El legendario Hotel El Médano

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El Médanos Tennis Club en San Rafael.


Hotel El Médano.



por Felipe Barreda Laos (extracto de "Punta del Este, historia, vida, destino", 1965).


Punta del Este, ciudad jardín



En los finales de la década de 1930, ya el prestigio de Punta del Este había logrado conquistar sólido arraigo entre los asiduos veraneantes uruguayos y argentinos; sobrevino la gran demanda de muchos que se apresuraban en seleccionar espaciosos terrenos en la península rocosa y en los bosques de Pine Beach, del Golf, Cantegril, y edificaban magníficos "chalets" de ágil diseño, captando libremente al inspiración brotada del ambiente, prescindiendo de los dogmas estilizados, logrando la expresión espacial en armonía con el paisaje natural; alcanzando adecuada coherencia entre la realidad ambiental y la creación artística; la emoción subjetiva en concordancia con el exterior; el alma de la personalidad local y su mensaje arquitectónico interpretativo.

En esos "chalets pintorescos y sencillos, ágiles, fluidos, de cristales transparentes, sin arrogancia de altura ni alardes monumentales, circundados de jardines y parques de césped, asomando su presencia entre bosquecillos de pinos y acacias, respirando aroma de hortensias, bucanvillas y jazmines, bañados por los dorados efluvios de los arreboles; percibiendo el arrullo lejano del mar y los trinos melódicos de innumerables avecillas, encontró Punta del Este su propio e inconfundible diseño de "ciudad jardín", tan opuesto a la forma monumental y maciza de la "ciudad industrial", de presencia abrumadora y ruidos estridentes.

Este encuentro de Punta del Este con su propia forma arquitectónica se acentuó y consolidó con la expansión exuberante de las edificaciones que, desbordando la península rocosa, se precipitó sobre los bosques de la región comprendida entre la península y el arroyo Maldonado, Pine Beach, hasta el jagüel, y los Pinares de Punta Ballena, hacia Portezuelo.

El avance de las edificaciones penetrando en la profundidad de los bosques, expansión que se intensificó en esos años de boyante prosperidad económica disfrutada por el Uruguay con la afluencia de capitales que acudían de Europa buscando refugio, en los años de la segunda conflagración mundial, fue factor decisivo en el hallazgo y la afirmación del estilo arquitectónico propio y genuino de la personalidad de esta "ciudad jardín", que es Punta del Este.



El Médano de don Laureano Alonsopérez



Uno de los primeros pioneros de esta conquista arquitectónica de la personalidad local fue don Laureano Alonsopérez, quien resueltamente acometió la audaz empresa de edificar, en las profundidades del bosque, el "Hotel El Médano". El plan imaginado para transformar las desordenadas arboledas en extensas zonas de urbanización requería titánico esfuerzo, que don Laureano Alonsopérez supo prodigar con plena confianza en el éxito.

La construcción de la primera vía de penetración, avenida de Las Delicias, que realizó asociado a don Manuel Lussich y don Pizzorno Scarone, había sido muy feliz acontecimiento; con igual decisión emprendió la obra de su prolongación, con la avenida del Médano, que debía penetrar al corazón del bosque, donde construiría el Hotel, con sus campos de "sport" y el espacioso local destinado al Club del Médano.

Siguiendo el vuelo de su temperamento artístico español, esencialmente rebelde al patrón de la moda, no fue a buscar diseños forasteros ni a la escuela arquitectónica de Harward ni a la de Weimar, ni a los castillos de acero y bloques prefabricados de los rascacielos de las ciudades industriales; encontró su inspiración en su propia personalidad española, en las ágiles y alegres hosterías, en las blancas alquerías y posadas de Galicia, de Valencia, de Andalucía; asesorado con la dirección técnica del arquitecto argentino Aranda, emprendió, resueltamente, en el año 1938, la edificación del hotel Médano.

Eligió para ello la duna más alta de Punta del Este, aquella en cuya meseta, años antes, se congregara el diminuto grupo de pobladores que habitaban el lugar, presididos por la familia del barón de Badet, para aclamar con grandes pañuelos y chales de colores al aviador Franco que, volando a corta altura en su avión "Jesús del Gran Poder", culminaba, en 1926, su hazaña de haber cruzado el Atlántico Sur de una sola jornada.

