Homenaje a "Un hombre buenísimo" por Gustavo Lafferranderie
Homenaje a los 75 años de Saturnino Cantera Adrados, una cantera de generosidad
Transcripción parcial del reportaje realizado por el investigador Gustavo Lafferranderie, Noviembre de 2006.
Hasta no hace muchos años solía hablarse frecuentemente de aquellos "tanos" y "gallegos" que llegaron al país escapando del hambre y terminaron aportando grandes progresos a su comunidad adoptiva. Eran "los inmigrantes que hicieron a este país", según solía repetirse. Lo curioso es que raramente se ha hablado de aquellos que se afincaron en Maldonado y que casi ninguno de ellos ha tenido el reconocimiento que se merecía. Y, sin embargo, algún "gallego" gentilhombre hubo que dejó su huella en cada calle de la ciudad por no decir en barrios enteros. Por ejemplo, don Saturnino Cantera Adrados, un hombre que ayudó - literalmente - a construir la zona y aún es recordado con afecto por miles de personas que levantaron el techo propio gracias a su proverbial generosidad. A 75 años de su llegada al país, y en tiempos en que tanto se habla de "falta de valores", estas páginas pretenden llenar un vacío repasando la historia de este "hombre buenísimo" que, como se verá, no solo "dio una mano a todo el mundo" sino que estuvo ligado como pocos al desarrollo urbano y edilicio de Maldonado y su región.
La llegada de Saturnino Cantera Adrados al Uruguay fue parte de una cadena de solidaridades familiares que comenzó en 1921, cuando el sacerdote español Victoriano Fernández Adrados - entonces "teniente cura" de la parroquia de San Carlos - trajo al país a su sobrino Emiliano Adrados Salvador. Emiliano se encargaría de traer a Saturnino una década más tarde y éste a su vez, traería luego a siete de sus propios sobrinos. Pero la historia que terminó con una familia española al frente de prestigiosos comercios de San Carlos, Maldonado y Punta del Este se fue haciendo despacio y a golpe de trabajo y generosidad.
Emiliano fue quien abrió el camino al resto de sus parientes después de "hacerse una posición", cosa que era entonces común en todo buen inmigrante predispuesto a progresar. Se dice que en sus primeros tiempos en San Carlos solía colaborar con su tío Victorino y lo acompañaba hasta alejados parajes rurales para celebrar casamientos. Pero en algún momento alquiló un pequeño local en la calle Treinta y Tres y abrió una librería que al tiempo también fue juguetería y parece haber marchado bastante bien.
Así es que hacia 1928 "cruzó la calle" para alquilar un local más amplio e inauguró un negocio de ramos generales que se transformó en una institución carolina y aún hoy funciona con el nombre de "La Favorita". Más tarde adquirió el local, aprovechando las facilidades que le ofreció el dueño, y con el tiempo abrió otro comercio en la calle 18 de Julio.
Saturnino Cantera Adrados vivía por entonces en España y casi no conocía a su primo Emiliano porque era justamente 15 años menor. Nacido el 31 de Enero de 1916, se había criado junto a seis hermanos mayores en el seno de una familia campesina y probablemente no creció pensando en abandonar su país. Sin embargo, el destino le deparó otro derrotero. En 1929 falleció su madre y se declaró la famosa crisis mundial. Dos años más tarde España inauguraba la Segunda República en un clima políticamente caldeado y una situación económica que dejaba mucho que desear. Las perspectivas de futuro distaban de ser venturosas para cualquier hijo de vecino.
Como Emiliano, Saturnino era natural de Adrada de Haza, una pequeña localidad de 300 habitantes ubicada al sur de la provincia de Burgos. Sus familiares aseguran que allí "nadie pasa hambre" porque el pueblo entero se ocupaba de tareas agrícolas y cosechaba todo tipo de frutas y verduras a lo largo de todo el año. Además, la comarca explotaba en gran escala las vides, la remolacha y los cereales. Sin embargo, tampoco podía esperar gran cosa de la vida quien trabajaba exclusivamente para subsistir. Los campesinos traían al mundo una pequeña legión de hijos que los ayudara en las cosechas, pero olvidaban que después no podrían repartir su campo entre siete.
Así es que en 1931, evaluadas éstas y otras circunstancias, Saturnino se embarcó junto a su hermano Vidal rumbo a lo que entonces era una tierra de promisión para muchos de sus compatriotas: el Uruguay de las vacas gordas y el campeonato del mundo. Vidal era cura y marchó a instalarse en la ciudad de Mercedes. Saturnino se instaló a trabajar junto a su primo Emiliano en su ya consagrada "La Favorita". Así fue que comenzó una exitosa carrera comercial que lo terminaría transformando en una figura de la comunidad local. Y aquí veremos que eso no se debió tanto a la prosperidad que alcanzó con los años sino a su notoria hombría de bien, que aún hoy es evocada con gratitud y respeto. Se apreciará que la suya es una historia digna de ser recordada.
Desembarco en San Carlos
Los primeros tiempos de Saturnino en San Carlos fueron más bien "duros", según recuerdan sus familiares. Vivía en la planta alta de "La Favorita", con su primo solterón, y extrañaba profundamente todo lo que había dejado atrás. Además, según recuerda su sobrino Carmelo Salvador, en un principio trabajaba "sin lucro", es decir, sin cobrar salario, cosa que se extendió por varios años. Entonces era costumbre contratar muchachos adolescentes para pequeñas tareas y a nadie se le ocurría interpretar aquello como abuso o explotación: Emiliano le estaba haciendo un favor a su joven primo.
Saturnino no tardó en conseguirse un puñado de buenos amigos de la zona. Uno de ellos fue Hugo Bondanza, hoy de 88 años, que lo conoció "de pantalón corto" y mantuvo una amistad de más de 70 años. Otros eran empleados de La Favorita o vecinos del comercio, como los hermanos Bustamante, Machado y Martín Pagola, quienes lo ayudaron a insertarse en la sociedad local. De aquellos años Saturnino recordaba el haber practicado el juego de pelota (frontón) contra las paredes posteriores de la iglesia y sus excursiones en bicicleta hasta la playa de Las Delicias. De allí que todavía años después solía soñar con que el Uruguay estuviera unido con España por "carretera" para regresar a su terruño aunque fuera a bordo de su birrodado.
Saturnino fue aprendiendo los rudimentos del comercio junto a su meticuloso pariente. Se dice que Emiliano era un hombre cerebral que ya en los años treinta había logrado una sólida posición económica y se deduce que tuvo una gran influencia sobre su primo más chico. Entre los consejos que le prodigaba debe haber estado el culto de la prudencia en los negocios, porque era un hombre tan cauto y tan reflexivo que algunos de sus parientes dicen no explicarse "cómo no falleció de un ataque al corazón".
Las Favoritas
Saturnino no había terminado de aclimatarse a la vida carolina cuando el padre Victorino Fernández - "que fue y vino varias veces" - trajo a sus parientes, los hermanos Ibáñez, y agrandó el número de ibéricos en el personal de La Favorita. El primero en llegar fue Jesús, en 1932, seguido al año siguiente por José María. Fue entonces que, cuestión de dar ocupación a sus coterráneos, Emiliano abrió una sucursal de La Favorita en Maldonado e inció, sin saberlo, el futuro comercial de Saturnino en esta ciudad.
