasado este intento, transcurriendo la década del 50 y con el alejamiento de los doctores Arregui y Corletto y la enfermedad y ulterior fallecimiento del Dr. Antonio Támmaro, en la zona Maldonado – Punta del Este quedan establecidos menos médicos que en la zona San Carlos y Aiguá. Esto corresponde a la grave crisis del turismo y de la construcción en el balneario, provocada por el enfrentamiento de los gobiernos platenses en el segundo mandato del General Perón en la Argentina, quedando como únicos médicos residentes los Doctores Elbio Rivero, Juan Soria, Ligia Duarte, Mario Scasso y Roberto San Martín (en orden cronológico de antigüedad en la zona).
La segunda tentativa de cooperativismo se nuclearía en torno al edificio del Hotelito Cantegril, de la empresa Cantegril S.A. (antiguo chalet de Don José Iturrat, frente a la Avenida Roosevelt) que fue adquirido (con muchas facilidades) al Sr. Mauricio Litman, por mediación del Arquitecto Raúl Sienra, en Marzo 1961, por una Sociedad Anónima “Sanatorios de Maldonado Punta del Este”, constituida por los doctores Elbio Rivero, Juan Soria, Mario Scasso y Roberto San Martín, a los que se habían agregado el Dr. Antonio Abramo y el Dr. Arnaldo Guiter, recién llegados, de la que fuera su presidente el Dr. Juan Soria y el secretario el Dr. Mario Scasso.
Este Sanatorio, tendría un largo proceso de gestación, del que fue protagonista. Durante el año 1960, le acaecería una grave enfermedad, a los médicos que lo rodeaban, insistía en mostrarles los planos de acondicionamiento del local que estudiaban adquirir. Recién se habilitaría el 22 de Octubre de 1962, llegando incluso a armar las camas, ayudado por algún vecino como Camilo “Pocho” Tortorella, hijo del propietario de la Estación de Servicio y Bazar de enfrente. Su primer ingreso fue Don Francisco Salazar, accidentado en un insuceso de tránsito, el 1º de Noviembre de 1962, era en ese momento, el Presidente del Consejo Departamental (órgano colegiado que sustituía al intendente en la Constitución de 1952).
Finalmente el proceso de integración gremial de la zona culmina con la integración de todos los médicos del Departamento de Maldonado, en Mayo de 1961, con la fundación del Sindicato Médico Departamental. Este órgano gremial y asistencial, englobaría los sanatorios Cantegril y San Carlos, que dejan de ser de propiedad particular para ser colectiva.
Nunca ocupó cargos directivos, ni gremiales, ni administrativos, para la Asistencial siempre fue un “hombre de trabajo”.
Cuando la Facultad de Medicina reglamenta los Postgrados, le reconoce por actuación documentada los postgrados de Medicina Legal el 2 de mayo de 1977 y de Medicina Interna el 22 de Junio de 1977.
Durante el mentado ¨Proceso¨, en 1975, al defender personalmente entusiasta y vigorosamente a sus colegas arrestados por el caso de la radiología del Hospital y del Sanatorio de San Carlos, frente al Juez Letrado Departamental y al Jefe de la Policía, siendo él mismo Inspector de la Policía Técnica, es arrestado “a rigor” en forma prolongada “por formular observaciones a un procedimiento judicial”. Los colegas estaban ya en libertad, cuando él fue liberado cumplida la sanción, sin perjuicio de sus deberes policiales.
El distanciamiento con las autoridades de turno, se agrava en primer término cuando dispone el traslado desde la cárcel al Hospital Marítimo del procesado Intendente de Maldonado, Prof. Gilberto Acosta Arteta, para ser internado por una afección reumático-neurológica de sus manos. Debido a este acto, fue inquirido por el Juez, quien le dijo que en realidad el procesado no estaba enfermo como para requerir internación, a lo que el Dr. Scasso contestó que tampoco había causa para procesarlo. El juez determinó el traslado al nosocomio del detenido.
Tampoco mejoró su situación su apego a la ética profesional, al describir en sus informes como causa de fallecimiento de un detenido, luego de ser sumergido: “técnica del submarino” y negarse a firmar certificados de defunción de fallecidos en áreas militares. Incluso fue conducido bajo arresto en una ocasión al Batallón de Ingenieros Nº 4, cuando falleció la esposa de Tizze durante un allanamiento de su casa en Manantiales. Estas actitudes fueron siempre personales, espontáneas, no concertadas, reflejo de su idiosincrasia y de su forma de encarar la vida, y sus actitudes con su pensamiento. Todo esto culmina al retirarse de la función policial (Retiro Voluntario) según resolución del 16 de Diciembre de 1975, haciéndose efectiva el 21 de Enero de 1976, luego de casi 28 años de labor en el Instituto Policial y acción conjunta con las autoridades judiciales, alcanzando el grado de Inspector de Policía Técnica (PT). Conservó numerosas amistades en el personal policial.