Sobre el ápice del médano, nivelado en amplia meseta, dando a la construcción pleno desahogo, sin que la preocupación de economizar el terreno limitara la libertad del diseño, edificó el hotel que tiene apenas dos pisos de altura en la sección destinada a departamentos de huéspedes; corredores con sus arquerías desprovistas de tallados ornamentales, de sencillez y sobriedad franciscanas, protegidos del viento por persianas de transparente cristal, unen la planta del gran "hall" de recepción y departamentos de huéspedes, con el ala ocupada por el comedor, el bar, las cocinas y dependencias del hotel.

Si el blanco es el color de la paz y de la bondad inocente, el hotel Médano, con sus muros exteriores vestidos de blanco, con sus tejas rojas, empinando su natural modestia sobre la prominencia del médano, dominando desde lo alto las densas arboledas de pinos, el oleaje cromático de infinidad de matices de las flores del contorno, y el horizonte lejano del Océano, es un vergel que subyuga por su bondadosa belleza y su beatífica unción de paz. Algo tiene de aspecto monacal de ermita, en la soledad blanca y silenciosa de su retiro entre bosques y jardines, que para el fatigado turista es refugio reparador, y para el espíritu, inmersión contemplativa en la belleza subyugante del paisaje.

Nada hay de artificial ni de postizo; el hotel Médano es una armonía, un acorde melodioso integrado por el edificio, el ambiente, el clima; expresión genuina de la personalidad local; por esta razón es hotel predilecto, y el más afamado de Punta del Este.

Quiso don Laureano convertir el hotel en unidad autosuficiente de concentración de la vida social y deportiva, para atraer hacia la profundidad de los bosques el turismo de Punta del Este, quebrantando la rutina de las edificaciones adyacentes a la ribera en la península rocosa; amplió las instalaciones construyendo un teatro, un espacioso "court" de tenis, transformado ulteriormente en el amplio edificio del Club del Médano, y una pista de cemento de gran capacidad, dedicada al deporte del patinaje en ruedas. El impulso de actividad debido a tan atinadas disposiciones fue sorprendente, vertiginoso, superando las más optimistas previsiones.

Era tan grande su prestigio, tan alta su jerarquía, que con muchos meses de anticipación a la temporada veraniega, las familias se apresuraban a reservar alojamiento; y era tal el celo de don Laureano por preservar renombre y buena fama del hotel, que para pronunciarse sobre estas solicitudes de alojamiento, nunca influyeron las recomendaciones convencionales, sino las informaciones recogidas por su severa indagación, referentes a los antecedentes intachables, sociales y económicos, de quienes aspiraban al honor de ser sus huéspedes.

El hotel Médano alcanzó, rápidamente, a convertirse en el primer centro de actividad y afluencia social de insuperable calidad, de Punta del Este.



Tenis, bridge, equitación, ciclismo



Desde las primeras horas de la tarde acudían a sus "courts" de tenis las parejas deportistas a ejercitarse para disputar los laureles de los próximos torneos de la temporada. Era tan grande el éxito de estos torneos de tenis que fue relativamente fácil a don Alberto Pinto asociar a los devotos del deporte para fundar el Club del Médano con edificio especialmente construido, cuyo deporte básico fue el tenis; pero en los grandes pabellones levantados sobre la muy extensa área, fueron instalados el gran "hall", salones y corredores artísticamente decorados; el bar y todas las dependencias para hacer del Club del Médano la primera institución social y deportiva de Punta del Este.

No sólo atraían nutrida concurrencia los torneos de tenis; a la hora del té, a sus amplios salones acudían muy numerosos y selectos devotos del "bridge", afición de primer rango entre los juegos de cartas.

Múltiples parejas de jugadores se distribuían en muchas mesas; el bullicio desaparecía, transformado en severo recogimiento, cuando las amplias salas se impregnaban de ese silencio concentrado y absorto, disipado en espirales humeantes de encendidos cigarrillos, que flotan densamente en el espacio, sobre las preocupadas cabezas de los jugadores, empeñados en un pugilato sin palabras, librado sobre el verde tapete de las mesas de juego, con las armas del ingenio, la malicia y buena suerte, para conquistar el "rubber" y el máximo honor del "gran slam".

