Diferencia entre revisiones de «Saga de una familia de clase media»

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Cuando en 1974 nació su hija Rosa, Rafael le pidió a su hermana Claudina de la Fuente que fuese su madrina. Ya adulta Rosa sería Maestra, soltera y dirigiría una escuela rural. En 1878 Claudina de la Fuente era ayudante titular de la preceptora María Mirabal de Gómez, en la escuela de 1er grado de Maldonado.  
 
Cuando en 1974 nació su hija Rosa, Rafael le pidió a su hermana Claudina de la Fuente que fuese su madrina. Ya adulta Rosa sería Maestra, soltera y dirigiría una escuela rural. En 1878 Claudina de la Fuente era ayudante titular de la preceptora María Mirabal de Gómez, en la escuela de 1er grado de Maldonado.  
  
El 5 de junio de 1879, Rafael fundó como Director una escuela particular de Maldonado. Habiendo estudiado el sistema de la escuela Ramírez se proponía dirigir una escuela pequeña pero que maximizase las horas de enseñanza individual de los educandos, limitando lo máximo posible la enseñanza simultánea, que enseña conjuntamente a todos los niños de la misma clase. Con esto esperaba cumplir con el máximo nivel de excelencia en la educación que recomendaba Varela en “La educación del pueblo”.
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El 5 de junio de 1879, Rafael fundó como Director una escuela particular de Maldonado. Habiendo estudiado el sistema de la [[Escuela_Ramírez_de_Maldonado|escuela Ramírez]] se proponía dirigir una escuela pequeña pero que maximizase las horas de enseñanza individual de los educandos, limitando lo máximo posible la enseñanza simultánea, que enseña conjuntamente a todos los niños de la misma clase. Con esto esperaba cumplir con el máximo nivel de excelencia en la educación que recomendaba Varela en “La educación del pueblo”.
  
 
Posteriormente Rafael Francisco apoyará los temas educativos desde la junta económico-administrativa de Maldonado, hasta su temprano fallecimiento el día 10 de junio de 1887, víctima de una insuficiencia cardíaca a los 48 años. Estrujada por la congoja, su amada María con quien había formado una linda familia de 5 hijos, lo sobrevivió sólo un año.
 
Posteriormente Rafael Francisco apoyará los temas educativos desde la junta económico-administrativa de Maldonado, hasta su temprano fallecimiento el día 10 de junio de 1887, víctima de una insuficiencia cardíaca a los 48 años. Estrujada por la congoja, su amada María con quien había formado una linda familia de 5 hijos, lo sobrevivió sólo un año.
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Rafael Francisco no tardó en dirigirse a la calle Uruguay al 25 dónde estaba la agencia de diligencias Del Comercio, en procura de un boleto para Maldonado. Pudo con suerte conseguirlo, en un coche de “La Carolina” para el martes 7 de marzo, siempre y cuando viajase en el pescante junto al mayoral. Después vería cómo hacer el corto trecho hasta Maldonado.
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Rafael Francisco de la Fuente no tardó en dirigirse a la calle Uruguay al 25 dónde estaba la agencia de diligencias Del Comercio, en procura de un boleto para Maldonado. Pudo con suerte conseguirlo, en un coche de “La Carolina” para el martes 7 de marzo, siempre y cuando viajase en el pescante junto al mayoral. Después vería cómo hacer el corto trecho hasta Maldonado.
  
 
Luego de pasar ansioso varios días sin saber que hacer, el día de la partida llegó y ligero de equipaje se presentó en la estación de diligencias. Allí, a las 4 y 10 de la mañana, se reunió con los otros pasajeros, tres caballeros, cuatro damas y un muchachón, que reunidos en círculo conversaban con el mayoral. Una vez acondicionado el equipaje más pesado sobre la vaca, se ubicaron en sus lugares lo mejor que pudieron, mientras mayoral y cuarteador ajustaban detalles del recorrido. Poco después la caballada se puso en marcha.
 
Luego de pasar ansioso varios días sin saber que hacer, el día de la partida llegó y ligero de equipaje se presentó en la estación de diligencias. Allí, a las 4 y 10 de la mañana, se reunió con los otros pasajeros, tres caballeros, cuatro damas y un muchachón, que reunidos en círculo conversaban con el mayoral. Una vez acondicionado el equipaje más pesado sobre la vaca, se ubicaron en sus lugares lo mejor que pudieron, mientras mayoral y cuarteador ajustaban detalles del recorrido. Poco después la caballada se puso en marcha.

Revisión actual del 08:56 20 nov 2025

Tapa de la 1era edición. En la foto: Rafael Wenceslao de la Fuente Viera, Renée Olascuaga de la Fuente, Rafael de la Fuente Maffio, Renée Edye de de la Fuente, Roberto A. de la Fuente Ortiz (bebé), Reynaldo J. de la Fuente Ortiz. Foto tomada en el porche de recepción de la casa El Peñasco.
Contratapa de la 1era edición.


Extracto del libro de Reynaldo Jesús de la Fuente Ortiz




ANTONIO JESÚS DE LA FUENTE


Regidor y Alcalde de Maldonado

Marijó Revillo, al ser vecina nativa de Maldonado, dio a Antonio Jesús de la Fuente al desposarla la posibilidad de asumir los cargos de regidor y alcalde que tan honrosamente desempeñó. De no mediar esa circunstancia, por ser español de nacimiento no hubiera podido acceder a dichos cargos, según lo dispuesto por las leyes de Indias. Marijó también fue una mujer extraordinaria. Sobrevivió muchos años a su esposo y jugó un papel importantísimo para sus hijos por su carácter, su prestigio, su atención a la familia y su visión comercial.

En 1810 don Antonio Jesús de la Fuente, como Alcalde de Primer Voto, representante directo del rey de España en Maldonado, tomó la histórica decisión de liderar la primera patriada revolucionaria de la entonces Banda Oriental.

Siguiendo la pauta del movimiento juntista desplegado en España e Hispano-América, ante la circunstancia de que el legítimo rey era prisionero de Napoleón, entendió que el poder era del rey porque el pueblo se lo daba, pero cuando el rey estaba impedido de ejercerlo, ese poder volvía al pueblo hasta que el rey regresara. Fiel a ese concepto, Antonio Jesús en la histórica reunión de los regidores del 4 de junio de 1810, impulsó y votó favorablemente primero –el voto no era democrático en los Cabildos de Indias, pues el Alcalde como representante del rey votaba primero- la moción de adherir a la revolución del 25 de mayo de 1810 en Buenos Aires, y como era de estilo el resto de los regidores acompañaron su posición. Posteriormente, una asamblea de ciudadanos en cabildo abierto reafirmó la decisión y Maldonado se transformó en la única ciudad oriental en plegarse casi inmediatamente a la revolución del 25 de mayo de 1810.

En el ocaso político de Artigas, que nació a la vida pública en Maldonado, al ingresar como soldado al batallón de Blandengues que tenía como asiento el cuartel de dragones de esta ciudad, la familia de la Fuente siempre sintió su lucha como propia, y sobrellevó la derrota lo mejor posible. Esto se debe a que el caudillo oriental continuó desde lo militar y lo político, el mismo propósito revolucionario que había liderado en tierra fernandina Antonio Jesús de la Fuente, apoyado por sus compañeros regidores y luego todo el pueblo en cabildo abierto del 3 de julio de 1810.

Como la familia de la Fuente había hecho suya la devoción a la misma virgen del héroe, a la milagrosa y marinera virgen del Carmen, en cuyo honor el caudillo había nombrado Carmelo al pueblo que fundara sobre el arroyo de las Vacas, no escatimó invocarla para que su intercesión devolviese la libertad perdida.

De Antonio Jesús, sus descendientes conservaron una vieira grabada con una cruz, anudada a un cordel que permitía colgarla al cuello, que aquel portó cuando hizo en calidad de peregrino, el camino espiritual e iniciático de Mondoñedo a Santiago de Compostela en Galicia, antes de viajar a Maldonado años después en 1794. También un grueso documento firmado por el Cnel. Cornelio Saavedra, presidente de la Primera Junta de Mayo de 1810 en Buenos Aires, por haber conducido en forma entusiasta, como Alcalde de Primer Voto, al cabildo y al pueblo de Maldonado, a la inmediata adhesión a la histórica revolución del 25 de mayo de 1810.

“Antonio Jesús de la Fuente tuvo participación importante en esta ciudad como integrante del Cabildo o Ayuntamiento. Fue alcalde de 1er Voto en 1810 y lideró a los vecinos de Maldonado para que esa ciudad fuese la única en adherir inmediatamente en la Banda Oriental, y antes de la revolución artiguista, a la Revolución de Mayo de 1810. Frente a la Plaza de Maldonado se recuerda en una placa de bronce, su nombre y el de sus compañeros regidores de 1810 donde actualmente es una dependencia policial, pero entonces era la Casa Capitular, en la que sesionaba el ayuntamiento en tiempos de la colonia. Figura su nombre como uno de los firmantes de la “Exposición de los vecinos de Maldonado al Cabildo de Montevideo sobre la conducta de los ingleses” redactada en Maldonado el 24 de julio de 1807. Antonio Jesús murió en Maldonado en 1821 a los 50 años de edad. En cuanto a su esposa, Josefa Revillo que lo sobrevivió varios años, figura en las décadas del 20’ y del 30’ en variada documentación alquilando su casa al Cabildo, en calidad de propietaria, y a la primera Escuela de niñas que se crea en Maldonado en 1837”.

Diccionario biográfico de la ciudad de Maldonado (1755-1900), María A. Díaz de Guerra, 1974



Extracto de la historia de don Antonio Jesús de la Fuente y Montenegro novelada por Reynaldo de la Fuente Ortiz:

Antonio Jesús de la Fuente y Montenegro nació en la aldea de la Fuente del Lobo o Fonte do Lobo a más de 900 metros sobre el nivel del mar, que actualmente pertenece al municipio de Becerreá. Posteriormente para estar más próxima al río Navia, su familia se traslada al contiguo municipio de Los Nogales, o As Nogais. Ambos municipios se ubican en las sierras de los Ancares de la provincia de Lugo, en Galicia, España. Gracias a una presa situada en el río mencionado, su inquieta y laboriosa familia explotaba un molino de agua. También contaba con tres leguas de campo, con plantíos de centeno, y algo de trigo, actividad que alternaba además con la cría de animales de granja para el consumo propio.

Vivian en distintas pallozas, comunicadas unas con otras, que servían para casa habitación, cuidado de los animales vacunos y depósito de alimentos. Las pallozas eran construcciones de planta circular u oval, de entre diez y veinte metros de diámetro, y con paredes de piedra y techos de forma cónica desarrollados con tallos de centeno, aptas para que sus ocupantes pudiesen resistir los crudos inviernos, incorporando dentro de ellas los medios mínimos de subsistencia. Contaban con un inmenso horno que les permitía preparar el popular pan de mixtura que utilizaba harina de centeno y de trigo para consumo propio y de varios vecinos. José de la Fuente y María Montenegro, sus padres, eran un buen equipo para llevar adelante con energía y entrega todos sus emprendimientos, a pesar de ser muy distintos.

José era un hombre endurecido, muy trabajador y de pocas palabras. María era dulce pero muy firme de carácter, y poseía una cultura inusual para la Galicia del siglo XVIII donde el 95% de las mujeres eran analfabetas.Ella, además de atender sus obligaciones de madre y esposa era la responsable de llevar la administración de la casa y la elaboración de pan, atendiendo también la gestión de los cultivos de granos, la producción del molino y la posterior distribución de la harina. También se daba tiempo para atender la educación de sus dos hijos.

Juan Bautista, el primogénito, fue siempre el preferido de su padre y futuro continuador de los emprendimientos de la familia según las reglas del mayorazgo imperante en Galicia en aquellos tiempos, donde el hijo mayor heredaba el usufructo de las tierras y otros recursos propiedad del Señorío o el Arcipreste del lugar.

Antonio Jesús tenía un destino más incierto, y eso, junto a una marcada afinidad de carácter, lo hacía el preferido de su madre que tenía una gran preocupación por su educación, como herramienta clave para defenderse en la vida. Al cumplir los 9 años Antonio leía y escribía y tenía predilección por los números, oficiando de secretario de su madre en los registros y los cálculos que requería el llevar la administración de los emprendimientos de la familia. Su madre le fomentaba esto último muy especialmente por ser ella misma una apasionada de la contabilidad y tener muy bien guardado un libro, verdadera reliquia de familia, perteneciente a su bisabuelo de origen sevillano que fue un experto en contabilidad. Se trataba del primer Tratado de Contabilidad aparecido en España a fines del siglo XVI y basado en los trabajos que casi un siglo antes había presentado en Italia el fraile franciscano Lucca Paccioli, el verdadero padre de la contabilidad moderna.

Así discurría la activa niñez de Antonio, entre su casa, el molino que estaba a corta distancia, el pequeño pueblo capital de Los Nogales y la inmediatez de la vida rural, junto a una madre exigente y cercana, un padre distante y un hermano que no dejaba de ser buen compinche a la hora de los encuentros de familia.

