Homenaje a "Un hombre buenísimo" por Gustavo Lafferranderie
Homenaje a los 75 años de Saturnino Cantera Adrados, una cantera de generosidad
Noviembre de 2006
Hasta no hace muchos años solía hablarse frecuentemente de aquellos "tanos" y "galletos" que llegaron al país escapando del hambre y terminaron aportando grandes progresos a su comunidad adoptiva. Eran "los inmigrantes que hicieron a este país", según solía repetirse. Lo curioso es que raramente se ha hablado de aquellos que se afincaron en Maldonado y que casi ninguno de ellos ha tenido el reconocimiento que se merecía. Y, sin embargo, algún "gallego" gentilhombre hubo que dejó su huella en cada calle de la ciudad por no decir en barrios enteros. Por ejemplo, don Saturnino Cantera Adrados, un hombre que ayudó - literalmente - a construir la zona y aún es recordado con afecto por miles de personas que levantaron el techo propio gracias a su proverbial generosidad. A 75 años de su llegada al país, y en tiempos en que tanto se habla de "falta de valores", estas páginas pretenden llenar un vacío repasando la historia de este "hombre buenísimo" que, como se verá, no solo "dio una mano a todo el mundo" sino que estuvo ligado como pocos al desarrollo urbano y edilicio de Maldonado y su región.
La llegada de Saturnino Cantera Adrados al Uruguay fue parte de una cadena de solidaridades familiares que comenzó en 1921, cuando el sacerdote español Victoriano Fernández Adrados - entonces "teniente cura" de la parroquia de San Carlos - trajo al país a su sobrino Emiliano Adrados Salvador. Emiliano se encargaría de traer a Saturnino una década más tarde y éste a su vez, traería luego a siete de sus propios sobrinos. Pero la historia que terminó con una familia española al frente de prestigiosos comercios de San Carlos, Maldonado y Punta del Este se fue haciendo despacio y a golpe de trabajo y generosidad.
Emiliano fue quien abrió el camino al resto de sus parientes después de "hacerse una posición", cosa que era entonces común en todo buen inmigrante predispuesto a progresar. Se dice que en sus primeros tiempos en San Carlos solía colaborar con su tío Victorino y lo acompañaba hasta alejados parajes rurales para celebrar casamientos. Pero en algún momento alquiló un pequeño local en la calle Treinta y Tres y abrió una librería que al tiempo también fue juguetería y parece haber marchado bastante bien.
Así es que hacia 1928 "cruzó la calle" para alquilar un local más amplio e inauguró un negocio de ramos generales que se transformó en una institución carolina y aún hoy funciona con el nombre de "La Favorita". Más tarde adquirió el local, aprovechando las facilidades que le ofreció el dueño, y con el tiempo abrió otro comercio en la calle 18 de Julio.
Saturnino Cantera Adrados vivía por entonces en España y casi no conocía a su primo Emiliano porque era justamente 15 años menor. Nacido el 31 de Enero de 1916, se había criado junto a seis hermanos mayores en el seno de una familia campesina y probablemente no creció pensando en abandonar su país. Sin embargo, el destino le deparó otro derrotero. En 1929 falleció su madre y se declaró la famosa crisis mundial. Dos años más tarde España inauguraba la Segunda República en un clima políticamente caldeado y una situación económica que dejaba mucho que desear. Las perspectivas de futuro distaban de ser venturosas para cualquier hijo de vecino.
Como Emiliano, Saturnino era natural de Adrada de Haza, una pequeña localidad de 300 habitantes ubicada al sur de la provincia de Burgos. Sus familiares aseguran que allí "nadie pasa hambre" porque el pueblo entero se ocupaba de tareas agrícolas y cosechaba todo tipo de frutas y verduras a lo largo de todo el año. Además, la comarca explotaba en gran escala las vides, la remolacha y los cereales. Sin embargo, tampoco podía esperar gran cosa de la vida quien trabajaba exclusivamente para subsistir. Los campesinos traían al mundo una pequeña legión de hijos que los ayudara en las cosechas, pero olvidaban que después no podrían repartir su campo entre siete.
Así es que en 1931, evaluadas éstas y otras circunstancias, Saturnino se embarcó junto a su hermano Vidal rumbo a lo que entonces era una tierra de promisión para muchos de sus compatriotas: el Uruguay de las vacas gordas y el campeonato del mundo. Vidal era cura y marchó a instalarse en la ciudad de Mercedes. Saturnino se instaló a trabajar junto a su primo Emiliano en su ya consagrada "La Favorita". Así fue que comenzó una exitosa carrera comercial que lo terminaría transformando en una figura de la comunidad local. Y aquí veremos que eso no se debió tanto a la prosperidad que alcanzó con los años sino a su notoria hombría de bien, que aún hoy es evocada con gratitud y respeto. Se apreciará que la suya es una historia digna de ser recordada.
