Laureano Alonsopérez: un gallego emprendedor en Punta del Este

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Laureano Alonsopérez.




Creó un barrio, fundó un hotel, tuvo emprendimientos industriales y fundó una familia fernandina cuyos descendientes continúan trabajando para la zona



En Punta del Este fue forestador, industrial y empresario turístico; impulsó el barrio San Rafael, construyó un hotel y también un club con canchas de tenis que todavía subsiste. Era gallego de nacimiento, pero creció en la Argentina, donde se destacó por su inteligencia; al punto que un presidente quiso conocerlo a causa de sus condiciones como administrador. Luego llegó a ser una figura del centro Gallego de Buenos Aires, entidad que logró un gran desarrollo gracias a su empuje. Se llamó Laureano Alonsopérez y ya pocos lo recuerdan a pesar de que fue el patriarca de una numerosa familia de gran arraigo en el departamento de Maldonado. Aquí una breve evocación de su larga vida en las costas del Plata junto a un repaso de sus realizaciones más importantes.


Por Gustavo Lafferranderie

Hoy puede ser confundido con una avenida, pero Laureano Alonsopérez fue un gallego de carne y hueso que vivió e invirtió en este departamento antes de elegirlo para criar a sus hijos. Y eso a pesar de que ya antes se había establecido en la Argentina, donde llegó a ganar una fortuna con la que realizó inversiones en Punta del Este.

Laureano nació el 4 de abril de 1879 en una familia de apellidos espejados: su padre se llamó Tomás Alonso Pérez; su madre: Joaquina Pérez Alonso. De grande afirmó haber nacido en O porrinho, una localidad cercana a Pontevedra donde también vivió la familia de Francisco Franco. Pero en su testamento se lee que vino al mundo en el Ayuntamiento de Baiona, sito en el Municipio de Vigo, mientras que en otro documento afirmó ser de Santa Cristina de la Ramallosa. En ese mismo escrito narró que había llegado a la América del Sur cuando era muy niño; primero a Rio de Janeiro y después a Montevideo donde empezó a ir a la escuela. Luego marchó con sus padres hacia Buenos Aires.

Según contó el diplomático peruano Felipe Barreda Laos en un libro de 1965 -dedicado a Punta del Este-, ya de muchacho Laureano descollaba por su espíritu emprendedor. Poseía talentos superiores y se le auguraba una carrera universitaria, pero dado que sus padres eran de “escasos recursos” la familia se instaló en una “hacienda” de la zona rural, lo que le impidió estudiar Derecho en Buenos Aires, como pretendía. Sin embargo, las tareas campestres no le resultaron desagradables. Él mismo refirió años más tarde, que fue en el campo donde vivió sus “años más felices”. Y aunque creció acostumbrándose al “rudo trabajo cotidiano”, nada le impidió vivir “años de inquietud espiritual, de vacilaciones entre el estudio y la ambición de alcanzar de un salto la prosperidad económica”, según sus propias palabras.

Pasaron los años y en determinado momento el joven gallego percibió que ya no le placía la “vida rutinaria del pastoreo” ni la soledad de los anocheceres en los ambientes bucólicos. Antes de cumplir los 20 años regresó a la capital federal y asistió a la universidad, aunque también aceptó un cargo en la Dirección de Tierras, colonias y agricultura –posteriormente llamado Ministerio de Agricultura. Primero fue un trabajador “modestísimo”, pero pronto fue ascendido y pronto quedó encargado del boletín de agricultura. Allí tradujo diversos trabajos del portugués que sus superiores juzgaron interesantes para divulgar en la Argentina.

En esos años también comenzó a vincularse con los “círculos católicos de obreros de mutualidad y acción social” y pronto fue llevado a ocupar “los puestos más destacados” en el área. Así se transformó en fundador del Círculo del Sur y fue designado luego como interventor en otras asociaciones, aunque no pudo cumplir esas tareas por causa de una enfermedad. Tiempo más tarde, Laureano obtuvo el cargo de ecónomo en la Casa Correccional de Menores Varones, donde se destacó organizando los talleres antes de ser designado secretario del establecimiento. Su gestión fue tan encomiada que llegó a oídos del entonces presidente de la República, Julio Argentino Roca, quien quiso conocerlo personalmente. Tras su entrevista con el mandatario –es probable que esto se produjera entre 1898 y 1904- se le designó como subdirector del Correccional. Sin embargo, un hecho político en el que la postura de las autoridades le causó una gran decepción, persuadieron a Laureano de abandonar ese cargo público para dedicarse en adelante a la actividad agrícola. Desde entonces, según su propio relato, se dedicó al comercio y a la plantación “de extensas porciones de tierra con cereales en la provincia de Buenos Aires” tarea que lo ocupó por “varias décadas”.