En otras salas, alejadas del juego, amigos y amigas, fieles a la británica costumbre, tomaban el té, conversaban y reían musitando las últimas noticias, y también los flamantes rumores picarescos recogidos en la plaza de los "flirts" y en "chimentos" de la avenida Gorlero.

Los campeonatos de "bridge" del Club alcanzaron fama y alto renombre. Sobresalientes jugadores argentinos y uruguayos acudían en la estación veraniega a disputar el honor de los trofeos; la adjudicación de premios daba lugar a grandes reuniones sociales, a ceremonias alegres de exquisita distinción y buen gusto.

Esta vida social del Club era prolongación de la radiante actividad brotada de ese surtidor de buen humor y calor espiritual que albergaba en el feliz ambiente del Hotel Médano.

Desde las primeras horas de la tarde, la pista de patinaje, de gran capacidad, se daba con dificultad abasto para servir a la infinidad de patinadores sobre ruedas, luciendo su destreza en múltiples y complicadas cadencias, provocando aplausos y admiración de los espectadores. Los principiantes, casi siempre niños alegres y bullangueros, recibían sus lecciones de los mayores, y celebraban entre risas, chillidos y palmas, los resbalones y las rodadas de los primeros ensayos sobre la pista.

Contrastando con estos aprendices infantiles que más que patinar parecía que gateaban con manos y rodillas sobre el suelo, sembrando, con frecuencia, rotundas sentadas que denominaban "zapallos", algunas figuras eminentes del deporte imponían su destreza trazando, en patines, complicados arabescos.

Allí ha quedado grabada en el recuerdo, en la retina de centenares de espectadores, la grácil silueta de Leonora Hughes, con su maravilloso deslizar sobre patines que, en sus artísticos diseños rodados sobre la pista, parecía suspendida sobre el suelo como impulsada por la gracia ondulante de cautivante sílfide, de blonda cabellera y pies alados.

Pero había también víctimas del entusiasmo contagioso, cuando hacía su presa en personas ya maduras, aspirantes a deportistas. Preferían éstos ensayar furtivamente las primeras tentativas del patinaje a horas discretas, eludiendo la concurrencia de espectadores, para que nadie fuese testigo de la triste figura del aprendiz encorvado y casi a gatas, asido de la baranda del cerco de la pista, caminando así en patines, sin osar cruzar la pista ni apartarse del cerco salvador, para no arriesgar una rodada, en picada catastrófica, sobre las posaderas. La hora elegida para tan escabrosa audacia era la del claroscuro del avanzado atardecer. Más de un episodio graciosamente cómico quedó en las crónicas del recuerdo.

Había cerca de la pista, escondido entre los arbustos, un pequeño altoparlante, conectado con la sala distante del bar. Se adivinaba a esa distancia la presencia un tanto borrosa, sobre la pista, de dos amigos que, decididamente, se calzaron los patines, empeñados en aprender a patinar. Rodolfo Sansot y Camilo Aldao, con los patines puestos y asidos del cerco, caminaban haciendo piruetas de equilibrio para no perder el control de las ruedecillas del patín. Después de algunas vueltas prendidos del cerco se aventuraron a soltar la baranda y a quedar sobre la pista libremente, medio agachados para guardar equilibrio. En ese momento, a Héctor Madariaga, dotado de perenne buen humor e inagotable alegría, que observaba la escena desde el bar con un grupo de amigos, se le ocurrió usar el altoparlante y decir a media voz: "los dos están en medio de la pista, tambaleándose sobre los patines y sin tener al lado la baranda de salvación; ya se van a caer"; Rodolfo y Camilo se miraban azorados, volvían la cara de un lado al otro, procurando localizar el origen de esa voz siniestra que, muy queda, llegaba cuchicheando, como arrastrándose sobre el césped cual duende invisible; otras veces, parecía venir de la rama del árbol vecino, transfigurada en embrujado fantasma profiriendo siniestros presagios. El maleficio surtió su esperado efecto; porque a poco, los dos maduros principiantes comenzaron a vacilar sobre los patines, bamboleándose un poco para adelante, otro poco para atrás; la voz volvía de nuevo a cuchichear: "la sentada se acerca... ¡el zapallo!... cuidado... ¡el zapallo! Rodolfo Sansot y Camilo Aldano como dos náufragos perdidos, sin tabla de salvación al alcance de la mano, en la soledad del desamparo, buscando apoyo recíproco ante la inminencia de la caída, intentaron asirse de los brazos; pero perdido totalmente el equilibrio, los patines de rueda se fueron de largo como rucio desbocado pegando corcovos, y los dos patinadores cayeron estrepitosamente, sembrando sobre la pista el más resonante y abollante zapallo de los que guardan memoria los anales del patinaje del Hotel Médano. Todo pasó sin mayor trascendencia, después de algunas horas de pacífico resentimiento, causado por la risa irreprimible del grupo de amigos que desde el bar había presenciado tan cómico episodio.

