Mautone, José D.
Dr. José Daniel Mautone, apuntes biográficos
(1896-1978)
por Daniel Mautone Baras, su hijo, Médico-Cirujano Titular del MSP, Profesor Grado 3 Interino de Clínica Quirúrgica para el Hospital de Maldonado (Facultad de Medicina)
I
Don José, como le llamaban habitualmente los vecinos de San Carlos y sus colegas al Dr. José Daniel Mautone, había nacido en la villa italiana de Pisciotta (Municipio di Napoli) al sur de Sorrento, el 15 de Noviembre de 1896.
La familia emigró al Uruguay en 1898 (Giuseppe era un ciudadano de 2 años...) y se asentó en Cebollatí; y más tarde en Lascano y Rocha. En esta tanda inmigratoria habían venido 7 primos del mismo apellido y parecidas edades, que desparramaron sus esfuerzos y esperanzas en la nueva tierra.
El padre, don Tobías Mautone, fue hacendado, comerciante e industrial, gozando de gran consideración entre la población local y la colonia italiana de la época. Sus hermanos trabajaron en los negocios de la familia, y don José, por motivaciones personales y a impulso de la educadora rochense doña Juanita Salvat, siguió la carrera universitaria. A esta altura de su vida, don Tobías era “Regio Agente Consolare” del Reino de Italia y se esforzaba en ayudar a su patria en guerra, con trabajo, contribución económica y cumplimiento de sus obligaciones, lo que le hace viajar a Italia durante la primera guerra mundial (1914-1918). Duró en su cargo consular en Rocha hasta 1936, aproximadamente.
El hijo José hizo su carrera universitaria en la Facultad de Medicina con regularidad y entusiasmo, orientándose precozmente hacia las disciplinas anátomoquirúrgicas. Siempre recordó con unción a sus maestros: Américo Ricaldoni, Alfredo Navarro, Juan Carlos Dighiero, Gerardo Arrizabalaga y otros. Entre sus dilectos compañeros se contaban Juan Carlos Plá y Pedro Larghero Ybarz. De esa época de estudiante queda su conceptuosa pieza oratoria sobre el profesor Juan Carlos Dighiero, en ocasión de un homenaje póstumo realizado en el Hospital Maciel, citada y reproducida en gran parte en otro lugar de esta obra: tomo II, pág. 193: “Juan Carlos Dighiero”, por los doctores Hugo Malosetti y Graciela Dighiero (Médicos Uruguayos Ejemplares).
José Mautone se gradúa en 1926 como médico-cirujano y establece un consultorio en la calle Gil, zona del Prado de Montevideo. En ese período conoce a doña Alcira Baras Osorio, con quien se casa en 1927. En 1928 pasa a radicarse a San Carlos (Departamento de Maldonado), y allí ejerce su profesión hasta los 75 años de edad. Después de su retiro, pasa su tiempo en excursiones al campo, estudios numismáticos, lectura de autores clásicos y, principalmente, dando satisfacción a su inagotable curiosidad por toda información que apareciese sobre equinococosis. Así va declinando plácidamente y fallece el 12 de noviembre de 1978. Su esposa vive en plena lucidez y ha proporcionado invalorables datos para la confección de este trabajo.
De sus tres hijos, las dos hijas son docentes en la enseñanza secundaria y el autor de este apunte biográfico ejerce la medicina.
Don José fue un médico muy querido y un cirujano muy solicitado. Pero además, fue un ciudadano con firmes y elevados principios, que trataremos de poner en relieve. Serán descriptos los aspectos médicos de su pasaje por el ámbito regional y nacional. Luego intentaremos trazar su perfil como ciudadano de las épocas que le tocó vivir; y finalmente, nada mejor que un “racconto” de parte de su anecdotario, a modo de encuentro cercano con su personalidad, con su tiempo, con su entorno.
II
El joven médico se prepara un tiempo en Montevideo y luego se traslada a San Carlos, donde estaba el único hospital del departamento. Con su colega y amigo el doctor Emilio Luciani, ejercen la medicina con éxito, elevándose sobre el nivel técnico del medio ya que comienzan a solucionar situaciones obstétricas y quirúrgicas que anteriormente a su llegada, eran trasladadas a la capital del país. En esos primeros tiempos realizan cesáreas y operan casos de peritonitis.
Progresivamente el hospital local se va tornando un centro quirúrgico que resuelve cada vez mejor, una gran variedad de afecciones. Don José destaca como cirujano y aumenta el número de sus colaboradores con los médicos que se van estableciendo en el medio. La anestesia general a cargo, a veces, de un odontólogo muy amigo o de un enfermero idóneo y el uso de la raquianestesia, van abriendo paso a las posibilidades de aquel pionero de la cirugía departamental. Se forma un verdadero equipo de trabajo, compuesto por profesionales que se llevan bien, y con cuyo esfuerzo se gana la confianza de la comunidad. Don José, Lucian¡, Pedro Tamón, Juan Carlos Curbelo, Bernardo Curbelo Silva, Emilio Raúl Caunègre, eran los miembros de este grupo aumentado a menudo por alguno de los médicos que enviaban pacientes, religiosamente invitados a presenciar las operaciones.