Regreso y vuelta


Fue por entonces que su familia tomó la decisión de regresar a España. Lleno de añoranzas, Laureano también decidió su vuelta para no quedarse solo y, una vez en Galicia, ensayó algún emprendimiento económico vinculado a sociedades cooperativas agropecuarias. Pero no tuvo éxito en ese entonces y se volvió a Buenos Aires donde pudo establecer un “negocio de proveeduría” que le marchó muy bien. Eso le permitió, con el tiempo, tener una posición económica holgada e incluso adquirir la costumbre de pasar sus vacaciones de verano en el Uruguay. Ocurre que uno de sus amigos tenía vínculos con el maestro Silvestre Umérez, también español, que trabajaba en la escuela Ramírez de Maldonado y poseía una gran chacra al sur de La Loma. Hacia 1906, según se cuenta, Laureano enfermó de cierta gravedad y Umérez le ofreció venir a curarse a esta zona, por entonces conocida por sus dotes terapéuticas. El joven Alonsopérez pasó de ese modo una larga temporada en Maldonado, se restableció, y pudo conocer la península cuando ya empezaba a ser un balneario elegido por veraneantes porteños de buen poder adquisitivo.


Centro gallego


Parece ser que Laureano seguía extrañando mucho a su patria y no se decidía a quedarse definitivamente en el Río de la Plata. Atrapado por la “morriña” –nostalgia en su lengua materna- comenzó a planear su regreso una vez más, pero ocurrió algo inesperado. El vapor que debía devolverlo a la patria lejana naufragó a la altura de Rio de Janeiro. No se sabe si por superstición o por instinto de supervivencia el joven canceló el viaje y desde entonces decidió permanecer en la capital Argentina.

Hizo bien, porque en 1907 se fundó el Centro Gallego de Buenos Aires que comenzó a desarrollarse tímidamente hasta que lo integró en sus filas. Y fue probablemente por su capacidad de trabajo y liderazgo, que Laureano fue elegido para presidir la institución a partir de 1913. Con su ímpetu habitual, el joven imprimió nuevos bríos al club, multiplicó por diez el número de socios –que de 400 pasaron a 4.000-, y comenzó a editar un boletín. También impulsó la compra de un solar donde edificar la sede social y construir un sanatorio que a la postre fue una suerte de “Casa de Galicia “de la vecina orilla.

Se supone que fue por ese entonces, ya con alrededor de 30 años de edad, que Laureano se casó con Alcira Costa, aparentemente española, con quien tuvo siete hijos: Segundo, Joaquín, Blanca, Felipe, Rafael, Ramiro y Augusto. Varios de ellos le dieron toda una tanda de nietos que se criaron en Maldonado. Sus descendientes aún están entre nosotros y son conocidos por sus variados vínculos con entidades sociales, deportivas y políticas.

Alosopérez era una suerte de gallego “fundamentalista”, recuerdan sus descendientes. Era un hombre “muy estructurado” y tan formal, que jamás se tomó una fotografía sin vestir saco y corbata. Además, luchaba contra el clisé que se burlaba de la presunta torpeza intelectual del inmigrante galaico que había llegado a estas tierras. Por eso se molestó en socorrer a los recién llegados y enseñarles a leer y escribir, además de preocuparse por “lo cultural”. Llegó a tener “una biblioteca muy importante” y algunos creen que fue más bien autodidacta, aunque se recuerda que realizó importantes tareas de mecenazgo.

Fue hacia 1909 que Laureano se transformó en vecino de esta zona. Por medio de un peluquero argentino que conocía el lugar, Laureano se enteró de que había una gran parcela de terreno puesto a la venta en el Rincón de San Rafael. Como por entonces el servicio de ferrocarril estaba por llegar hasta Maldonado, se apersonó ante la vendedora del predio, doña Norberta Guevara de Abeijón –viuda con una docena de hijos- y concretó la operación de compra.

Según se cuenta en el libro Crónica de Punta del Este, de M. Gattás y B. Giuria, la correspondiente escritura fue firmada sobre las tablas de un rústico cajón que fue usado como mesa. La parcela se sitúa al suroeste del actual parque El Jagüel. En 1894 la Junta municipal se lo había cedido a doña Norberta a condición de que lo forestara, pero la señora no había logrado completar la tarea a causa de la terquedad de los médanos voladores. Alonsopérez pagó en oro la adquisición y se decidió a forestar completamente el predio de varias hectáreas. Adquirió grandes cantidades de plantines con los que finalmente logró transformar los arenales en bosques.