El negocio se estableció hacia 1940 en una propiedad de la familia Borda ubicada en Sarandí casi Ituzaingó. Pero se cuenta que al cabo de "dos o tres años" los Ibáñez arreglaron con Emiliano la compra del comercio en compensación de los años que llevaban trabajando "sin lucro". Así es que la sucursal fernandina debió ser dividida y los Ibáñez alquilaron la céntrica esquina SE de Sarandí y Florida, donde hasta hace poco había funcionado la tienda del también español José Fernández Izmendi, fundador de La Montevideana.
Eso llevó a Emiliano a comprar una propiedad ubicada en la esquina sureste de Florida y Román Guerra y pronto se hizo común en Maldonado hablar de "La Favorita de arriba y La Favorita de abajo". Con un local de media cuadra de largo, el nuevo comercio de Emiliano ostentaba proporciones gigantescas para lo que era entonces la ciudad. y según evocó la ex edila Alba Clavijo, el anuncio de su inauguración fue toda "una novedad" que creó grandes expectativas. Al punto que un remoto lunes de mañana de los años cuarenta la hoy dirigente socialista se apresuró a presentarse a la puerta para consagrarse como "la primer cliente" del establecimiento. "Compré unos lápices de colores", recordó.
No se conoce exactamente quien administraba el nuevo negocio de Emiliano, aunque se cuenta que allí trabajó Domingo Salvador Cantera, un sobrino de Saturnino que llegó al país en 1936. El caso es que en determinado momento a Cantera le tocó hacerse cargo de la administración, y empezó a viajar todos los días en ómnibus desde San Carlos para cumplir su tarea. Finalmente el paso del tiempo premió el sacrificio (que no debía ser tanto porque tenía novia en Maldonado). En 1946, cuando Saturnino ya planeaba casarse, Emiliano la ofreció la posibilidad de hacerse propietario de todos sus comercios "en agradecimiento" por los años de colaboración.
Con semejante oferta, Saturnino tenía ante sí una maravillosa oportunidad de progresar. Sin embargo, debió haber intuido que la libertad tiene su cuota de desamparo. Según recuerda Duilio Fernández, empleado de La Favorita carolina desde 1942, un día reunió a todos los trabajadores del comercio y les comunicó la posibilidad que se le ofrecía aclarando que se lanzaba al negocio sin tener dinero de respaldo. "Ustedes son mi capital, así que depende de Ustedes", les dijo. Por supuesto "todos" se esforzaron para ayudarlo a salir adelante porque por entonces, como muchos años después, Saturnino no se comportaba como un "patrón", "era un compañero de trabajo", señaló Fernández.
En Abril de 1946 Saturnino y su hermano Vidal - que a la sazón estaba radicado en Buenos Aires -, firmaron una carta de adeudo por la cual compraban a su primo todas las existencias de las "Grandes Casas La Favorita", es decir, el negocio fernandino y las dos casas carolinas. Todo a pagar "con trabajo" a razón de una cuota por año. La escritura de venta se firmó el 20 de Septiembre de 1946, el mismo día en que Saturnino contrajo matrimonio con Esther Canale, a quien había conocido poco antes en un baile del Club Uruguay. Finalmente, ambos se establecieron en San Carlos, en la planta alta de La Favorita de la calle Treinta y Tres, y sólo al cabo de unos "cinco años" decidieron mudarse a Maldonado. Por entonces la pareja ya había engendrado tres hijas: Ana María, Helena y Beatriz - y el negocio fernandino marchaba viento en popa.
Lo de Cantera
Lo que Cantera adquirió a su primo Emiliano en Maldonado fue un auténtico negocio de "ramos generales" que incluía "juguetería, papelería, ferretería, bazar, mueblería y anexos", y funcionaba en amplio local de 42 metros sobre la calle Florida y unos seis o siete metros de frente a Román Guerra.
Según recordó Elbio Duret, colaborador de Cantera desde 1952 hasta 1970, el poder adquisitivo de los fernandinos era bastante más elevado que el de la actualidad y allí no solo "se vendía todo" sino también "de primera línea". Del lado de la calle Román Guerra se hallaba la sección mueblería y los artículos de electricidad. Más hacia la esquina de Florida se exhibían productos esmaltados de SUE y a un costado se ofrecían finos artículos de perfumería y pañuelos de señoritas. "Te caías de espaldas de lo que era aquello", recordó Duret. Por las vidrieras de la calle Florida, en tanto, se venía un gran surtido de artículos de papelería, cristalería, bazar y juguetería - sección que estaba separada por una gran mesa de empaque -, y todo se completaba con una nutrida ferretería que regenteaba Pablo Etchebarne al fondo del local.
El comercio atendía a decenas de clientes desde el momento en que abría sus puertas. El día de mayor actividad era la Víspera de Reyes, cuando se transformaba en la meca fernandina y hasta los familiares de Cantera iban a colaborar en la atención al público. En esas fechas las puertas se cerraban a medianoche y afuera siempre quedaban merodeando algunos vecinos menesterosos; era seguro que lograrían un regalo gratuito de parte de la casa.
A poco de encargarse del negocio, don Saturnino lo rebautizó como Cantera Adrados S.A., añadió nuevos renglones para ampliar su clientela y decidió explorar otros rumbos en vistas del contexto que se le presentaba en la región. Alfredo Tassano Canale, sobrino y ex-colaborador de Cantera, destacó que por esos días don Saturnino dio muestras de "su gran visión" cuando "advirtió que lo que se venía en Maldonado era la construcción y fue canalizando el comercio hacia ese rubro y eliminando los rubros menores". Así es que pronto comenzó a "traer portland, hierro" y otros materiales para ofrecer en las múltiples obras que entonces comenzaban por doquier.
Cantera fue casi un pionero en la materia, porque las barracas tenían una corta historia en esta zona. Aparentemente el iniciador había sido Ángel Rubio, quien ya tenía ferretería y barraca en 1910. Luego siguió el dinámico Francisco D. Mesa, quien desde 1920, al menos, abastecía a Punta del Este de baldosas y materiales en construcción, mientras en Maldonado el rubro era cubierto por don Pepe Izmendi. En 1936 también Pascual Gattás había inaugurado con varios socios la barraca Punta del Este, frente a la estación de tren puntaesteña, pero en 1946 no existía nada similar en Maldonado y solo la ferretería de Busquets (en 18 de Julio e Ituzaingó) vendía "algo " de materiales de construcción. Cuando Cantera decició volcarse al ramo no sólo llenó un vacío en la ciudad sino que se adelantó a una nueva historia que terminó por transformar a toda la región. Maldonado tenía entonces unos 10.000 habitantes y todo parecía estar por hacer.
El boom
A veces ocurre que una casa comercial se vincula estrechamente con el desarrollo de una zona más allá de los consabidos fines de lucro. y así sucedió con Cantera Adrados S.A. en relación a Maldonado y Punta del Este desde sus primeros días. El fenómeno tiene una explicación que merece ser referida porque es parte de una historia prácticamente desconocida.