La animación, la bulliciosa alegría de la afluencia de patinadores y espectadores a la hora del té, siendo al atardecer la principal distracción de la clientela del hotel Médano, no era por cierto la única. Se convertía rápidamente el hotel, en centro de primera gravitación en las actividades sociales y deportivas de Punta del Este.

La equitación era, en esos años, deporte de moda en gran auge. La avenida del Médano convirtióse en pasaje obligado para el paseo al bosque del jagüel, por cuyas largas alamedas de eucaliptus, sauces, pinos gigantescos, corrían desordenadamente, al trote y al galope, animosos grupos de jinetes; miniatura del "Bois de Boulogne" transportada a Maldonado. Desde las terrazas del hotel Médano asistíase diariamente a esta interesante revista de equitación del más variado aspecto; porque había jinetes y cabalgaduras de muy diversa, desigual jerarquía y condición. Dos magníficos tostados alazanes de raza inglesa, cabalgados por dos jinetes de insuperable jerarquía, Eduardo Rodríguez Larreta y Julia Shaw, como evocación de los apuestos jinetes del "Hyde Park" de Londres, pasaban y se alejaban al trote suscitando entusiastas elogios. Otros jinetes cabalgados airosamente en equinos de fina sangre, cautivaban la atención por su donaire y alta escuela de equitación. Micha Villegas en su brioso corcel, admiraba por su destreza y su garbo, en el valiente dominio del zaino arisco y prevenido que más de una vez puso en aprietos a quien se aventuró a picarle las espuelas. Lionel Aguirre, verdadero "gentleman rider", maestro en someter, al experto manejo de sus riendas, las cabriolas del caballo rebelde. Juan José Arteaga, Giselle Shaw, Florencio Palacios Costa con su imponente caballo blanco, insuperable en el andar levantado al trote largo; todos ellos formaban el grupo selecto de equitación de muy alta jerarquía y de vanguardia, en esos años inolvidables del auge del Hotel Médano.

Pero en desigual cotejo con este grupo de jinetes, había otros de modesta talla deportiva, humildemente cabalgados, que tomaban la equitación a lo burlesco, haciendo las delicias de quienes presenciaban sus cómicos episodios.

En aquellos años, prosperaba el negocio de caballerizos comerciantes que alquilaban, por horas, caballos de paseo. En la plazoleta de Pine Beach, junto a un antiguo campo de tenis semi abandonado, se concentraban grupos de jamelgos o matungos de alquiler. Lastimoso aprisco de flacos y desgarbados rocinantes abrumados de hambre y de años de trabajo; ensillados a la rústica; con aparejos gastados y defectuosos que, al rozar las mataduras, hacían cimbrar de dolor a los pobres animales. Nada de ello impresionaba al grupo juvenil decidido a aprovechar la tarde en un paseo ecuestre por las alamedas del Médano y los bosques del jagüel. Jóvenes y niños se encaramaban como podían sobre las monturas a las cuales se aseguraban apoyándose en los estribos, cuando los había, o empuñando un mechón de crines. Penosamente se ponía en marcha esta caballería en derrota en que los matungos graduaban el paso y su puesto en esta triste parada, según el peso liviano o sobrecargado del jinete que llevaban a cuestas; siempre quedaban a la zaga los más robustos o gordos del grupo que, casi siempre, eran Ricardo Pirovano y Héctor Madariaga; a veces abrumados por los kilos, los infelices jamelgos se hincaban o sentaban sobre le camino, negándose a proseguir. Pero una tarde, a uno de los jóvenes, aguzando la inventiva para hacer trotar a su escuálido cuadrúpedo, se le ocurrió tomar en las manos una rama de cuya extremidad pendía un manojo de hojas verdes; de manera que, estirando el brazo, el manojo quedaba siempre adelante, a corta distancia de los ojos del caballo, el cual apuraba el paso y estiraba el pescuezo en su afán de alcanzar y engullirse el manojo de hojas verdes. El caballo comenzó a trotar y hasta llegó a galopar azuzado por esta tortura de Tántalo. En vista del éxito de tan eficaz iniciativa, todos los compañeros imitaron el ejemplo; de manera que, desde las terrazas del hotel, presenciamos uno de los más estrambóticos desfiles ecuestres; era un diminuto bosque de hojas verdes que cabalgando sobre un tropel de matungos, trotaba sobre el camino levantando polvareda en un torbellino de voces, risas, gritos y relinchos; dos asnos apacibles que pastaban cerca del hotel, sorprendidos y tentados de risa por tan cómica sorpresa, estallaron en estridentes rebuznos, asociándose al coro sinfónico de esta triste y desarrapada caballería que desapareció de Punta del Este dejando el recuerdo de sus cómicas travesuras.