En la versión taquigráfica de la Sesión Ordinaria 17 de Mayo de 2011 de la Junta Departamental de Maldonado quedó asentada la expresión del Dr. Moisés Salgado, muy gráfica y entendible por quienes vivimos esas circunstancias y apreciada en el ámbito familiar: “porque el Doctor Mario Scasso -por quien hay que sacarse el sombrero- era el Médico Forense de la Policía”. Acto seguido el orador brindó su testimonio personal sobre la actuación de Scasso en esos episodios: “... cuando fuimos detenidos unos cuantos médicos¬ _Hoffman, Faliveni, Laborde, Corbo, yo¬_ fue e increpó al Jefe de Policía y le dijo «cómo estaba haciendo eso, que estaba manoseando a los Médicos». Lo metieron un mes de arresto. Entonces después pidió la baja.”
Suscriptor de revistas y publicaciones médicas, que leía ávidamente subrayando puntos de interés, a avanzadas horas de la noche, luego de concluidas sus prolongadas actividades (atendía en su consultorio en horario matutino y vespertino y en domicilio en los intervalos).
Formó una profusa biblioteca de temas médicos y de cultura general, siendo el punto obligado de los corredores de libros que llegaban a la ciudad y también de consulta de muchas maestras y de su particular amiga Sor Querubina, fundadora del liceo de las Hnas. Capuchinas. El contacto se había realizado a través de la Superiora del Convento de las Hnas. Capuchinas de Belvedere, su compañera de estudios secundarios Elena Lessa.
Fue simpatizante del Partido Colorado, sin haber desempañado nunca actuación política, de lo cual estaba inhabilitado por su cargo en el Ministerio del Interior; pero en una ocasión durante un conflicto laboral – salarial, entre la Intendencia Municipal de Maldonado y sus empleados, actuó como mediador designado por ambas partes. Marcos Zeida, militante comunista paraguayo, residente local, que había elaborado una Declaración de Apoyo a la Revolución Cubana para hacerla firmar por los profesionales del Departamento de Maldonado, me relataba: “Cuando fui a ver a tu padre, que era entonces médico forense, me dice –Yo sé que esto me puede traerme problemas por el cargo que ocupo, pero antes que esto están mis convicciones de libertad- así pensaba y hablaba un batllista auténtico. Fue al comienzo de la revolución, antes de que se declarara marxista”.
Apoyó actividades deportivas de la zona, socio de los clubes Deportivo, Atlético Fernandino, Defensor, Central Molino (integró la directiva de este último durante un período), alternativamente simpatizó en forma especial con cada uno de ellos, concurriendo a los partidos locales y en las capitales vecinas, asistiendo en forma honoraria a los jugadores de fútbol de todos estos clubes, pero fue inconmovible y perenne simpatizante del C.A. Peñarol, “Peñarol me puede sacar 5 minutos de sueño, la política nada”.
Integró el Rotary Club de Maldonado desde la década del 50, habiendo sido nominado para presidente del período 1981/82, luego de rechazar el cargo reiteradamente, no pudo desempeñarlo por su fallecimiento.
Casado el 12 de Enero de 1950, con Doña Olga Ruth Burghi Ferrari, nacen 3 hijos del matrimonio: Mario (Diciembre 1950), Alberto (Octubre 1953), Leandro (Septiembre, 1960), los dos primeros Médicos y el tercero Ingeniero de Sistemas informáticos y docente de informática (egresado de la ORT) y Profesor de Literatura del SERP, siendo en todo momento un padre cariñoso y orientador con su ejemplo.
Cultivó en la zona profundas amistades entre algunos de sus colegas y vecinos de la ciudad, en ocasiones reunidos en prolongadas y memorables mesas de truco. La tertulia habitual era los viernes de noche, en casa de Jorge Otegui (representante local de la Empresa Salus), con su hermano Fermín (hacendado de Rocha) y su cuñado el Escribano Napa, con el Dr. Nicolás Sciandro (veterinario), Enrique Tobías (taller mecánico de automóviles) y Febe Batista (Carpintería San Fernando), en prolongadas “tenidas” de naipes y “picadas”.
