Asalto británico a San Fernando de Maldonado
2024, a 218 años del asalto británico a la ciudad de San Fernando de Maldonado
por Mario Scasso Burghi
'Bismark decía: “Nunca se miente tanto como antes de las elecciones, en la campaña electoral, durante la guerra y luego de la caza” (a lo que agregaría, luego de la pesca, de una noche de casino o de una noche de amor).
Hace más de dos siglos, el 29 de octubre de 1806, se destruía el proyecto geopolítico del Imperio Español Americano, del Reino de las Indias, de desarrollar la ciudad de San Fernando de Maldonado como centro administrativo de la región Este de la Banda Oriental, de la Intendencia de Buenos Aires, del Virreinato del Río de la Plata. Este Virreinato erigido en 1776, sólo 30 años antes, había proyectado a esta población, establecida en la bahía de Maldonado hacía 51 años y erigida en ciudad 22 años antes, como el puerto de ingreso al Río de la Plata y su cuenca y como base militar y naval de la frontera con el Virreinato Portugués del Brasil.
Existía un estado de guerra entre el Reino de España y de las Indias y el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda desde el 14 de diciembre de 1804. Éste fue ocasionado por el ataque de unidades de la flota británica frente al Cabo de Santa María, en Portugal, en tiempo de paz, a la flota del Río de la Plata, el 5 de octubre previo, con el hundimiento de la fragata “Nuestra Señora de las Mercedes” y la captura de las tres unidades restantes.
El 21 de octubre de 1805, acontece la Batalla del cabo Trafalgar, frente a Cádiz, donde es destruida y capturada la escuadra Franco-Española.
El 11 de noviembre de 1805, arriba al puerto de San Salvador de Bahía una flota británica a mando del Comodoro Sir Home Popham, enviada por su gobierno, presidido por William Pitt, con el objetivo de conquistar el puerto del Cabo, en África del Sur, propiedad de Holanda, aliada al Imperio Francés. Era un punto naval estratégico vital de comunicación de Europa con Asia Oriental. Arriban a El Cabo en enero de 1806, la campaña de conquista de la aislada colonia holandesa transcurrió rápidamente, entre el desembarco de las fuerzas británicas el 6 y la rendición holandesa el 18.
Popham, enterado de la Batalla de Trafalgar y conocedor de la ausencia de una flota en el Apostadero Naval de Montevideo y de la imposibilidad de ser reforzada por la Metrópoli, decide atacar al Virreinato del Río de la Plata, durante el invierno austral de 1806. Operación llevada a cabo sin la autorización del Almirantazgo Británico, pero aparentemente con el beneplácito previo del Primer Ministro William Pitt. La apoyarían con tropas de desembarco al mando del Gral. William Beresford, proporcionadas por el Gral. David Baird, Gobernador de El Cabo y por el Gobernador de Santa Elena, Patton. Moriría Pitt en el transcurso de las operaciones en El Cabo, en enero de 1806, dejando descubierto a Popham en su emprendimiento operacional. El Virrey Rafael de Sobre-Monte, enterado de la presencia de la Flota Británica en Brasil, en diciembre de 1805, previendo un ataque británico, dispone una Junta de Guerra con los oficiales del ejército y la marina destacados en su jurisdicción. Contaba con unos 2000 hombres de tropas de línea para la defensa del territorio del virreinato. El Apostadero Naval de Montevideo, constaba de cuatro corbetas y 2 goletas. La única fragata existente se había hundido en el Banco Inglés. El plan de defensa preveía la defensa primordial de la Plaza de Montevideo, fortificada y amurallada, con el mejor puerto del Río de la Plata, concentrando allí los efectivos. En caso de ataque retirar los recursos de avituallamiento en los puntos de desembarco enemigo y retirarse hacia el interior del territorio, donde se encontraba la mayor parte de la población y de los recursos mineros y económicos: Córdoba, Asunción, Salta y el Alto Perú.