Desembarco en San Carlos
Los primeros tiempos de Saturnino en San Carlos fueron más bien "duros", según recuerdan sus familiares. Vivía en la planta alta de "La Favorita", con su primo solterón, y extrañaba profundamente todo lo que había dejado atrás. Además, según recuerda su sobrino Carmelo Salvador, en un principio trabajaba "sin lucro", es decir, sin cobrar salario, cosa que se extendió por varios años. Entonces era costumbre contratar muchachos adolescentes para pequeñas tareas y a nadie se le ocurría interpretar aquello como abuso o explotación: Emiliano le estaba haciendo un favor a su joven primo.
Saturnino no tardó en conseguirse un puñado de buenos amigos de la zona. Uno de ellos fue Hugo Bondanza, hoy de 88 años, que lo conoció "de pantalón corto" y mantuvo una amistad de más de 70 años. Otros eran empleados de La Favorita o vecinos del comercio, como los hermanos Bustamante, Machado y Martín Pagola, quienes lo ayudaron a insertarse en la sociedad local. De aquellos años Saturnino recordaba el haber practicado el juego de pelota (frontón) contra las paredes posteriores de la iglesia y sus excursiones en bicicleta hasta la playa de Las Delicias. De allí que todavía años después solía soñar con que el Uruguay estuviera unido con España por "carretera" para regresar a su terruño aunque fuera a bordo de su birrodado.
Saturnino fue aprendiendo los rudimentos del comercio junto a su meticuloso pariente. Se dice que Emiliano era un hombre cerebral que ya en los años treinta había logrado una sólida posición económica y se deduce que tuvo una gran influencia sobre su primo más chico. Entre los consejos que le prodigaba debe haber estado el culto de la prudencia en los negocios, porque era un hombre tan cauto y tan reflexivo que algunos de sus parientes dicen no explicarse "cómo no falleció de un ataque al corazón".
Las Favoritas
Saturnino no había terminado de aclimatarse a la vida carolina cuando el padre Victorino Fernández - "que fue y vino varias veces" - trajo a sus parientes, los hermanos Ibáñez, y agrandó el número de ibéricos en el personal de La Favorita. El primero en llegar fue Jesús, en 1932, seguido al año siguiente por José María. Fue entonces que, cuestión de dar ocupación a sus coterráneos, Emiliano abrió una sucursal de La Favorita en Maldonado e inció, sin saberlo, el futuro comercial de Saturnino en esta ciudad.
El negocio se estableció hacia 1940 en una propiedad de la familia Borda ubicada en Sarandí casi Ituzaingó. Pero se cuenta que al cabo de "dos o tres años" los Ibáñez arreglaron con Emiliano la compra del comercio en compensación de los años que llevaban trabajando "sin lucro". Así es que la sucursal fernandina debió ser dividida y los Ibáñez alquilaron la céntrica esquina SE de Sarandí y Florida, donde hasta hace poco había funcionado la tienda del también español José Fernández Izmendi, fundador de La Montevideana.
Eso llevó a Emiliano a comprar una propiedad ubicada en la esquina sureste de Florida y Román Guerra y pronto se hizo común en Maldonado hablar de "La Favorita de arriba y La Favorita de abajo". Con un local de media cuadra de largo, el nuevo comercio de Emiliano ostentaba proporciones gigantescas para lo que era entonces la ciudad. y según evocó la ex edila Alba Clavijo, el anuncio de su inauguración fue toda "una novedad" que creó grandes expectativas. Al punto que un remoto lunes de mañana de los años cuarenta la hoy dirigente socialista se apresuró a presentarse a la puerta para consagrarse como "la primer cliente" del establecimiento. "Compré unos lápices de colores", recordó.
No se conoce exactamente quien administraba el nuevo negocio de Emiliano, aunque se cuenta que allí trabajó Domingo Salvador Cantera, un sobrino de Saturnino que llegó al país en 1936. El caso es que en determinado momento a Cantera le tocó hacerse cargo de la administración, y empezó a viajar todos los días en ómnibus desde San Carlos para cumplir su tarea. Finalmente el paso del tiempo premió el sacrificio (que no debía ser tanto porque tenía novia en Maldonado). En 1946, cuando Saturnino ya planeaba casarse, Emiliano la ofreció la posibilidad de hacerse propietario de todos sus comercios "en agradecimiento" por los años de colaboración.