Hasta poco antes del nacimiento de la barraca sólo un inmenso bosque separaba a Punta del Este de Maldonado y de La Barra. Desde que la Junta había fraccionado los arenales en parcelas, a comienzos de siglo, varios particulares, sociedades anónimas y hasta casas bancarias - como el Banco Francés de Supervielle, y el Banco Italiano del Uruguay - habían acaparado grandes terrenos forestados. Pero hasta entonces sólo se había limitado a esperar especulando con un probable incremento de los precios. Asi es que en medio de "aquella selva" apenas se habían levantado unos pocos chalets en lugares aislados, mientras sobre la costa sólo se había poblado compactamente la zona de Las Delicias, desde la Parada 24 hasta la 19.
Sin embargo, todo empezó a cambiar cuando en 1936 Pascual Gattás freaccionó Pine Beach - entre las Paradas 5 y 7, desde la rambla Williman hasta la actual bulevar Artigas - y las posibilidades inmobiliarias de la zona quedaron súbitamente en evidencia. Para 1936 también Rafael de la Fuente fraccionó una gran parcela arenosa en la parada 11 y luego se formó el barrio Los Ángeles, separado de Pine Beach por la avenida Pedragosa Sierra.
A partir de ese momento el desarrollo urbanístico fue vertiginoso y casi todos los bosques fueron loteados en menos de diez años. Al punto que una "Empresa Urbanizadora" de los agrimensores Antonio Asuaga Nogué, Casciani, Llambías y Suárez - se estableció en la zona para trabajar en el diseño de nuevos barrios enjardinados. En Octubre de 1940 quedó aprobado el plano de un nuevo fraccionamiento sobre la playa que llevó el nombre de "Cantegril" (título de un libro de Raymond Escholier que ya era el nombre de un chalet de la zona) y fue promocionado por Iturrat Inmobiliaria como "el jardín de Punta del Este". Dos años después nacía Miami Park y el Banco Italiano remataba 70 lotes en la confluencia de Martiniano Chiossi, la calle Franklin y la Rambla Williman. El éxito de los fraccionamientos fue tal que Cantegril fue ampliándose hasta cruzar Roosevelt - entonces la única franja de civilización que atravesaba el bosque desde principios de los años 30 - y en 1946 se levantó el Country Club. Mientras, Iturrat contrató a la Compañía Inmobiliaria La Reserva del Este para trazar las calles de otro fraccionamiento de 24 hectáreas que hoy se llama precisamente "Reserva del Este". También nacía por entonces el barrio Marconi, en Parada 10, mientras la "Compañía Americana Argentina de Tierras" adquiría 72 hectáreas, que llegaban desde la actual Av. Roosevelt hasta la rambla en un tramo incluido aproximadamente entre la parada 19 y la 16. En 1948 se anunció allí la construcción de un gran hotel internacional que nunca se concretó, pero de todos modos en ese predio se inauguró, más arriba, el "Nuevo Cantegril" que derivó en la construcción de más viviendas de veraneo.
Los fraccionamientos no se limitaron a esa zona. En 1945 Roque García y Dionisio Mongay había comprado buena parte de la sucesión Lussich para Punta Ballena S.A. y al año siguiente el arquitecto Bonet diseñó la urbanización de Portezuelo. Del lado del Atlántico, en tanto, el "Balneario San Rafael" empezó a delinearse hacia 1938 y en 1946 surgieron el "Barrio Parque Los Médanos de San Rafael" y el "Barrio Parque del Golf", impulsados por Pascual Gattás y Oscar Cademartori. Al año siguiente se construía además el Hotel San Rafael, para el que Cantera suministró materiales desde su flamante barraca.
La eclosión de obras y fraccionamientos se parecía a una epidemia y el estado trató de ponerse a tono. En 1946 se comenzó la ampliación del puerto de Punta del Este, que le ganó tres hectáreas al mar, y al año siguiente la rambla Claudio Williman fue transformada en doble vía. Y mientras el municipio se dedicaba a "hormigonar" las pésimas calles que bajaban de Maldonado hacia la rambla, se formaban los barrios Aidy Grill (en homenaje a Aidy Milburn de Supervielle), el Lido, California Park y Pinares del Este, que empezó a desarrollarse en los años cincuenta. Más cerca de Maldonado, surgirían los barrios Mónaco y Esterel y también el Jaurena, junto a la Avenida Camacho.
En lo que a materia urbana y edilicia se refiere, los años cuarenta trajeron la primera gran transformación de la zona. La extensión de los fraccionamientos produjo una verdadera revolución urbanística y súbitamente los bosques comenzaron a poblarse de elegantes chalets, que pronto dejaron de ser blancos y con techos de teja a dos aguas e incorporaron el ladrillo visto y los grandes ventanales.
En Octubre de 1946, un mes después de que Cantera adquiriera el negocio a su primo, las edificaciones comenzaban a multiplicarse y el diario local Tribuna Libre trasuntaba los tiempos que corrían publicando avisos de gran tamaño del Cemento Portland Artigas. Cantera Adrados S.A. se abría en el momento preciso.
De todo como en barraca
Cantera abrió la primera barraca sobre la calle Florida y usó como depósito un galpón anexo a su negocio de ramos generales. Allí empezó a acopiar las bolsas de portland que encargaba a Minas o Pan de Azúcar - y las largas varillas de hierro que debían cargarse entre tres personas parando el tránsito de la calle. Pero dado el empuje que empezó a tomar la construcción aquel espacio fue quedando rápidamente "chico" porque, según recordó Elbio Duret, estaba atestado de mercadería de todo tipo. Así es que hacia 1955 Cantera adquirió un solar ubicado enfrente, donde hasta entonces el Club Deportivo tenía su cancha de basketball y hoy funciona una casa dedicada a la venta de artículos de goma. Ahí empezó a depositar "el hierro largo, el portland, la cerámica; era un predio grande donde había mucho stock", recordó Alfredo Tassano.
Duret refirió que a principios de los años cincuenta Cantera todavía no traía ni arena, ni mezcla ni pedregullo, pero en cambio vendía de todo para la construcción. Por ejemplo, miles de caños galvanizados, con sus respectivos accesorios, artefactos sanitarios y pintura, entre otras cosas. La ferretería ofrecía también todo lo necesario para instalaciones eléctricas y abastecía a los artesanos de la zona porque vendía cualquier tipo de herramientas, algo de madera y hasta el carbón de fragua que usaban los herreros.
Duret recuerda que a principios de los años 50 la venta de materiales de construcción era "impresionante" porque empezaba a edificarse en Cantegril "y no de a una casa sino de a treinta a la vez". Y el dato fue confirmado por el carpintero Hugo Bondanza, quien trabajó para Litman en aquellos años y era vecino y amigo de Cantera. Según recordó, el promotor de Cantegril era capaz de llamarlo por teléfono y encargarle la obra blanca para "veinte chalets" al mismo tiempo. Todo eso generaba en la barraca un movimiento tan intenso que los arquitectos Clerc y Guerra, entre otros, solían hacer sus pedidos de materiales desde la puerta del comercio antes de volver raudamente a sus lugares de trabajo. Todo lo que se les enviaba se les cobraba a fin de mes, recordó Duret. Para el reparto de la mercadería Cantera se vió obligado a crearse una pequeña flota de transporte que, con los años, llegó a incluir más de una docena de camiones. Sin embargo, todo comenzó con una bicicleta.