Don José fue cirujano honorario de Salud Pública durante más de 15 años, al cabo de los que se le designó Director del Hospital. Este médico, que responde con trabajo “físico” desmesurado a la demanda, comienza a sentir desde muy pronto una gran necesidad de información técnica y científica en concordancia con sus aspiraciones y con aquella demanda. Su estudio y su consultorio se pueblan de tratados recientes de cirugía y de publicaciones como Journal de Chirurgie, Lyon Chirurgical, Annals of Surgery, Surgery, Ginecology & Obstetrics y la mayoría de las revistas nacionales y argentinas disponibles. (La anécdota Nº 4 ilustra algún aspecto relacionado con estas lecturas de un médico moralmente obligado a responder a la confianza pública en él depositada).
Decíamos que por esos tiempos (años 30 a 35) se consolida San Carlos como una especie de polo de atracción quirúrgico y comienza una nueva etapa en la vida del doctor Mautone.
Decía: “hay que unir a los médicos” y “nada mejor que buscarles intereses comunes”. Y así se funda el Sanatorio Popular de San Carlos. No solo para aliar a los médicos, también para llenar una necesidad regional en materia sanitaria. Luego surge, por su esfuerzo y el de otros médicos como él (que los había en Maldonado y en otros departamentos), la Asociación Médica del Este, con sus Congresos Médicos del Este, rigurosamente anuales; y la Revista Médica del Este, donde don José, que hasta entonces solo había publicado un trabajito en 1929 “sobre la arañita del lino” en Anales de la Facultad de Medicina, encuentra lugar para dejar constancia de sus primeras observaciones nacionales de casos de ileítis (Sobre ileítis. Dres. José D. Mautone y Emilio R. Caunègre. Medicina - Órgano de la Asociación Médica del Estado. Año 7, Nº 13, Julio de 1946.1), y asimismo de las primeras colangiografías operatorias realizadas en el país, practicadas por él mismo con la colaboración del doctor Caunègre.
Los congresos médicos del Este eran asiduamente concurridos por profesores de la Facultad y tomaron niveles muy elevados, en lo científico y en lo gremial. Eran apoyados por personalidades como Augusto Turenne, Abel Chifflet, Juan José Crottogini, Fernando Herrera Ramos, Raúl Piaggio Blanco, Rogelio Belloso y otros distinguidos participantes. Allí en esas reuniones expuso don José su técnica y casuística de la adventicectomía hepática hidatídica y sus primeras resecciones hepáticas por equinococosis, en un tiempo en que nadie las había intentado y considerado en todo el país.
Asiduo concurrente a los congresos nacionales de cirugía, fue relator con el tema “Exploración operatoria del vientre patológico” y expuso en otra oportunidad su experiencia con la “raquipercainización mínima”, fruto de su investigación clínica.
El profesor Barcia, enterado de que, con el doctor Caunègre, Mautone practicaba ya colangiografías operatorias, les animó a divulgar su experiencia con objeto de estimular su empleo en todo el país. A quien esto escribe le consta que por esa época, el atlas de colangiografía de Mirizzi andaba siempre en compañía de ambos médicos.
A fines de los años 50 el servicio de cirugía del hospital de San Carlos era ya un centro prestigiado en lo nacional. Se habían incorporado al equipo: el doctor Isaac Hojman, con su dinamismo particular, y la anestesista especializada doctora Zulema Almandós de Camacho, que, con su aporte, permitió ampliar el repertorio quirúrgico de la unidad y aumentar la seguridad de los pacientes operados. Llegaron también los primeros practicantes internos de Salud Pública, a los que don José dedicaba largas horas de compañía y enseñanza.
Paralelamente mejoraba el servicio privado del Sanatorio Popular: era la misma gente trabajando a diferente horario. Don José tenía la política de hacer y dejar hacer, con respecto a sus colegas. Pero seguía trazando los rumbos principales. Su curiosidad por la anatomía intrahepática le llevó a hacerse uno de los primeros lectores de los trabajos y del libro de Couinaud. Inyectaba hígados con látex y los estudiaba. Aquel mismo cirujano del interior que en 1936 operaba con buen resultado hematomas extradurales, practicó las primeras hepatectomías parciales y bisegmentectomías hepáticas en pacientes con quistes hidáticos.
En una oportunidad, por ese tiempo, fue invitado por el profesor de Anatomía, doctor Alfredo Ruiz Liard, a una lección de su cátedra y en presencia de los estudiantes intercambiaron conocimientos acerca de la anatomía intrahepática, mostrando moldes en látex y piezas operatorias.
Siempre dentro de los aspectos médicos, pero considerando ahora el plano gremial, don José había padecido en los primeros años de su ejercicio profesional el clima de rivalidades y de celos profesionales imperante en muchos lugares del interior. Era la guerra de los ya asentados contra los recién venidos o “nuevos”. Guerra a veces sin cuartel, con armas a menudo inicuas y algunas veces con saldo de víctimas. En el anecdotario quedará mejor explicado cómo era que se daban las cosas. Don José tuvo el enorme mérito de revertir ese clima. Y lo hizo con una respuesta digna y fecunda, que incluyó: agrupación de los médicos en el plano técnico: equipo de cirugía del hospital y sanatorio; en el plano económico: fundación de una pequeña empresa sanatorial entre colegas, y finalmente en el plano gremial: fundación de la Asociación Médica del Este, y más tarde, del Sindicato Médico Departamental de Maldonado, del que fue su primer presidente (1961).