Disfrutaba enormemente de varias cosas: de la lectura, incluidas las novelas policiales de las que tenía una vasta biblioteca desde Chesterton a Agatha Christie, los libros de arte y de historia; de las películas y chistes cómicos, que festejaba ruidosamente; las mesas de truco con sus amigos rotarios, los juegos del casino, en un tiempo las carreras de caballos (llegó a poseer varios caballos de carrera en forma conjunta con dos colegas amigos: Juan Soria y Luis Eduardo Berrutti), del fútbol y los remates (de los que decía que en sus componentes de azar los asemejaba al juego) y de los viajes, sobre los que se informaba previamente en forma concienzuda y llevaba un diario de viaje, con comentarios personales de las cosas que le llamaban la atención y que vivía con profunda emoción; aunque fue un viajero tardío (su primer viaje al Chuy lo hizo a los 44 años y a Buenos Aires a los 55), en los últimos 10 años de su vida viajó mucho más frecuentemente, inclusive en dos ocasiones a Europa, en compañía de su esposa y amigos (era un animador de estos, con su entusiasmo); finalmente sus paseos por el jardín y ver crecer “sus plantitas”. Tenía una sensibilidad particular hacia los árboles, se negaba a cortar ejemplares vivos. En el Barrio California Park, edificó una residencia “de verano”, por detrás de tres enormes ejemplares de pinos marítimos por no cortarlos. Su primo hermano el Arquitecto Juan Antonio Scasso le dijo por qué no había cortado los ejemplares que ya habían alcanzado su acmé, a lo que respondió yo también lo alcancé. Recuerdo verlo estremecerse al ver cortar un árbol, que al caer se fue apoyándose con sus ramas en otros ejemplares adyacentes, “mira”, me dijo, “parece que se abraza a sus hermanos para no caerse”.
Una de sus pasatiempos favoritos en sus pocas horas libres, era llevar a sus hijos a recoger hongos en los montes de pinos, particularmente en la zona de San Rafael, en el extenso bosque en ese tiempo paralelo a la Avenida Pedragosa Sierra, frente al Floreal, o en el Bosque de Lussich. En las estaciones otoñal y primaveral, su conocimiento adquirido en el libro del Profesor Rodolfo Tálice sobre “Hongos del Uruguay”, los vertía en nosotros, enseñándonos a discriminar los hongos, que buscábamos bajo la pinocha, a la sombra de las acacias, en los pinares.
Creó indisolubles lazos con esta zona donde desarrolló sus actividades y constituyó su hogar, se preocupó por reunir libros, anécdotas e informes sobre el pasado histórico de Maldonado, planteando que si fallecía quería ser enterrado aquí y no en Montevideo (a pesar de que allí existía un panteón familiar, en donde estaban enterrados su padre, madre y hermanos, con los que los unía un afecto entrañable en vida), diciendo: “aquí siempre voy a tener alguna viejita que me lleve una flor, y allá no voy a tener a nadie”. Cosa que se cumple hoy a 32 años de fallecido.
Siempre anheló tener una hija mujer, en sus últimos años tuvo la felicidad de recibir dos nietas, atendiendo el parto de una de ellas. Sus pacientes relatan que cuando atendía el parto de una niña les decía: “si no están conformes me la llevo”.
Padeció múltiples quebrantos de salud generalmente de índole cardio – vascular, el primero de ellos por rotura de una aneurisma de arteria mesentérica, que ocasionó un cuadro agudo abdominal con shock por anemia aguda, en Julio de 1960. A los médicos que lo asistieron, se reunieron todos los colegas locales les decía: “Si fuera una mujer yo sé lo que tengo: un embarazo ectópico roto, pero soy un hombre, no sé lo que tengo”. Consultado el Prof. Herrera Ramos se decidió intervenirlo quirúrgicamente. Lo trasladaron a Montevideo, siendo intervenido quirúrgicamente en el Sanatorio Americano, por el Dr. Ormaechea y los dos hermanos Praderi, Luis y Raúl, que actuaron de ayudantes y fueran ulteriormente sendos profesores de Cirugía en la Facultad de Medicina; se publicaron 4 casos similares (incluyendo éste) al final de una revisión de casos de sus clínicas. Este hecho también ocasionó una de las manifestaciones de calor popular y solidaridad de las más grandes que conociera Maldonado, rodeándolo a él y a su familia en la forma más completa, llegando incluso las autoridades municipales a clausurar el tránsito por la calle Ituzaingó. Aunque algún colega expresó ulteriormente que había llegado a la zona porque se estaba muriendo un médico viejito que tenía mucha clientela, tenía 44 años. Fallece el 22 de Noviembre de 1980 a los 65 años de edad, en una última apuesta al azar, que tanto lo atraía, en el Casino, en forma súbita y al filo de cumplir 33 años de actuación profesional, habiendo desempeñado 32 de ellos en la zona, habiendo trabajado en su consultorio hasta la mañana de ese mismo día, que era Sábado.
