Diferencia entre revisiones de «Solsito Güeno, Raúl Montañés - 1953»
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Revisión del 14:55 22 feb 2016
AL LECTOR
Solcito güeno
Ponchito ´e mi alma
Versos del campo
Voz de la patria
Luz de la aurora
Fogón del alba
Siempre encendido
Con esperanzas
Solsito güeno
La tierra gaucha
Te ha enamorado
Con su guitarra
Solsito güeno
Ponchito ´e mi alma
Raúl Montañés
Prólogo de Víctor Cavallaro Cadeillác:
Es compromiso bastante arduo, localizar y definir con precisión absoluta, el temperamento poético, el estilo y la psiquis filosófica de este magnífico poeta de Maldonado que lo es Raúl Montañés.
Y decimos así, porque se trata de un espíritu tan diverso e inquieto que cultiva varios géneros a la vez (cosa no muy frecuente en el campo de las letras). Escribe gauchesco, lírico, nativista y también humorístico, y por ende, resulta una mentalidad variada y sorpresiva de la cual tenemos que ocuparnos por separado para tener una orientación más o menos definida.
Tenemos ante nosotros sus dos volúmenes publicados, su primer libro "Rescoldos", y luego "Cacharpas" (superior al primero y donde muestra un firme avance en el orden literario, de técnica y de retórica, y por último los originales de "Solsito Güeno"), versos nativistas y líricos, que supera a los dos anteriores y donde ya se define su personalidad con caracteres exactos para colocarlo entre los poetas de alto vuelo. Su poesía gauchesca seduce más que nada por el graficismo de los hechos, Montañés es un paisajista, un escenógrafo que pinta las escenas con una fuerza de verdad tan honda y tan amplia que el lector vive los distintos pasajes como en "familia", ¡como si él fuera el personaje central del argumento!... y si por añadidura el lector es un hombre de vida rural, recibe la impresión personal de que si a él mismo no le sucede "eso" le puede pasar en cualquiera de las etapas de su diario vivir, porque Montañés no rebusca nada ni trata de embellecerlo, sino que presenta los hechos en forma cruda y llana tal como el gaucho lo ha vivido, o lo vive en su fuero íntimo y en lo general de su idiosincracia.
Porque él conoce a nuestro hombre de campaña no a través de las biografías de nuestros historiadores, sino del trato y la convivencia con ellos mismos, tan es así, que una noche en un bar de la calle Millán al lado de la emisora "Artigas" me decía: - "Cuando tengo alguna duda del nombre que lleva alguna pilcha, o implemento de labranza, se lo pregunto a mi padre, y así como él me lo dice, así lo acepto yo, puesto que si lo asegura un gaucho auténtico y de ochenta años, merece que así se llame, ya que el diccionario y los cursos de gramática nada contienen de nuestro lenguaje autóctono.
Pues bien, en esto que se llama literariamente poesía objetiva o descriptiva Raúl Montañés luce muy bien sus virtudes de espléndido y certero relator, y haciendo un examen psíquico de la diversidad de su temario le notamos una fuerte tendencia hacia la poesía épica, como el brillante trabajo Canto al General "Leonardo Olivera", "Queguay", "Canto al Prócer", etc... esta especialidad poética hoy en día con muy pocos cultores en nuestro medio (excepción hecha de Yamandú Rodríguez), tendrá que ser si persiste en ello una de las cartas de triunfo más firme en este recio y sonoro poeta, por ser donde más brillan sus condiciones expresivas, vibrantes y realistas.
Además Raúl Montañés en lo que a la métrica respecta ha podido eludir (felizmente para el acervo intelectual de la Patria) la fiebre moderna del "vanguardismo", "futurismo" y otras expresiones de hoy, que no han hecho otra conquista que guillotinar la belleza y la armonía del verbo, y como lógico derivado dejar derrengada la métrica, que es la dulzura musical en la declamación del verso. Todo lo contrario, la métrica de Montañés es elegante y de una justeza que resulta una matriz del léxico, sus décimas sus octavas, sus cuartetas, quintillas o en cualquier medida no sacan "puntas ni panzas" para ningún lado. Es un poeta que escribe "a la antigua" y que le gusta poner "las cosas en su lugar".
Y bien, hemos dejado expresamente para el final, el vertir una breve semblanza de sus "Romances Líricos" y si el lector nos perdona que arriesguemos demasiado la opinión, diremos que es lo mejor del libro. Raúl Montañés es un poeta lírico por excelencia, no sabemos si él tendrá un juicio cabal de si mismo, pero el punto neurálgico de su triunfo total, está a no dudarlo en el género lírico, sus romances son de una belleza arrobadora... ¡subyugante!... Enamorado de la escuela de Federico García Lorca, le gusta ahondar los problemas del sexo, como en "Romance por las Lágrimas del indio", "La mujer del río", "La calle del vicio" y otros, pero como este poeta posee un vasto campo oral, una ágil y elocuente terminología, consigue sublimizar con la palabra las más oscuras lacras sociales, las peores taras de la humanidad. Los más inconfesables pensamientos que el sexo inspira, fluyen de sus versos con exquisita ternura, con noble sensualidad, con románticas confesiones, y al final son, los más justificados derechos del hombre, un canto de redención y de esperanza, una ardorosa y justa defensa del lacer.
Los romances de Montañés presentan dos fases, una dulzura infinita de aterciopeladas y casi siempre fracasadas pasiones como las de Gustavo Adolfo Bécquer, Lord Biron, Francisco Villaespesa, y un fondo donde se entabla la lucha por la posesión, el dramatismo y los ruegos del sexo, como Gabriel D´Annunzio, Julio Herrera y Reissig, Leopoldo Lugones, claudio de Alas, Álvaro Junque. Raúl Montañés es un lírico de ardorosa y vibrante lira, un lírico de subida jerarquía, un poeta de primera línea, que en esa fisonomía literaria puede alternar con los más encumbrados, y al decir de un amigo nuestro (cierta vez, que comentábamos su producción) nos decía "Cuando se dicen los versos de Montañés en público, ¡levanta en vilo a la gente, los "para" sobre las sillas!"... Y en realidad, creemos, en nuestra modesta opinión que si se dedica más a la versificación lírica, (no ganará más plata porque vivimos fatalmente en un siglo donde dominan las ideas positivas) pero sí será, por donde más se acercaría a la gloria.
Víctor Cavallaro Cadeillác
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