Estanislao Tassano - Versos de Umberto Pereira

De Banco de Historias Locales - BHL
Revisión del 10:04 4 jun 2024 de Spazosviana (Discusión | contribuciones)

(dif) ← Revisión anterior | Revisión actual (dif) | Revisión siguiente → (dif)
Saltar a: navegación, buscar


Poema del profesor Umberto Pereira dedicado a Estanislao Tassano y su diligencia

(Del Libro “Poemas de Punta del Este I”)


Estanislao Tassano; la Diligencia

Con la azotera del látigo,

abrías tajos al silencio,

por donde arriar diligencias

tiradas por los boleros.


Cuidabas la diligencia,

los arreos, los caballos;

los bichos luciendo fuertes

y una pintura el rodado.


Estanislao: tú tenías

el código de los diestros;

en las leyes del andar,

nada te negó el secreto.


Ni la arena ni el bañado

ni la hondonada ni el cerro;

ni el barro ni los arroyos

ni las piedras ni el repecho.


Ni la lluvia ni el “peludo”

ni el sol ni el resumidero;

ni los montes ni los fríos

desnudos de los inviernos.


Ni el viento norte caliente

ni el rigor de los pamperos;

ni lagunas desbordantes

de deslumbrados espejos.


Ni los campos escarchados

que levantan con el viento,

esos fríos que se cuelan

hasta el fondo de los huesos.


Tu ciencia de mayoral

la dio la escuela del tiempo;

la sorpresa del camino

y el capricho del terreno.


La huella te trajo el temple

para enfrentar un matrero;

a la víbora o al puma,

los atascos y los vuelcos.


Te fue curtiendo de heladas

el reconocer los vientos

y diagnosticar los males

y aplicarles el remedio.


Un mayoral es un soldado,

es un poeta y es un médico;

psicólogo en soledades,

maestro de gozos y miedos.


Dialoga con los que van

y en dos puntas del terreno,

con el que hace los encargos

y el que recibe el recuerdo.


Con verde de campo y árboles

y azules del firmamento;

y con nubes, diligencias

blancas que andan por el cielo.


La travesía en diligencia

en la fe del pasajero,

abría las alas del viaje

con la ilusión de los vuelos.


Con el deseo de llegar;

con la belleza del sueño;

con la confianza en un hombre

sano por fuera y por dentro.


En los altos de la sierra

se acercaban los matreros

para comer, sin violencia,

junto con los pasajeros.


“Gente que había sido buena

y que se había desgraciado”;

a los que siempre obsequiabas

con yerba, caña y tabaco.


Ocultos “yeitos” del rumbo;

peaje de los viejos tiempos;

convivencia con la sierra;

atajo contra los riesgos.


Llevaste el alma del pago

sobre ruedas a otros pueblos;

amor, amistad, litigio,

desgracias y nacimientos.


Lutos que derraman llanto;

plata que resuelve duelos;

esperanzas que prolongan

la suavidad de los sueños.


Gentes que eran recibidas

con el corazón abierto;

cartas que dan por perdido

lo que no tiene remedio.


Corre con la diligencia

un mundo extraño y complejo,

que los cascos de caballos

desplazan con bamboleos.


Que suena en ejes y ruedas,

que vuela a ras del terreno,

por riendas, látigo y tiro;

por la espuma de los belfos.


Desde el tirón del arranque

hasta llegar al destino,

un mundo que marcha al paso,

trote o galope tendido.


Vasos que dejan la fuerza

remachada contra el suelo;

crines que el viento alborota

y que acarician el cielo.


Dar de beber a las bestias

forma parte de los ritos;

o reponer animales

para seguir el camino.


Ciega ansiedad por el agua

que no niegan los hocicos,

en un beso interminable

a la corriente del río.


Un ovillo de problemas

devanan los pasajeros,

para distraer a las leguas

y enredarlas en los cuentos.


Los temores, las certezas,

las hazañas, los enfermos;

las “gracias” de los gurises,

la memoria de los muertos.



Los amigos bien probados,

los lejanos parentescos,

los negocios, las esperas,

las angustias, los recuerdos.


A bordo se van mezclando

las miradas y los rezos,

las manos que se saludan

y las voces de consuelo.


Se forma una nebulosa

de espacio, camino y tiempo,

donde nada existe y todo

entra en galerías de sueños.


Al dejar la diligencia,

vistiendo sus propios cuerpos,

seguirán estos vaivenes

caminándoles por dentro.


Cargas de cosas y gente

que bajo tu amparo fueron,

mientras eras responsable

de dejarlos en buen puerto.


El haz y el envés del ser,

son otros mientras va andando;

cambian del agua de estanque

a la ingravidez del pájaro.


Eligen por confesor

al mayoral avezado

y le descargan secretos,

por sentirse más livianos.


Todos los que transportaste

algo te fueron dejando:

o la nube de una pena

o la luz de lo esperado.


O el color de la amistad

o el consejo ponderado;

la claridad de un saber

o la hermosura de un canto.


O el pedido de un auxilio,

que se reclama a un baqueano,

experto en viajar cerquita

del alma de otros cristianos.


Y algo de ti, mayoral,

en la maleta guardaron;

para guiar mejor los tiros

o elegir mejor los vados.


Pudieron haberte puesto

don Estanislao, el bueno;

sencillo, de buen talante,

servicial y jaranero.


Con fe en tu Dios y en tu fuerza,

consciente de tu trabajo;

por buen jefe de familia

apreciado en Maldonado.


Si el viaje es haciendo noche

la posta es un breve sueño,

que nuevos caballos tiran

para consumir el tiempo.


Un día para ir y otro día,

para volver a los pagos;

por la arena, por el abra,

por la playa o por el campo.


Acostumbrado a tutearte

con las nubes en el cielo;

con el canto de los pájaros,

con la luna y el lucero.


Con la huella que trenzaban

las ruedas y el golpeteo,

de los cascos dibujando

arcos en u sobre el suelo.


Acostumbrado a sufrir sudor,

distancia y esfuerzo;

a regular los andares: rápido,

mediano y lerdo.


A contestar con palabras

o responder con silencios;

a estar entre los que van

o amar a los de allá lejos.


A cargar con los colores del mar,

la tierra y el cielo

y los perfumes silvestres:

otros tantos pasajeros.


A cantar una canción

silbar o recitar versos;

a largar la carcajada

para festejar un cuento.


A saludar a la gente

de la vera del camino;

felices de ver pasar

al mayoral y al amigo.


A distinguir los rumores,

ruidos, mugido y trinos;

las estridencias del tero,

la caligrafía del río.


Acostumbrado a poner

sobre lo amargo, lo bello;

y después de tanto andar,

sobre lo malo, lo bueno.


Dijiste que los caminos

tienen lechuzas y cuervos;

y también, como la vida,

amaneceres y teros.


Fuiste Estanislao Tassano,

trabajador, digno y bueno;

un hombre; tan solo un hombre;

nada más y nada menos.


Tu corneta, Estanislao,

nos envuelve en el recuerdo;

porque arriba antes que tú

y se prolonga en el tiempo.


Siempre oiremos tu corneta;

siempre habrá adiós y regreso,

con una vida ejemplar

como la tuya, en el medio.







Umberto Pereira






Volver al archivo de La Comercial del Este

Volver al archivo de Umberto Pereira



Consultas.png
BHL-logo-200px.jpg