Sobre la llegada del Dr. Mario Scasso a Maldonado
El Prof. Dr. Héctor Muiñoz, alumno dilecto del Prof. Dr. Francisco Soca, médico de vasta y profunda cultura, fundamentalmente francesa en lo intelectual, Medalla de Oro en la Facultad de Medicina, becado a Francia al finalizar su carrera, en donde arriba a la finalización de la Gran Guerra. Escritor ensayista, “Medicina una noble profesión” y “Francisco Soca”, son libros de su autoría. Poseedor de la más selecta clientela de montevideanos (heredada en una mayor parte de Soca), y de una sólida posición económica, desposado con la Sra. Orfilia Peirano, poseía una finca (actualmente reemplazada por un edificio) en Punta del Este, esquina cruzada con el Hotel Míguez.
Jefe del Departamento de Medicina del Hospital Español, el Prof. Dr. Héctor Muiñoz fue una personalidad destacada en la formación del Dr. Mario Scasso, y un decidido impulsor de su venida a Maldonado.
Un compañero en el Hospital Español, el Dr. Dagnino, de actuación política en el Partido Colorado, ofrece al Dr. Scasso el cargo de Médico de Servicio Público, dependiente del Ministerio del Interior, “porque en Maldonado no hay médicos”, en el verano de 1948.
El Dr. Muiñoz fue consultado por el dubitativo novel médico, sobre la posibilidad de trasladarse a esta zona y asumir el cargo, para sustituir el interinato del Dr. Corletto, ya que conocía que este era asiduo veraneante y profundo conocedor de la zona esteña. Los sorprende al contestarle: “¡¿Cómo que no hay médicos en Maldonado!?... si yo conozco al Dr. Rivero, al Dr. Támmaro y al Dr. Soria… ¡ah claro!, no hay médicos colorados, esos son todos blancos”. Este hecho le trajo cierta resistencia inicial por parte del Dr. Antonio Támmaro, ya que este era el médico supernumerario, a cargo de la función, por la suspensión del Dr. Corletto, aunque luego fue el profesional que lo asistió hasta su fallecimiento.
El Dr. Muiñoz le dice que sin ningún problema refrendaría y elevaría su nota de renuncia, entusiasmándolo con la zona y perspectivas y brindándole el apoyo personal que necesitara (que luego haría efectivo con su esposa a él y a la pareja recién casada, ulteriormente constituida) impulsándolo a aventar sus dudas en el cambio de residencia y de ámbito de trabajo. Empero al finalizar le amonesta: “lo único que espero es que no se contagie de la gente de Maldonado…”; “verá Usted: son personas sumamente amables, pausadas, ponderadas, incapaces de ser ofensivas; pero sabrá que cuando llego a mi residencia esteña para pasar mis vacaciones estivales, me encuentro que había una canilla que perdía agua, y como conocía a “Fulano de Tal” que tenía el oficio de fontanero, (al cual había atendido a él personalmente o a un familiar próximo) lo llamé para que me solucionara el problema”. “Pero por supuesto Doctor, me tendrá por allí para solucionarle la pérdida”. Como transcurrieron unas tres semanas, la pérdida aumentaba y no aparecía el fontanero, lo volví a llamar, con la respuesta: “pero Doctor, no sé cómo se me ha pasado, no se preocupe, voy a solucionarle el problema de esa canilla”. Pero como siguió transcurriendo el tiempo y tuve que poner un balde para que no corriera el agua y estaban por terminar las vacaciones y no quería dejar este inconveniente al ausentarme, decidí ir hasta su casa y me parece estar viéndolo…, al llegar a ésta, justamente salía de su residencia para subirse a su “Forchelita” que estaba con el motor encendido en la puerta, trepidando… ¡”Pero Doctor, haberse molestado!, ¡por favor!, pero Usted vea, iba para su casa, vaya Usted que yo voy por ahí…”. ¿Usted cree?... ¡todavía lo estoy esperando!.. ¡y esto ocurría en el verano del 48!