Con semejante oferta, Saturnino tenía ante sí una maravillosa oportunidad de progresar. Sin embargo, debió haber intuido que la libertad tiene su cuota de desamparo. Según recuerda Duilio Fernández, empleado de La Favorita carolina desde 1942, un día reunió a todos los trabajadores del comercio y les comunicó la posibilidad que se le ofrecía aclarando que se lanzaba al negocio sin tener dinero de respaldo. "Ustedes son mi capital, así que depende de Ustedes", les dijo. Por supuesto "todos" se esforzaron para ayudarlo a salir adelante porque por entonces, como muchos años después, Saturnino no se comportaba como un "patrón", "era un compañero de trabajo", señaló Fernández.
En Abril de 1946 Saturnino y su hermano Vidal - que a la sazón estaba radicado en Buenos Aires -, firmaron una carta de adeudo por la cual compraban a su primo todas las existencias de las "Grandes Casas La Favorita", es decir, el negocio fernandino y las dos casas carolinas. Todo a pagar "con trabajo" a razón de una cuota por año. La escritura de venta se firmó el 20 de Septiembre de 1946, el mismo día en que Saturnino contrajo matrimonio con Esther Canale, a quien había conocido poco antes en un baile del Club Uruguay. Finalmente, ambos se establecieron en San Carlos, en la planta alta de La Favorita de la calle Treinta y Tres, y sólo al cabo de unos "cinco años" decidieron mudarse a Maldonado. Por entonces la pareja ya había engendrado tres hijas: Ana María, Helena y Beatriz - y el negocio fernandino marchaba viento en popa.
Lo de Cantera
Lo que Cantera adquirió a su primo Emiliano en Maldonado fue un auténtico negocio de "ramos generales" que incluía "juguetería, papelería, ferretería, bazar, mueblería y anexos", y funcionaba en amplio local de 42 metros sobre la calle Florida y unos seis o siete metros de frente a Román Guerra.
Según recordó Elbio Duret, colaborador de Cantera desde 1952 hasta 1970, enconteces el poder adquisitivo de los fernandinos era bastante más elevado que el de la actualidad y allí no solo "se vendía todo" sino también "de primera línea". Del lado de la calle Román Guerra se hallaba la sección mueblería y los artículos de electricidad. Más hacia la esquina de Florida se exhibían productos esmaltados de SUE y a un costado se ofrecían finos artículos de perfumería y pañuelos de señoritas. "Te caías de espaldas de lo que era aquello", recordó Duret. Por las vidrieras de la calle Florida, en tanto, se venía un gran surtido de artículos de papelería, cristalería, bazar y juguetería - sección que estaba separada por una gran mesa de empaque -, y todo se completaba con una nutrida ferretería que regenteaba Pablo Etchebarne al fondo del local.
El comercio atendía a decenas de clientes desde el momento en que abría sus puertas. El día de mayor actividad era la Víspera de Reyes, cuando se transformaba en la meca fernandina y hasta los familiares de Cantera iban a colaborar en la atención al público. En esas fechas las puertas se cerraban a medianoche y afuera siempre quedaban merodeando algunos vecinos menesterosos; era seguro que lograrían un regalo gratuito de parte de la casa.
A poco de encargarse del negocio, don Saturnino lo rebautizó como Cantera Adrados S.A., añadió nuevos renglones para ampliar su clientela y decidió explorar otros rumbos en vistas del contexto que se le presentaba en la región. Alfredo Tassano Canale, sobrino y ex-colaborador de Cantera, destacó que por esos días don Saturnino dio muestras de "su gran visión" cuando "advirtió que lo que se venía en Maldonado era la construcción y fue canalizando el comercio hacia ese rubro y eliminando los rubros menores". Así es que pronto comenzó a "traer portland, hierro" y otros materiales para ofrecer en las múltiples obras que entonces comenzaban por doquier.