Luis Nocetti trabajó con Cantera desde que tenía 14 años, en 1946, y recuerda haber pedaleado para llevar a domicilio lotes pequeños de caños galvanizados, materiales de todo tipo e incluso una cama hasta San Rafael. Pero el progreso no tardaría en llegar. Según Alfredo Tassano, el primer vehículo de reparto de Cantera Adrados S.A. fue "una Ford T sin capota" en cuyos asientos posteriores se cargaban las mercaderías. Poco después Cantera adquirió "un camioncito Commer, que era una novedad, porque entonces no era fácil tener un auto" y luego agregó una Chevrolet, porque dos vehículos no daban abasto para atender todos los pedidos.
Con esa pequeña flota motorizada Cantera pudo atender con comodidad a los numerosos clientes de la barraca, entre quienes figuraban los más conocidos constructores de la zona. Según recuerda Esther Canale, en los primero tiempos eran compradores habituales de la casa figuras que trabajaron años poblando la zona de chalets y apartamentos. Entre ellos estaban Ángel Tort, Albérico Sención, Juan Chiaccio, José María Hernández, José García, Francisco Erlauer, Elbio Sturla, Ramón Pereira, Esquibel y Jaureguy, "un cliente bárbaro" que tenía en su palmarés el haber construido el Colegio de Hermanas. Otros reputados constructores del momento eran rómulo Ballari, Ginés Cairo Medina, Fernando "Tito" Hernández, Silvestre Barbosa y Esteban Artusi, éste último establecido en Punta del Este. Entonces la oferta de trabajo daba ocupación a todos e incluso a constructores y arquitectos de Montevideo como Beltrame, Cosuco, Elías Ciurich y Juan H. Bomio y la empresa Pérez del Castillo y Soneira, entre varios otros.
Sención había dado sus primeros pasos trabajando para Gattás y Cademartori. Chiacchio en tanto, llegó a Punta del Este en 1939 a trabajar en reformas del Hotel La Cigale y el chalet La Bola y luego fue capataz de Giovinazzo antes de independizarse. Artusi era conocido como "de los primeros" y, según viejos vecinos, era muy bien considerado en la "dirección de obra" (aunque los viejos empleados de Cantera lo recuerdan más bien por las suculentas propinas). Más tarde, también se dedicaron a la construcción Waldemar Bonilla - conocido personaje de la política local y habitual cliente de Cantera -, Orosmán Trechi, Roberto Pazos, Juan Dollar y Vaillati, entre mudchos otros. El mercado daba para todos y casi todos compraban regularmente "en lo de Cantera".
Y hasta sin firma
Gracias a ciertos rasgos peculiares de su propietario, desde sus primeros años de actividad Cantera Adrados S.A. se proyectó como un auténtico "motor" del desarrollo edilicio de Maldonado, y no sólo porque abastecía a las obras que surgían continuamente en los nuevos barrios residenciales, sino por la eclosión que tuvo también por esos días la tranquila población de Maldonado. Fue entonces que los fernandinos tuvieron ocasión de apreciar la bonhomía característica de aquel "gallego bueno" que trataba a sus vecinos como si fueran de su familia.
A principios de los años cincuenta la construcción había atraído a centenares de obreros a la zona. Se cuenta que el intendente del momento, el aigüense Roque Masetti, puso camiones del municipio para traer a la ciudad a trabajadores desocupados de su ciudad natal y que muchos obreros y profesionales se mudaron a Maldonado desde otras tierras. Esto produjo, a su vez, que también surgieran nuevos barrios en los alrededores de la pequeña capital departamental y que varios campos aledaños se tranformaran en "ciudad" en un lapso de unos pocos años.
Uno de los primeros barrios nuevos fue el que durante un tiempo se conoció como el "Paravís", sobre Camino Velázquez. Pero pronto surgió el Rivera, algo más hacia el sur, y también el Fossemale y el Odizzio, que fue bautizado como tal en 1948. Más tarde, la zona ubicada al este de la ciudad, entre Santa Teresa y la vía del tren (hoy Bulevar Artigas), también comenzaría a poblarse raudamente con los barrios Sarubbi y Scalone y luego sería fraccionada la zona de "La Cachimba". En tanto, al norte del nuevo barrio Rivera, un señor de apellido De León loteó sus campos y creó dos nuevos barrios con los nombres de sus hijos, "Perlita" y "Leonel", al tiempo que nacían también el barrio Tassano y el Bella Vista, luego absorbido por el Lavalleja.
Muchos de aquellos trabajadores recién llegados y las nuevas familias locales apelaron a la barraca de Cantera para construir su techo propio. Y, hombre creyente y cristiano, Cantera empezó a dar crédito a todos sin tomarse la molestia de averiguar sus antecedentes. Alfredo Tassano recuerda que antes de la instalación del Banco Hipotecario en la ciudad, quienes proyectaban construir su vivienda podían acudir a los préstamos del Banco República o procurar otra financiación. Sin embargo, pronto se hizo de lo más común que todos acudieran a Saturnino Cantera en el entendido de que podían obtener todos los materiales necesarios sin pasar por trámites engorrosos ni presentar garantía alguna. Bastaba hablar con don Saturnino para llevarse el hierro y el portland a pagar cuando se pudiera.
"Cantera era el organismo financiador y estimulante de la construcción con un procedimiento de lo más original - hoy incomprensible - instantáneo, a sola firma y a veces ni firma siquiera. Y no había ningún problema y así se hicieron todas las casas de Maldonado", evocó Tassano. Entonces casi todos se conocían en la ciudad y Cantera se dejaba guiar por su "ojo" y su generosidad para ceder los materiales que se le solicitaran. "No mediaba nada más. Quedaba la cuenta corriente abierta y lo único que el ciente hacía era firmar la boleta", agregó.
Lo curioso es que por entonces una simple factura no bastaba para reclamar un pago en caso de morosidad. "Antes la factura no servía para nada. Si Usted no firmaba un conforme no le podían ejecutar (por falta de pago), tenía que haber una instancia previa para justificar, comprobar el retiro de esos materiales y recién ahí se empezaba la acción", explicó Tassano. Sin embargo, aquello entonces no era necesario porque, en general "pagaba todo el mundo".
El procedimiento estuvo en práctica por años y benefició a una enorme cantidad de familias. Esther Canale asegura que muchas veces ha sido abordada por desconocidos que le agradecen el trato que recibieron de su marido. Todos le comentan que habían levantado su casa gracias a los singulares créditos automáticos de la barraca y ninguno se atrevió a abusar de la confianza de don Saturnino. "Yo no sé ni quiénes son. Me paran y me dicen ´Ay, señora de Cantera, cómo le agradezco; le puedo decir que no humbo nadie como su marido, casi no me conocía y yo hice la casa a crédito´. Él le dio crédito a todos, nunca le negoó a nadie; fue un hombre buenísimo", evocó.
Y otro tanto podían decir los propios clientes grandes de la barraca: los hijos de los viejos constructores recuerdan que solían llevarse materiales a crédito sin que mediara papeleo alguno. "Era otro Maldonado", comentó uno de ellos. Cantera era generoso pero no tan crédulo como se creería. Elbio Duret era el funcionario encargado de dar los créditos en los años cincuenta y recuerda que a veces se le acercaba para susurrarle un "ten cuidado" cuando veía la cantidad de materiales que se fiaban. Sin embargo, Duret replicaba convencido que "entre el 18 y el 20" de cada mes todos llegarían a pagar lo que debían y así sucedía en efecto: los clientes de la barraca "eran cumplidores" a rajatabla, señaló. Los morosos resultaron ser los clientes "grandes" que construían en Punta del Este, algunos de los cuales debieron ser ejecutados, evocó Duret.