Desconociendo el duro golpe que el destino le reservaba, la familia vivía en relativa armonía gracias a la formidable entrega de María para que todos se sintiesen atendidos y mimados de alguna forma. Antonio Jesús acababa de cumplir los 13 años cuando al final del invierno de 1784 su madre repentinamente enfermó de una severa infección pulmonar y al cabo de un tiempo murió. Durante su enfermedad Antonio pasó todo el tiempo posible junto a ella. A media tarde del día antes de morir, María tuvo un momento de mucha lucidez y llamándolo a su lado le dirigió la última mirada de sus ojos profundos y sagaces, al tiempo que le decía: “quizás deba despedirme temporalmente de ti. Cuando me necesites y no me encuentres búscame en los ojos de la virgen de los ojos grandes y allí me encontrarás. No dudes en decirle a la virgen lo que quieras decirme a mí. En el antiguo arcón de mi padre encontrarás el viejo libro de contabilidad, unas monedas de oro y una imagen de la virgen, llévalo todo que es tuyo.” Luego le tomó la mano mientras Antonio la besaba acongojado y volvió a su letargo para morir al día siguiente.

Durante el velatorio y posterior sepelio de su madre Antonio tuvo temprana conciencia de su soledad. Se había ido la única persona que realmente quería, que siempre lo estimulaba y sentía cercana. Sólo una persona lo confortó y le hizo olvidar por un momento la profunda tristeza que lo embargaba. Se trataba de su tío Alberto, único hermano de su madre, residente en las afueras de la ciudad de Lugo y que frecuentemente los visitaba. El tío Alberto, viudo y sin hijos, era su padrino de bautismo. Frisaba los 52 años y estaba a cargo de la explotación de un importante plantío de maíz. Era un hombre bueno y piadoso. Llegó al velatorio de madrugada y luego de los saludos de rigor se acercó a él y le dijo tiernamente:

-Tu pérdida es infinita pues tu madre era una santa.

Seguidamente le dijo tres cosas importantes:

- Sin embargo, Dios nos pide cumplir con el designio por el cual nos dio la vida, superar nuestra tristeza y seguir adelante. Es en ese camino donde tu viejo padrino puede quizás serte de ayuda. No dudes en ir a verme siempre que necesites algo- le susurró al oído mientras le daba un largo abrazo.

Los días y semanas posteriores a la muerte de su madre, presentaron rápidamente a Antonio lo tremendo de su pérdida. La diligente ama que ayudaba a su madre en las tareas de la casa apenas reparaba en él ante la tremenda exigencia de atender la casa y cocinar para tres hombres taciturnos. Ana, una mujer joven y ambiciosa que ayudaba a su madre en la administración de las actividades de la familia, vio la oportunidad de cobrar protagonismo y comenzó a concentrar en ella todas las tareas sustituyendo lentamente a Antonio en aquellas pequeñas rutinas que su madre le asignaba, de relevamiento y consolidación diaria de novedades y cambios en los sembradíos y en la producción de harinas del molino de agua que molía granos propios y también aquellos suministrados por otras familias del lugar.

A los cinco meses de la muerte de su madre Antonio ya se sentía totalmente ajeno a su familia. Su hermano totalmente dedicado a las tareas laborales junto a su padre, apenas reparaba en él. Su padre directamente lo ignoraba, y se rumoreaba que dedicaba a Ana mucho más tiempo del funcionalmente necesario. Fue allí cuando decidió ir a ver a su tío Alberto.

Pocos días después, aprovechó una carreta que extrañamente, dada la endémica escasez de este producto en la Galicia de entonces, transportaba en odres o sacos unos excedentes de harina del molino vendidos a una gran panadería de la ciudad de Lugo. Se subió a ella con la excusa de procurar algunos artículos y realizar diligencias domésticas.

La administración de su casa era el último reducto que le quedaba para sentirse útil de alguna manera.

Llegó a Lugo, luego de un recorrido de once leguas, que corresponden a sesenta kilómetros aproximadamente, por el camino para carruajes que une La Coruña con Madrid, y atraviesa las sierras de los Ancares pasando exactamente a través de la capital del municipio de Los Nogales. En casa de tío Alberto lo recibió con el cariño de siempre la vieja ama, quien luego de hacerlo esperar un breve tiempo, finalmente lo condujo a una sala donde se encontraba su tío.

La calidez de la acogida de tío Alberto le hizo sentir que lo estaba de alguna manera esperando. Antonio, no con poca dificultad, trató de transmitir la situación a su tío. Le hizo saber de su necesidad de irse de su casa, y para darle una idea de lo firme de su determinación, le dijo que estaba incluso dispuesto a irse como polizón en algún buque con rumbo a América. Su tío lo calmó y le recordó la obsesión que tenía su madre por su educación y le dijo que él tenía la misma preocupación que ella. Antonio le respondió que no esperaba nada de su padre y que sólo le pedía le ayudase a alejarse de Los Nogales, pues le resultaba intolerable la falta de afinidad que tenía con su padre y hermano. El tío Alberto le dijo que él lamentablemente no tenía los recursos necesarios para costear su educación, pero que era amigo del Vicerrector del Seminario de Santa Catalina en Mondoñedo y que trataría de hablar con él para conseguirle una beca de educación. Le dijo que esa beca sólo era posible si él a cambio prestaba algunos servicios necesarios para la comunidad de religiosos. Después de mucho dar vueltas con otras alternativas su tío le dijo que Santa Catalina era la mejor opción dado que la enseñanza media de calidad sólo la prestaban los seminarios menores, y que le diría a su amigo que, sin perjuicio de otras tareas habitualmente asignadas a los becarios, Antonio tenía experiencia y podría desempeñarse como ayudante de gestión contable.

El seminario de Santa Catalina, como otros seminarios españoles, estaba organizado según las pautas del Concilio de Trento que había decidido mejorar la formación de los sacerdotes católicos para enfrentar el avance que estaban teniendo las iglesias cristianas protestantes. Se dividía en seminarios menores y seminarios mayores. Los seminarios menores brindaban enseñanza media en un ambiente preparatorio para que parte de su alumnado continuase después su formación en el seminario mayor, para convertirse en sacerdote. Además de la gestión ante el Vicerrector del seminario, Tío Alberto también prometió hablar con José en el caso de que su gestión tuviese éxito, pues descontaba que su padre, si bien el ingreso a un seminario menor no era determinante, vería con muy buenos ojos, como era frecuente, la posibilidad de tener un futuro sacerdote en la familia.

Luego de un largo abrazo de despedida, en el que Antonio le agradeció emocionado todo su apoyo, tío y sobrino acordaron que las noticias relativas a sus gestiones las recibiría Antonio en forma epistolar. Antes de regresar a Los Nogales, Antonio ingresó a la catedral de Lugo, se aproximó primero a la capilla de San Froilán, contemplando la imagen del santo ermitaño que en el siglo IX predicaba entre Lugo y León, en el agreste territorio serrano dónde él había nacido, y que según la leyenda había domesticado al lobo que abrevaba en la fuente de su villa natal, para que le fuese fiel ayudándolo a cargar las alforjas que contenían sus libros y notas de predicador, caminando siempre arrimado a su pierna derecha. Sus ojos se humedecieron mientras recordaba la alegría y belleza de su madre participando en las fiestas anuales en honor al santo, el día previo y los posteriores al 5 de octubre. Luego avanzó varios pasos y se arrodilló ante la imagen de la Virgen de los Ojos Grandes, mientras miraba sus ojos intensamente le dijo que aceptaría siempre gustoso su voluntad, incluso si ella disponía que debía dedicar su vida al sacerdocio.

Ya de regreso, Antonio trató de retomar las pocas cosas que lo unían al lugar, aun cuando su cabeza sólo pensaba en la gestión de Tío Alberto que lo liberaría de la incomodidad y la tristeza que sufría, permaneciendo allí, luego del vacío que la muerte de su madre había dejado. Al cabo de 35 días exactamente recibió una carta de su tío, informándole que el siguiente viernes lo esperaba en Lugo para acompañarlo hasta Mondoñedo y que su padre no se opondría a su alejamiento de Nogales. Henchido de alegría se hincó y agradeció lo que para él era la intercesión de su santa madre para ponerle una vía de escape a todo aquello que poco sentido tenía para él ahora que ella ya no estaba.

La noche antes de su partida la buena ama había preparado una suculenta cena de despedida. Aunque en Los Nogales ya se hablaba de un romance entre su padre y Ana, los tres hombres se esforzaron porque aquella cena tuviese algo del clima de las comidas de familia cuando María vivía. El menú era típico del lugar: lacones -trozos de las extremidades delanteras del cerdo debidamente procesados-, grelos -tiernos brotes del nabo-, y patatas. Para beber, había abundante sidra asturiana. Quizás la baja graduación alcohólica de la sidra no ayudó lo necesario, pero el hecho fue que la conversación fue trivial e imprecisa. Más allá de las formas, todos deseaban que aquello terminase y cada cual tomase un camino propio. Finalmente, su padre se levantó de la mesa seguido por su hermano. Ambos le abrazaron con tibieza y le desearon lo mejor en su nueva vida, dicho esto se fueron.

A la mañana siguiente y luego de despedirse del ama y de los más allegados, Antonio tomó su maleta que contenía unas pocas pertenencias personales y el legado que su madre le dejara en el viejo arcón. Después se dirigió al pueblo capital de Los Nogales a decir adiós a algunos amigos. Sobre todo, se despidió con especial cariño de Don Cosme y Doña Jovita, queridos vecinos y buenos anfitriones de noches de filandón, típicas reuniones en Galicia y León donde después de cenar, sentados en banquetas alrededor del fuego, Antonio y sus jóvenes amigos, escuchaban anécdotas asociadas a experiencias de vida, además de cuentos y leyendas que los dueños de casa disfrutaban de compartir. También se despidió de Don Anselmo, el cura, quien tanto lo había ilustrado respecto de San Antonio, patrono de As Nogais, que era el protagonista de la fiesta del 17 de enero, en honor de San Antonio Abad, protector de los animales, y del 13 de junio, en honor de San Antonio de Padua, a quien rezaban las mujeres que buscaban marido. Desde allí emprendió a pie el camino hasta el camposanto contiguo a la iglesia, donde estaba sepultada su madre. Adiós Madre -susurró frente a la tumba de María, mientras ubicaba cuidadosamente las flores- aquí te dejo, pues parto a cumplir con mi destino, ese que tú tan bien supiste inculcarme y sugerirme. Sin embargo, tú sabes que te llevaré siempre conmigo. Una hora más tarde se marchó del camposanto y mientras desandaba el camino cuesta abajo, tuvo la amarga sensación de que nunca volvería por allí.

Antonio, ante las puertas del imponente edificio que alojaba al Seminario de Santa Catalina, que regenteaba el clero secular de la Diócesis de Mondoñedo, tuvo plena conciencia de la importancia de la ayuda de tío Alberto. En aquellos tiempos, Mondoñedo era una provincia más de Galicia y Santa Catalina estaba en un momento de esplendor. El propio rey Carlos III había asumido su patronato, y le había concedido el título de Real Seminario Conciliar de Santa Catalina. Aún en el caso de que su padre lo hubiese intentado, y se hubiese esforzado por costear su educación media, muy difícil le habría resultado enviarlo allí.

Cuando luego de una corta espera, tío y sobrino llegaron ante el Padre Pablo, Vicerrector del Seminario, Antonio pudo comprobar el cariño que Pablo le profesaba a Alberto. Por el discurrir de la conversación Antonio comprobó que se conocían desde hacía mucho tiempo y que la integridad, humildad y fino carácter de Alberto eran muy valoradas por aquel experto pastor de almas. Mirando a Antonio le dijo: -Te aseguro que si tienes la buena madera que tu tío me ha mencionado, aquí tendrás la oportunidad de demostrarlo pues este es un lugar exigente. Pero como además nunca olvidaré quién eres, pues tengo un gran aprecio por Alberto, contigo seré doblemente exigente, como lo soy con las personas a quienes especialmente deseo lo mejor. También trabajarás en tareas básicas de gestión contable lo cual ha caído muy bien para que el obispo aprobara tu ingreso como becario. Luego de una rápida despedida Antonio fue guiado al interior del Seminario Menor. A partir de allí la vida de Antonio cambió, pues se incorporaron a su existencia nuevos interlocutores, una rutina diaria bien reglada y la desafiante obligación de cumplir con tareas de estudio, de asistencia a clases y de trabajo.