Cantera fue casi un pionero en la materia, porque las barracas tenían una corta historia en esta zona. Aparentemente el iniciador había sido Ángel Rubio, quien ya tenía ferretería y barraca en 1910. Luego siguió el dinámico Francisco D. Mesa, quien desde 1920, al menos, abastecía a Punta del Este de baldosas y materiales en construcción, mientras en Maldonado el rubro era cubierto por don Pepe Izmendi. En 1936 también Pascual Gattás había inaugurado con varios socios la barraca Punta del Este, frente a la estación de tren puntaesteña, pero en 1946 no existía nada similar en Maldonado y solo la ferretería de Busquets (en 18 de Julio e Ituzaingó) vendía "algo " de materiales de construcción. Cuando Cantera decició volcarse al ramo no sólo llenó un vacío en la ciudad sino que se adelantó a una nueva historia que terminó por transformar a toda la región. Maldonado tenía entonces unos 10.000 habitantes y todo parecía estar por hacer.
El boom
A veces ocurre que una casa comercial se vincula estrechamente con el desarrollo de una zona más allá de los consabidos fines de lucro. y así sucedió con Cantera Adrados S.A. en relación a Maldonado y Punta del Este desde sus primeros días. El fenómeno tiene una explicación que merece ser referida porque es parte de una historia prácticamente desconocida.
Hasta poco antes del nacimiento de la barraca sólo un inmenso bosque separaba a Punta del Este de Maldonado y de La Barra. Desde que la Junta había fraccionado los arenales en parcelas, a comienzos de siglo, varios particulares, sociedades anónimas y hasta casas bancarias - como el Banco Francés de Supervielle, y el Banco Italiano del Uruguay - habían acaparado grandes terrenos forestados. Pero hasta entonces sólo se había limitado a esperar especulando con un probable incremento de los precios. Asi es que en medio de "aquella selva" apenas se habían levantado unos pocos chalets en lugares aislados, mientras sobre la costa sólo se había poblado compactamente la zona de Las Delicias, desde la Parada 24 hasta la 19.
Sin embargo, todo empezó a cambiar cuando en 1936 Pascual Gattás freaccionó Pine Beach - entre las Paradas 5 y 7, desde la rambla Williman hasta la actual bulevar Artigas - y las posibilidades inmobiliarias de la zona quedaron súbitamente en evidencia. Para 1936 también Rafael de la Fuente fraccionó una gran parcela arenosa en la parada 11 y luego se formó el barrio Los Ángeles, separado de Pine Beach por la avenida Pedragosa Sierra.
A partir de ese momento el desarrollo urbanístico fue vertiginoso y casi todos los bosques fueron loteados en menos de diez años. Al punto que una "Empresa Urbanizadora" de los agrimensores Antonio Asuaga Nogué, Casciani, Llambías y Suárez - se estableció en la zona para trabajar en el diseño de nuevos barrios enjardinados. En Octubre de 1940 quedó aprobado el plano de un nuevo fraccionamiento sobre la playa que llevó el nombre de "Cantegril" (título de un libro de Raymond Escholier que ya era el nombre de un chalet de la zona) y fue promocionado por Iturrat Inmobiliaria como "el jardín de Punta del Este". Dos años después nacía Miami Park y el Banco Italiano remataba 70 lotes en la confluencia de Martiniano Chiossi, la calle Franklin y la Rambla Williman. El éxito de los fraccionamientos fue tal que Cantegril fue ampliándose hasta cruzar Roosevelt - entonces la única franja de civilización que atravesaba el bosque desde principios de los años 30 - y en 1946 se levantó el Country Club. Mientras, Iturrat contrató a la Compañía Inmobiliaria La Reserva del Este para trazar las calles de otro fraccionamiento de 24 hectáreas que hoy se llama precisamente "Reserva del Este". También nacía por entonces el barrio Marconi, en Parada 10, mientras la "Compañía Americana Argentina de Tierras" adquiría 72 hectáreas, que llegaban desde la actual Av. Roosevelt hasta la rambla en un tramo incluido aproximadamente entre la parada 19 y la 16. En 1948 se anunció allí la construcción de un gran hotel internacional que nunca se concretó, pero de todos modos en ese predio se inauguró, más arriba, el "Nuevo Cantegril" que derivó en la construcción de más viviendas de veraneo.
Los fraccionamientos no se limitaron a esa zona. En 1945 Roque García y Dionisio Mongay había comprado buena parte de la sucesión Lussich para Punta Ballena S.A. y al año siguiente el arquitecto Bonet diseñó la urbanización de Portezuelo. Del lado del Atlántico, en tanto, el "Balneario San Rafael" empezó a delinearse hacia 1938 y en 1946 surgieron el "Barrio Parque Los Médanos de San Rafael" y el "Barrio Parque del Golf", impulsados por Pascual Gattás y Oscar Cademartori. Al año siguiente se construía además el Hotel San Rafael, para el que Cantera suministró materiales desde su flamante barraca.