Según sus propios recuerdos, sembró un total de 250 hectáreas con 400 mil semillas de pinos, eucaliptus y álamos traídas de Galicia. Su bosque incluyó sendas, rutas, pasajes y avenidas. Por ejemplo, la avenida Las Delicias y la Avenida del Médano, que es su prolongación. También levantó su residencia, una “mansión señorial” ubicada en un gran solar que se encuentra en la actual avenida Alonsopérez no demasiado lejos de la calle Isabel de Castilla. Aún conserva el nombre de “Urca”. Esta palabra designaba a una nave muy parecida a una fragata, aunque más ancha en el medio por cuanto se construía para el transporte de cargas. La casona tiene aún en su entrada una arcada muy vistosa y un camino de acceso flanqueado de fresnos. En su interior se destaca una enorme estufa que, según memorias familiares, era réplica de otra que Laureano vio en la fortaleza de Santa Teresa. La casa principal contaba con una central telefónica. Más adelante, dentro del mismo predio, Laureano construyó un apiario y fue levantando varias otras casas para alojar a sus hijos. En esos menesteres y en atender sus negocios porteños, don Laureano consumió su joven vida adulta.

La avenida Pedragosa Sierra, según recordaba su nieto Joaquín “Yoco” Alonsopérez Míguez, también fue construida por Laureano. Le sirvió para llegar desde la la Parada 5 de “la costanera” -hoy la rambla Williman- hasta su propiedad. Inicialmente la calle fue conocida como “Camino al Bosque Municipal” porque conducía hasta ese paraje, un predio de más de cien hectáreas, que incluía el terreno del parque El Jagüel además del que hoy ocupa el centro de convenciones. Con el tiempo, y por razones de interés partidario, la avenida fue rebautizada con el nombre de Pedragosa, que había sido intendente a partir de 1919.


La fábrica


Durante varios años Alonsopérez vivió viajando entre Buenos Aires y Maldonado. En la década del 20 decidió quedarse en esta zona y no tardó en planear nuevos emprendimientos comerciales. Hacia 1930 inauguró una fábrica de caños y tuberías de gres para abastecer la proyectada construcción del sistema de agua potable. La empresa se llamó Maris Stella y se ubicó en las inmediaciones del chalet Urca. Fue necesario contratar a mucha gente para comenzar a elaborar “cañerías sanitarias”. Como escaseaban los medios de transporte los empleados empezaron a vivir en los alrededores de la casa de la familia Alonsopérez que, muy cristianamente compartía con todos ellos sus almuerzos en familia.

El problema fue que “los caños se rompían” y a veces en el horno, por lo que Laureano realizó contactos y trajo desde la capital argentina al francés Pedro Baldizzone en calidad de “director técnico”. El especialista había trabajado hasta entonces produciendo porcelana y fue quien trajo al país la fórmula del “gres impermeable” para elaborar los caños. Se fabricaba con sal, cuentan los entendidos, para evitar las filtraciones del agua. Alonsopérez donó muchos de esos caños para que se colocaran en el edifico del liceo fernandino, inaugurado en 1942.

Baldizzone trabajó y vivió en La Urca por unos años. Hasta que se deterioró su relación con Alonsopérez, quien habría empezado a tornarse un tanto “autoritario”. El técnico se retiró entonces, primero a una fábrica capitalina ubicada en el barrio de Peñarol y luego a un establecimiento propio de tejas, ticholos y ladrillos. Lo tuvo en primer lugar al oeste del Cerro Pelado y luego lo mudó a un predio no muy lejano, sobre la actual calle Benito Nardone. Allí se elaboraron las tejas para los techos de muchos chalets puntaesteños e incluso para el reconstruido cuartel de dragones.

Junto a la fábrica de caños, Laureano también tuvo un aserradero que vendía, según la publicidad, “tablazón de pinos de todas las medidas”. Al fondo del terreno de la Urca, además, construyó una habitación en la que pudo funcionar una escuela. Su hija Blanquita dio clases allí a los hijos de los obreros de la fábrica. El local se conserva todavía, incluso con un escudo nacional pintado sobre azulejos. El vate fernandino Dolacio Sánchez dedicó una vez un poema a aquella “maestra-niña” que falleció siendo muy joven.


Empresario turístico


Hacia 1937, cuando el bosque plantado por Laureano ya estaba crecido y consolidado, el inquieto gallego empezó a pensar en el rubro turístico. En 1938, junto a Manuel Lussich, José Pizzorno Scarone y otros socios formó la empresa Fosara S.A, para fraccionar el barrio San Rafael. Allí se construyó una capilla -Laureano era sumamente católico- y luego nació la idea de levantar un hotel de primer nivel, lo que concluyó con un fastuoso edificio estilo Tudor. Inaugurado en 1948, se llamó Hotel San Rafael y subsistió hasta después del año 2015.