A pesar de los horarios inflexibles de una organización que entre otras cosas moldeaba la voluntad y disciplina de sus miembros, también era cierto que Antonio tenía momentos para trabajar su vida interior, seguir tratando de comprender el contenido del Tratado de Contabilidad legado por su madre y disfrutar algunas lecturas que su tío Alberto le traía cuando lo visitaba. Ellas eran entre otras, el Discreto, de Gracián y el Don Quijote de la Mancha, de Cervantes. Antonio no perdería nunca el hábito de leer que mucho ayudaría a perfeccionar su redacción. Juan había encargado a Antonio que colaborase en tareas de administración y contabilización de los diezmos de pan, vino, aceite, y ganados correspondientes a las villas próximas a Mondoñedo. Entre las tareas que cumplía para el Padre Pablo estaba la de portador de mensajes y cartas que el Vicerrector enviaba a distintas personas y Antonio disfrutaba de aquellas cortas ausencias del seminario para conocer la ciudad y hablar con la gente.

Los meses fueron pasando y Antonio comenzó a hacer gala de su capacidad de enfrentar a una vida rigurosa cuando hay un objetivo a cumplir, adecuándose con sobriedad y entereza, a las extenuantes jornadas como becario en Santa Catalina. Los fines de semana aprovechaba para ponerse al día con todas sus tareas, logrando buenos resultados en base a una semana de ochenta horas de actividad intensa entre sus obligaciones de estudio, de trabajo y litúrgicas, sin contar algunas horas intermedias de distracción y meditación entre la hora del Surgere, o de levantarse del descanso nocturno en latín, a las 6:30 horas y el Quies o el irse a dormir en latín, a las 22 horas. Comprendía que, en su caso, rodeado como estaba, por compañeros provenientes de familias de mucha influencia social, como era el caso de las vinculadas al Clero, a los Señoríos locales y a prestigiosas familias hidalgas, sólo le quedaba para demostrarse a sí mismo la muy buena asimilación de la lección de prudencia recibida, exigirse mucho para hacerse acreedor a la oportunidad de educación que estaba pudiendo usufructuar.

Con esta convicción como norte, y el firme anhelo de no fallarle a su tío, ni tampoco a los sueños de su madre, Antonio se mantuvo firme y tesonero, y así se fueron sucediendo no sólo los meses sino también los años, y además de la alegría de crecer día a día en conocimientos y sentirse respetado por compañeros, profesores y formadores, los únicos hitos importantes de cambio de rutinas y de nuevas experiencias, se lo marcaron las vacaciones de verano. Antonio esperaba el verano con mucha ilusión, y al mismo tiempo era consciente de la política del Seminario poco propensa a liberarlo fácilmente de sus obligaciones de becario. Por este motivo, con mucha antelación presentaba un detallado programa de sus actividades y de las personas que lo acompañarían, logrando así, en base a mucha paciencia e insistencia, el permiso de sus superiores para ausentarse.

Cada verano además de una corta visita a casa de tío Alberto en Lugo, elaboraba algo que consciente o inconscientemente se vinculaba a sus inquietudes de conocimientos y experiencias más allá de lo acostumbrado en el entorno que lo rodeaba en Santa Catalina. El primer verano pasó casi dos semanas en El Ferrol, invitado a la casa de un compañero cuyo padre trabajaba en el arsenal o astillero donde se construían buques para la Real Armada Española. Allí pudo recoger todas las leyendas respecto de la seguridad ante ataques enemigos que presentaba el puerto ferrolano, y del auge de la construcción naval llevado allí treinta y cinco años antes por el marino español Jorge Juan, apoyado por el eminente estadista ilustrado español, el Marqués de la Ensenada que prestó servicios a Felipe V, Fernando VI y Carlos III. Juan se había formado en Inglaterra y había contratado en ese país expertos ingenieros y técnicos que le dieron calidad y precisión científica a la construcción naval española, apoyados por los nobles atributos del roble ferrolano, el haya asturiana, el pino aragonés, la lona andaluza, la jarcia murciana, y el bronce catalán y sevillano. Antonio también comprobó allí la existencia de una escuela de guardiamarinas que se había creado en 1776.

El segundo verano viajó a Cantabria a casa de otro compañero cuyo padre trabajaba en la administración de la Real Fábrica de Artillería de la Cavada, y aprendió detalles interesantes de la gran actividad de la fábrica dedicada a la construcción de cañones y munición para las naves de guerra de la Armada Española y la defensa de los fuertes y ciudadelas del Imperio Español. Conoció sobre el proceso de fundición y sobre la ubicación estratégica de la fábrica, dada la proximidad de minas de hierro y de canteras de piedra refractaria, arena y arcillas para la provisión del metal para cañones y munición, y para hacer los moldes que daban forma a las partes de un cañón.

El tercer verano, con el auxilio previo de tío Alberto para vincularlo con un buen arriero que le hizo un lugar en su carreta, pudo viajar al sur. El arriero viajaba a Andalucía a buscar aceite para repartirlo en Galicia, y Antonio pudo entonces conocer Sevilla, el río Guadalquivir y la Torre del Oro que venía de América. Allí conoció detalles de las bondades de los aceites locales que se producían desde la época romana, constituyendo junto al trigo y al vino la entonces llamada tríada mediterránea, que se cargaba en ánforas en los buques que partían rumbo al río Tiber en Roma.

Finalmente, en el cuarto verano, en julio de 1788, y siguiendo un pedido expreso del Padre Pablo, que, si bien había aprendido a apreciarlo, tenía serias dudas de que Antonio tuviese madera para sacerdote, se preparó para emprender el camino de Santiago, que, a pesar de tener una larga tradición, no contaba en aquellos tiempos, con la nutrida asistencia de peregrinos de otrora. Una compañera de camino, Isabel, al finalizar el viaje le obsequia una carta de recomendación del portador de la misma a un señor que tiene importantes negocios navieros y marítimos en La Coruña, escrita por una persona muy influyente que le debía favores a un familiar; llegó tarde para que la persona a quien quería ayudar pudiera darle uso, su difunto esposo. Isabel le rogó que la use para cumplir de alguna manera con sus sueños.

Antonio Jesús se despidió de la vida del Seminario y las personas que tanto marcaron su formación.

A pesar de no haber aún cumplido los 18 años al llegar a La Coruña, Antonio tuvo conciencia de que iniciaba una nueva etapa de su existencia. Se sentía adulto y sabía que debía salir adelante por sus propios medios partiendo casi de cero pues no conocía prácticamente a nadie en aquella ciudad, y contaba sólo con la carta que le había entregado Isabel. No quería molestar a tío Alberto que tanto había hecho por él. Para mantenerse los primeros tiempos tuvo que desprenderse de buena parte de las monedas de oro que su madre le había entregado. La actividad de la ciudad era intensa y se centraba principalmente en el comercio con las Indias, en especial La Habana, Montevideo y Buenos Aires.

Antonio conoció en aquel tiempo, a una España distinta a la que le era familiar, basada en la riqueza del campo y los privilegios de Señoríos y Autoridades Eclesiásticas. Allí los protagonistas eran hombres de espíritu emprendedor, venidos la mayoría de otras regiones de España – asturianos, castellanos, vascos y catalanes – y de Europa – franceses la mayoría, pero también alemanes y holandeses. El crecimiento económico, alentado por la liberalización del comercio marítimo dispuesta por el rey, motivó el desarrollo de algunas industrias, y el establecimiento de una línea regular de Correos Marítimos con las Indias.

En el barrio de la Pescadería, Antonio pudo ubicar una fonda con precios accesibles y allí resolvió quedarse. A la mañana siguiente, al presentar esperanzado la carta y sus antecedentes al destinatario, que era un importante armador de buques, Antonio encontró una respuesta aparatosa pero algo fría. Sin embargo, el hombre necesitaba un auxiliar para servicios varios, y viendo la buena voluntad de Antonio para trabajar, no dudó en contratarlo, consciente de que sus auxiliares anteriores tenían una formación muy inferior a la de Antonio. De allí en más nuestro hombre sirvió como mensajero, repartidor, mozo, escribiente y recepcionista de la Secretaría del Armador con una paga que sólo le daba para comer y pagar la fonda donde vivía. A pesar de trabajar de sol a sol y con un trato bastante indiferente de su empleador, Antonio estaba contento pues la efervescencia de aquella ciudad de ambiente cosmopolita le regalaba diariamente nuevas experiencias. El armador lo enviaba periódicamente a una prestigiosa Mantelería sobre la calle Real, con órdenes de compra para cumplir con pedidos y atenciones a clientes.

Así estaban las cosas en los últimos días de 1788 con Antonio insertándose lentamente en La Coruña, cuando llegó la noticia: Carlos III, el Rey de España más activo y renovador del siglo XVIII acababa de fallecer, y aquella región, con vocación marítima y liberal, lo lloró especialmente. El puerto de La Coruña le debía el haberle concedido la habilitación para comerciar directamente con las Indias, y el puerto de Ferrol el haber logrado su propia Escuela de Guardias Marinas, privilegio que anteriormente solo tenía Cádiz. Para Antonio Jesús en lo personal lo estimulante era otro aspecto asociado al progreso de La Coruña, pues el barrio de la Pescadería estaba muy activo ante la inminencia del surgimiento de una nueva compañía. Se trataba de la Real Compañía Marítima de Carlos IV que comenzaba sus actividades el primer día de 1790, y tenía como principal objeto la pesca de peces para salar y curar, y la caza de ballenas, principalmente para utilizar su grasa, en los mares de Europa, África y América.

Antonio Jesús fue comunicado de la aceptación de su petición de ingreso a la Real Compañía Marítima en calidad de dependiente después de una profunda entrevista con el Director. Poco después se despediría del armador que le había dado trabajo y de sus compañeros de oficina para comenzar a trabajar en la Real Compañía Marítima, estaban casi en Navidad del año 1789. Antonio era una persona inquieta y siempre dispuesta a colaborar, por lo que no se limitó solamente a la teneduría de libros, sino que llegó a conocer bastante bien casi todas las operaciones de la Compañía. Tras haber detectado una maniobra fraudulenta, que comunica al Director, se le ofrece la posibilidad de emigrar a Montevideo “para salvar su vida”. Se estimaba que el viaje en total duraría entre setenta y ochenta días, lo que significaba que en promedio la fragata avanzaría 73 millas náuticas por singladura o día completo de navegación, sobre la derrota trazada entre La Coruña y Montevideo.

La fragata “Infanta” llevaba a bordo cerca de cuarenta personas, distribuidas en seis pasajeros, y la tripulación. Esta última estaba integrada por el capitán, el piloto, el pilotín, el médico o cirujano, el capellán, el contramaestre, diez marineros, el pañolero, el condestable, varios artilleros, dos cocineros, un despensero, un mayordomo y seis grumetes o pajes, entre ellos Antonio. Los grumetes cumplían preferentemente funciones vinculadas a tareas de marinería y de ayuda a la navegación, en tanto que los pajes actuaban sobre todo en tareas de limpieza del buque y atención de la plana mayor y los pasajeros. Los días pasaron y Antonio se fue acostumbrando a las tareas de abordo luego de superar el mareo y el malestar que le ocasionó el rolar y cabecear de la fragata durante la primera semana de navegación.

Al anochecer del 24 de febrero de 1795, Antonio Jesús –que pasó enfermo los últimos diez días del viaje- es embarcado en una falúa desde la fragata fondeada en la bahía y trasladado al embarcadero próximo a la batería de la aguada, en la bahía de Maldonado. Después fue transportado en una carreta hasta Maldonado y alojado en una barraca que oficiaba de hospital. Al cabo de dos semanas de un riguroso tratamiento la fiebre bajó y comenzó a sentirse mejor. Fue allí cuando comenzó a tomar conciencia de dónde estaba y a preocuparse por su futuro una vez que saliese del hospital. Pudo comprobar con agrado al recibir el alta a mediados de marzo, que el comandante Sánchez había dejado en el hospital toda su documentación legítima por lo que habían quedado atrás los incómodos días en que debía responder al nombre falso con que había sido exiliado para salvar su vida.

La primera recorrida de Antonio por el Maldonado de 1795 le mostró una típica ciudad colonial española. Las calles tenían un trazado perpendicular y en el centro se situaba la Plaza de Armas, donde se encontraban las autoridades locales y religiosas. Algunas partes le recordaron la pobreza y estrechez económica de Galicia, en tanto que otras le mostraban un importante desarrollo industrial gracias a la presencia de la Real Compañía Marítima en Maldonado. Vaya ironía del destino cuando venía a América huyendo precisamente de una desgraciada situación asociada a esa compañía en La Coruña. La plaza de la ciudad era amplia, pero con escasas construcciones. La más importante era la casa de la Real Hacienda, al haber asumido en 1792 Rafael Pérez del Puerto como Ministro de la Real Hacienda para administrar y propender al progreso de los intereses españoles en la región. Mucho le extrañó la modestia y precariedad de la iglesia ubicada en el mismo lugar donde actualmente se alza la catedral de Maldonado.

Estaba contemplando la iglesia cuando un vecino que pasaba, al tiempo que lo saludaba, le informó que ya estaba en trámite la futura construcción de una iglesia más digna en un sector del cuartel de Dragones. El cuartel de Dragones estaba asentado en un edificio de paredes de piedra y constituía el cuerpo fijo del virreinato para la defensa de las ciudades subordinadas a la gobernación de Buenos Aires. El resto del pueblo estaba constituido por más de cien construcciones, muchas de materiales sólidos, aun cuando subsistían algunas humildes chozas de paredes de adobe, que atestiguaban la pobreza de las primeras viviendas del lugar. Pudo observar luego que la población estaba compuesta por españoles, la mayoría peninsulares, aunque había también algunos criollos o españoles americanos como se solía aclarar en aquellos tiempos. También había indios tapes, mulatos, negros, y algunos esclavos.