Los proveedores también consideraban a Cantera como a un amigo de confianza. Según Tassano, "Cantera llegó a tener un stock de mercadería tan grande que cuando Metzen y Sena se quedaba sin material para cumplir con un cliente recurrían a él como si fuera su propio stock. Era imponente el movimiento y el espacio ya no daba para acopiar toda la mercadería", recordó. Por entonces, Metzen y Sena tenía "una producción mayúscula" y en materia de cerámica y artefactos sanitarios casi "no se vendía nada que no fuera de ellos", añadió.
Cambio de hábitos
Cantera Adrados ya ofrecía entonces toda la provisión de materiales necesarios para construir o reformar; desde clavos y tornillos hasta pintura, madera, vidrio y herramientas, entre muchas otras cosas. Pero durante los años cincuenta y principios de los sesenta, el negocio también quedaría asociado a otra suerte de revolución, esta vez de corte universal, que tuvo que ver con extraordinarios progresos en materia de confort hogareño.
El primer gran cambio se produjo en materia de refrigeración, a fines de los años cuarenta. Hasta entonces se conocía como "heladera" a un mueble de paredes aislantes donde los alimentos a refrigerar se conservaban con hielo, que había que comprar diariamente. Pero toda esa incomodidad empezó a pasar a la historia con la irrupción de la heladera eléctrica. Los primeros modelos de la General Electric y la Westinghouse lucían cantos redondeados que copiaban el diseño aerodinámico - en forma de "lágrima" - de la industria automotriz de la época. Pero entonces eran tan caros que entre los pocos que podían adquirirlos había quienes los colocaban en el living de la casa para presumir. Sin embargo, a fines de los cincuenta el invento se hizo accesible a todos los bolsillos y Cantera empezó a atraer camiones llenos desde Montevideo para atender la creciente demanda. Entonces se vivía "el auge de las heladeras", recordó Gabino Cantera, que entonces acababa de llegar al país.
Otro cambio abrupto fue en provecho directo de las señoras, entonces dedicadas a la diaria rutina de alimentar a su familia. Hasta los años cincuenta no existía otra cosa que las famosas "cocinas económicas" alimentadas a leña. Pero entonces apareció la "Volcán", a querosene, y poco deespués llegaron las primeras cocinas a supergas, a las que ni siquiera había que "dar bomba". Por supuesto, estos adelantos llegaron rápidamente a los fernandinos a través del negocio de Cantera.
Los cincuenta también llevaron agua caliente a casi todos los hogares. Desde 1944, cuando se construyó el tanque de OSE en la calle 18 de Julio, los habitantes del centro de Maldonado pudieron disponer de agua corriente a domicilio, un enorme adelanto que ahorró el trabajo de los diarios viajes al aljibe o a la canilla de la esquina. Pero la comodidad llegaría al summum cuando una década más tarde aparecieron los primeros termotanques - mal llamados "calefones" - que empezaron a regalar al olvido a los calentadores a alcohol y permitieron tener agua caliente en las canillas de las cocinas. Y poco después también se venderían los lavarropas automáticos, otro invento que sonaba a ciencia ficción. La vida doméstica se llenaba de confort y las señoras tenían ahora tiempo hasta para leer una revista.
Otra pequeña revolución de la época fue la aparición del "Fido", un "motorcito" que se podía añadir a la bicicleta para evitar el pedaleo. Por supuesto, Cantera también lo trajo y lo vendió; pero mayor fue el impacto del televisor, un invento que revolucionaría a su vez la vida cotidiana y hasta los hábitos - y "los valores" - de todo el mundo. Los primeros aparatos aparecieron en Maldonado a comienzos de los años 60, y apenas bajaron de precio empezaron a venderse como pan caliente. Todos aquellos artefactos relucían en las vidrieras de Florida y Román Guerra y, por una razón o por otra, todo el pueblo desfilaba por lo de Cantera.
La mudanza
El surgimiento constante de obras edilicias y las grandes ventas de los modernos electrodomésticos propiciaron la prosperidad de Saturnino Cantera. Fue entonces que el local también le empezó a resultar estrecho y hacia 1955, de acuerdo a las diversas versiones familiares, adquirió al carnicero Mario Isabelino Clavijo dos lotes sobre la esquina NW de Román Guerra y 25 de Mayo, donde todavía estaban entonces las ruinas del viejo "galpón de Aguilar". Allí estableció primero un depósito, que estuvo habilitado hasta principios de los años sesenta, y más tarde contrató al Arq. Raúl Sienra y levantó un amplio local para bazar y ferretería con varios apartamentos en planta alta. En uno de ellos - al que se accedía por 25 de Mayo - se mudó con su mujer y sus tres hijas. En 1962, al cabo de una mudanza que llevó varios meses, "lo de Cantera" se estableció en aquella esquina, que pasó a ser un hito en la vida fernandina durante varias décadas.
Al frente de su negocio, don Saturnino ponía especial atención en que nunca faltara la mercadería requerida y se caracterizaba por ofrecer todas las posibilidades en cada rubro. Alfredo Tassano explicó que entonces no había ninguna casa especializada, pero Cantera se bastaba para proveer a sus clientes. "Era la única tornillería que había en Maldonado. Ahora hay que ir a una casa especializada porque si no, no encuentra la medida tal o cual. Pero allí estaban todas las medidas. Era una necesidad que estaba cantada, tenía que haber una tornillería", señaló. Y lo mismo ocurría en materia de pinturas o de artículos de carpintería o sanitaria.
La ferretería no ofrecía solo bienes de consumo. Cantera no era de los que se escondía detrás de un escritorio y siempre se lo veía circulando por su negocio y hablando llanamente con sus empleados o clientes, muchos de los cuales se volvían amigos. Tassano recuerda de Cantera "su forma de hablar" con el público, con una "afectividad" muy característica y siempre con "alguna historia vinculada con lo que estaban hablando, un dicho, una expresión. Tenía una cantidad de dichos y cosas que traía a colación según la conversación, entonces siempre había una sonrisa", comentó.
"Después tenía otro atributo, que hasta el día de hoy lo tengo presente. Él estaba en la esquina, veía un cliente que salía y por el gesto, la actitud, ya sabía si se había ido bien o no y por qué se podía haber ido disgustado: porque no había stock. Para Cantera tenía que haber de todo y la habilidad era que el encargado se ingeniara para reponer y tener siempre la mercadería, como pasa hoy con un supermercado", agregó.
Austero y deportivo
A pesar de su evidente acento extranjero, Cantera ya era a esas alturas un auténtico uruguayo. "Acá soy español y en mi tierra soy extranjero", solía comentar. Sin embargo, estaba completamente integrado al país y sobre todo, "muy agradecido al Uruguay", según recuerda su viuda. "Se interesaba por todos los problemas de acá. Era más uruguayo que español", comentó.