Otro deporte favorito cuyo auge en Punta del Este duró ocho años, desde 1940 a 1948, fue el ciclismo. Se establecieron varias agencias que vendían y alquilaban bicicletas, siendo la más importante de todas la instalada en la Avenida Gorlero. Las había de todas las marcas y todos los tamaños; hombres y mujeres, jóvenes y viejos, se dedicaban al ciclismo; en cuanto a los niños, parecía que nacían sabiendo ya montar en bicicleta. Semejaba Punta del Este una sucursal de Copenhague por la popularidad alcanzada por el ciclismo.

Fue consecuencia de la segunda guerra mundial esta modalidad original, verdadero impacto de la escasez de carburante sobre los medios y recursos de transporte. Careciendo Uruguay de producción petrolera para su propio abastecimiento, la escasez derivada de la guerra mundial motivó racionamiento severísimo en el consumo de gasolina; para movilidad y comunicación internas de Punta del Este, la bicicleta se impuso como indispensable sustituto del automóvil.

Se alquilaban por semanas o por temporada; y no había familia que para su uso y para la servidumbre no tuviese un par de estos artefactos, aparte de los de menor tamaño, destinados a solaz de los niños.

Grupos de ciclistas recorrían la avenida Gorlero, deteniéndose en las tiendas para realizar sus compras o curiosear las novedades expuestas en las vitrinas y los mostradores. el ronco sonido de los "claxon" desaparecía con la ausencia de automóviles, reemplazado por el agudo y afinado tintín de los timbres que despertaban al transeúnte semidormido, como si los relojes de alarma, con la cuerda rota, se hubiesen conjurado para agredir los tímpanos confiados y desprevenidos.

Avenidas y caminos se poblaban de ciclistas que organizaban excursiones, o improvisaban concursos de velocidad y destreza en carreras cuya meta de llegada era casi siempre el Hotel Médano o el parque del jagüel. Frecuentemente, se entablaba tenaz competencia entre las bicicletas unipersonales de carrera y los "tandem" tripulados por dos y cuatro ciclistas. Se entrenaban equipos especiales para conducir el "tandem" de cuatro, equipo que llegó a adquirir invencible destreza, y casi siempre ganaba los concursos; manejaba la dirección Alejandro Gowland, y formaban el equipo Guillermo Udaondo, Lila Barreda, Jorge Urquiza Anchorena. En estos concursos ajenos a todo reglamento y en que cada competidor procuraba asegurar ventajas, menudeaban divertidas peripecias, colisiones y caídas; y también, intencionados encontrones para cruzar el triunfo del rival; siendo el más vulnerable a la caída el tandem de cuatro que, perdido el difícil equilibrio, se acostaba bruscamente sobre el suelo arrastrando en su espectacular caída a los cuatro tripulantes con la misma pesadez con que una cabalgadura cae con jinete y todo, dejándolo aprisionado y maltrecho, sobre el suelo.