La eclosión de obras y fraccionamientos se parecía a una epidemia y el estado trató de ponerse a tono. En 1946 se comenzó la ampliación del puerto de Punta del Este, que le ganó tres hectáreas al mar, y al año siguiente la rambla Claudio Williman fue transformada en doble vía. Y mientras el municipio se dedicaba a "hormigonar" las pésimas calles que bajaban de Maldonado hacia la rambla, se formaban los barrios Aidy Grill (en homenaje a Aidy Milburn de Supervielle), el Lido, California Park y Pinares del Este, que empezó a desarrollarse en los años cincuenta. Más cerca de Maldonado, surgirían los barrios Mónaco y Esterel y también el Jaurena, junto a la Avenida Camacho.
En lo que a materia urbana y edilicia se refiere, los años cuarenta trajeron la primera gran transformación de la zona. La extensión de los fraccionamientos produjo una verdadera revolución urbanística y súbitamente los bosques comenzaron a poblarse de elegantes chalets, que pronto dejaron de ser blancos y con techos de teja a dos aguas e incorporaron el ladrillo visto y los grandes ventanales.
En Octubre de 1946, un mes después de que Cantera adquiriera el negocio a su primo, las edificaciones comenzaban a multiplicarse y el diario local Tribuna Libre trasuntaba los tiempos que corrían publicando avisos de gran tamaño del Cemento Portland Artigas. Cantera Adrados S.A. se abría en el momento preciso.
De todo como en barraca
Cantera abrió la primera barraca sobre la calle Florida y usó como depósito un galpón anexo a su negocio de ramos generales. Allí empezó a acopiar las bolsas de portland que encargaba a Minas o Pan de Azúcar - y las largas varillas de hierro que debían cargarse entre tres personas parando el tránsito de la calle. Pero dado el empuje que empezó a tomar la construcción aquel espacio fue quedando rápidamente "chico" porque, según recordó Elbio Duret, estaba atestado de mercadería de todo tipo. Así es que hacia 1955 Cantera adquirió un solar ubicado enfrente, donde hasta entonces el Club Deportivo tenía su cancha de basketball y hoy funciona una casa dedicada a la venta de artículos de goma. Ahí empezó a depositar "el hierro largo, el portland, la cerámica; era un predio grande donde había mucho stock", recordó Alfredo Tassano.
Duret refirió que a principios de los años cincuenta Cantera todavía no traía ni arena, ni mezcla ni pedregullo, pero en cambio vendía de todo para la construcción. Por ejemplo, miles de caños galvanizados, con sus respectivos accesorios, artefactos sanitarios y pintura, entre otras cosas. La ferretería ofrecía también todo lo necesario para instalaciones eléctricas y abastecía a los artesanos de la zona porque vendía cualquier tipo de herramientas, algo de madera y hasta el carbón de fragua que usaban los herreros.
Duret recuerda que a principios de los años 50 la venta de materiales de construcción era "impresionante" porque empezaba a edificarse en Cantegril "y no de a una casa sino de a treinta a la vez". Y el dato fue confirmado por el carpintero Hugo Bondanza, quien trabajó para Litman en aquellos años y era vecino y amigo de Cantera. Según recordó, el promotor de Cantegril era capaz de llamarlo por teléfono y encargarle la obra blanca para "veinte chalets" al mismo tiempo. Todo eso generaba en la barraca un movimiento tan intenso que los arquitectos Clerc y Guerra, entre otros, solían hacer sus pedidos de materiales desde la puerta del comercio antes de volver raudamente a sus lugares de trabajo. Todo lo que se les enviaba se les cobraba a fin de mes, recordó Duret. Para el reparto de la mercadería Cantera se vió obligado a crearse una pequeña flota de transporte que, con los años, llegó a incluir más de una docena de camiones. Sin embargo, todo comenzó con una bicicleta.
Luis Nocetti trabajó con Cantera desde que tenía 14 años, en 1946, y recuerda haber pedaleado para llevar a domicilio lotes pequeños de caños galvanizados, materiales de todo tipo e incluso una cama hasta San Rafael. Pero el progreso no tardaría en llegar. Según Alfredo Tassano, el primer vehículo de reparto de Cantera Adrados S.A. fue "una Ford T sin capota" en cuyos asientos posteriores se cargaban las mercaderías. Poco después Cantera adquirió "un camioncito Commer, que era una novedad, porque entonces no era fácil tener un auto" y luego agregó una Chevrolet, porque dos vehículos no daban abasto para atender todos los pedidos.