Además, según recordó Hugo Bondanza, tenía un buen grupo de amigos con los que solía reunirse una vez por semana, generalmente en casa de Arturo Adó. Allí se juntaba "una barra" de compinches entre los que estaba el propio Bondanza, Abelardo del Puerto, "el Flaco" Posse, Mersario (el concesionario de Solana del Mar), los hermanos Eduardo y Miguel Gattás, Roger Díaz y Rafael Ferreira, el jefe del telégrafo.
Cantera solía levantarse hacia las seis de la mañana y escuchaba las noticias tomando mate como cualquier criollo. Después, antes de marcharse a trabajar, ingería un lento y sustancioso desayuno de avena y leche, que entonces era un alimento un tanto exótico en estas tierras. Llevaba una vida "sana y austera", recuerda su hija Ana María. Y si a veces podía parecer "nervioso" en realidad era por su carácter decididamente activo, "muy juvenil y enérgico", recordó.
Además de haber adoptado el hábito de tomar mate, Saturnino había sacado patente de uruguayo haciéndose "blanco y de Nacional". En el ámbito local, en tanto, se volcaba por el Atlético Fernandino en cuya directiva tuvo participación. Su pasión por el football era compartida por una barra de amigos, entre los que estaba Hugo Bondanza, Jorge Lavalleja Cruzado, Pablo "Tito" Busquets y Jorge Otegui, entre otros. Con ellos viajaba a menudo hasta Montevideo para ver jugar el cuadro de sus amores. Aquello era "el" paseo, según recuerdan sus hijas. y cuando no era por el football, Cantera viajaba en ocasión de las temporadas de Zarzuela, que fueron habituales hasta los años sesenta.
Don Saturnino era un hombre eminentemente "deportivo". Teniendo más de cincuenta años empezó a practicar ski acuático en Punta Ballena, pero, por sobre todo, "le gustaba pescar y cazar como nadie", según doña Esther Canale. Y en efecto, se cuenta que Cantera frecuentaba todos los pesqueros conocidos entre José Ignacio y Punta Ballena y acostumbraba salir a pescar embarcado, a veces en su propia lancha. Por la caza sentía tal pasión que la practicaba a lo largo de todo el año y no perdía ocasión de salir tierra adentro. Primero en las cercanías de Maldonado y luego rumbo hacia otros departamentos. Fuera de esas distracciones era "muy de familia" y le gustaba cocinar paella para los suyos en las reuniones de los Domingos.
En el plano familiar, Cantera tuvo ocasión de hacer con sus sobrinos lo mismo que su primo Emiliano había hecho con él años atrás. En 1948, tras la muerte de su hermana, trajo a su cuñado Inocencio Salvador y a cinco de sus sobrinos, Gerardo, Carmelo, Damián, Félix y Victorina Salvador Cantera. Cuatro años después, en 1952 les vendió las dos casas La Favorita de San Carlos. En 1959 trajo también a Damián y Gabino Cantera, hijos de uno de sus hermanos, y los integró a su familia y a su negocio.
En 1966 adquirió la Barraca Punta del Este - a Gattás, Bomio, Barbero y otros socios - y cuatro años después les vendió todas las existencias para que trabajaran por su cuenta. Damián Cantera lo recuerda hoy como a una persona "excepcional".
Una mano amiga
Una vez que consolidó su posición económica Cantera comenzó a colaborar asiduamente con diversas instituciones locales y se transformó en una figura social de relieve a pesar de su natural modestia. Por ejemplo, donó buena parte de los materiales que permitieron construir el Hogar de Ancianos y su viuda recuerda que "Entre Ginés Cairo, él y Florencio Collazo lo hicieron todo". También colaboró con la fundación del Sindicato Médico, luego devenida La Asistencial, y con muchos otros emprendimientos, clubes y entidades sociales que solicitaron su apoyo.
Pero además tenía la costumbre de ayudar a sus empleados como si fueran de la familia. Luis Nocetti recordó que en el comercio todos los funcionarios sacaban a crédito mercadería de todo tipo y Cantera nunca se preocupaba por ello. Incluso podía suceder que a fin de año les avisara que no tenían porqué pagarle el resto de la deuda que mantenían con la casa. Es que Cantera trataba a muchos de sus funcionarios como si fueran de la familia. Elbio Duret recuerda con gratitud que Cantera y su cuñado Orosmán Canale le facilitaron los créditos para construir su propia casa en 1962.
Nocetti, en tanto, recordó que en los años cincuenta se trabajaba la "semana inglesa", y los Sábados, al cerrar el comercio, Cantera agasajaba a todos con un copetín y bebidas en profusión. Además, no era raro que se reunieran a comer asados y que jugaran juntos al football contra los equipos de otras casas comerciales. Todavía se conservan varias fotos en las que toda la familia Cantera Canale aparece compartiendo una reunión con los funcionarios en el viejo Bosque Municipal.
Cantera también dio una mano importante a otros inmigrantes españoles que llegaron a la zona en busca de un porvenir. José Asencio, el fundador de la única industria metalúrgica de Maldonado, también lo evocó como "un hombre que ayudaba a todo el mundo" y refirió que su propia empresa nació hacia 1960 gracias a la generosidad de don Saturnino. "Yo digo que podía ser el banco sin intereses que le prestaba a todo el mundo", señaló. "Yo estoy muy agradecido porque cuando yo vine aquí hicimos la empresa ASMO (Asencio y Mompó) y él nos apoyó muchísimo. Inclusive tuvo hasta la gentileza de ir al Banco República y firmar una carta solidaria para todo lo que pudiéramos precisara y ese crédito nos lo dieron por él. Me dieron dinero para comprar unas máquinas, que inclusive aún las tengo, y salimos adelante con eso", aseguró. Así es que actualmente la fábrica de calefones IMA es también toda una institución en Maldonado.
Asencio también recordó que Cantera jugó un papel relevante en la creación del Centro Español, fundado en 1967, cuando había más de 300 españoles en la zona. Según viejos socios de la institución, Saturnino fue de los que donó dinero para la adquisición de la sede y puso los materiales para su refacción.
"Yo creo que no hubo nadie que se presentara a él precisando cualquier cosa y él no lo ayudara. Todos estábamos agradecidos a él", recordó Asencio. No obstante, destacó que Cantera no gustaba que se le agradeciera reiteradamente su generosidad ni que sus actitudes se ventilaran en público. "En muchas ocasiones, cuando estábamos en reuniones en el Centro Español yo le agradecía por cuanto me había ayudado, pero no le gustaba que se conociera, que lo dijera en público. Yo no me podía callar, porque a mí me echó una mano muy grande", señaló. "Fue así con todo el mundo. Y estoy seguro que casi todo el mundo le cumplió", agregó.
Para alegría de la familia Cantera, toda aquella silenciosa solidaridad fue reconocida públicamente en 1986, cuando el Rotary Club Maldonado - que también integraba - le realizó un homenaje "en reconocimiento a su permanente colaboración en obras comunitarias".
La rebelión de la clientela
Los años sesenta fueron un período de lento crecimiento en esta zona. Mientras el país se convulsionaba por líos políticos, con tiros y atentados a cada rato, Maldonado dormía la siesta durante casi todo el año en espera de la temporada. La vida discurría entonces apaciblemente y, a tono con las circunstancias, a Cantera se lo veía a menudo parado al sol en la vereda de su comercio. Siempre había alguien que se detenía a conversar o quienes se acercaban a saludarlo o a consultar sobre lo que fuera.