Popham comanda una flota de tres navíos de línea de dos puentes, dos fragatas y una goleta y cinco transportes. El ataque británico, se produce en Buenos Aires y Beresford, al mando de unos 1640 hombres, enfrentado a unos 1000 hombres reunidos por Sobre-Monte, se posesionan de la capital virreinal en tres días de operaciones (25-28 de junio de 1806).
El contraataque hispano, llamado la Reconquista, fue llevado a cabo por fuerzas montevideanas, organizadas por el Gobernador de Montevideo Brig. Pascual Ruiz Huidobro, dirigidas por el Cap. de Navío Santiago Liniers, contraviniendo las disposiciones previas de no desguarnecer la Plaza–Fuerte-Puerto y sin autorización del virrey. Mientras el Virrey Sobre-Monte reunía tropas en Córdoba, locales y provenientes de Asunción del Paraguay, de acuerdo al plan inicial. Liniers comandó unos 2000 hombres entre regimientos de tropa y de la marina, a los que se agregaron unos 400 combatientes de fuerzas reagrupadas de Buenos Aires. Las operaciones de combate sobre la capital del Virreinato se llevaron a cabo entre el 10 y 12 de agosto de 1806. La Reconquista de Buenos Aires y la rendición de Beresford, privaron a Popham, con su escuadra intacta, de tropas de combate en tierra. La mayor parte de las fuerzas de combate enviadas a la capital virreinal (no de milicias), no retornaron a Montevideo, desguarneciendo la principal base hispana del Río de la Plata, ignorando las disposiciones de defensa previstas y las directivas de la metrópoli que preveía a la sede del Apostadero Naval, como primordial punto a defender.
Popham permanece en el Río de la Plata bloqueando sus puertos, sin posibilidad naval hispana de desalojarlos. Solicita auxilios a Baird en El Cabo, arribando los refuerzos en buques de transporte, escoltados por tres navíos de guerra, totalizando unos 2180 hombres de combate (mayor contingente que el inicial), el 12 de octubre de 1806. Llegaron al mando del Tte. Cnel. Backhouse.
El Puerto y la Ciudad de San Fernando de Maldonado, siguiendo las disposiciones de la Junta de Guerra, desde 1805, se le había retirado la mayor parte de la guarnición militar: la de la Isla de Gorriti, varias compañías de blandengues, restando sólo una, comandada por el Cap. Miguel Borrás y el tren volante de artillería. En una misiva del Cabildo de la ciudad y con la representación de los vecinos, dirigida al Gobernador de Montevideo, reclamando por la indefensión de la población y su puerto, con fecha 27 de julio de 1806, se le solicita perentoriamente, se reponga la guarnición de la isla y del tren volante (móvil) de artillería y refuerzos .Lograda la Reconquista de Buenos Aires, es atendida la reposición del personal de las baterías de la isla y del tren de piezas de artillería, pero no de los refuerzos. Luego de un breve bombardeo a Montevideo el 28 de octubre, varias unidades de la flota británica, un navío de guerra y dos fragatas y los transportes con las tropas traídas de El Cabo, arriban a la Bahía de Maldonado, avistadas por el vigía de la torre, a las 10 de la mañana, del 29 de octubre. A las 5 de la tarde comenzaron a desembarcar las tropas de los transportes en chalupas, protegidos por dos fragatas “acoderadas”, fondeadas cerca de la costa del Arroyo del Molino. Ese lugar le había sido señalado por unos portugueses que habían llegado de Montevideo el día previo y uno de ellos montado en un caballo blanco y vestido de blanco, fácilmente identificado desde los buques con catalejo, se apostó en la playa próxima al curso de agua. Estas operaciones fueron presenciadas por la población de la ciudad y por el Comandante Militar Tte. Cnel. Juan José Moreno, desde la altura del emplazamiento de la torre. Este siguiendo las disposiciones de la Junta