Como la condición de español con interesante formación educativa le resultó favorable, al poco tiempo pudo ingresar en el Real Cuerpo de Artillería. Comenzó a vestir el uniforme rojo y azul del cuerpo y a participar en todas las actividades de guardia y entrenamiento del cuerpo como soldado de línea. Al ingresar al cuerpo ubicado sobre la actual calle Florida entre las calles Rincón y San Carlos, creado por el virrey don Pedro de Cevallos en 1777, Antonio Jesús pasó a residir en las barracas del mismo por lo que tenía solucionadas temporariamente sus necesidades de casa y comida. Sus superiores pronto captaron sus capacidades intelectuales y en lugar de enviarlo lejos a la fortaleza de Santa Teresa o al fuerte San Miguel, prefirieron destacarlo en lugares más cercanos, cubriendo por ejemplo las baterías de la costa y de la isla.

Un día en oportunidad de las múltiples festividades religiosas que se celebraban en la época, Antonio Jesús tuvo oportunidad de conocer a Antonio Revillo y a Josefa Jarrin. Ambos eran de la ciudad de Astorga y habían llegado a Maldonado en un bergantín en 1780. Antonio Jesús aceptó brindar clases de contabilidad y matemática a su hijo Joaquín Alejo Revillo, lecciones que interrumpía María Josefa, hermana de Joaquín, la chispeante Marijó como le decía la familia, para servir café al profesor de Joaquín con el candor y simpatía de sus diez años.

La despierta y atractiva Marijó terminó enamorándose del profesor de Joaquín, y Antonio, a pesar de la diferencia de edad, no pudo dejar de corresponder su afecto. El Padre Juan Dámaso de Fonseca, bendijo el 28 de noviembre de 1801 la boda entre Antonio de la Fuente y Josefa Revillo. Tuvieron el privilegio de ser uno de los primeros casamientos celebrados en la nueva y sólida capilla del Cuartel de Dragones que se había inaugurado el dos de febrero, día de la virgen de la Candelaria, de ese mismo año de 1801. Fue en honor a Rafael Pérez del Puerto, con quien Antonio Jesús tuvo una relación muy cordial y cercana que le pusieron el nombre de Rafael a su hijo primogénito.

1802 le trajo la mala noticia del fallecimiento de tío Alberto con quien siempre mantuvo comunicación epistolar y que un año antes con motivo de su boda con Marijó, había mandado a los recién casados desde la lejana España un muy completo conjunto de mantelería coruñesa que Marijó siempre apreció y guardó con especial celo.

A principios de 1803 se produjo un episodio inesperado, que siempre se manejó con mucha reserva, y que de alguna manera ayudó a marcar el destino fernandino de Antonio Jesús. Su amigo Felipe Cabañez, que había sido pocos meses antes, padrino de bautismo de su hijo Rafael Antonio, y que era la única persona a quien Antonio había confiado el triste final de su carrera como dependiente de la Real Compañía Marítima en La Coruña, se apersonó un día en su casa pidiendo hablarle a solas. Acto seguido, Felipe Cabañez le hizo entrega a Antonio de un gran sobre con el logotipo de la Real Compañía Marítima, conteniendo toda la documentación vinculada a la noble resolución de las autoridades de la Compañía con sede en Madrid, que habían decidido conferir a Antonio un honroso recuerdo material de su pasaje por la misma, junto a una carta firmada por el máximo jerarca de la Compañía General Marítima, donde se le hacía constar un muy especial reconocimiento por los servicios prestados a la causa de la justicia.

Antonio Jesús de la Fuente propició y participó activamente en julio de 1806 en la redacción de un documento que los vecinos de Maldonado envían al Gobernador de Montevideo, solicitando ayuda ante el peligro que representaba la Armada inglesa siendo Inglaterra “dueña de los mares”. Un pasaje del documento dice: “los habitantes de Maldonado estiman tanto sus míseros ranchos de paja y ordinarios muebles, como el más rico de Montevideo sus tesoros. Y como igualmente son fieles y contribuyentes vasallos del Rey, tienen derecho a reclamar del gobierno que los ampare, poniéndolos a cubierto del enemigo, y el Gobierno es de esperar los atenderá por ser conforme a razón y equidad, pues de lo contrario sería faltar a las Paternales intenciones de su Majestad que son, las de que todo vasallo en general y particular sean protegidos y amparados”.

Junto a la nota y comisionados por el Cabildo de Maldonado, el Alguacil Mayor Don Pascual Plá y Antonio Jesús de la Fuente se trasladaron a Montevideo y se entrevistaron con el Gobernador Don Pascual Ruiz Huidobro. La negativa de Ruiz Huidobro de enviar tropas para fortalecer la defensa de Maldonado fue muy firme y ante el empeño de los delegados fernandinos por defender su posición, terminó la entrevista con un duro desplante, invocando una supuesta actitud de rebeldía por parte de Maldonado. Los hechos posteriores demostraron el error estratégico de Ruiz Huidobro y el virrey Sobremonte, de fortalecer principalmente Montevideo, desprotegiendo a Maldonado y a Buenos Aires.

La mañana del 29 de octubre de 1806 comenzó relativamente tranquila para los vecinos de Maldonado. La campana de la capilla del cuartel de dragones llamando a la misa matutina, era también la señal para que un vigía asociado no solo a la defensa sino también a las actividades de la Real Compañía Marítima, subiese al tope de la torre para reemplazar al vigía nocturno que terminaba su turno de guardia sin novedad. A las diez de la mañana este atalaya divisó de pronto varios buques que estaban ya rebasando Punta Ballena. Inmediatamente dio la alarma, ejecutando señales sónicas y señales de humo encendiendo una almenara u hoguera con alquitrán. Estas últimas iban dirigidas a las baterías que muy rápidamente respondieron al aviso con un disparo de cañón.

Después del desembarco que se produjo en una zona fuera del alcance de los cañones de las baterías de Gorriti y de la costa, aproximadamente a la altura de la actual parada 31 de la Playa Mansa y en una hora próxima a las cuatro de la tarde, la formación inglesa comenzó a desplazarse entre las dunas en dirección a Maldonado. A las cinco de la tarde hicieron un alto a corta distancia de la torre del vigía al ser recibidos por disparos de mosquetes. Las fuerzas invasoras eran abrumadoramente superiores en número y entrenamiento para la guerra que las fuerzas defensoras, que estaban mayoritariamente acantonadas en los alrededores de la torre. Otros defensores se ubicaron en los techos de la actual catedral que había comenzado a construirse y en la azotea del edificio de la Real Hacienda que era el edificio más sólido de la ciudad.

De los cuatro cañones de campo con que se contaba sólo se usó uno para repeler el avance inglés, ya que otro había quedado atascado en las dunas y los otros dos se preservaron enviándolos a San Carlos, hacia donde huía bajo la protección de parte de las tropas españolas, buena parte de las mujeres y niños de la ciudad de Maldonado. Entre ellos iba Marijó, junto a sus hijos Rafael Antonio que tenía cuatro años y Antonia que no llegaba a los dos años.

Agregado a la operación del único cañón activo, estaba Antonio tratando de repeler al enemigo. Luego de servir mientras fue necesario en el piquete del único cañón, corrió a incorporarse al contingente de tiradores ubicados en los techos de la iglesia y posteriormente sobrellevó lo mejor que pudo los difíciles momentos siguientes a la rendición. Con la tranquilidad de tener a su familia a salvo en San Carlos vivió junto a otros vecinos referentes del pueblo momentos de maltrato, riesgo de vida y destrucción de la propiedad pública y privada.

El 24 de julio de 1807, los principales vecinos de Maldonado deciden redactar al cabildo montevideano una carta complementaria a la ya enviada un año antes pidiendo ayuda ante la inminencia de la invasión inglesa. El propósito de la nueva carta, publicada íntegramente en el tomo IV de la Historia de la Dominación Española de Francisco Bauzá, era detallar las dificultades, y pérdidas sufridas por Maldonado durante los meses de ocupación inglesa para tratar de lograr algún tipo de compensación ante la ruinosa situación en que había quedado la ciudad. El momento era oportuno, al no haberse marchado aún los efectivos británicos, para incorporar este documento, procurando una eventual reparación, al balance final de las invasiones inglesas.

Aquí nuevamente el principal redactor es Antonio Jesús, quien además se encarga de firmar por los pobladores que no sabían firmar.

Lo siguiente es sólo una parte textual del contenido de la carta:

El cabildo fernandino, a pesar de que sus arcas estaban exhaustas, ante la inminencia de la invasión había diligenciado la obtención de fondos en base a donativos e impuestos especiales para poder pagar puntualmente a las fuerzas defensivas de la ciudad compuestas por un piquete de Blandengues, otro de Infantería y otro de Milicias. Al verificarse por las maniobras de los buques ingleses que se estaba preparando el desembarco, la población siguió inmediatamente el toque de generala dispuesto por el alcalde Don Ventura Gutiérrez. Cada uno tomó su arma y pasó a ocupar el puesto que de antemano tenía dispuesto, olvidando familias, casas y haberes. Unos en las tres baterías de la costa, otros agregados a las cuatro piezas móviles de artillería y los demás se incorporaron a los piquetes de la guarnición fernandina al mando del Capitán de Blandengues Don Miguel Borrás, totalizando unos doscientos treinta hombres que debían enfrentarse a fuerzas entrenadas y experientes que llegaban a los tres mil efectivos.

Inmediatamente después de rendida la ciudad una terrible noche sobrevino, cuando las fuerzas inglesas procedieron a registrar y saquear todas las casas de la ciudad tomando prisioneros a todos los hombres, incluso los ancianos, llevándolos a los calabozos y la crujía del cuartel y alimentándolos diariamente con tres espigas de maíz crudo por persona y agua sucia sacada de un pozo inapropiado que hacía tiempo no se usaba. Las casas sufrieron el despojo de todo lo que les pudiese ser útil. Alumbrados por una partida de velas de cera que tomaron de la iglesia antes que el vicario pudiese ocultarlas como hizo con el resto, los invasores llegaron a registrar a las mujeres por si ocultaban algún dinero entre sus ropas y otras menos afortunadas fueron sometidas por la fuerza. No faltaron en medio de esa vorágine, muestras de antipatía por los rituales y costumbres católicas de la ciudad.

El mando inglés concedió, hasta que finalmente al cuarto día designó un comandante responsable, una bárbara licencia para el saqueo en los tres días consecutivos con sus noches, no solo a los tres mil soldados, sino también a la marinería de los más de setenta buques fondeados en la bahía. También confiscaron pertrechos para la defensa y municiones del cuartel, y del corredor fortificado de la Bahía de Maldonado que se había ampliado considerablemente en un esfuerzo ordenado por el Virrey en 1796”. Se trataba de las tres baterías de la costa que contaban con cuatro cañones de 24 libras: la batería de la Trinidad o de la Aguada ubicada aproximadamente frente al actual hotel Serena, la de Jesús o del Medio ubicada a la altura de la parada 17 y medio y la de San Fernando o de la Península ubicada en Punta del Este frente a la boca chica, y de las cinco baterías en la isla de Gorriti que cruzaban fuego con las anteriores. Además, arruinaron las explanadas, barbetas y merlones de las baterías, inutilizando los cañones y quemando las cureñas.

Una saña especial se mostró hacia las instalaciones de la Real Compañía Marítima en la Isla de Gorriti, que quedaron totalmente arruinadas, en tanto que se confiscan las seis embarcaciones artilladas de la Compañía susceptibles de ser aparejadas como balandras, o dicho en otros términos, capaces de contar con el velamen propio de una balandra. La saña demostrada contra la Real Compañía no era casual, Inglaterra era dueña de los mares y de la industrialización de los productos del mar, y esta Compañía competía claramente con ella.

A partir del cuarto día las cosas empiezan a mejorar, se libera a los vecinos que no eran soldados, y los soldados que permanecen prisioneros son mejor tratados al recibir ración de carne, pan y agua de las excelentes fuentes de la ciudad. No obstante, todos los recursos de las quintas marítimas entre Punta Ballena y Barra del Maldonado: ganado caballar y vacuno, aves, y plantíos de trigo, cebada y maíz fueron requisados para equipar la caballería inglesa y colaborar con la alimentación de los invasores.

Finalmente se pide que este minucioso relato sea elevado al rey Don Carlos IV confiados en que arbitrará los medios para ayudar a la leal población de Maldonado y eventualmente habilitar su puerto en calidad de menor, cosa que, a los efectos de las operaciones de la ahora arruinada Real Compañía Marítima, el rey ya había dispuesto en 1792.

