El legendario Hotel El Médano
por Felipe Barreda Laos (extracto de "Punta del Este, historia, vida, destino", 1965).
En los finales de la década de 1930, ya el prestigio de Punta del Este había logrado conquistar sólido arraigo entre los asiduos veraneantes uruguayos y argentinos; sobrevino la gran demanda de muchos que se apresuraban en seleccionar espaciosos terrenos en la península rocosa y en los bosques de Pine Beach, del Golf, Cantegril, y edificaban magníficos "chalets" de ágil diseño, captando libremente al inspiración brotada del ambiente, prescindiendo de los dogmas estilizados, logrando la expresión espacial en armonía con el paisaje natural; alcanzando adecuada coherencia entre la realidad ambiental y la creación artística; la emoción subjetiva en concordancia con el exterior; el alma de la personalidad local y su mensaje arquitectónico interpretativo.
En esos "chalets pintorescos y sencillos, ágiles, fluidos, de cristales transparentes, sin arrogancia de altura ni alardes monumentales, circundados de jardines y parques de césped, asomando su presencia entre bosquecillos de pinos y acacias, respirando aroma de hortensias, bucanvillas y jazmines, bañados por los dorados efluvios de los arreboles; percibiendo el arrullo lejano del mar y los trinos melódicos de innumerables avecillas, encontró Punta del Este su propio e inconfundible diseño de "ciudad jardín", tan opuesto a la forma monumental y maciza de la "ciudad industrial", de presencia abrumadora y ruidos estridentes.
Este encuentro de Punta del Este con su propia forma arquitectónica se acentuó y consolidó con la expansión exuberante de las edificaciones que, desbordando la península rocosa, se precipitó sobre los bosques de la región comprendida entre la península y el arroyo Maldonado, Pine Beach, hasta el jagüel, y los Pinares de Punta Ballena, hacia Portezuelo.
El avance de las edificaciones penetrando en la profundidad de los bosques, expansión que se intensificó en esos años de boyante prosperidad económica disfrutada por el Uruguay con la afluencia de capitales que acudían de Europa buscando refugio, en los años de la segunda conflagración mundial, fue factor decisivo en el hallazgo y la afirmación del estilo arquitectónico propio y genuino de la personalidad de esta "ciudad jardín", que es Punta del Este.
Uno de los primeros pioneros de esta conquista arquitectónica de la personalidad local fue don Laureano Alonsopérez, quien resueltamente acometió la audaz empresa de edificar, en las profundidades del bosque, el "Hotel El Médano". El plan imaginado para transformar las desordenadas arboledas en extensas zonas de urbanización requería titánico esfuerzo, que don Laureano Alonsopérez supo prodigar con plena confianza en el éxito.
La construcción de la primera vía de penetración, avenida de Las Delicias, que realizó asociado a don Manuel Lussich y don Pizzorno Scarone, había sido muy feliz acontecimiento; con igual decisión emprendió la obra de su prolongación, con la avenida del Médano, que debía penetrar al corazón del bosque, donde construiría el Hotel, con sus campos de "sport" y el espacioso local destinado al Club del Médano.
Siguiendo el vuelo de su temperamento artístico español, esencialmente rebelde al patrón de la moda, no fue a buscar diseños forasteros ni a la escuela arquitectónica de Harward ni a la de Weimar, ni a los castillos de acero y bloques prefabricados de los rascacielos de las ciudades industriales; encontró su inspiración en su propia personalidad española, en las ágiles y alegres hosterías, en las blancas alquerías y posadas de Galicia, de Valencia, de Andalucía; asesorado con la dirección técnica del arquitecto argentino Aranda, emprendió, resueltamente, en el año 1938, la edificación del hotel Médano.
Eligió para ello la duna más alta de Punta del Este, aquella en cuya meseta, años antes, se congregara el diminuto grupo de pobladores que habitaban el lugar, presididos por la familia del barón de Badet, para aclamar con grandes pañuelos y chales de colores al aviador Franco que, volando a corta altura en su avión "Jesús del Gran Poder", culminaba, en 1926, su hazaña de haber cruzado el Atlántico Sur de una sola jornada.