de Guerra, hizo retirar el pabellón hispano de la Torre del Vigía (el blanco con la Cruz Aspada de Borgoña en rojo) y se retiró de la población con el Ministro de la Real Hacienda Rafael Pérez del Puerto y las “cajas del Rey” y probablemente el Cirujano del Hospital del Rey, José Díaz. No contaba con las fuerzas suficientes, ni en calidad, ni en cantidad, frente a las desplegadas por el enemigo. Lo extraño es que no le comunicó las disposiciones que seguiría a las autoridades municipales (cabildo), ni al Capitán de la Compañía de Blandengues, Miguel Borrás, ni al Comandante del tren de artillería, Subteniente Francisco Martínez. O no fue obedecido en involucrarse en una defensa imposible. El Comandante de la Artillería de la plaza, Tte. Juan Carbajo, que estaba con 60 hombres en la Batería de La Aguada, con cuatro cañones de 24 (disparaban balas de hierro de 24 libras: unos 11kg.), a unos mil metros del lugar de desembarco (alcance máximo efectivo de las piezas), se negó a disparar contra los invasores. Estaba enfrentado a las dos fragatas acoderadas (atracadas de costado), es decir que cada navío, cada uno con 32 cañones, le estaban apuntando con unas 30 piezas (15 por banda). El Tte. Cnel. Moreno dispuso, antes de alejarse hasta el puesto previsto de observación de la situación, en la Estancia del Rey de Pan de Azúcar, como estaba acordado, que “los hacendados que tuvieran ganados en la costa del mar, tratasen sin pérdida de tiempo en arrearlos tierra adentro”.
La alarma en los vecinos cundió al observar que la operación de desembarco proseguía, acumulándose en la playa soldados armados con fusiles. Lo que sucedió puede explicarse desde dos puntos de vista: uno es el sentimiento contra el enemigo secular, de la Patria y de la Religión Católica, la divisa “Dios, la Patria y el Rey”, despertaba seguramente una particular emoción en los fernandinos, la mayoría retirados del ejército; el otro es la sensación de indefensión por parte de las autoridades establecidas y la disposición del vecindario a defender sus hogares y bienes de los invasores. Los vecinos le “rogaron al Sr. Don Ventura Gutiérrez Alcalde Ordinario de esta ciudad diligenciase (hacer las gestiones necesarias para lograr una solicitud), que se tocase inmediatamente generala (toque de tambor o clarín para que las fuerzas de una guarnición se pongan sobre las armas). Se reunieron 230 hombres, entre tropas de Blandengues de la guarnición, (alrededor de 40 hombres) y el Tren de Artillería volante (4 piezas y 40 hombres) y unos 150 vecinos. En una población que contaría con no mucho más de 1500 habitantes, si se excluyen las mujeres, los ancianos incapacitados y los niños y sin considerar los que se encontraban en los establecimientos rurales, tenemos que casi la mitad de los vecinos acudieron a “ocupar cada uno de nosotros el puesto que de antemano se nos había señalado”, “al mando del Capitán de Blandengues Don Miguel Borrás”. Existió sin duda falta de información de las autoridades militares con respecto a las civiles del municipio, sobre las instrucciones de cómo proceder en el caso de desembarco de los invasores (muy propio del S. XVIII, del “Despotismo Ilustrado”: “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”). En ausencia de la autoridad militar, se produjo una respuesta social a la agresión, de allí el protagonismo que asumiera el alcalde y el vecindario en la defensa, que arrastraron a los blandengues y a los artilleros, muchos de ellos con lazos familiares en la población. Los sentimientos de los fernandinos, fueron muy similares a los de los “porteños”, que se sintieron “abandonados” por las autoridades militares, que seguían los preceptos de un plan preestablecido, desconocido por ellos.