En 1808 Napoleón, con los destinos de España en sus manos, convence a su hermano José Bonaparte para que acepte ser el nuevo monarca español y Fernando VII es obligado a permanecer recluido con relativo decoro en un castillo de Francia. Sin embargo, Fernando VII, antes de perder la libertad pudo indicar a sus seguidores en España que las juntas provinciales que se formasen podrían seguir actuando en su nombre. En América se siguió el mismo modelo de juntas provinciales que en España pues se consideraba que José Bonaparte era un soberano ilegítimo, y porque se había conferido a las colonias el mismo estatus de provincias que las provincias peninsulares.

Antonio Jesús y otros ciudadanos fernandinos que se mantenían muy al tanto de los acontecimientos europeos gracias a los buques, principalmente ingleses, que periódicamente fondeaban en la bahía de Maldonado, comenzaron a desarrollar a partir de 1808 un sentimiento anti- napoleónico, convencidos de que Napoleón era el responsable de las penurias que vivía España.

Antonio Jesús tenía vocación y gusto por las actividades comerciales y tenía conciencia del abaratamiento de las mercancías si se trataba directamente con los proveedores de las mismas sin necesidad de intermediarios. Con el tiempo se fueron moderando los malos recuerdos que tenía de la invasión inglesa a Maldonado, y basándose en Hume optó por no generalizar respecto de los ingleses.

En enero de 1810 se produce la caída de Sevilla y junto a ella, el último bastión peninsular de la Junta Suprema Central y Gubernativa del Reino. Esta noticia se recibió en la capital del Virreinato del Río de la Plata el 18 de mayo de 1810. Antonio sufría la asfixia de España ante el invasor francés y recelaba de la representatividad del Consejo de Regencia que desde Cádiz y la isla de León, era lo único ajeno a la tenaza napoleónica. Desde el sur, Antonio se identificaba con la guerra de la independencia española en territorio peninsular.

Con Rafael Pérez del Puerto, que se mantuvo en Buenos Aires durante los prolegómenos de la Revolución de Mayo y no volvió luego a vivir más a Maldonado, Antonio mantuvo una permanente comunicación epistolar. Rafael y Antonio simpatizaban con Domingo Matheu, un sensato comerciante catalán, y les preocupaba la negativa de Mariano Moreno de convocar a todos los diputados regionales para transformar la Primera Junta en lo que luego fue la Junta Grande. También conocían muy bien al Presbítero Dr. Manuel Alberti que se había desempeñado como cura en Maldonado, y que falleció lamentablemente pocos meses después.

Durante 1809 Antonio Jesús se desempeñó como Alguacil Mayor, siendo el encargado de hacer cumplir los acuerdos del cabildo, practicar detenciones y hacer la ronda de la ciudad, pudiendo entrar con armas al cabildo. Como responsable de la tranquilidad de la zona le tocó ser testigo privilegiado del hundimiento en la Bahía de Maldonado del navío británico HMS Agamemnon, luego de haber varado en un bajo entre la isla y la costa cercana cuando trataba de refugiarse de un mar muy agitado. Dicho episodio ocurrido entre el 16 y el 24 de junio, no arrojó afortunadamente pérdidas humanas. Este buque ya viejo, había sido comandado anteriormente durante más de 3 años por el Almirante Nelson, triunfador y muerto en la batalla de Trafalgar.

Antonio Jesús de la Fuente tuvo destacada actuación en 1810 como alcalde ordinario al frente del cabildo de Maldonado.

En una ciudad como Maldonado las principales autoridades del cabildo, o ayuntamiento como se le sigue llamando hoy día en España, eran los cuatro regidores que constituían lo que se llamaba “el regimiento”, permaneciendo en sus cargos por un año, hasta que se eligiesen nuevas autoridades. Quien presidía el regimiento era el Alcalde Ordinario de 1er voto, y los otros tres regidores eran el Alférez Real, el Alguacil Mayor y el Fiel Ejecutor. Entre ellos se repartían la dirección del pueblo y la atención de los aspectos políticos, administrativos, económicos e incluso judiciales del municipio a través de las figuras del Defensor de Menores y el Defensor de Pobres que ellos mismos personalizaban.

Luego de producirse la revolución de mayo en Buenos Aires el 25 de mayo de 1810, Maldonado es la primera ciudad de la Banda Oriental en adherirse a la Primera Junta el día 4 de junio, mediante una declaración del Cabildo presidido por el Alcalde Ordinario de 1er Voto Don Antonio Jesús de la Fuente que luego se ratifica en Cabildo abierto de fecha 4 de julio. La Junta de Mayo contesta a la adhesión de Maldonado con un Decreto en el que lo habilita como puerto mayor, privilegio que en la Banda Oriental sólo tenía Montevideo. Además, designa como Ministro de Comercio, al Ministro de la Real Hacienda de Maldonado, Don Rafael Pérez del Puerto. Maldonado al ver consumada una vieja aspiración, contesta a la Junta: “que este pueblo expirante, revive hoy en su existencia política... consagrando a sus benefactores, un homenaje de eterno reconocimiento, de amor y de respeto”.

El 14 de julio el Cabildo convoca a todos los vecinos para leerles las decisiones de la Junta que habían salido publicadas en el periódico bonaerense La Gazeta. Asimismo, se decide festejar el acontecimiento convocando para una misa solemne con Te Deum para el día siguiente, procediendo a iluminar el pueblo para la víspera y el día posterior. ¡Tal era el sano regocijo de los fernandinos! Allí estuvo Antonio Jesús en la iglesia, presidiendo junto a otras autoridades y la feligresía en pleno, la celebración del acontecimiento, y entonando el muy tradicional himno cristiano de acción de gracias.

La declaración del Cabildo abierto convocado para el 1ero. de agosto es una pieza magistral de equilibrio, prudencia, civismo y compromiso. La asamblea resolvió: “que hallándose el pueblo de Maldonado dentro de la jurisdicción territorial de Buenos Aires, mantenía su obediencia a la Junta instalada allí, para asegurar estos dominios a Fernando VII, a ejemplo de las Juntas similares constituidas con el mismo designio en España”: Agregaba luego: “que habiendo hecho igual reconocimiento todas las autoridades, el pueblo de la capital (Buenos Aires) y varios otros, sin ofender la opinión de la ciudad de Montevideo, con quien siempre había de guardarse la mejor armonía y cordialidad, debía Maldonado no hacer innovación de su actual constitución y dependencia del Gobierno de Buenos Aires, con protesta de separarse del sistema, si, lo que no es de esperarse, llegase a entender otras miras contraídas a los fines que sancionó en su instalación”. Luego cautelosamente expresaba al concluir: “que si agraviando los fueros municipales de la ciudad, persistiese el Gobierno de Montevideo a compelerla a sujetarse a sus deliberaciones, contra la manifiesta voluntad del pueblo, se sometía, bajo la protesta también del uso de la fuerza”.

Como muy bien lo señala Francisco Bauzá: “semejante actitud excepcional de Maldonado, contribuyó a definir la situación de criollos y peninsulares en el país. Ahora que la realidad tangible señalaba posiciones a cada uno, los españoles tomaban las suyas en defensa de la Metrópoli, quedando los criollos sin otra base de resistencia que la protesta, manifestada por boca del Cabildo Abierto de Maldonado, única autoridad destinada a formularla en nombre de todos”.

A pesar de las gestiones de Francisco Javier de Viana, el Cabildo se mantiene fiel a su declaración anterior.

El Alcalde de Maldonado en 1810, apoyado por su pueblo, había logrado que su ciudad sellase un acto pionero para la causa de la libertad en la Banda Oriental.

Antonio Jesús logró distanciarse de la lógica de la guerra, donde finalmente sólo queda un ganador y un perdedor. Apostó a transitar por una tercera vía, y de esa forma capitalizó para su pueblo los siguientes resultados:

- que la decisión de Maldonado se respetase y no se la intentase quebrar por la fuerza.

- se evitó la guerra y el consecuente derramamiento de sangre.

- se marcó el alineamiento político del lugar, confirmado luego por la facilidad con que el ejército artiguista avanzó y se internó en 1811 por la dilatada campaña y las ciudades fernandinas.

- con una prudente visión de las circunstancias, no se forzó con acciones radicales, a que el adversario montevideano jugase una réplica implacable. Dado lo precoz de la hora, torpe habría sido pedirle al indefenso pueblo de Maldonado, un sacrificio de escasa significación estratégica.

Antonio Jesús de la Fuente manejó con mucho equilibrio aquellos difíciles meses en que Maldonado había quedado militarmente en la égida de Montevideo.

A principios de 1811 entrega el cargo de Alcalde a Don Mariano Oribe desvinculándose a partir de allí de las obligaciones oficiales; fue el último alcalde ordinario de Maldonado durante el período español que finalizó regularmente su gestión luego de cumplir todo el período asignado.

El 5 de mayo de 1811, reunidos en la casa capitular los miembros del cabildo de Maldonado y el vecindario que se había convocado, toma posesión del cargo de Teniente Gobernador la persona nominada por el Comandante de las tropas que ocupaban Maldonado, Don Manuel Francisco Artigas. Se trató de Don Juan Correa, Capitán del Regimiento de Voluntarios de Caballería de Maldonado. En ese acto juran todos defender a la Excelentísima Junta de la Capital de Buenos Aires, que defiende y sostiene los verdaderos y legítimos derechos del rey Fernando VII.

Como se aprecia, este juramento realizado ya en tiempos de la revolución artiguista, tiene una total coincidencia con la declaración del cabildo de 1810 presidido por Antonio Jesús de la Fuente. Se reafirma entonces que la actitud del cabildo fernandino de 1810 marcó sin duda un hito de avanzada en el proceso de emancipación de los orientales, y por tanto debería consignarse con el destaque que merece.





RAFAEL ANTONIO DE LA FUENTE


Alcalde ordinario de Maldonado

Correspondió a Rafael Antonio de la Fuente participar activamente desde mediados de 1825 en el gran esfuerzo libertario que condujo Juan Antonio Lavalleja y sus 33 orientales, apoyándolo como miembro del cabildo de Maldonado hasta la eliminación definitiva de esta institución colonial por el gobierno interino de la provincia oriental, el 1ro de enero de 1827.

Su vida había estado condicionada desde muy joven a la influencia de sus padres, a quienes mucho había querido. Por parte materna, Doña Marijó Revillo de de la Fuente lo había acompañado durante muchos años de su vida adulta, inculcándole soltura, simpatía, y una inusual visión comercial. También el cariño político por el entonces coterráneo Don Juan Antonio Lavalleja a quien veían en su departamento natal, como el principal continuador del ideario artiguista. Por parte paterna le quedaba cierta conciencia de estirpe, de raza fundacional de la patria nueva, que junto al ejemplo de humildad que su padre le había legado, lo hacían un hombre sereno, y abiertamente solidario a todos sus vecinos, sobre la base del respeto de la personalidad de cada uno.

Rafael Antonio se casó en 1825 en San Carlos con Francisca Ferreirós y tuvieron 9 hijos: Remedios la primogénita, Claudia, Carlos Julio, Herminia, Lastenia, Rafael Francisco, Fidela, Emilia y la menor, Margarita.

Continuó y desarrolló con mucha lucidez la pulpería que habían fundado sus padres. Una pulpería integraba actividades que actualmente tienden a separarse: almacén de ramos generales, y boliche. Como almacén vendía comida, bebidas, candelas o velas, leña, carbón, remedios y telas. Como boliche era un centro social donde se reunían las clases medias y humildes principalmente para conversar e informarse mientras consumían bebidas con y sin alcohol. También se jugaba a los naipes y se disfrutaban espectáculos musicales y bailables de pequeña escala. Era el único lugar donde las personas sin vínculos sociales podían escapar, en horarios no laborables o feriados, del tedio o la soledad de la vida pueblerina. Rafael Antonio de la Fuente logró transformarla de comercio sólo minorista a mayorista de algunas mercaderías para otras ciudades cercanas.

Rafael Antonio de la Fuente también actuó honorariamente, ya desde la institucionalidad uruguaya, como Alcalde Ordinario, principal jerarquía judicial y electoral en Maldonado, electo año a año en forma sucesiva y consecutiva entre 1845 y 1853, por los ciudadanos del departamento, contando con el apoyo de Lavalleja desde su regreso en 1845 hasta su muerte. Le tenía especial cariño a este cargo, no sólo por ser el único vestigio federal firme que quedó finalmente al comenzar la vida institucional del Uruguay, sino que había sido creado a instancias de la visión federal que Lavalleja compartía con Artigas en diciembre de 1827.

De Rafael Antonio, sus descendientes conservan un documento del Cabildo fernandino de 1820, facultándolo a regentear una Pulpería. También un cuadrito conteniendo la definición de Justicia, como Virtud Cardinal: “Dad a cada uno lo que se merece”, y al pie muchas firmas de ciudadanos agradeciéndole su probidad y rectitud luego de ejercer durante varios años como Alcalde Ordinario de Maldonado, siendo reelecto año a año, entre 1845 y 1853.