Con esa pequeña flota motorizada Cantera pudo atender con comodidad a los numerosos clientes de la barraca, entre quienes figuraban los más conocidos constructores de la zona. Según recuerda Esther Canale, en los primero tiempos eran compradores habituales de la casa figuras que trabajaron años poblando la zona de chalets y apartamentos. Entre ellos estaban Ángel Tort, Albérico Sención, Juan Chiaccio, José María Hernández, José García, Francisco Erlauer, Elbio Sturla, Ramón Pereira, Esquibel y Jaureguy, "un cliente bárbaro" que tenía en su palmarés el haber construido el Colegio de Hermanas. Otros reputados constructores del momento eran rómulo Ballari, Ginés Cairo Medina, Fernando "Tito" Hernández, Silvestre Barbosa y Esteban Artusi, éste último establecido en Punta del Este. Entonces la oferta de trabajo daba ocupación a todos e incluso a constructores y arquitectos de Montevideo como Beltrame, Cosuco, Elías Ciurich y Juan H. Bomio y la empresa Pérez del Castillo y Soneira, entre varios otros.
Sención había dado sus primeros pasos trabajando para Gattás y Cademartori. Chiacchio en tanto, llegó a Punta del Este en 1939 a trabajar en reformas del Hotel La Cigale y el chalet La Bola y luego fue capataz de Giovinazzo antes de independizarse. Artusi era conocido como "de los primeros" y, según viejos vecinos, era muy bien considerado en la "dirección de obra" (aunque los viejos empleados de Cantera lo recuerdan más bien por las suculentas propinas). Más tarde, también se dedicaron a la construcción Waldemar Bonilla - conocido personaje de la política local y habitual cliente de Cantera -, Orosmán Trechi, Roberto Pazos, Juan Dollar y Vaillati, entre mudchos otros. El mercado daba para todos y casi todos compraban regularmente "en lo de Cantera".
Y hasta sin firma
Gracias a ciertos rasgos peculiares de su propietario, desde sus primeros años de actividad Cantera Adrados S.A. se proyectó como un auténtico "motor" del desarrollo edilicio de Maldonado. y no sólo porque abastecía a las obras que surgían continuamente en los nuevos barrios residenciales, sino por la eclosión que tuvo también por esos días la tranquila población de Maldonado. Fue entonces que los fernandinos tuvieron ocasión de apreciar la bonhomía característica de aquel "gallego bueno" que trataba a sus vecinos como si fueran de su familia.
A principios de los años cincuenta la construcción había atraído a centenares de obreros a la zona. Se cuenta que el intendente del momento, el aigüense Roque Masetti, puso camiones del municipio para traer a la ciudad a trabajadores desocupados de su ciudad natal y que muchos obreros y profesionales se mudaron a Maldonado desde otras tierras. Esto produjo, a su vez, que también surgieran nuevos barrios en los alrededores de la pequeña capital departamental y que varios campos aledaños se tranformaran en "ciudad" en un lapso de unos pocos años.
Uno de los primeros barrios nuevos fue el que durante un tiempo se conoció como el "Paravís", sobre Camino Velázquez. Pero pronto surgió el Rivera, algo más hacia el sur, y también el Fossemale y el Odizzio, que fue bautizado como tal en 1948. Más tarde, la zona ubicada al este de la ciudad, entre Santa Teresa y la vía del tren (hoy Bulevar Artigas), también comenzaría a poblarse raudamente con los barrios Sarubbi y Scalone y luego sería fraccionada la zona de "La Cachimba". En tanto, al norte del nuevo barrio Rivera, un señor de apellido De León loteó sus campos y creó dos nuevos barrios con los nombres de sus hijos, "Perlita" y "Leonel", al tiempo que nacían también el barrio Tassano y el Bella Vista, luego absorbido por el Lavalleja.
Muchos de aquellos trabajadores recién llegados y las nuevas familias locales apelaron a la barraca de Cantera para construir su techo propio. Y, hombre creyente y cristiano, Cantera empezó a dar crédito a todos sin tomarse la molestia de averiguar sus antecedentes. Alfredo Tassano recuerda que antes de la instalación del Banco Hipotecario en la ciudad, quienes proyectaban construir su vivienda podían acudir a los préstamos del Banco República o procurar otra financiación. Sin embargo, pronto se hizo de lo más común que todos acudieran a Saturnino Cantera en el entendido de que podían obtener todos los materiales necesarios sin pasar por trámites engorrosos ni presentar garantía alguna. Bastaba hablar con don Saturnino para llevarse el hierro y el portland a pagar cuando se pudiera.