Segunda anécdota del traslado del Dr. Mario Scasso a Maldonado
Cuando se mencionó en una reunión familiar, en el verano del año 1948 que se trasladaría a Maldonado a ocupar un cargo del Ministerio del Interior y que tendría que ir previamente para buscar una finca para alquilar, una prima hermana, Angelita Scasso, le dice: “Mi esposo Luis (Pivel Devoto, hermano del Prof. Juan Pivel Devoto y empleado de UTE-Teléfonos), es muy amigo del Gerente de UTE- Teléfonos de Maldonado Héctor Colombino, le voy a decir que le diga que te busque una vivienda para alquilar”. Éste muy diligentemente, encontró que había una casa desocupada, recientemente construida por Francisco “Panchito” Ribeiro, dueño de la Zapatería “Los Trece Martes”. La había construido para su hija Ethel, que se había casado con un empleado de la Intendencia Municipal: Domingo “Nene” Burgueño (luego Intendente), pero nunca se había el matrimonio mudado desde la casa paterna a su nueva residencia. Preguntado por Colombino, Ribeiro le dice a su yerno: “Si no se mudan la alquilo para un médico joven que viene a instalarse”, frente a la negativa, le dio una respuesta afirmativa a Colombino. Avisado el médico, decide venir con su novia para ver la casa y con su cuñado, el Dr. Antonio Burghi (abogado), para redactar el contrato de arrendamiento. Cuando se encuentran Ribeiro y Antonio Burghi, se reconocen como compañeros de los Grupos de Adoración del Santísimo Sacramento del Santuario del Cerrito. Ribeiro le pregunta si vino de “chaperón”, a lo que el abogado le dice que vino a acompañar a su hermana y redactar el contrato de arrendamiento. “¡¿Qué contrato?!” dice Ribeiro, “yo lo conozco a usted y a Colombino, la palabra basta y es suficiente garantía”.
El alquiler de la casa se fijó en 50 $ mensuales, que era el monto del sueldo policial. La casa tenía dos garajes, uno estaba alquilado a una peluquería, la de Peloche y el otro estaba ocupado por el automóvil de Ribeiro, ya que su cochera, anexa a su casa, estaba ocupada por mercadería de su negocio. Por lo tanto se necesitó alquilar otro garaje, ya que el novel médico venía con un auto de “segunda mano” propiedad de los hermanos, lo que sumó a los gastos de alquiler otro 10 $.
Es decir que para los gastos de subsistencia, con una consulta médica de un monto en el entorno de 2 $ y con un sueldo estatal que demoró varios meses en regularizarse, las visitas del novel médico a su novia montevideana, fueron muy distanciadas. Cuando al fin se produce una muy demorada, la novia le dice: “Viniste”, “Sí, gané jugando a la quiniela”.
Tercera anécdota: la compra del terreno de la esquina de las Calles Sarandí e Ituzaingó
En el año 1953, mi madre internada para el parto de mi hermano Alberto, se produjo el remate de la finca y comercio del fallecido Tomás Clavijo, en la esquina Noreste de la Manzana No 1 de la Ciudad de Maldonado, con una base de 18000 $. Dos vecinos, Pascual Gattás, dueño de las Representaciones y Talleres instalados en las dos esquinas enfrentadas y Héctor Jaurena, dueño de la Farmacia “Popular”, en la cuadra siguiente, habían comentado que: “los papeles de la sucesión no estaban en regla”. El Escribano Pedro “Pedrito” Schiavone, cuya casa paterna estaba enfrente de la casa-consultorio de mi padre en la Calle Sarandí, le dice que él tenía los papeles de la sucesión y estaban en regla y que hiciera una oferta. Mi padre hizo una oferta de 10000 $ y fue aceptada. El padre del escribano, Don Pedro Schiavone, propietario de camiones y canteras y edil colorado riverista, se apersonó furioso y preocupado a mi padre diciéndole, que su hijo y los de la sucesión: “lo habían estafado, que lo que había pago era superior a un peso por metro cuadrado y que nunca en Maldonado, se había pagado más de 8 reales (80 centésimos en el lenguaje coloquial de la época) el metro”. Cuando mi padre lo intentó apaciguarlo diciéndole que la propiedad estaba sobre la calle principal, que a esa altura estaba adoquinada, a una cuadra de la plaza, se ofendió que no escuchara su advertencia y durante semanas no le dirigió la palabra a su vecino, ni a su hijo.
En ese predio edificó su residencia y su consultorio durante el año 1955, la estrenó el día que cumplió 40 años, por primera vez tenía un “techo” propio.
Dr. Mario Scasso Burghi, Octubre de 2012
marioascasso@gmail.com
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