“Rafael Antonio de la Fuente, hijo de Antonio Jesús y Josefa Revillo, nació en Maldonado en 1802. Actuaron como padrinos de bautismo Felipe Cabañez y Antonia Huertas. La participación de Rafael Antonio en el desarrollo de Maldonado, desde diversos cargos públicos, fue importante, abarcando además un extenso período de cincuenta años, considerando que desde 1825 empieza a tomar parte en dicha actividad hasta 1875, fecha en que falleció. Integró la Sala Capitular o Cabildo de Maldonado en 1826; fue Alcalde ordinario de esta ciudad por un período que abarca aproximadamente de 1845 a 1853; también se desempeñó como Recaudador de Contribución directa; y fue integrante de la Junta Económico- Administrativa. En los Registros cívicos y padrones diversos en los que se ha encontrado su nombre, siempre figura como comerciante. Contrajo matrimonio en San Carlos en 1825 con Francisca Benigna Ferreirós, natural de San Carlos, hija de José Ferreirós natural de Santiago y de Inés de Silva natural de San Carlos”.


Diccionario biográfico de la ciudad de Maldonado (1755-1900), María A. Díaz de Guerra, 1974




La vida de Rafael Antonio de la Fuente Revillo novelada por Reynaldo de la Fuente Ortiz:

Rafael Antonio era un niño pequeño en un tiempo de cambios, de invasiones y de revolución. Sus primeros recuerdos brumosos eran de incertidumbre y ansiedad a su alrededor. Sus primeras imágenes le transmitían cierta zozobra por el inmediato murmullo, el correteo, y el vigoroso accionar de algunos hombres luego de que el vigía de la torre rompía el silencio con un grito que nada le decía pero que más tarde comprendió se asociaba al avistaje de ballenas en la bahía de Maldonado. También por la inquietante actividad militar que percibía, sobre todo aquellos días de miedo, de febril movimiento armado a su alrededor, en que recordaba a su madre llegar a la casa muy angustiada, vociferando órdenes a la servidumbre, para luego agarrarlo con fuerza de la mano con el rostro demacrado y mascullando: “Se vienen los ingleses, el enemigo ya está cerca, tenemos que apurarnos, hay que huir hacia San Carlos”. Recordaba la larga caravana de personas de todas las edades, apresurando el paso, a pie, a caballo o sobre carretas, alejándose de la ciudad mientras ya comenzaban a sentirse los primeros estruendos, las primeras descargas de cañones, y mosquetes. Cuando se fueron los ingleses la ciudad quedó silenciosa. Cuando más tarde llegó la temporada de la caza de la ballena, siguió silenciosa, los invasores habían destruido todas las instalaciones y embarcaciones de la Real Compañía Marítima Española que las cazaba e industrializaba.

En 1808 cuando ya tenía seis años, le nació una hermanita a quien llamaron Eladia Joaquina.

Rafael Antonio disfrutaba mucho de caminar hacia el mar y de observar el movimiento del muelle portuario, al que arribaban falúas de distintos buques fondeados en la bahía, para descargar y cargar mercadería. La mayoría provenían de Buenos Aires, pero también fondeaban algunos originarios de España y de Montevideo. Un día cuando tenía 7 años, un amigo mayor le habló por primera vez de contrabando de productos de origen inglés. Le costaría mucho comprender que era aquello.

En el año 1810, con 8 años, se sintió muy orgulloso de su padre y de su protagonismo como alcalde de 1er voto de Maldonado. A partir de fines de mayo, muchos festejaron, luego se habló mucho de reuniones en el cabildo y finalmente un día de julio la plaza se colmó de vecinos que estaban de fiesta y que coreaban arengas de una revolución, llamada de Mayo.

En 1811 comenzaron a hablarle mucho de Artigas, de la revolución contra los españoles que encabezaba, y casi todas las personas mayores de Maldonado hablaban de él como de alguien que conocían porque había comenzado en Maldonado su carrera militar. Antes de fin de año la novedad fue la primera invasión portuguesa y Rafael Antonio comenzó a escuchar asiduamente esa lengua al tiempo que algunos buques provenientes de Brasil comenzaron a fondear en la bahía. En algún momento de 1812 los portugueses se marcharon y año tras año se siguió hablando mucho de Artigas y de sus ideas, hasta que en 1815 muchos estaban felices porque sus fuerzas habían entrado a Montevideo, y era el dueño de la patria oriental.

Pero la felicidad duró poco, en noviembre de 1816 los portugueses invadieron Maldonado por segunda vez y luego de parlamentar con Francisco Aguilar, pusieron su bandera en la torre del vigía y antes de partir hacia Montevideo dejaron un numeroso destacamento militar en la isla de Gorriti.

A partir de ese momento la vida de sus padres que eran comerciantes se tornó difícil, Rafael Antonio ya con 15 años trataba de ayudar, pero comprendía el conflicto de intereses que se había instaurado entre los comandantes militares que respondían a Artigas y prohibían a los comerciantes locales proveer al enemigo portugués de artículos de primera necesidad, y los comerciantes que tenían el conflicto ético de obedecer aún a costa de ir a la ruina, o de no hacerlo.

Lamentablemente la suerte estaba echada, Artigas sufre en enero de 1820 una derrota definitiva en la batalla de Tacuarembó.

También en 1820 Rafael pudo lograr un permiso para poner su propia pulpería.

Aquel triste 15 de junio de 1821 en que su padre, Antonio Jesús, precursor del ideal de mayo en la Banda Oriental, falleció inesperadamente en trágico accidente, Rafael Antonio, su hijo primogénito, y su madre Marijó Revillo de de la Fuente, se abrazaron muy fuerte y entre lágrimas se prometieron seguir adelante y no bajar nunca los brazos. Estaban cumpliendo con el mandato que Antonio, en una tarde premonitoria del tardío verano pasado, les había hecho jurar para el caso que faltase.

El escenario principal para ser fieles a su juramento tenía como epicentro la lucha por cuidar los negocios de la familia, que al tiempo decidieron unificar en una sola pulpería.

Antonio Jesús, dueño de una sabia visión prospectiva del futuro de la banda oriental, ahora provincia Cisplatina, los había instruido en el sentido de concentrar sus esfuerzos en una actividad social y económicamente importante como lo era la de pulpero, para tratar de progresar y servir a la comunidad fernandina, sin caer en la tentación de abrazarse a oscuras pasiones político partidarias que los haría perder la autonomía personal y ciudadana que salvaguarda el derecho de no renunciar nunca, ante cualquier encrucijada, a la capacidad de actuar dentro de lo posible, según los dictados del libre pensamiento crítico.

La pulpería como institución era una herencia de la época de la colonia, y constituía un espacio multifuncional. Era un lugar público de reunión, y cumplía el rol social que más adelante llenarían los clubes sociales o los boliches. Permitían adquirir mercaderías y cumplían en forma rudimentaria la función de auxilio y custodia de efectivo y valores de lo que hoy es un banco. Allí se reunían los hombres después del trabajo, en los días de asueto, para matar el aburrimiento y la soledad de la vida aldeana. En ese lugar, la gente podía conocerse y frecuentarse mientras se tomaba un trago o jugaba a los naipes. También era un centro de información dónde se difundían noticias y se corrían rumores.

Como anfitriones, gestores, intermediarios, proveedores y confidentes, Rafael Antonio y Marijó construyeron un ámbito dónde naturalmente se tejían relaciones, y se trataban personas de todos los pelos. Rafael Antonio trabajaba normalmente en la gestión de la primera línea de atención, con el auxilio de empleados, en tanto Marijó, cuidando su condición femenina, lo hacía en la trastienda, manejando la contabilidad que Antonio Jesús le había enseñado, o atendiendo damas amigas, sin perjuicio de supervisarlo todo.

Cierto día Don José Ferreirós, un honrado gallego oriundo de Santiago de Compostela, talabartero de profesión, que vivía en San Carlos y a quien Rafael compraba artículos de talabartería para su pulpería, pidió para hablar con él. Una vez reunidos José que tenía buena relación con Rafael, le dijo que quería ampliar el giro de su talabartería carolina, incorporando otros artículos importados que Rafael vendía para ampliar su negocio y ocupar a su familia pues no quería holgazanes en su casa. Como Rafael confiaba en José, no tardaron en ponerse de acuerdo en los términos del nuevo negocio que los vincularía aún más. La sociedad sirvió para que José y el joven Rafael se conociesen mejor a medida que el negocio prosperaba.

En las visitas a San Carlos Rafael comenzó a tratar a Francisca, hija mayor de José, y a Inés, su madre. Francisca al principio le pareció algo distante, pero había algo en ella que lo atraía. Un sábado coincidieron en una fiesta en San Carlos y Rafael no desaprovechó la oportunidad para hablarle y dedicarle todo el tiempo posible. Cuando ya se le estaban acabando las excusas para seguirla abordando en medio de todos los asistentes, apareció de pronto Doña Inés pidiéndoles que la acompañaran hasta su casa pues estaba indispuesta y Don José estaba en Montevideo.

Cuando a la mañana siguiente Rafael volvió, atando al cercano palenque su caballo cansado, con la excusa de interesarse por la salud de Doña Inés, Don José acababa de regresar de Montevideo y lo invitó a tomar unos mates. Mientras ambos hombres hablaban de negocios, Francisca se apareció con unos pastelitos recién hechos, y los acompañó por un rato. Al despedirse, Don José y Rafael no necesitaron intercambiar palabra alguna para saber que de allí en más su relación tenía un motivo categórico para perdurar.

En noviembre de 1825 Francisca y Rafael Antonio se casaron enamorados y felices en la iglesia matriz San Carlos Borromeo rodeados por sus familias y muchos amigos de San Carlos y Maldonado.

A partir de 1826 Rafael Antonio pasa a integrar el cabildo de Maldonado.

Rafael Antonio de la Fuente falleció viudo en 1875.




RAFAEL FRANCISCO DE LA FUENTE

En Maldonado, sobre calle Ituzaingó, esquina calle Rocha, se levantaba la casa que fuera propiedad de los malogrados esposos Rafael Francisco de la Fuente y María Viera. Seguía el estilo de la arquitectura doméstica española, vigente desde el siglo XVI: fachada de paredes gruesas y blancas, una sólida puerta principal, custodiada por balcones laterales a uno y otro lado. Una vez transpuesta la entrada, se accedía al zaguán que terminaba en un gran patio. Además del escritorio y la habitación del frente que daban a los balcones, el resto de los ambientes que salían al patio, tenían aberturas a un gran jardín en el ala izquierda y fondo de la casa. Su apariencia desnudaba un mantenimiento descuidado, producto de sus escasos residentes y de que la prosperidad de la familia había llegado menguada a Rafael Francisco, militar y maestro, uno de los doce hijos de Rafael Antonio de la Fuente Revillo, personaje que había combinado un alto cargo judicial con una próspera pulpería.

El año de 1866 fue histórico para Rafael Francisco, ya que contrajo matrimonio y a principios de diciembre luego de cumplir con las exigencias generales del concurso y rendir un examen, fue acreditado como Maestro. Al año siguiente comenzó sus actividades dictando clases matutinas en San Carlos y por la tarde en Maldonado.

Rafael Francisco y María tuvieron la dicha en 1867 de ver nacer a la primera de sus seis hijos: maría, Ercilia, Ramona, Dolores, Rosa y Rafael Wenceslao.

Una madrugada de mediados de mayo de 1870 partió sobre el lomo de su tordillo plateado en procura de integrarse a las tropas de Timoteo Aparicio. El 28 de mayo participó en Minas del combate de Espuelitas donde resultó herido de varios sablazos. Cuando diez días después volvió a Maldonado, debió permanecer un tiempo inactivo para recuperase de la fractura de ambos huesos del antebrazo izquierdo y de una herida en la región abdominal.

Cuando Don Tomás Gomensoro sucede a Lorenzo Batlle y se concluye la guerra con la firma en Montevideo el 6 de abril de 1872 de un tratado de paz que concede a los blancos la jefatura política de cuatro departamentos, se reparan las carreras militares de muchos blancos que no habían acompañado el ciclo de gobierno totalmente colorado a lo largo y ancho del país luego del golpe de estado de Flores (1865). Entre los beneficiados por este tratado de paz de abril estaba el Teniente 2do Rafael Francisco de la Fuente.

A partir de 1876 -con el primer proceso de modernización del estado uruguayo de 1876 a 1886, seguido por un segundo de 1886 a 1903, y redondeado por un tercero de 1903 a 1916- Rafael es llamado a participar en el ordenamiento fiscal en Maldonado al ser designado Revisor de Patentes de Giro.

En 1877 se inaugurará en Maldonado la escuela de varones José Pedro Ramírez, donada por quien destinó sus dietas de diputado al departamento que lo había honrado llevándolo a la Asamblea Legislativa. La única condición que pone Ramírez, también integrante de la Sociedad de Amigos de la Educación Popular, es que allí se aplique el mismo método de enseñanza de la escuela Elbio Fernández de Montevideo. Rafael participó un año como maestro de esta prestigiosa escuela, familiarizándose con todas sus nuevas técnicas y procedimientos.