Pero a mediados de los años setenta el movimiento de la construcción comenzó a crecer notoriamente y finalmente se desató el recordado boom. Aquello "era una locura", recuerda Ana María Cantera, pero la barraca estuvo a la altura de las circunstancias y tomó más personal para atender un nivel de demanda hasta entonces desconocida. Eran años en los que los camiones hacían largas colas en las fábricas de portland y no había arena que alcanzara para abastecer la desusada cantidad de obras que se desarrollaban al mismo tiempo. Cantera entonces "trabajaba todo el día", según recuerdan sus familiares, y se afanaba por cumplir con las entregas prometidas.
Julio Machado, actual gerente de la barraca, recordó que el trabajo creció abruptamente en 1979. Por esos días la empresa contaba con 14 camiones propios, pero se vio obligada a contratar diariamente a 36 fleteros para abastecer a su clientela, señaló. "Eran 50 camiones trabajando permanentemente todo el día para la empresa. Eran entregas de viaje entero no como los de hoy, que un camión lleva material a tres o cuatro obras. Aquello era todo comprado a granel", recordó. Por entonces, parte de la barraca ya funcionaba en la avenida José Joaquín de Viana, donde luego se instaló definitivamente.
Por aquellos años tuvo lugar un episodio que puso en evidencia el nivel de afecto y confianza que existía entre Cantera y su clientela de constructores. Eso ocurrió cuando, cansado del ajetreo y deseando tener tiempo para viajar, don Saturnino optó por "delegar funciones" y contrató a un reemplazante para que se ocupara de la barraca. El nuevo funcionario varió sustancialmente la manera de tratar a clientes, que a esas alturas llevaban más de treinta años comprando en lo de Cantera y, según se cuenta, su estilo no cayó muy en gracia.
El arquitecto Roberto Chiacchio recordó que "todo el mundo lo fue conociendo y por un motivo o por otro empezaron a sacarle el cuerpo porque, además, en el momento ya había más alternativas para comprar materiales". Así es que don Albérico Sención, Francisco Erlauer y otro cuatro o cinco "constructores viejos" se reunieron en lo de su colega Juan Chiacchio para estudiar "cómo hacían para decirle a Cantera que no pensaban comprarle más", según evocó otro testigo de aquellos hechos.
Finalmente, los veteranos constructores decidieron enviar una "delegación" en aras de mantener su fidelidad a don Saturnino. Se trataba de decirle que deseaban seguir comprando en la barraca, pero no compartían la nueva orientación. "Funcionó, al poco tiempo se lo sacó de arriba, aunque todavía le costó plata", comentó Roberto Chiacchio. Hasta el fin de sus días de actividad los constructores siguieron comprándole a Cantera Adrados S.A.. Esa relación de aprecio que se había creado entre don Saturnino y sus viejos clientes era producto de una conducta basada en la "ley de la palabra", la estricta moralidad y su capacidad para satisfacer a sus clientes aunque ello significara pérdidas materiales.
Alfredo Tassano comenzó a colaborar con Cantera en 1978 y tuvo ocasión de apreciar personalmente hasta qué grado se comprometía en procurar la satisfacción de sus compradores. A modo de ejemplo, recordó el caso de un inversor que visitó la barraca y encargó un piso cerámico para todo un edificio que, finalmente, no llegó a sus manos por problemas de la propia fábrica. Sin embargo, según dijo, Cantera asumió la responsabilidad de la entrega. "En aquella época de locura sacaban muestras tentativas y se vendían. Una de ellas era la lozanja, que era un compuesto de dos o tres piezas de distintas formas que se ensamblaban.
Un día viene un señor que hacía un edificio en la costanera y compró todo el piso, pero cuando Metzen la fue a producir no pudo porque no le salió la horneada. Hizo una muestra pero no le salió y entonces tenía que darle otro y el hombre lo había comprado. Vi cientos de ejemplos de éstos. Cantera le dijo "elija Usted un piso". Y el hombre no eligió ninguna cerámica, eligió mármol. Se hizo poner un piso de mármol y se lo puso la empresa. Le satisfizo todos los deseos y asumió la responsabilidad de otros", recordó Tassano. "Vi muchísimos ejemplos de estos, incluso viajes de arena y pedregullo, que por diferencia de interpretación en la graduación eran vueltos a remitir. Hoy es muy difícil que le hagan una devolución y menos de esta envergadura. Hoy le dice todo el mundo ´a las tantas horas no hay devolución´. Pero Cantera le hacía mandar lo que se había comprometido a enviar. Él tenía ese criterio, que por sobre todas las cosas el cliente debe ser respaldado y eso tiene una contrapartida", añadió.
Los últimos días
A pesar de que fue delegando funciones, Cantera continuó regenteando su negocio hasta 1981, cuando decidió traspasar todo a sus hijas y yernos. La mayor y su marido se hicieron cargo de la barraca y se establecieron en la Avenida Artigas, hoy José Joaquín de Viana. Otras se hicieron cargo de la ferreterría y la pinturería. Ya alejado de sus ocupaciones, don Saturnino se dedicó a la vida familiar y a disfrutar de sus años de trabajo, aunque tampoco se salvó de alguna amargura.
Con el tiempo lo ganaron los achaques de la edad y comenzó a verse afectado por ciertas frecuentes "lagunas" que resultaron ser una demencia senil incipiente. En sus últimos años su pérdida de lucidez se fue acentuando y más de una vez debió ser llevado a su casa por algún amigo que lo hallaba perdido en la ciudad. A menudo no recordaba donde había estacionado el auto. Fuera de eso, su vida de entonces fue la clásica de un jubilado añoso, retirado de casi todo y con tiempo para todo lo demás.
Don Saturnino falleció a los 87 años de edad, el 9 de Mayo de 2003. Su larga actividad en esta población ha dejado un recuerdo más que grato en centenares de personas que lo trataron en diversas etapas de su vida: todos los consultados para este trabajo recordaron su personalidad apelando unánimemente a múltiples sinónimos de la palabra "bueno". Así es que su nombre es todavía hoy, al frente del negocio de su hija mayor, un símbolo de la confianza y la amistad que supieron caracterizarlo en vida.
Cantera Adrados S.A. tiene hoy 45 funcionarios, y ha sobrevivido dignamente a numerosas dificultades y crisis de diversa índole de las que parece haber salido fortalecida. Y aunque hoy compite codo a codo con otras trece barracas de la zona - varias de ellas fundadas por ex empleados de Cantera - su facturación crece un 15% por año y sigue prodigando hierro, portland y amistad en abundancia. Don Saturnino puede descansar en paz.
Un buen recuerdo
Tassano: La Ley de la Palabra.
"Era una institución. Pero con una condición que es válida para cualquier actividad que movía muchísimo dinero, que contraía muchísimos compromisos, que era inalterable en su conducta, en su moralidad. Creo que su gran fortaleza y su gran riqueza era la confianza que generaba su buen proceder. Tenía una gran visión de las cosas, de la faz comercial haciendo conjugar la visión, el negocio productivo, pero inalterablemente todo en actos regidos por una moral inquebrantable. Lo de Cantera era la Ley de la Palabra. Perdería antes de tener un problema o que pudiera haber algún tipo de duda. Si Usted va a comprar una bolsa de portland la puede comprar en varios lados, pero si tiene conciencia de que está adquiriendo en una casa que le brinda respaldo total no duda en comprar todo ahí, tanto lo standard como lo selectivo."