Los británicos, comandados por el Tte. Cnel. Vassal que habían completado el desembarco de la fuerza designada para operar: 400 hombres del Reg. 38 y una compañía de infantería de marina (unos 100 integrantes), “a las 5 de la tarde, vinieron para el pueblo atravesando los médanos”, en marcha diagonal en tres columnas, hacia la población destacada por la Torre del Vigía. Los invasores no esperaban resistencia, ya que habían visto el retiro de la bandera de la torre y la Batería de la Aguada con 4 cañones, no les había disparado. Al subir al “médano más alto, a distancia de tiro de fusil” de la población, fueron tiroteados por la defensa organizada en el arrabal de la ciudad en unos médanos cubiertos de matorrales de “espinas de la cruz”. Allí se habían emboscado las fuerzas milicianas y los blandengues (en los puntos más altos del actual Barrio Iporá). Las piezas de artillería del tren, se habían colocado en las bocacalles de las calles que llevaban a la plaza y en el entorno de la torre, donde el terreno era más firme (actuales calles Florida, 25 de Mayo y Rafael Pérez del Puerto), desde donde dispararon a las columnas invasoras. Esta emboscada de resistencia fue asumida por los británicos como una acción traicionera, que les ocasionó unos 40 muertos. Los oficiales organizaron una línea de tiradores escalonados que abrieron fuego en dirección a los macizos de espinas de cruz, de donde provenían los disparos y luego cargaron con las bayonetas caladas en los fusiles, aplastando la resistencia de los milicianos y blandengues. Estos se dispersaron en la población, continuando la resistencia desde las azoteas y desde los andamios a cubierto de los muros del edificio de la iglesia en construcción. Los británicos entraron en la ciudad en tres columnas, una por la actual Calle Florida, la central por la Calle “Real”, actual 25 de Mayo y la tercera, hacia la Torre del Vigía. De los defensores: vecinos integrados en milicias, blandengues y artilleros hubo 10 muertos. Según tradiciones familiares, el voluntario Juan de la Fuente murió en los muros de la iglesia y el Alférez de voluntarios Vicente Cortés murió en la azotea del Ministerio de la Real Hacienda (en el lugar del actual edificio de la Jefatura de Policía). La mayor parte de los pobladores huyeron en desbanda, a pie, a caballo, o en carros, durante la noche hacia San Carlos. Las tropas se retiraron de la ciudad, llevándose dos cañones, los otros dos quedaron en poder de los británicos. La población fue entregada al saqueo por los oficiales invasores, permitiendo que sus soldados atropellaran, vejaran, robaran y violaran al vecindario indefenso, produciéndose incendios, que no fueron controlados, por la soldadesca ebria que con antorchas durante la noche, buscaban objetos de valor, bebidas alcohólicas y dinero para apropiárselos, como castigo de un acto de defensa que no se atuvo a las “leyes de la guerra”. Hay que advertir que las tropas desembarcadas, habían subido a los navíos en África del Sur, varias semanas antes. Un episodio generalmente poco recordado, fue la situación de la guarnición de la Isla de Gorriti. El comando militar de Montevideo, había estimado con acierto, que la defensa de la isla, que si bien contaba con pozo de agua potable, debía ser abastecida desde la población, no era posible defenderla frente a una flota de 6 y luego 9 buques de guerra y numerosos contingentes de tropas de desembarco. Sin posibilidad de auxilio con embarcaciones artilladas que pudieran oponérseles, se desalojó la guarnición desmontándose las piezas de artillería. Pero frente a los insistentes reclamos de la población de Maldonado y una vez producida la reconquista de la capital virreinal, se repuso la guarnición. Se instaló un contingente de 100 hombres, al mando del Capitán de Infantería Agustín de Leyes, el Tte. Rudecindo de Silva y el Alférez de Buenos Aires Zelada, que volvieron a reinstalar las piezas para operarlas. El día 30 de octubre, una vez que la ciudad de Maldonado fue tomada por asalto, los británicos ocuparon lo que llamaban “las baterías pesadas”, de la costa de la bahía y de Punta del Este. Ese mismo día Popham a