Cuando en 1974 nació su hija Rosa, Rafael le pidió a su hermana Claudina de la Fuente que fuese su madrina. Ya adulta Rosa sería Maestra, soltera y dirigiría una escuela rural. En 1878 Claudina de la Fuente era ayudante titular de la preceptora María Mirabal de Gómez, en la escuela de 1er grado de Maldonado.

El 5 de junio de 1879, Rafael fundó como Director una escuela particular de Maldonado. Habiendo estudiado el sistema de la escuela Ramírez se proponía dirigir una escuela pequeña pero que maximizase las horas de enseñanza individual de los educandos, limitando lo máximo posible la enseñanza simultánea, que enseña conjuntamente a todos los niños de la misma clase. Con esto esperaba cumplir con el máximo nivel de excelencia en la educación que recomendaba Varela en “La educación del pueblo”.

Posteriormente Rafael Francisco apoyará los temas educativos desde la junta económico-administrativa de Maldonado, hasta su temprano fallecimiento el día 10 de junio de 1887, víctima de una insuficiencia cardíaca a los 48 años. Estrujada por la congoja, su amada María con quien había formado una linda familia de 5 hijos, lo sobrevivió sólo un año.

Consciente de la precariedad de su salud, demostró ser un hombre de profunda sensibilidad que había priorizado siempre las necesidades de su familia.

Se fué abrigando un íntimo orgullo por las dos honrosas profesiones que había desempeñado con gran entrega personal: la de militar y la de maestro.

De Rafael Francisco, sus descendientes conservan su sable de Oficial de Infantería del Ejército Nacional, y su diploma de Maestro.

“Rafael Francisco de la Fuente, hijo de Rafael Antonio y Francisca Ferreyros, nació en Maldonado en 1838. Se casó en 1866 – a los 28 años de edad- con María Viera. Fue militar y maestro. En abril de 1876 fue nombrado Revisador de Patentes de Giro. En el Registro Cívico de 1856 figura con 20 años, soltero, comerciante. En el Registro de 1876 aparece con 38 años, casado, profesión militar, vecino de esta ciudad. También integró la Junta Económico Administrativa. Murió en 1887 a los 48 años”.

Diccionario biográfico de la ciudad de Maldonado (1755-1900), María A. Díaz de Guerra, 1974




Viaje en diligencia



Rafael Francisco de la Fuente no tardó en dirigirse a la calle Uruguay al 25 dónde estaba la agencia de diligencias Del Comercio, en procura de un boleto para Maldonado. Pudo con suerte conseguirlo, en un coche de “La Carolina” para el martes 7 de marzo, siempre y cuando viajase en el pescante junto al mayoral. Después vería cómo hacer el corto trecho hasta Maldonado.

Luego de pasar ansioso varios días sin saber que hacer, el día de la partida llegó y ligero de equipaje se presentó en la estación de diligencias. Allí, a las 4 y 10 de la mañana, se reunió con los otros pasajeros, tres caballeros, cuatro damas y un muchachón, que reunidos en círculo conversaban con el mayoral. Una vez acondicionado el equipaje más pesado sobre la vaca, se ubicaron en sus lugares lo mejor que pudieron, mientras mayoral y cuarteador ajustaban detalles del recorrido. Poco después la caballada se puso en marcha.

A su lado viajaba Don Giuseppe, el mayoral, un italiano cuarentón de voz gruesa y gestos ceremoniosos que manejaba con destreza las riendas de los cuatro caballos traseros, mientras que abriendo el camino y controlando a los caballos delanteros o “boleros” que no llevaban rienda iba Rogelio, el cuarteador, un morocho fuerte y ágil, de tez muy bronceada y párpados hinchados que empequeñecían dos pupilas, casi ocultas en la profundidad de sus cuencas, que tenía la responsabilidad de conducir la diligencia por el camino más transitable.

Luego de rebasado el ejido, y como el terreno estaba seco, la diligencia tomó un tranco más monótono, alterado sólo por algún aviso del cuarteador, alertando tempranamente los obstáculos del camino, hasta que el anuncio de la primera posta en Pando, donde aprovecharían para almorzar, sorprendió a Rafael, que había perdido la noción del tiempo transcurrido. Una hora después retomaron la marcha.

Rafael y Giuseppe, cada uno muy concentrado en lo suyo, sólo compartían el mate que Rafael religiosamente se encargaba de cebarle a su conductor. El maquinal cumplimiento con esa rutina no impedía que a Rafael por momentos se le apretase el pecho cuando se le cruzaba una sensación de incertidumbre por alejarse definitivamente de algo que había reglado su existencia por años. Sin embargo, la presión cesaba cuando evocaba la vida de un personaje admirado como José Hernández. El también abandonó tempranamente la carrera militar reflexionó, mientras se esforzaba por contener la ira al recordar que José y su hermano Rafael salvaron milagrosamente la vida en la batalla de la Cañada de Gómez, dónde fuerzas de la Confederación Argentina sufrieron el ataque sorpresivo de las tropas bonaerenses que respondían a Mitre, y Venancio Flores había hecho degollar a trescientos de sus camaradas.

En el ir y venir de sus pensamientos, asociados a situaciones que el aire puro del campo ayudaba a revivir, de pronto hinchó su pecho, preso de un vivo entusiasmo al concluir, que acababa de tomar una decisión importante, desafiando al poder establecido. Cuanto valoro se repetía, la fidelidad al impulso de mis pasiones, de otra manera sería esclavo del quietismo y la inacción de los que se rinden al precepto de ser razonables.

De ahora en más, se dijo, seré libre de actuar de acuerdo a mis sentimientos y convicciones personales, y lo que venga sabré manejarlo, gracias al temple y la capacidad de resistencia que le debo a mi formación militar.

Era noche cerrada cuando llegaron a orillas del arroyo Solís Grande para cenar y pasar la noche en los incómodos catres de la posada. Suerte que los viajeros expertos como él, sabían hacer más mullidos aquellos improvisados lechos, con útiles cojines de lana que siempre llevaban consigo.

A la mañana siguiente luego de desayunar una taza de achicoria acompañada por una galleta, siguieron las indicaciones del mayoral para pacientemente realizar en balsa el transporte de diligencia, pasajeros y caballos recién repostados, al otro lado del arroyo. Luego del cruce, Rafael ocupó su sitio, y a poco de comenzada la marcha comenzó a sentir una suerte de éxtasis mientras contemplaba aquel paisaje tan familiar, que ya comenzaba a desnudar la magnificencia de las sierras. Lentamente se abandonó al disfrute de los sonidos, los olores del campo que aún conservaba rastros del rocío, y la ya ascendente tibieza del sol esteño, algo atenuado por lo tardío del verano.

De pronto surgió un respetable promontorio en el camino y la diligencia, atenta a las señas del cuarteador, debió detenerse.

El vozarrón del mayoral lo volvió a la realidad avisando que una de las señoras se sentía mal y por tanto detendría la diligencia por quince minutos mientras la asistían. Dos horas después de retomar el camino, se detuvieron en una posada en El Sauce para almorzar y repostar.

Al rato de dejar El Sauce, la diligencia enfiló por el camino del abra de Perdomo, salvando la altura de las serranías donde el paisaje era subyugante para luego volver a limpias cuchillas hasta llegar muy próximos a San Carlos a un largo y polvoriento camino de barro. Rafael tomó conciencia que éste era el último tramo antes de llegar a la ciudad carolina para cenar y pasar la noche.

Al llegar a San Carlos la diligencia hizo la clásica vuelta de la plaza frente a la blanca iglesia y poco después ingresaba en el patio de diligencias ubicado al fondo del hotel ubicado en una esquina muy próxima de la iglesia.

A la mañana siguiente luego de desayunar, la diligencia recorrió rauda la escasa distancia entre San Carlos y Maldonado.


RAFAEL WENCESLAO DE LA FUENTE

Rafael Wenceslao de la Fuente tenía cuatro años cuando falleció su padre y cinco cuando su madre.

Hasta cumplir los 18 años, Rafael Wenceslao concentró su tiempo y atención, en todo aquello que el Maldonado de entonces aproximó a su paso: sus estudios en la prestigiosa Escuela Ramírez, sus escapadas al campo con amigos, para de paso involucrarse en tareas rurales como la cosecha de frutas, el arriado del ganado, el ordeñe de vacas en un tambo, o la cura de ovinos enfermos. También el disfrute de las temporadas de verano en el balneario fernandino de Las Delicias, pescando pejerreyes en el viejo muelle, alargando las tertulias con amigos bajo el porche del frente o el parral del fondo de alguna casa solariega, luego de haber disfrutado de baños de mar, o de la contemplación del crepúsculo vespertino con la mirada fija en el horizonte, y el pensamiento también fijo en alguna mujer que lo atraía.

Muy joven ya había comprobado su aptitud para los negocios y las actividades empresariales, pero como sus recursos económicos escaseaban pronto comprendió que debía formarse en una organización que le ofreciese la seguridad de un sueldo y la posibilidad de aprender y comenzó a estudiar para ingresar al Banco de la República. El día 8 de enero de 1903 se le informa que el Directorio del Banco de la República en sesión del día de la fecha lo ha nombrado Auxiliar de la sucursal Maldonado con una asignación mensual de 25 pesos.

En el verano de 1906, con los ecos de la terminada revolución ya distantes, la concurrencia rioplatense retoma el gusto de disfrutar del verano esteño cuando Punta del Este todavía se llamaba Villa Ituzaingó. Rafael había sido transferido recientemente a la sección Sucursales de la Casa Central del Banco República en Montevideo, y sólo contó con 10 días de vacaciones para descansar en Maldonado. Durante esos días disfrutó de concurrir dos veces a las reuniones bailables del hotel de Risso dónde comenzó a aficionarse al tango.

De regreso en Montevideo pronto sintió la pequeñez de su Maldonado natal frente a esta gran ciudad que ya tenía más de 300.000 habitantes, y ya se hacía sentir la importante presencia de inmigrantes europeos, españoles e italianos principalmente, al tiempo que se desarrollaban nuevos barrios como Pocitos, Cordón, Prado, Cerro y Villa Colón.

El año1907 trajo los tranvías electrificados con líneas de la Aduana a Pocitos, de la Aduana a la actual calle Pablo de María, y de la Aduana al Paso del Molino que agilitó notoriamente los servicios de transporte público.

Rafael disfrutó de concurrir a cafés y confiterías de la época como el Café Británico en Plaza Independencia donde hoy está la Torre Ejecutiva, o la confitería del Telégrafo en 25 de Mayo donde hoy está el edificio de la Junta departamental de Montevideo, pero su lugar preferido era el café Polo Bamba de Severino San Román en plaza Independencia esquina Ciudadela donde la gente que más frecuentaba como comerciantes, financistas, profesionales y bancarios se ubicaban en el centro del local en tanto a los costados estaban en el sector norte los intelectuales y en el sector sur los políticos. Por allí trataba de pasar cada mañana temprano antes de encaminarse al Banco a ponerse al día de las noticias al comienzo de la jornada, y disfrutar de la bonhomía de su dueño.

Siempre que podía disfrutaba fuera del horario de trabajo del Montevideo optimista y progresista de la Belle Epoque montevideana, con las plazas Constitución y Zabala resplandecientes, la plaza Independencia ampliada, y la magnificencia de los salones del club Uruguay y el palacio Taranco. Los fines de semana que permanecía en Montevideo se reunía con amigos en el parque Urbano –actual parque Rodó- o en algún bar de Pocitos.

En 1910 luego de ganarse el aprecio y respeto de sus superiores -en un tiempo de alta profesionalidad del Banco República dónde se hacía expreso énfasis de que las consideraciones políticas no debían pesar y los funcionarios habían de ganarse los ascensos estrictamente por sus méritos y aptitudes personales- Rafael logra su primer ascenso gerencial siendo destinado a cargo de la sucursal en la ciudad de Guadalupe -actual ciudad de Canelones-.

A poco de asumir, Rafael visitó su iglesia matriz que honra a Nuestra Señora de Guadalupe, cuya construcción fue dispuesta por Artigas en 1816, asociada a la creación del departamento de Canelones.

En el verano de 1912 poco después de asumir como gerente en la sucursal de San Carlos, Rafael conoció en Maldonado a Renée, hija mayor del Dr. Edye. Él tenía veintiocho años y ella diecisiete.

La personalidad de Rafael pronto la enamoró. Aquel hombre, orientado desde los seis años por la generosa asistencia de sus hermanas, desde pequeño desarrolló en contrapartida el compulsivo deber, que a veces lo hacía sufrir, de no resignar su papel de único hermano varón. Su perfil protector y patriarcal pronto se sintió muy cómodo con aquella señorita preparada para el matrimonio, pura y obediente, que dominaba los quehaceres hogareños y hablaba un perfecto inglés.