El ciclismo, además del su carácter deportivo, cumplió en aquellos años insustituible misión social. Sin él, era imposible realizar visitas, concurrir al bar a la hora del "cocktail", asistir de noche a las recepciones y a las comidas danzantes de los "chalets" y los hoteles.

Original visión la de las arboledas en esas noches de fiesta, en que a lo largo de las avenidas rutilaban las linternillas de luces de un enjambre de ciclistas, luciérnagas del bosque que se acercaban atraídas por la cadencia de las rumbas y el clamor de los tangos de los acordeones que animaban los bailes del hotel Médano.

Este ciclismo que de tarde y de noche cumplió tan alta misión social, en las mañanas se vestía con las ropas humildes de las amas de casa y con los delantales de las cocineras, que se apoderaban de las bicicletas para llevar sus canastas al mercado y volver pedaleando, con las alforjas llenas de hortalizas, frutas y otros comestibles; las gallinas y los pollos vivos colgando de los cestos, protestaban, cacareando, de este viaje al patíbulo en bicicleta, de esta carrera cuya meta final era la olla en que hervía la cazuela.



La vida social alrededor del Hotel Médano marca tendencia



Las necesidades crecientes del transporte agudizadas por la escasez de carburante hicieron, también revivir de su abandono y su letargo, viejos y enmohecidos artefactos rodantes que aparecían en las calles como fantasmas del pasado ya olvidado; parecía como si una resurrección de juicio final llamara a nueva vida a los carricoches deshechos y arrumados en los rincones donde se apilan, en las viejas estancias, todos los trastos y vejestorios inservibles. Deteriorados por los años, comidos por la polilla y el moho reaparecían, apenas remozados, "sulkys" centenarios y desvencijados faetones tirados por jamelgos jubilados que, para ganar su pensión de forraje, rendían, entre exhaustos resoplidos, tropezones y latigazos, el cruel tributo de sus últimos servicios; carretones amenazados de desintegrarse a la primera sacudida de un bache, que hacía un siglo causaban admiración codiciosa de los viejos vizcachas del gauchaje del matrero Luciano Santos, en la vida recia de la antigua civilización rural, revivida en los poemas gauchescos de Antonio Lussich. Todo este conjunto de visiones tan contrapuestas y, cronológicamente tan distantes entre sí, daban a Punta del Este intenso colorido exótico de originalísima y atrayente novedad; miscelánea de museo ambulante que, al pasar por las calles, delante de nosotros, poblaba el ambiente de evocaciones históricas de épocas y episodios legendarios que forjaron la personalidad formidable del Uruguay.

La preponderante importancia adquirida por el Hotel Médano en la vida social de Punta del Este lo investía, de hecho, de indiscutida autoridad para marcar directivas en los usos, modas y horarios; y fue este privilegio, ganado no por medios artificiales sino por gravitación natural del prestigio y renombre del Hotel Médano, factor de influencia decisiva en la vida y el porvenir del balneario.

En esos años de gran auge, en que la vida social adquirió decisivo impulso, hubo el peligro de que Punta del Este asumiera el carácter de ciudad importante, ensimismada, etiquetera, de maneras estiradas y convencionalismos ceremoniosos. Era un momento crucial, con peligro de implantar el artificialismo insufrible de las aldeas que aspiran a convertirse en ciudades de importancia, y comienzan por imitar las exterioridades fáciles y rituales de la vida de las grandes capitales. Felizmente, el redescubrimiento de Punta del Este y la febril reanimación sobrevenida con el auge que adquirió durante la segunda guerra mundial, coincidieron con el entusiasmo renovador y la pasión por la naturalidad, la sencillez, la aversión a la frívola imitación y a la tiranía de los convencionalismos, que arraigaron en lo profundo del espíritu de los veraneantes. Fue de las reuniones deportivas y sociales, de las recepciones y comidas danzantes del Hotel Médano, de donde surgió algo así como este modesto, sencillo, revolucionario grito de Ipiranga a la sordina, sin estridencia ni proclama, por la libertad y naturalidad en la vida social, en el vestir; en el horario; en el quehacer de la vida en la playa; en los campos de "sport"; en los veleros y yates excursionando sobre el mar; en los bucólicos "picnics" de los bosques.