Recibió distinciones del Sindicato Médico del Uruguay por “su quehacer sin pausa”.
En su alocución como representante de los cirujanos del interior, dijo en uno de los congresos nacionales de Cirugía: “Llegará un día en que los médicos comprenderán que otro médico puede ser también, su amigo”. Era, pensamos, la expresión de un hombre dolido por las contiendas estériles. Don José se preocupaba por los colegas y sus dificultades, ayudando a lo que se iniciaban apoyando a los que andaban “en la mala”. Nunca se mostró molesto porque llegaran médicos a establecerse y siempre los trató bien. Pero cualquier desviación ética o abuso proveniente de un médico le dolía mucho más que de cualquier otra persona. Esto, que revela un elevado concepto personal de la profesión, será también reflejado en el anecdotario.
Quienes le trataron conservan la querida resonancia de su hablar pausado y sentencioso. Directivas tan simples como: “lo primero es calmar el dolor”, que a veces se olvidan en el ajetreo o la discusión diagnóstica, don José las reiteraba sentenciosamente hasta que se grababan y no se olvidaban nunca en quienes las habían oído, enriqueciendo su sensibilidad y su humanitarismo. Resumía las actitudes que el médico debe tomar cuando las cosas vienen mal en frases cortas e inolvidables: “Dar la cara”, “evaluar los riesgos y comunicarlos al entorno del paciente, pero sin exagerar”, “el riesgo se plantea antes, no después de operar”, “demostrar siempre preocupación y esfuerzo”. Sus aforismos y citas tampoco deben olvidarse: “Si hay alguna esperanza, reoperer jusq’á la mort”, “es duro ir a plantear una reoperación, pero esto no es motivo para abstenciones”, “donde entra el bisturí entra la luz”. Estas frases y tantas otras... Y aquella prédica tan reiterada de: “Cirugía para el paciente, no para el cirujano”, que alcanzó a moderar muchos impulsos de dudosa utilidad en que pudieron caer algunos cirujanos jóvenes.
Y en lo práctico, su ayuda en el campo operatorio era verdadera asistencia: cuando aparecía una dificultad, no frustraba al operador con impertinencias, sino que corregía suavemente y animaba a seguir al colega que tenía en sus manos la tarea.
III
Don José era italiano por nacimiento, pero oriental por su modo y espíritu. Allá por los años 30 no le vimos muy preocupado por la suerte de las instituciones italianas de apoyo mutuo, ya divididas o partidas en dos bandos por la aparición del fascismo que campeaba en Italia.
Durante la segunda guerra mundial fue un antifascista militante, y lamentando la suerte de Italia, se encontró fundador y presidente del Comité Proaliados de San Carlos. Ya era ciudadano legal uruguayo. Entendía el idioma italiano, pero solo lo hablaba con su madre, doña Carmela Fariello, que nunca se expresó en español. También el anecdotario que sigue expresará estas convicciones político-sociales de don José. Durante su adolescencia y juventud bebió ávidamente de las conquistas sociales del batllismo, en plena eclosión por esa época. Y fue, toda su vida, un militante activo de ese partido político. Mas, cuando subía a una tribuna, no peroraba arengas y vaciedades, sino que se extendía en la consideración de la doctrina de Batlle y su partido.
Durante la dictadura de Gabriel Terra en 1933 fue encarcelado durante unos tres meses. Cuando quedó libre se hizo conspirador contra el régimen. Con algunos correligionarios como don Conrado Bonilla y otros adquirieron armas de guerra y recordamos muy bien que hubo un escondrijo debajo de la casa, donde se ocultaban Mausers y otras armas de fuego. Este movimiento, según contaban más tarde, se fue calmando por falta de conexión con otros similares y porque se ablandó la dictadura, soltando presos y prometiendo elecciones.
Siempre halló tiempo para actuar en instituciones de servicio, como Rotary Club, de la que fue fundador y presidente en San Carlos; también de instituciones sociales como el antiguo Club Oriental, de la misma ciudad. Pero su tertulia más querida era la del hospital, donde se tomaba el rico café preparado por él mismo, se hablaba de medicina y se discutían las metas de mejoramiento del servicio.
Cuando se cumplieron 25 años de su actuación en el medio, recibió con la mayor emoción y modestia un cálido homenaje de parte de los pobladores de San Carlos y todo el departamento, así como de sus colegas. Adhirieron prestigiosas instituciones, como el Sindicato Médico del Uruguay, Sociedad de Cirugía y las asociaciones regionales y departamentales.
En el hospital de San Carlos existe una placa conmemorativa que dice: “Al Dr. José D. Mautone, brillante cirujano que honra este servicio. Sus colegas y personal del Hospital Alvariza”.