No demoró demasiado Rafael en hablar con su futuro suegro para formalizar su interés en su hija al tiempo de demostrarle que una vez casada podría brindarle una vida similar a la que estaba acostumbrada. Luego de autorizado a cortejarla, Rafael mientras desarrollaba una intensa actividad para financiar proyectos viables en la querida ciudad carolina, la veía los fines de semana, y los domingos a partir de la primavera concurrían juntos a las clásicas retretas en que la banda de la ciudad de Maldonado ofrecía conciertos. A Rafael le encantaba la habanera La Paloma del compositor español Sebastián Iradier, y de tanto en tanto se las arreglaba para que la banda la ejecutara. Mientras paseaba por la plaza con Renée le hablaba de la historia de Cuba y de cuanto había querido España esa isla por la que los galeones cargados de oro y plata hacían siempre escala antes de regresar a Sevilla o a Cádiz. También le contaba leyendas asociadas a esa habanera, como la de la paloma blanca que abandonaba un buque que se hundía e iba al encuentro de la prometida de un desaparecido marino a recordarle la última canción que le había cantado: si a tu ventana llega una paloma, trátala con cariño que es mi persona, o la del marinero español que bebía triste en una taberna y al tiempo que escuchaba la melodía recordaba a su amada que había quedado en Cuba, y nunca más vería porque Cuba ya no pertenecía a España.

Posteriormente Rafael fue destinado un año a Nico Pérez dónde la comunicación fue principalmente epistolar. En esta localidad Rafael trabajó duramente para restablecer la confianza de muchos productores, pues aún subsistía la desconfianza en una localidad que había sido sede de la protesta armada del partido nacional acaudillado por Aparicio Saravia en 1903, prolegómeno de la revolución de 1904, y un posterior levantamiento blanco en 1910. Luego retornó a San Carlos y la pareja se reencontró con la posibilidad de amenas tertulias que confirmaron, ante la certeza de una excelente relación, la necesidad de planificar la futura boda.

Al iniciarse 1915 Rafael conoció que habría de ser trasladado a Rocha con el objetivo de inaugurar y desarrollar en esa ciudad un ambicioso plan de negocios previsto para ese departamento por las autoridades del Banco. Cuando viajó en abril a Rocha para hacerse cargo de la gerencia de un hermosísimo edificio recién inaugurado por la saliente presidencia en marzo de Batlle y Ordoñez, que incluía en su estructura la vivienda privada del gerente, Rafael ya había fijado con Renée la fecha de la boda en Maldonado para el 27 de setiembre de 1915.

Rafael luego de cumplir con un brillante ciclo gerencial fuera de Montevideo que comenzó en 1910 en la sucursal de Guadalupe -desde 1916 ciudad de Canelones-, siguió en 1912 en San Carlos, en 1913 partió por un año a Nico Pérez para volver nuevamente a San Carlos por un año más. En abril de 2015 ya estaba a cargo de la sucursal de Rocha en la que permaneció hasta abril de 1921 en que fue destinado a la Gerencia de Maldonado, su ciudad natal. En Rocha nacieron sus hijos Renée y Rafael, en 1916 y 1919 respectivamente. En Maldonado nació en 1922 su hijo Ruben. Posteriormente en 1924 su hijo Ricardo y en 1926 su hija Raquel ya en Montevideo.

A mediados de la década del veinte fue transferido a Montevideo donde se desempeñó en la Casa Central del Banco.

En 1932 alquiló en el Palacio Salvo el escritorio 615, dónde comenzó a atender en sus horarios libres al pequeño círculo de amigos y contactos que necesitaban asesoramiento para que sus ahorros no se depreciasen. Paralelamente en sus pagos esteños se decidió a emplear sus ahorros para construir en un terreno de su propiedad en el barrio la Pastora, una casa que le había diseñado su incondicional amigo el arquitecto Julio Villamajó en el solar donde actualmente está emplazado el edificio Millenium sobre la costanera, y compartiendo esquina con la manzana del hotel Conrad.

A partir de 1933 Rafael comenzó a participar de periódicas reuniones clandestinas tendientes a llegar a un levantamiento armado que hiciese caer la dictadura de Gabriel Terra. Su actitud valiente y jugada a sus convicciones cívicas no le trajeron pocos problemas durante esos años.

El día 27 de enero de 1935 Rafael es capturado por fuerzas gubernamentales junto a soldados ciudadanos de Minas, Nico Pérez y Batlle y Ordoñez, que se habían concentrado en un lugar no determinado sobre la cuchilla grande en el departamento de Lavalleja. La emboscada fue tan bien planificada que seguramente alguien había hecho llegar información muy precisa a las fuerzas policiales y militares afines a Terra. Luego de ser encarcelados, e interrogados, algunos de ellos acompañaron a Rafael al presidio político de la isla de Flores.

A lo largo de 1936 luego de salir de la cárcel ubicada en barracones muy próximos al emplazamiento del faro de la isla de Flores, y ya separado por razones políticas de sus funciones en el Banco de la República, Rafael se dedicó a organizar sus actividades privadas.

La sensibilidad cívica de Rafael, de la que nunca se apartaría, le habían dejado la satisfacción del deber cumplido, pero sus ahorros se esfumaron y había contraído algunas deudas. Eso, más el imperativo de ayudar a su familia, que vaya si lo necesitaba, lo imponía en la obligación de lanzarse de lleno a los negocios en procura de una rentabilidad que no tenía.

Se orientó en dos direcciones: por un lado retornó a su función de asesor de inversiones en su oficina del Palacio Salvo, tarea que era un sencillo traslado a otra esfera, de algo que parcialmente había hecho en su larga trayectoria gerencial bancaria. Por otro lado, se decidió a afinar puntería en algo muy premeditado: la realización de inversiones inmuebles en sus pagos de Maldonado y Punta del Este, y su posterior reventa luego de haberlas acondicionado para cumplir con el sueño de futuros veraneantes de Punta del Este, una estrella balnearia de creciente valorización y garantizado prestigio internacional. Comenzó esta actividad, vendiendo a muy buen precio su casa de la Pastora, en la que había vivido con su familia desde 1933, mudándose a la ciudad de Maldonado a la calle 18 de julio entre Florida e Ituzaingó, dónde estimó que dada su condición de opositor del gobierno de Terra, su familia estaría más protegida.

Para 1937, Rafael ya tenía muy activas sus dos actividades y las manejaba en paralelo gracias, entre otras cosas, a las excelentes comunicaciones de ferrocarril entre Montevideo, Maldonado y Punta del Este. Desde allí comenzó adquiriendo tierras y parcelando sobre la parada 11 de la Playa Mansa en la zona llamada “El Grillo”, y luego vendiendo los terrenos principalmente entre amigos, bancarios, y compañeros del Banco de la República.

Entre 1937 y 1943, Rafael concretó dos importantes adquisiciones de tierra de creciente valoración, en áreas contiguas del Rincón de San Rafael, que totalizaban más de 10 hectáreas a la altura de la Parada 23 de la Playa Brava, y que le permitieron el 25 de abril de 1946 tener listo el plano de un ambicioso proyecto de fraccionamiento de 150 solares que decidió bautizar como “Rincón del Indio”. El Agrimensor Julio Cerviño, que había trabajado también en el barrio El Médano junto a Laureano Alonsopérez, fue el responsable técnico del fraccionamiento, y simpatizó inmediatamente con Rafael. Su longeva esposa Orfila Torres de Cerviño nunca olvidó la oportunidad en que posteriormente concurrieron a la fiesta de inauguración de la muy remozada residencia de El Peñasco.

A fines de 1944 Rafael alquiló en la península una casa de dos plantas sobre la calle Gorlero entre las calles 19 y 21 dónde podía en los ambientes del frente tener su oficina inmobiliaria, reservando para la familia la planta alta, la parte trasera y un amplio fondo con buena vista al puerto y la playa adjunta, actualmente inexistente, de Punta del Este. Viviendo allí realizó la compra de El Peñasco a la sucesión de Maximiliano Seijo en 1945, desde donde desarrolló una fecunda actuación emprendedora y posteriormente controlaría también el avance de la cuidadosa reforma de su residencia, al tiempo que encaraba el plantío de olivos en un largo sector del campo que lindaba con la ruta 39. Encariñado con esta propiedad, continuó embelleciéndola hasta mudarse allí en 1948 con su familia. Rafael vivió los últimos cuatro años de su vida en su residencia de El Peñasco.

Fue determinante la compra en 1945 de esta valiosa propiedad de 200 hectáreas cuyo casco reformó sustancialmente entre 1947 y 1948. “El Peñasco”, sobre ambos lados de la carretera -ruta 39- que une San Carlos con Maldonado, ribereña al arroyo Maldonado y coronada del otro lado por una sobria y cómoda residencia color terracota sobre el cerro de Doña Petrona.

Durante el tramo final de sus días, Rafael siguió de cerca la situación del país, continuó frecuentando a sus amigos, y tuvo tiempo para conocer a algunos nietos.

Cerca del final, cuando un accidente-cerebral-vascular lo obligó a la postración, no dejó de reconocerse afortunado por la venturosa época que le había tocado vivir. Luego de las tremendas revoluciones de 1897 y 1904 que le había tocado atestiguar cuando muy joven, posteriormente y luego de ingresar al Banco de la República había vivido la rica experiencia profesional de representar, principalmente en campaña, a una organización que en su tiempo fué manejada desde su cúpula y sus niveles gerenciales sólo por profesionales que objetivamente tuvieron la encomiable misión de ayudar con alentadoras herramientas de crédito, a que los ciudadanos mas trabajadores y tesoneros, hiciesen realidad sus soñados y viables proyectos productivos. Pero Rafael supo con su cordialidad y seducción personal, darle un plus a todo aquello que era muy bueno de por sí, y cuando debía marcharse hacia otro destino profesional dentro de los muchos que desempeñó, los clientes y amigos que dejaba, le tributaban cálidas y sentidas despedidas.

Como ciudadano activo y perceptivo valoró los tiempos felices para el Uruguay que se vivieron entre 1918 y 1932, dónde el poder, el optimismo y la esperanza de una numerosa clase media logró el zenith del “Uruguay como país de cercanías”, que tan bien definió Carlos Real de Azúa. Luego se vivieron años de relativa inestabilidad económica pero la gente no había perdido la fé, y en la hora que le tocó morir el país comenzaba a experimentar con el primer Poder Ejecutivo colegiado.

Rafael se fué sin conocer la unificación electoral del partido nacional que se concretó recién en 1954.

Una gran multitud de amigos lamentó y acompañó en silencio, la inevitable desaparición de un amigo de fierro.

En el suplemento dominical del diario El Dia de agosto de 1952, el profesor, museólogo e investigador de la historia de Maldonado Don Ramón Francisco Mazzoni escribió un recordatorio de Rafael, he aquí un extracto del mismo luego de acompañarlo a la hora de su fin:

“Aquel cuadro me pareció reflejaba la vida de Rafael de la Fuente, fue un largo esfuerzo por alcanzar a formar un nido. Llenarlo de afectos; día a día acrecerlos afanosamente, con cuidado rodearlo de amistades sinceras, haciendo que su bondad apareciera de una pureza hidalga y patriarcal. Le acompañó a ratos la fortuna y muchas veces la adversidad. Nada se traslucía de esos cuadros de sombras en su semblante siempre sonriente. Sus raras condiciones de hombre de negocios y su rectitud moral fueron utilizadas por la institución bancaria del Estado. Un compañero supo recordarlo en el instante de la despedida, marcándolo con esa palabra tan conocida y cada hora menos usada: lealtad. Esbozar su biografía, es poner en cada línea esa palabra. Sería preciso recordar que de la Fuente fue un apellido sonoro y amado desde la iniciación de la vida fernandina. Las viejas paredes de su casa solariega recuerdan los episodios más culminantes de nuestro drama nacional, y a lo largo de la historia llenó siempre con honor los lugares más señalados. Por eso, enunciar sus méritos sería una repetición secular de las virtudes de quienes en la vida le precedieron. Por mi parte, sé que tenía un espíritu que la lucha no había conseguido ensombrecer. Aún sabía sonreír a los amigos, aún su mano era firme en el saludo y tibia en la despedida”.

En marzo de 1953, a un año de su fallecimiento, una multitud de amigos le rindió homenaje junto a su tumba en el cementerio de Maldonado, y le puso una placa recordatoria. Allí, en un acto pleno de autenticidad sin que ninguna formalidad obligase más que el sincero recuerdo de una persona que se había hecho querer, se dieron cita familiares, compañeros de profesión, correligionarios del partido nacional independiente que habían conocido su arrojo y su sacrificio en pro de los ideales democráticos, y amigos de aquí y de allá de todas las clases sociales. Algunos de toda la vida y otros más recientes, pero cada uno concurría para celebrar íntimamente el encuentro final con alguien, que les había hecho conocer ese raro ritual de hacer gratos y confiables los momentos plenos de la vida, cortos y escasos momentos no cuantificables, por lo rico y perdurable de todo regalo para el alma.


Reynaldo de la Fuente

Correo electrónico: delafuen1@gmail.com


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