El estilo Punta del Este



Ávido designio de no consentir que Punta del Este perdiera la admirable sencillez, libertad y naturalidad de su vida, se apoderó, con unánime fanatismo de la selectísima clientela del hotel; todos convertidos a este verdadero apostolado de liberación de las preocupaciones, de las regimentaciones, de la sofocante rutina de las ciudades industriales. En Punta del Este habría de vivirse como correspondía a la misión de paz espiritual y descanso de la "Ciudad Jardín".

Se hablaba y discutía de estos temas de vital interés para el porvenir, en esas espontáneas e informales reuniones sociales del hotel, concurridas por veraneantes de todas las edades, unidos por el común denominador de la distinción espiritual, de la amplia comprensión, de la lucidez intelectual. De allí surgieron nuevas modas, el nuevo estilo de vestir de las jóvenes que adoptaron los "shorts", los "pullover", los "sweter", las blusas de colores, en sustitución y reemplazo de los visos, las faldas y polleras de los centros urbanos. y los hombres crearon, también, para ellos, una original manera de vestir: el estilo de Punta del Este. Al llegar de las ciudades para disfrutar de las vacaciones, los trajes urbanos se ponían en receso; sacos, chalecos, pantalones, medias, zapatos pesados, todo el atuendo urbano se reemplazaba por las camisas y "shorts" de "sport", payacates, livianos sombreros de Panamá o de género blanco. En las recepciones nocturnas, "cocktails" y comidas, pantalones de verano, oscuros o claros, "sweters" de colores, camisas de "sport", vistosos pañuelos de seda anudados al cuello; por zapatos, mocasines o sandalias de cuero, sin medias.

En las noches frescas, se permitía el uso del saco blanco y sacos oscuros de "sport". Este traje masculino peculiar de Punta del Este, en gran parte debido a la iniciativa, exquisita distinción y afinado buen gusto de ese espíritu renacentista que fue Napoleón Paz, ha quedado, desde entonces, como traje y estilo de la "Ciudad Jardín". desde entonces quedó proscripto en el balneario el traje de las ciudades, la corbata, el "smoking", los puños y cuellos almidonados, las pecheras blancas, las medias, los zapatos de cuero negro. Esta manera sencilla y cómoda de vestir ha arraigado tan profundamente, que nadie incurriría en la irreverencia o el agravio de alterarla; al extremo de que presentarse de noche en una recepción o una comida con "smoking" negro, corbata y zapatos negros, sería incurrir en censurable desaliño. Tan celosos fueron desde el comienzo los veraneantes del Hotel Médano en exigir lealtad a esta vestimenta, que en una oportunidad, habiéndose presentado a una comida danzante un huésped vestido de "smoking" y corbata negros, una de las más distinguidas jóvenes invitadas que asistía en riguroso atuendo de "sport" adoptado en Punta del Este, con ceremoniosa travesura se acercó al joven del smoking negro, le quitó la corbata, y con risueña solemnidad la hizo trizas con una tijera; el joven presentó cortésmente sus excusas por no haber conocido a tiempo la estrictez con que se cumple y practica el estilo deportista peculiar de Punta del Este. Desde aquel episodio no reapareció el smoking ni la corbata negros, ni en el hotel Médano ni en ningún otro hotel, ni restaurante ni "boite" de Punta del Este. Para la "ciudad jardín", todo lo que es imponente solemnidad es una profanación y un sacrilegio.

El éxito conquistado por el Hotel Médano sirvió de estímulo y ejemplo para los hoteles edificados con posterioridad. Se había abierto el camino a la escuela arquitectónica propia, expresiva de la personalidad local, prescindiendo de la imitación de modelos monumentales importados, creando diseños interpretativos del ambiente espacial, de la vida y el paisaje geórgicos.



Felipe Barreda Laos, 1965


Catedrático fundador de la cátedra de Historia de América de la Universidad Mayor de San Marcos de Lima. Miembro de número de la Academia Nacional de Historia del Perú; de la Academia Peruana Correspondiente de la Real Academia Española de la Lengua, de Madrid; miembro correspondiente de la Academia Nacional de Historia de Buenos Aires; de la Real Academia de Historia de Madrid; del Instituto Histórico de Montevideo; del Instituto de Derecho Internacional de Buenos Aires; Miembro de honor de la Universidad Nacional de Buenos Aires.










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