Sobre el ápice del médano, nivelado en amplia meseta, dando a la construcción pleno desahogo, sin que la preocupación de economizar el terreno limitara la libertad del diseño, edificó el hotel que tiene apenas dos pisos de altura en la sección destinada a departamentos de huéspedes; corredores con sus arquerías desprovistas de tallados ornamentales, de sencillez y sobriedad franciscanas, protegidos del viento por persianas de transparente cristal, unen la planta del gran "hall" de recepción y departamentos de huéspedes, con el ala ocupada por el comedor, el bar, las cocinas y dependencias del hotel.
Si el blanco es el color de la paz y de la bondad inocente, el hotel Médano, con sus muros exteriores vestidos de blanco, con sus tejas rojas, empinando su natural modestia sobre la prominencia del médano, dominando desde lo alto las densas arboledas de pinos, el oleaje cromático de infinidad de matices de las flores del contorno, y el horizonte lejano del Océano, es un vergel que subyuga por su bondadosa belleza y su beatífica unción de paz. Algo tiene de aspecto monacal de ermita, en la soledad blanca y silenciosa de su retiro entre bosques y jardines, que para el fatigado turista es refugio reparador, y para el espíritu, inmersión contemplativa en la belleza subyugante del paisaje.
Nada hay de artificial ni de postizo; el hotel Médano es una armonía, un acorde melodioso integrado por el edificio, el ambiente, el clima; expresión genuina de la personalidad local; por esta razón es hotel predilecto, y el más afamado de Punta del Este.
Quiso don Laureano convertir el hotel en unidad autosuficiente de concentración de la vida social y deportiva, para atraer hacia la profundidad de los bosques el turismo de Punta del Este, quebrantando la rutina de las edificaciones adyacentes a la ribera en la península rocosa; amplió las instalaciones construyendo un teatro, un espacioso "court" de tenis, transformado ulteriormente en el amplio edificio del Club del Médano, y una pista de cemento de gran capacidad, dedicada al deporte del patinaje en ruedas. El impulso de actividad debido a tan atinadas disposiciones fue sorprendente, vertiginoso, superando las más optimistas previsiones.
Era tan grande su prestigio, tan alta su jerarquía, que con muchos meses de anticipación a la temporada veraniega, las familias se apresuraban a reservar alojamiento; y era tal el celo de don Laureano por preservar renombre y buena fama del hotel, que para pronunciarse sobre estas solicitudes de alojamiento, nunca influyeron las recomendaciones convencionales, sino las informaciones recogidas por su severa indagación, referentes a los antecedentes intachables, sociales y económicos, de quienes aspiraban al honor de ser sus huéspedes.
El hotel Médano alcanzó, rápidamente, a convertirse en el primer centro de actividad y afluencia social de insuperable calidad, de Punta del Este.
Desde las primeras horas de la tarde acudían a sus "courts" de tenis las parejas deportistas a ejercitarse para disputar los laureles de los próximos torneos de la temporada. Era tan grande el éxito de estos torneos de tenis que fue relativamente fácil a don Alberto Pinto asociar a los devotos del deporte para fundar el Club del Médano con edificio especialmente construido, cuyo deporte básico fue el tenis; pero en los grandes pabellones levantados sobre la muy extensa área, fueron instalados el gran "hall", salones y corredores artísticamente decorados; el bar y todas las dependencias para hacer del Club del Médano la primera institución social y deportiva de Punta del Este.
No sólo atraían nutrida concurrencia los torneos de tenis; a la hora del té, a sus amplios salones acudían muy numerosos y selectos devotos del "bridge", afición de primer rango entre los juegos de cartas.
Múltiples parejas de jugadores se distribuían en muchas mesas; el bullicio desaparecía, transformado en severo recogimiento, cuando las amplias salas se impregnaban de ese silencio concentrado y absorto, disipado en espirales humeantes de encendidos cigarrillos, que flotan densamente en el espacio, sobre las preocupadas cabezas de los jugadores, empeñados en un pugilato sin palabras, librado sobre el verde tapete de las mesas de juego, con las armas del ingenio, la malicia y buena suerte, para conquistar el "rubber" y el máximo honor del "gran slam".
En otras salas, alejadas del juego, amigos y amigas, fieles a la británica costumbre, tomaban el té, conversaban y reían musitando las últimas noticias, y también los flamantes rumores picarescos recogidos en la plaza de los "flirts" y en "chimentos" de la avenida Gorlero.