Mariskonea
El Hotel Playa sufrió el mismo destino. Le pasó a La Fragata, que no se demolió pero perdió su esencia y se transformó en una casa de comida rápida.
El Hotel Palace está cerrado desde hace años y con su fachada grafiteada, a la espera de que el destino determine su futuro. El cine Concord sigue cerrado. El Lido también y allí ya no funcionará un cine. Lugares emblemáticos de Punta del Este que caen en el olvido, en la decadencia, o que se transforman para siempre. Lo mismo suc0ederá con Mariskonea, que se está demoliendo en estos días (18 de Junio de 2015).
¿El deseo que se mantengan es un capricho de nostálgicos o es que de verdad estos sitios tienen un significado en la identidad de la ciudad y de la gente que vivió en ellos y pasó por ellos? La oferta inmobiliaria crece y eso genera trabajo y desarrollo. Pero, ¿cuánto se pierde en la ecuación? Mientras se responde la cuestión, la “Punta Punta” cambia y el viejo balneario pierde sus muelas más antiguas.
Mariskonea, fundada en 1944, perteneció a varias generaciones de integrantes de la familia Iturria hasta su cierre en 2004. El primero fue Ascención, que había llegado a Uruguay en 1923 desde el País Vasco. Aquí conoció a Manuela González, hija de gallegos. Se casaron y tuvieron hijos. Uno de ellos fue José Luis, que se casó con Elizabeth Boldarenko y trajo más Iturrias a la península: Gabriela (cocinera, quien mantiene en alto el legado en la nueva Mariskonea sobre la rambla del puerto), Victoria y Luis María, más conocido como Luisma, el surfista internacional uruguayo.
Para los hijos el lugar está lleno de recuerdos y vivencias. “Acá pasaron cosas divinas y otras no tanto. Ahora siento solo tranquilidad”, dijo Victoria. Luisma recorrió estos días el mítico edificio, sacó fotos que publicó en la red social Facebook y escribió un mensaje que decía: “Está comenzando su fin”. Solo queda esperar que la bola de demolición transforme el lugar en escombros.
Texto de El OBSERVADOR - Marcelo Umpiérrez
Fotos. Walter Neri - PuntaOnline
Contribución de una veraneante
A este restaurante íbamos a veces a almorzar o a cenar nuestra familia. Recuerdo que mientras esperábamos, papá y mamá nos permitían salir a mirar la piscina interna que tenían con mariscos frescos y peces.
Lo lindo de esa piscina, decía papá, es que estaba comunicada directamente con el océano, del que le entraba y salía agua salada, ideal para la sobrevivencia de todo ese bicherío.
Siempre que le dábamos la vuelta a la península caminando sobre las rocas, (no había rambla aún, sólo había rocas, arena y pasto en algunos lugares), tratábamos de ver esa entrada de agua.