Debió ser muy lindo lo que seguramente sentía don José cuando en sus últimos años paseaba por las calles del pueblo y se veía reconocido y atendido, rodeado de la simpatía y gratitud de numerosas gentes de todos los estratos. Uno que le decía: “Se acuerda, don José cuando me operó a la vieja y yo pude nacer”; otro le recordaba los avatares de tal o cual campaña electoral, o alguna señora que lo hacía entrar para mostrarle algunas monedas de oro, consultándole sobre si eran “buenas” y cuánto valdrían. La confianza que supo ganarse como médico y como persona se extendía a cualquier orden de la vida de la ciudad, de aquella población a la que había servido con honor durante tantos años.
Fue, resumiendo, un ciudadano digno, altruista y modesto. Respetado y querido. Siempre sereno y apacible, pero ágil y combativo en la reafirmación de principios y en la defensa de derechos.
Este sutil equilibrio entre su calma y su empuje era quizás, un arte. Arte que corría parejo en el perfil de su personalidad con su reconocida calidad en el quehacer quirúrgico, virtud ésta que le permitió salvar tantas vidas a lo largo de su carrera.
IV
Las anécdotas numeradas 1 a 5 inclusive forman un primer grupo. Demuestran gráficamente lo que era el ambiente médico en tantos pueblos del interior por los años 20 y 30 y su característica principal: la oposición y combate de los ya establecidos contra los recién llegados. Había agresividad, a la que respondió don José con reacciones encomiables, como el aliento a los equipos de trabajo y el fomento y creación de las asociaciones científicas y gremiales entre médicos.
1) Más vale prevenir.
Se trata de un testimonio del autor de este trabajo, quien, siendo niño a finales del año 34, se hallaba jugando a la bolita cerca de la puerta del consultorio de su padre. En ese momento sale de allí un paciente con uno de sus miembros superiores vendado que se topa, al dar vuelta a la esquina, con uno de los viejos médicos del pueblo, que volvía maletín en mano, de una visita a domicilio. Le pregunta al paciente: “¿Qué te pasó, muchacho?”, y éste responde: “Mire, doctor, me saqué un hombro y aquí me lo acomodaron y vendaron”. El comentario del galeno fue: “Tené cuidado, porque estos te pueden matar, muchacho”. Así era la cosa.
2) Defensa de tesis.
El doctor J.C.C.C., director del hospital y egresado hace poco con medalla de oro, es llamado para ver un paciente que no está marchando bien: su médico, que le atiende desde hace 3 días está ausente y su diagnóstico era el de neumonía. Este profesional era uno de los más antiguos y considerados de la zona. El médico joven ve al enfermo, examina, hace un tacto rectal y diagnostica peritonitis aguda evolucionada. Lo interna inmediatamente y avisa al cirujano y demás miembros del equipo. Opera don José. Ayuda el doctor J.C.C.C. y la anestesia al éter con aparato de Ombredanne estuvo a cargo del odontólogo colaborador. Esto ocurría en el año 1933. La intervención confirmó el diagnóstico de peritonitis apendicular. Entretanto, la sala de espera del hospital se había llenado de ansiosos familiares y amigos del paciente y, justamente, llega el médico que lo habla atendido en días anteriores. —“¿Y ustedes qué hacen acá?” pregunta. Cuando se le contesta que están operando a fulano, muy suelto de cuerpo les dice: — “¡No sabía que éstos también operaban las pulmonías!”. Menos mal que el enfermo evolucionó bien.
3) La postcrisis.
San Carlos; café, bar y cine “La Esmeralda”; propietario: el catalán Jaume. Año del coletazo de la crisis económica: 1931. Pequeña reunión de après-midi: dos de los viejos médicos, un boticario, un procurador y el catalán que va y viene “con la oreja parada”. El boticario refiere en medio de gran expectativa que los “médicos nuevos” acaban de subir el valor de la consulta de $ 1 a $ 1,50. La respuesta es rápida y airada por parte de los galenos: “¡No puede ser!” “¡Qué ladrones!” ¡No, no puedo creer que sean capaces!”. Pero el boticario afirma: “Yo sé de gente a la que le cobraron eso y está conforme”. “No, hombre, debe estar confundido” y se discute y se termina apostando: a que sí y a que no. Hasta entonces no se conocían timbas diurnas en “La Esmeralda” y menos sin dados ni cartas. Se designa juez al procurador, que deberá ir a consultar “por cualquier pavada” a alguno de “los nuevos”. Y parte el procurador hacia el consultorio de don José. Una hora después vuelve con cara de hombre reservado. Los que aguardan demuestran ansiedad. Alguno dispara la pregunta: ¿Cuánto te cobraron? El boticario se repantiga en su silla, dándose por ganador de la apuesta. El procurador se sienta y pide otro café, sin prisa. —“¡Pero habla de una vez, hombre!”. —Y comienza a contar: “El doctor me preguntó qué sentía; yo le dije me duele aquí; me preguntó otras cositas y me palpó por acá. Después dijo: lumbago y me recetó oleocalcáreo, calor, cama dura y reposo, y aquí estoy”. —Pero ¿cuánto te cobró? —Yo le pregunté ¿cuánto es, doctor? —Son quince reales. —Pero doctor: ¡todos los demás cobran un peso! ¿Por qué cobra usted 1,50? —Porque mi consulta vale 1,50. La de ellos no valdrá más de un peso y entonces, que cobren un peso. El boticario cobró su apuesta. Los médicos tuvieron pérdidas muy pasajeras, porque decretaron prontamente la uniformización del precio de la consulta.