"Cantera era el organismo financiador y estimulante de la construcción con un procedimiento de lo más original - hoy incomprensible - instantáneo, a sola firma y a veces ni firma siquiera. Y no había ningún problema y así se hicieron todas las casas de Maldonado", evocó Tassano. Entonces casi todos se conocían en la ciudad y Cantera se dejaba guiar por su "ojo" y su generosidad para ceder los materiales que se le solicitaran. "No mediaba nada más. Quedaba la cuenta corriente abierta y lo único que el ciente hacía era firmar la boleta", agregó.
Lo curioso es que por entonces una simple factura no bastaba para reclamar un pago en caso de morosidad. "Antes la factura no servía para nada. Si Usted no firmaba un conforme no le podían ejecutar (por falta de pago), tenía que haber una instancia previa para justificar, comprobar el retiro de esos materiales y recién ahí se empezaba la acción", explicó Tassano. Sin embargo, aquello entonces no era necesario porque, en general "pagaba todo el mundo".
El procedimiento estuvo en práctica por años y benefició a una enorme cantidad de familias. Esther Canale asegura que muchas veces ha sido abordada por desconocidos que le agradecen el trato que recibieron de su marido. Todos le comentan que habían levantado su casa gracias a los singulares créditos automáticos de la barraca y ninguno se atrevió a abusar de la confianza de don Saturnino. "Yo no sé ni quiénes son. Me paran y me dicen ´Ay, señora de Cantera, cómo le agradezco; le puedo decir que no humbo nadie como su marido, casi no me conocía y yo hice la casa a crédito´. Él le dio crédito a todos, nunca le negoó a nadie; fue un hombre buenísimo", evocó.
Y otro tanto podían decir los propios clientes grandes de la barraca: los hijos de los viejos constructores recuerdan que solían llevarse materiales a crédito sin que mediara papeleo alguno. "Era otro Maldonado", comentó uno de ellos. Cantera era generoso pero no tan crédulo como se creería. Elbio Duret era el funcionario encargado de dar los créditos en los años cincuenta y recuerda que a veces se le acercaba para susurrarle un "ten cuidado" cuando veía la cantidad de materiales que se fiaban. Sin embargo, Duret replicaba convencido que "entre el 18 y el 20" de cada mes todos llegarían a pagar lo que debían y así sucedía en efecto: los clientes de la barraca "eran cumplidores" a rajatabla, señaló. Los morosos resultaron ser los clientes "grandes" que construían en Punta del Este, algunos de los cuales debieron ser ejecutados, evocó Duret.
Los proveedores también consideraban a Cantera como a un amigo de confianza. Según Tassano, "Cantera llegó a tener un stock de mercadería tan grande que cuando Metzen y Sena se quedaba sin material para cumplir con un cliente recurrían a él como si fuera su propio stock. Era imponente el movimiento y el espacio ya no daba para acopiar toda la mercadería", recordó. Por entonces, Metzen y Sena tenía "una producción mayúscula" y en materia de cerámica y artefactos sanitarios casi "no ser vendía nada que no fuera de ellos", añadió.
Cambio de hábitos
Cantera Adrados ya ofrecía entonces toda la provisión de materiales necesarios para construir o reformar; desde clavos y tornillos hasta pintura, madera, vidrio y herramientas, entre muchas otras cosas. Pero durante los años cincuenta y principios de los sesenta, el negocio también quedaría asociado a otra suerte de revolución, esta vez de corte universal, que tuvo que ver con extraordinarios progresos en materia de confort hogareño.
El primer gran cambio se produjo en materia de refrigeración, a fines de los años cuarenta. Hasta entonces se conocía como "heladera" a un mueble de paredes aislantes donde los alimentos a refrigerar se conservaban con hielo, que había que comprar diariamente. Pero toda esa incomodidad empezó a pasar a la historia con la irrupción de la heladera eléctrica. Los primeros modelos de la General Electric y la Westinghouse lucían cantos redondeados que copiaban el diseño aerodinámico - en forma de "lágrima" - de la industria automotriz de la época. Pero entonces eran tan caros que entre los pocos que podían adquirirlos había quienes los colocaban en el living de la casa para presumir. Sin embargo, a fines de los cincuenta el invento se hizo accesible a todos los bolsillos y Cantera empezó a atraer camiones llenos desde Montevideo para atender la creciente demanda. Entonces se vivía "el auge de las heladeras", recordó Gabino Cantera, que entonces acababa de llegar al país.