Roberto Chiacchio
"Era un hombre bueno y trabajador que le dio una mano a todo el mundo. Nadie en Maldonado puede decir que lo embromó y sin embargo a él muchos lo embromaron".
Damián Cantera
"Saturnino fue una persona querida por todo el departamento, pero principalmente por la ciudad de Maldonado. Es una de las pocas personas de las que nunca he oído hablar mal. Era un ser humano de una calidad sensacional."
La televisión con más Canales
Cuando Cantera Adrados S.A. todavía funcionaba en Florida y román Guerra la televisión hizo irrupción en el país y precipitó al público hacia las casas de electrodomésticos. Por entonces los aparatos también se vendían en el negocio de Jorge Lavalleja Cruzado y la vieja Casa Díaz, entre otros, pero los de Cantera resultaron ser los más solicitados y, según recuerda Elbio Duret, "en la semana llegaban 20 televisores y en 10 minutos ya prácticamente se peleaban por el último".
El secreto del éxito se basaba en una broma que circulaba entre los funcionarios del comercio y llegaba al público como cosa seria. "Nosotros le decíamos a al gente que era el televisor que agarraba más canales", recordó Duret. Canale era el apellido de los cuñados de Cantera - varios de los cuales trabajaban en el negocio -, pero de eso se enteraba el consumidor girando el sintonizador en procura de transmisiones inexistentes.
Perdido en acción
A pesar de su acostumbrado perfil bajo, don Saturnino Cantera trascendió a nivel nacional en Julio de 1986 cuando estuvo desaparecido en campos del departamento de Soriano durante tres días. Cantera ya tenía entonces 70 años y había ido de excursión de caza a una estancia de aquel departamento, propiedad de la familia Barabino, acompañado de Juan Carlos Tamburini y el Dr. Elbio Rivero (hijo). Pero una tardecita, misteriosamente, Cantera no regresó a la estancia al cabo de una jornada de caza. Era entonces pleno invierno y su desaparición preocupó mucho a sus amistades.
Al otro día, un agente policial de Maldonado comunicó a su familia que no se sabía nada de su paradero y varios parientes y amigos se trasladaron hasta Soriano. Incluso se fletó un avión desde Maldonado para ayudar en la búsqueda, pero todos los intentos fueron vanos. Al día siguiente Cantera seguía sin aparecer y hasta el propio Presidente Sanguinetti, que en esos días visitaba la ciudad, se preocupó por la situación. Mientras en Maldonado muchos conocidos se inquietaban por la desaparición y hasta lloraban prematuramente, en Soriano los rescatistas se afanaban en encontrar "el cuerpo".
Se conjeturaba que podía haber sido matado por delincuentes que querían asaltarlo, que lo había atacado un animal o que había tenido un problema de salud. Sin embargo, el problema había sido bien diferente. Don Saturnino se había internado en el bosque siguiendo a una martineta y no advirtió que se le venía la noche. Cuando quiso regresar estaba perfectamente desorientado y hay quienes insinúan que ya entonces empezaba a padecer las "lagunas" que lo aquejaron en sus últimos años.
En su primera noche como extraviado Cantera debió pernoctar a la intemperie. Luego fue a parar al borde del Río Negro y allí permaneció en la seguridad de que lo encontraría quien lo rescatara. Pero eso ocurrió solo dos días más tarde. Entonces pasó un botero, que sintió sus gritos y lo llevó hasta una comisaría rural. Horas después, don Saturnino regresaba a Maldonado y narraba sus aventuras a todos sus conocidos.
Cuando robar arena de la playa era "hacer un favor" - Los materiales de la naturaleza
Había una buena razón para que Cantera Adrados no vendiera arena ni pedregullo en sus primeros años como abastecedor de la construcción: las dunas abundaban por todos lados y bastaba andar unas cuadras para encontrar toneladas al alcance de la mano. El constructor Orosmán Trechi (nacido en 1924) recordó que bastaba con pedir permiso a la Intendencia para extraerla de cualquier parte y que muchas obras se hacían con arena del propio predio donde se construía. Pero en general se iba hasta la playa en busca del mejor material, según recordó. "La mejor arena estaba en la Mansa, entre Punta del Este y Punta Ballena. Después se empezó a sacar de La Barra hasta Manantiales", dijo Trechi. Y aunque esto parezca hoy un auténtico atentado a la naturaleza, entonces se estimaba que retirar la arena era hacer "un favor" a la zona y al propio municipio. Los médanos inmensos dificultaban el tránsito y también complicaban los fraccionamientos y las construcciones. Al punto que dentro de las obras realizadas por el intendente Ernesto F. Paravís entre 1950 y 1954 - reseñadas poco después en un folleto -, se destacaba la "nivelación de médanos en las playas de San Rafael, El Placer, La Barra, Médanos de San Rafael, etc." como obras de interés público.
De la playa y de la isla también se sacaban otros elementos. El mar arrojaba toneladas de un "pedregullín" fino, muy apto para la mezcla, y se cuenta que en la zona de Pinares "varias personas" se rebuscaban extrayéndolo para venderlo a los constructores. Incluso algunos llegaron a atener "canteras" de pedregullo marino en la zona de Punta Ballena y en la playa ubicada frente a la Laguna del Diario. Los encargados de la tarea solían facilitar el acceso de los camiones improvisando caminos con ramas y pinocha y a lo largo del año se veía un intenso movimiento sobre la costa.
Otra posibilidad era la naturaleza de la Isla Gorriti. Los lancheros del puerto solían ofrecer una piedra similar a la que salía en la playa, que traían ya embolsada y en grandes cantidades. Según Orosmán Trechi, luego se usaron también "cantos rodados" del tamaño de "bochones" traídos desde los arroyos de San Carlos. Nadie hablaba de depredación ambiental por entonces. La piedra más grande había que pagarla más cara porque no se lograba con tanta facilidad.
Viejos vecinos de la zona recuerdan como primero proveedor al italiano José Marelli, que hacia 1932 abrió una cantera en Cerro Pelado. Se cuenta que años después, Marelli se trasladó a El Peñasco y comenzó a fabricar adoquines y columnas de granito y a elaborar una gravilla con una máquina trituradora.
El suministro de tejas tampoco era problema en la zona porque hacia 1933 había empezado a funcionar la fábrica de tejas y caños de gres de Laureano Alonsopérez. En tanto, los ladrillos de campo tampoco se ofrecían en la barraca porque entonces también abundaban los horneros artesanales. Según recuerda Orosmán Trechi, en el Camino de los Gauchos y Avenida Aiguá horneaban Ramón y Rodolfo Abreu, y en el actual predio ferial había otro horno propiedad de Pepe Izmendi. Hacia Camino de los Gauchos y Bergalli estaba el horno de Ramón Jaureguy y había al menos uno que funcionaba cerca del Cerro Pelado.
Finalmente, en 1947 Mauricio Litman se dedicó a elaborar ladrillos de prensa en CYLSA y más tarde se instalaría la fábrica del francés Pedro Baldizzone, ubicada también en las cercanías del Cerro Pelado. Con el tiempo, también los ladrillos, la arena y el pedregullo empezarían a comercializarse en la barraca de Cantera.
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