4) Cuestión de interpretaciones.
Don José, por esos mismos tiempos no dormía siesta: leía. Y en meses de tiempo cálido se veía desde la acera, a través de la ventana entreabierta de su estudio, inclinado ante semejantes libros como el Tratado de Obstetricia de Manuel Luis Pérez o, quizás, la Introduction à la Practice des Accouchements de J. L. Farabeuf. Estaba empeñado en perfeccionar las técnicas de la aplicación de fórceps y de la operación cesárea. Y claro, pueblo chico. Alguna vecina comentó con uno de los “viejos médicos” sobre estas lecturas, diciendo: “¡pobrecito!, a veces lo veo que se queda dormido arriba de estos libracos”. Y el colega contestó: “Lo que pasa es que éste estudia tanto porque no se debe haber recibido”. Así eran la esgrima y las estocadas verbales por ese entonces.
5) La esgrima por escrito.
También por esos años, aparece en un semanario dirigido por uno de “los viejos médicos” (periódico de politiquería y chisme, quizás muy a tono con su dueño) una croniquita local, que decía más o menos esto: transitaba el doctor X (nuestro redactor responsable) a cierta velocidad en su voiturette último modelo de potencia inusitada, cuando se atravesó a su paso en forma por demás imprudente el doctor Z, quien salvó la embestida mediante un salto demasiado ágil para su edad. Y comentaba el articulista: “lo que no pudo apreciar el autor de esta crónica, es de qué color quedaron los pantalones del doctor Z”. Calidad periodística, evidentemente.
En un segundo grupo de anécdotas (6, 7 y 8), la Nº 6 revela la firmeza de su ideología en la práctica; la Nº 7 evidencia su muy elevado concepto de la dignidad de la profesión médica y la Nº 8 muestra como era capaz de buen humor y calidez en sus respuestas.
6) Guerra mundial en San Carlos.
En los años más álgidos de la segunda guerra mundial (1941-42) don José era presidente del Club Oriental de San Carlos. Desde hacía unos meses, se había establecido en la ciudad un alemán, que instaló una pequeña industria de quesería y que trataba de vincularse con todos los pobladores. Simpática figura, comunicativo y servicial, se hace de muchos amigos, a los cuales va empujando pacientemente a tomar partido por el nazi-fascismo. Va hallando puertas abiertas por muchos lados y, finalmente, solicita su ingreso al Club Oriental, por nota. La respuesta que firmó su presidente en consenso con la directiva, fue la siguiente: “Se decide que su solicitud no ha lugar, porque los enemigos de la patria no entran al Club Oriental”. Poco tiempo después, el periodista y escritor Hugo Fernández Artucio, en su libro “Nazis en el Uruguay”, se encarga de desenmascarar al inofensivo fabricante de quesos, que era realmente un agente del nazismo.
7) Don José pierde la calma.
Nunca lo habíamos visto así: inquieto, nervioso, mascullando invectivas contra alguien que no se sabía quién era ni qué ofensa le habría hecho. Al final se aclaró la cosa: le había escuchado decir a un colega de otro pueblo, que: “Si se viene la polio, con la alarma que despierta, le hago otro piso a mi casa”. La “bronca” de don José fue porque a él le dolían más, como decíamos antes, las fallas de ética en los médicos que en cualquier otra persona.
8) Consuelo.
Aquella mañana en el hospital, don José revolvía su cafecito cuando entró un joven médico y se le sentó enfrente, después de un ahogado “buen día, doctor”. Rápidamente, con la cabeza inclinada hacia abajo, se puso a llenar un formulario impreso que traía consigo. Don José le iba a alcanzar una tacita de café, cuando advirtió que el hombre lagrimeaba y comenzaba a lamentarse así: —Se da cuenta, don José, que trabajé toda la noche para mantenerlo con vida, y ¡se me murió hace un rato! Y con esta frustración todavía tengo que llenar este papel: ¡primer certificado de defunción que hago! —Sí, contestó el veterano, yo también pasé por eso; pero, ¿sabe una cosa? recién empieza a ser médico. El muy reciente colega tomó su cafecito y se fue más tranquilo, sintiendo que en aquel momento había empezado a curtirse, un poco de la mano del experiente veterano, en el duro sendero que le esperaba.
El grupo tercero del rico anecdotario de don José Mautone dio lugar a que hace poco más de tres años, el apreciado maestro-escritor y periodista “de a ratos” según él don Ubaldo Rodríguez Varela, minuano de origen y fernandino por opción, llevara al género de “cuento corto” un par de hechos de don José, que tuviera oportunidad de escuchar en rueda amiga. Las publicó en Serrano, diario de Minas dirigido por la educadora Silvia Vázquez de Pais, en su ejemplar del 19 de Diciembre de 1986 bajo el título genérico de “Dos de Médicos”.