Otro cambio abrupto fue en provecho directo de las señoras, entonces dedicadas a la diaria rutina de alimentar a su familia. Hasta los años cincuenta no existía otra cosa que las famosas "cocinas económicas" alimentadas a leña. Pero entonces apareció la "Volcán", a querosene, y poco deespués llegaron las primeras cocinas a supergas, a las que ni siquiera había que "dar bomba". Por supuesto, estos adelantos llegaron rápidamente a los fernandinos a través del negocio de Cantera.
Los cincuenta también llevaron agua caliente a casi todos los hogares. Desde 1944, cuando se construyó el tanque de OSE en la calle 18 de Julio, los habitantes del centro de Maldonado pudieron disponer de agua corriente a domicilio, un enorme adelanto que ahorró el trabajo de los diarios viajes al aljibe o a la canilla de la esquina. Pero la comodidad llegaría al summum cuando una década más tarde aparecieron los primeros termotanques - mal llamados "calefones" - que empezaron a regalar al olvido a los calentadores a alcohol y permitieron tener agua caliente en las canillas de las cocinas. Y poco después también se venderían los lavarropas automáticos, otro invento que sonaba a ciencia ficción. La vida doméstica se llenaba de confort y las señoras tenían ahora tiempo hasta para leer una revista.
Otra pequeña revolución de la época fue la aparición del "Fido", un "motorcito" que se podía añadir a la bicicleta para evitar el pedaleo. Por supuesto, Cantera también lo trajo y lo vendió; pero mayor fue el impacto del televisor, un invento que revolucionaría a su vez la vida cotidiana y hasta los hábitos - y "los valores" - de todo el mundo. Los primeros aparatos aparecieron en Maldonado a comienzos de los años 60, y apenas bajaron de precio empezaron a venderse como pan caliente. Todos aquellos artefactos relucían en las vidrieras de Florida y Román Guerra y, por una razón o por otra, todo el pueblo desfilaba por lo de Cantera.
La mudanza
El surgimiento constante de obras edilicias y las grandes ventas de los modernos electrodomésticos propiciaron la prosperidad de Saturnino Cantera. Fue entonces que el local también le empezó a resultar estrecho y hacia 1955, de acuerdo a las diversas versiones familiares, adquirió al carnicero Mario Isabelino Clavijo dos lotes sobre la esquina NW de Román Guerra y 25 de Mayo, donde todavía estaban entonces las ruinas del viejo "galpón de Aguilar". Allí estableció primero un depósito, que estuvo habilitado hasta principios de los años sesenta, y más tarde contrató al Arq. Raúl Sienra y levantó un amplio local para bazar y ferretería con varios apartamentos en planta alta. En uno de ellos - al que se accedía por 25 de Mayo - se mudó con su mujer y sus tres hijas. En 1962, al cabo de una mudanza que llevó varios meses, "lo de Cantera" se estableció en aquella esquina, que pasó a ser un hito en la vida fernandina durante varias décadas.
Al frente de su negocio, don Saturnino ponía especial atención en que nunca faltara la mercadería requerida y se caracterizaba por ofrecer todas las posibilidades en cada rubro. Alfredo Tassano explicó que entonces no había ninguna casa especializada, pero Cantera se bastaba para proveer a sus clientes. "Era la única tornillería que había en Maldonado. Ahora hay que ir a una casa especializada porque si no no encuentra la medida tal o cual. Pero allí estaban todas las medidas. Era una necesidad que estaba cantada, tenía que haber una tornillería", señaló. Y lo mismo ocurría en materia de pinturas o de artículos de carpintería o sanitaria.
La ferretería no ofrecía solo bienes de consumo. Cantera no era de los que se escondía detrás de un escritorio y siempre se lo veía circulando por su negocio y hablando llanamente con sus empleados o clientes, muchos de los cuales se volvían amigos. Tassano recuerda de Cantera "su forma de hablar" con el público, con una "afectividad" muy característica y siempre con "alguna historia vinculada con lo que estaban hablando, un dicho, una expresión. Tenía una cantidad de dichos y cosas que traía a colación según la conversación, entonces siempre había una sonrisa", comentó.
"Después tenía otro atributo, que hasta el día de hoy lo tengo presente. Él estaba en la esquina, veía un cliente que salía y por el gesto, la actitud, ya sabía si se había ido bien o no y por qué se podía haber ido disgustado: porque no había stock. Para Cantera tenía que haber de todo y la habilidad era que el encargado se ingeniara para reponer y tener siempre la mercadería, como pasa hoy con un supermercado", agregó.