Se cuenta que don Laureano tenía la costumbre de hacer las cosas a su modo y que no se caracterizaba por tolerar alegremente las disidencias. Pronto se enojó con sus socios al conocer el proyecto del hotel San Rafael. Intentó hacer valer su fe religiosa proponiendo colocar una cruz de Galicia a la entrada del establecimiento. Pero Pizzorno se negó a concretar tamaña idea y Alonsopérez puso en venta sus acciones para desvincularse del emprendimiento.

Casi de inmediato, el pujante gallego tuvo una nueva iniciativa. Fraccionó otro terreno de arenales ubicado no muy lejos de allí y construyó el hotel El Médano, habilitado en 1939. El emprendimiento tuvo su éxito, por cuanto ya era de uso común el automóvil y los turistas se habían acostumbrado a salir de paseo fuera de la península. De modo que muy pronto el otrora factótum del Centro Gallego fundó el club social y deportivo El Médano, que fue inaugurado en 1943. Para esta empresa se unió al brasileño Alberto Moraes Pinto -"Pintiño" (c. 1904-2001)-, un paulista amante del tenis que se quejaba de la falta de un lugar para practicarlo en estos parajes y ya había trabajado para diseñar campos de golf. El Médano se emplazó en la misma manzana del hotel. Luego Laureano donaría terrenos para que el club se ensanchara con cuatro canchas más. Se cuenta que en esa institución no se permitía el acceso a personas de religión judía, razón que habría impulsado a Mauricio Litman a construir el Cantegril Country Club pocos años más tarde.


Peleado y recordado


La fama de don Laureano llegó a oídos de su comunidad natal en España, que lo designó miembro de la Academia Gallega. Quizás porque el hombre había insistido con las cooperativas agrícolas y regresaba permanentemente a su patria. En Buenos Aires, donde pasó su vejez, Laureano integraba la facción católica y neutral del Centro Gallego. Aunque puertas adentro era profranquista, en su calidad de amigo de infancia de los hermanos Franco. Se cuenta que cuando el avión de Ramón, hermano del caudillo, sobrevoló el chalet Urca al término de su viaje sobre el océano Atlántico, saludó a la familia Alonsopérez inclinando su aeronave. No se conocen detalles de por qué el empresario se distanció de sus hijos. Sí se sabe que un día, estando muy enfermo, fue a atenderse a Buenos Aires, donde conservaba su casa, y se internó en el Centro Gallego, donde permaneció al cuidado de su “ama de llaves”. Encariñado con esa mujer, luego le dejaría prácticamente toda su fortuna.

Laureano Alonsopérez falleció en Buenos Aires el 6 de noviembre de 1968. Tenía 89 años, Fue sepultado en el cementerio de la Recoleta de la capital argentina, aunque también se le construyó un panteón en el cementerio de la ciudad de Maldonado. Su casona, el hotel El Médano y el club de Tenis siguen en pie. Se espera que pronto reaparezca el edificio del elegante San Rafael. Algunas piezas “vitrificadas” de gres se conservan como reliquias en varios hogares de Maldonado.


El Centro Gallego de Buenos Aires


El Centro gallego porteño creció muy especialmente gracias al empuje de Laureano Alonsopérez hasta transformarse en uno de los más importantes de América Latina. Así fue que llegó a tener un enorme sanatorio que para 1950 era de los más grandes del país y atendía a unos 85 mil usuarios. Pero el Centro era todavía más que eso, si se consideran los múltiples servicios que brindó a los inmigrantes de Galicia a lo largo de su historia. Así lo contó el diario gallego La Opinión –editado en A Coruña- en una nota evocativa de 2017.

“’Los emigrantes que llegaron a Argentina desde mediados de los años 20 contaron con una Oficina de Trabajo e Inmigración para buscar una ocupación. Mientras, el Centro Gallego contaba con una bolsa de trabajo para gallegos. Casi todos los bares de Buenos Aires eran de gallegos y preferían a paisanos para trabajar porque se entendían mejor’, explica [el investigador Hugo] Rodino. El Centro Gallego fue uno de los primeros en poner en marcha esta iniciativa, como cuenta Rogelio Rodríguez en su Historia del Centro Gallego. Enviaban cartas a las casas de comercio para animarlas a enviar sus ofertas de trabajo al Centro, pero también nombraron responsables en concellos gallegos para que los emigrantes llegaran recomendados [...]. ‘Había también un banquito que prestaba dinero a los socios y [desde el Centro] se abonaron muchas repatriaciones a gente que vivía mal en Buenos Aires y quería volver a Galicia’”, apuntó Rodino.




Gustavo Lafferranderie

glaffer3000@yahoo.com.ar



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