Aquí van los relatos con los que finalizamos esta semblanza (numerados como anécdotas 9 y 10) que muestran una vez más la posesión por el doctor Mautone de una manera, de un estilo, de una actitud vital de hombre vívido y sagaz, de una fina psicología para comprender y ayudar a las gentes de su “entourage”, que hicieron de él un ejemplar humano y profesional digno de ser recordado con entrañable respeto y veneración.
9) Carpeta.
Mautone hijo, médico reciente con vocación marcada para la cirugía, como su padre, estaba esa noche de guardia. Guardia que rogaba no fuese brava, ya que al día siguiente temprano tenía que operar junto a su progenitor y maestro. Como a las nueve: llamado. Destino: el velorio de una muchacha del pueblo, suicida por un desengaño amoroso. Allá fue. Una de las numerosas amigas de la finada estaba en pleno cuadro de histeria. Llantos, gritos, caídas, violencia que hacían trabajar duro a los agarradores. Intervino el médico. Hábilmente encaró el problema y la enferma pareció quedar en sus cabales. Debió atenderla por un buen rato. Regresó al sanatorio. Al cabo de media hora, idéntica faena. Otra amiga de la muerta había hecho crisis. Esta vez el galeno vio que se estaba creando en el velatorio un clima proclive a la histeria colectiva. Los casos iban a repetirse. Se vio venir una noche amarga. Para empezar a llenarla se puso a traducir unos trabajos (pedido paterno) sobre nuevas técnicas en la cirugía biliar. Cigarrillo, un café, y las nuevas técnicas rellenarían el espacio entre soponcio y soponcio de las amigas de la finada. En eso estaba, cuando entró su padre. Y apenas acababa de enterarse de las ocurrencias de la noche y de la jornada que amenazaba a su hijo y colega, llegó un tercer llamado. —Déjame, voy yo. Acostate un rato. Del velorio sigo para casa. Al día siguiente, el galeno mayor llegó a la clínica a operar; le esperaba el hijo. ¿Qué tal la noche ¿Pudiste descansar? —Muy bien. No hubo novedades, ¿sabés que al mujererío del velorio no le dieron más ataques? No llamaron más. —Lo esperaba. —¿Por qué lo esperabas? —Anoche me encontré con la escena. Examiné y vi que todo era precisamente, escena. Entonces a la atacada que me tocó, le ordené un enema de inmediato. Se ve, que como tú me dices, fue el primero y el último que hubo que dar en la noche. Y el sagaz veterano enderezó, lentamente, rumbo al sector de los quirófanos.
10) Ayuda.
Llegó al consultorio una llamada de urgencia; el capataz de los Clavijo estaba muy mal. Había que ir enseguida. La estancia, mejor dicho, las estancias de los Clavijo quedaban a unos cuarenta kilómetros del pueblo. Caminos infernales de sierra; en aquellos tiempos de puro pozo y brinco. Los Clavijo, hermanos linderos con estancia propia cada uno, tenían un solo capataz. Lo pagaban a medias. Era proverbial la condición de tacaños de ambos estancieros. El doctor pensó que lo del capataz seguramente tenía que ser serio, y allá fue, acompañado de un hijo chico, siempre curioso de las andanzas del padre. Soñaba con ser médico. Al llegar, y de entrada, Nepomuceno, el menor de los hermanos y, según las mentas, el más amargo, se encaró con el médico. —Mire, doctor, que el hombre es un trabajador: hay que ayudarlo. Luego pasaron a un cuartito miserable, a media luz, donde se alojaba el capataz de los Clavijo. El cuadro no era sencillo; pero quizás, más asustador que grave. Examinó, inyectó, dejó remedios, hizo indicaciones. —Cualquier cosa, me llaman; pero creo que no va a hacer falta. En una semana empieza a salir de esto; espero que me haga caso. Los Clavijo, el doctor y el gurí rumbean para la portera. Habló uno de los patrones: bueno dotor, hay que pagar su trabajo. Al hombre no le sobran reales. Hay que ayudarlo. —Me parece muy bien. Y dirigiéndose a ambos hermanos, en forma casi imperiosa: —¿Me pueden dar veinte pesos cada uno? Y estiró la mano. Cada uno entregó, callado el dinero pedido por el galeno, hombre de mucho respeto en la zona, no sin cierto asombro. —Bueno señores: mi trabajo vale sesenta pesos. Cuarenta los pusieron ustedes y veinte los pongo yo. El hombre está ayudado. Buenas tardes. Y trepándose a su viejo coche, el curtido discípulo de Hipócrates inició el camino de vuelta a San Carlos.
Al autor de este trabajo sobre don José D. Mautone, su padre, le resta solicitar la consideración del lector, por cualquier desviación de objetividad o exagerado tinte emotivo que hallare, quizás inevitable en las condiciones presentes. El encargo del profesor doctor Horacio Gutiérrez Blanco ha sido cumplido mal o bien, pero con verdadero placer y dedicación, por quien, desde hace muchos años, al evocar a su padre, se ha sentido bastante responsable de que se vayan al olvido las facetas ejemplares de su personalidad, quedándose además, con los deseos de relatar las cosas que vivió don José en su tiempo y a su modo; relato que podría ser ayuda, quizás, para algún colega en quien sabe qué circunstancias. Y así, apareció la oportunidad en manos del doctor Gutiérrez Blanco, en un momento muy especial de la vida profesional del autor: cuando un médico de 60 años, con treinta y tantos de ejercicio ininterrumpido de la cirugía en su departamento se enfrenta a la inesperada responsabilidad de enseñar, transmitir conocimientos a jóvenes alumnos de la Facultad de Medicina de 5º y 6º años, y esto le resulta grato, estimulante y fecundo, la aparición de otra novísima responsabilidad como es escribir este apunte biográfico, enraba naturalmente ambas tareas. Al fin y al cabo son dos experiencias nuevas en la vida de un cirujano. Por lo tanto, si hubiera necesidad de dedicar este trabajo biográfico, a nadie mejor que a los alumnos que creyeron en la posibilidad de aprender en el interior, con la dirección y el apoyo de la Facultad de Medicina, desde luego.
El mayor reconocimiento por la oportunidad conferida, al profesor doctor Horacio Gutiérrez Blanco, con sincera expresión de admiración por la idea de base y la realización de esta obra. Y al maestro don Ubaldo Rodríguez Varela por su colaboración en el pergeñamiento final del presente trabajo.
Daniel Mautone Baras
La medicina en Maldonado - SXX
por Conrado Bonilla
Quién nos ve, se preguntará: ¿esto será una charla sobre la medicina de aquel tiempo o un congreso de paleontología?
La arqueología de los recuerdos también nos cuenta como era la realidad de aquellos tiempos. Eran tiempos duros, cuando los vemos a la luz de hoy. Eran tiempos heroicos, de una medicina y una cirugía heroica. En aquella primera mitad del siglo pasado la cirugía era la reina y San Carlos la capital del reinado. San Carlos era en realidad la capital, funcionaba como la capital departamental: en el comercio, en los servicios, en la banca, en la educación y en la medicina. Los carolinos éramos orgullosos, ufanos de nuestra ciudad, decíamos ser hijos de la Ilustre y Benemérita ciudad de San Carlos. En aquel ambiente de principios de siglo es que se instala Don José, recién casado.
Don José Daniel Mautone nació en el sur de Italia, al sur de Sorrento, en 1896 y vino a Uruguay con sus padres a los 2 años de edad. La familia se trasladó a Cebollatí y luego a Lascano y a Rocha. El padre de Don José era hacendado y comerciante. Era un hombre educado, fue nombrado Cónsul Italiano en Rocha. Y estuvo en ese cargo hasta fines del 30. Don José fue el único en su familia que hizo estudios universitarios. Fue estudiante destacado. Orientado desde el inicio a la anatomía y la cirugía.
Don José recordaba y mencionaba siempre a sus maestros: Alfredo Navarro, Juan Carlos Dighiero y Américo Ricaldoni. Fue compañero De Juan Carlos Plá y de Pedro Larghero.
Don José se recibió en 1926, trabajó 2 años en Montevideo, se casó con Doña Alcira Baras, y en 1928 se vino para San Carlos, que era donde estaba el único hospital del departamento, el Hospital Alvariza. En aquella época con el Dr. Luciani, su gran amigo, le dan un impulso enorme a la cirugía. Empiezan a hacer cesáreas y a operar peritonitis. Don José se fue transformando con los años en un verdadero titán de la cirugía general. General... general, como era en aquellos tiempos. A impulsos de Don José el Hospital Alvariza cada vez atendía más casos, más patologías y resolviendo problemas cada vez más complejos. 15 años fue cirujano honorario, y recién ahí lo nombran Director del Hospital. Es ahí, alrededor del año 1935 que San Carlos se consolida como uno de los centro quirúrgicos más pujantes y prestigiosos no solo de la zona Este, sino de todo el país.
La anestesia, absolutamente rudimentaria, la hacía un odontólogo amigo de Don José o un enfermero práctico, elegido. Se hacía con un aparato de ombredanne, una bola metálica con fieltros adentro, sobre los que se vertía éter que, mediante una máscara se ajustaba a la cara del paciente. El éter se iba dosificando, el CO2 salía fruto de la espiración, mientras el paciente se iba durmiendo y el grado de profundidad anestésico se controlaba tocando el ojo y por el tamaño de la pupila. Don José fue el primero que trajo la raquianestesia. Empezó a trabajar con los distintos procedimientos de la anestesia local y de la anestesia regional a la “bedrresca”, con dosis diluidas de anestésico local.
Don José estimuló siempre el trabajo en equipo. Orientaba siempre a los colegas que llegaban en las distintas especialidades. Era un verdadero líder, conformando un grupo compuesto por él mismo, Bernardo Curbelo Silva, Emilio Raúl Caunegre, Ascheri, Don Pedro Tamón, Etchepare, Nuble González Olaza. Fundó con algunos de ellos el Sanatorio Popular de San Carlos.
Yo nací en 1945, Sanatorio San Carlos, Irma Urbín, placenta previa, hemorragia, transfusiones con jeringa… Medicina Heroica. Sin antibióticos.
A los 11 o 12 años hubo un episodio que me marcó y que estoy seguro influyó para que yo fuera cirujano. Calle 33 y Maurente. La persona de Don José se idolatraba en mi casa. En 1969 vine a San Carlos, había ganado el concurso como Interno Titular del MSP e hice mis primeras armas en la cirugía, estuve 2 semestres, ayudando a Don José y a Daniel Mautone. Nelo era Cirujano Adjunto desde 1968. Ahí aprendí la técnica del Ombredanne, de las anestesias regionales, de las raquianestesias y la epidurales.
Mucho pude hablar con Don José: Operaciones de QH, Adventicectomía hepática, Colangiografía operatoria, Hepatectomías parciales. Sus preparados de látex inyectado en canales hepáticos. Anatomía de los segmentos. Operó los primeros hematomas extradurales, cosa que continuamos con Daniel Mautone más adelante. Más adelante, y ya con el esfuerzo de otros como él, de San Carlos y de Maldonado, fundan la Asociación Médica del Este, precursora de lo que fue después la Asistencial Médica. Ya se había retirado, pero concurría diariamente al hospital. Operaba algunas cosas, nos decía: “éste lo voy a operar yo”... Creo haber sido el último en ayudarlo. Con él se fue una etapa gloriosa de la cirugía del departamento y de las más prestigiosas del país. Pero comenzó otra que no le fue en zaga. La que siguió su hijo Nelo. Nelo no solo continuó sino que acrecentó, multiplicó y mejoró aún más todas las técnicas que Don José ya practicaba. Era una época en que todos hacían todo, aunque más unas cosas que otras. Se destacaban los cirujanos, eran los que resolvían los problemas más apremiantes, los traumatizados, los heridos, y cánceres, las úlceras, los QH.
1971 Cirujano Jefe: Carlos Eduardo Chabot (ocupando el lugar de la Dra. Ligia Duarte de Collazo). El Hospital Marítimo funcionó hasta 1983 en que se inaugura el hospital de Maldonado Elbio Rivero. Si los casi 40 años anteriores Don José Mautone marcó una época quirúrgica inolvidable, Daniel, Nelo, el hijo no solo continúa la escuela de su padre, sino la pule, la expande. La técnica quirúrgica de Nelo Mautone era inigualable, depurada, sumamente prolija, a la vez que rápida.
Con él aprendimos a operar todo: Abdomen, tórax, cuello, miembros (desde juanetes a manos deshechas por sobadora), y cráneo. Nelo era incansable, le dio un vuelo, un ritmo y una seguridad a la cirugía general como no la conocíamos. Con él se estudiaba y se pulía constantemente técnica quirúrgica. Era un cirujano absolutamente completo, cosa hoy en día, impensable. Las primeras aneurismas de aorta abdominal, los by pass aorto bifemorales, la cirugía de las renales, los vaciamientos radicales de cuello y toda la cirugía cancerológica. El promedio de mortalidad era menor que la cirugía en Montevideo. Las coordinaciones operatorias empezaban a las 7 de la mañana y terminaban en la noche… 10, 12, 14 operaciones… Uno recuerda y cuenta estas cosas y ustedes dirán ¿cómo pueden trabajar así? ¿cómo aguantan horas y horas? éramos 2, Braga, Macedo…
Pero había alguien que no tenía relevo, incansable, con quién jamás tuvimos un problema anestésico… la Dra. Nelly Berot, que ha sido pieza fundamental en el desarrollo de la cirugía practicada con seguridad. Ella implantó la norma del control sistemática anestésica antes de operar y jamás se despegaba del paciente durante todas las horas de operación.
- “Dar la cara”
- “Hablar”
- “Plantear los riesgos antes de operar”
- “Cirugía para el paciente, no para el cirujano”
En ese Hospital Marítimo hicimos funcionar el primer CTI completo: respiradores automáticos, gases en sangre y Ramón Rostom como especialista en CTI que diera el soporte médico a esos pacientes más graves. Fue al impulso de Nelo Mautone que todas estas cosas se fueron consiguiendo. Es ese grupo humano que aprende a trabajar juntos, el que funda el Sanatorio Mautone en 1975. Y fue siguiendo ese impulso que en 1989 que hicimos la primer cirugía laparoscópica de todo el interior. ¡A los cirujanos viejos les resultaba difícil aceptar que se pudiera operar con seguridad y solvencia por un agujerito en el ombligo! Disminuir la agresión. Acortar el postoperatorio. Disminuir el dolor. Y así se transforma mucha cirugía de internación obligada en prácticamente ambulatoria. Nelo fue el que trasmitió esa impronta de trabajo, de progreso, de no achicarse ante nada, de desmitificar muchas cosas de la cirugía.
A los 2 Mautone todos les debemos mucho… patrimonio departamental y nacional.
Conrado Bonilla