bordo del navío de SMB (Su Majestad Británica) Diadema, mediante un oficial parlamentario, que envía en una chalupa, intima por nota, la rendición de la guarnición. Describe su aislamiento y la inutilidad de su defensa, para evitar pérdidas de vidas innecesarias. Agustín de Leyes, replica por nota, entregada al parlamentario: “… no teniendo motivos para entregarme a discreción… sería poco honor para las armas españolas, por lo que remito a V. S. (Vuestra Señoría), las capitulaciones, para si tiene a bien aprobarlas.” Las capitulaciones que solicitaba, incluían el traslado de la guarnición a Montevideo, con armas y equipajes, lo cual no fue aceptado. Se produjo un intercambio de disparos, entre la batería del Norte (próxima al actual Puerto Jardín, por entonces el principal de la isla y utilizado para las operaciones de la Real Compañía Marítima) y los navíos británicos, surtos en la bahía, al Noroeste de la isla. El 31 de octubre, Leyes izó la bandera de parlamento, luego de una resistencia cuyo lapso no fue establecido, “por el honor de las armas españolas” (no capitular sin disparar un tiro). Francisco Bauzá relata que el bombardeo duró un día. De cualquier forma su duración irritó de tal forma a los británicos, que la guarnición fue hecha prisionera sin consideración alguna, siendo trasladados a la Isla de Lobos como castigo, siendo sólo aprovisionados “con un puñado de fariña”, para cada uno. Estos prisioneros sin custodia, fueron aprovisionados por José Braña “un faenero de lobos”, que estaba operando en las Islas de Castillos cuando se produjo el asalto británico al Puerto de Maldonado. Este con su embarcación, lo suficientemente grande para el transporte de faeneros y los cueros y barricas con grasa de lobos, proveyó con pan y carne a su costo, por orden de las autoridades (sitiadoras) y transportó a 37 de ellos a tierra firme. Esto da cuenta de la vigilancia ejercida desde los puestos costeros hispanos de los movimientos de los invasores. Cuando estos advirtieron la disminución del número de prisioneros, trasladaron a los restantes al navío SMB Lancaster, para que trabajaran en las “bombas de achique”, para evacuar el agua que se le acumulaba en la sentina “haciéndoles ganar duramente la ración de fariña que se les suministraba”. El SMB Lancaster, era un barco viejo de segunda línea, enviado a un escenario secundario de guerra. En 1808, Braña solicitaba a las autoridades concesiones para cazar lobos en la isla, “por servicios prestados al Rey”, durante la ocupación inglesa. De la defensa de la Isla de Gorriti provienen dos “leyendas fernandinas”. Una es de la huida de la Isla de Lobos de los 37 fugados “en pelotas de cuero de lobos”, técnicamente imposible dada la distancia, el oleaje y las corrientes marinas y la imposibilidad material de unir los cueros necesarios e impermeabilizarlos, para que pudieran flotar, llenos de aire. La segunda es que existen dos piezas de artillería de 24 libras, hundidas en la derrumbada explanada de la batería próxima a Puerto Jardín, que están fraccionadas en múltiples trozos en forma transversal. Esto fue interpretado por un historiador local, sobre que estas roturas de los cañones de hierro fundido, se debió al recalentamiento de las piezas, por una reiterada y prolongada utilización, disparando balas sobre los navíos británicos. En realidad si esto hubiera sucedido, demostrando una defensa a ultranza e incapacidad de los artilleros, las piezas se hubieran fraccionado cerca del fogón (donde se encendía la pólvora), en forma longitudinal, no transversal. Esto se debió más bien al recalentamiento de las piezas, quemando las cureñas y agregándole combustibles, maderas, hojas de palmeras y luego vertiéndole sobre ellas agua fría, con lo que se lograba fraccionarlas. Un método para inutilizar piezas mayores, difíciles de transportar en caso de evacuar la posición, como lo hicieron en distintos momentos, los británicos, los patriotas y los brasileños. Las versiones de las bajas difieren mucho (“Nunca se miente tanto que durante la guerra”). Los muertos locales, un total de 10, fueron los enterrados por el Cura Párroco, Pbro. Dr. Manuel Alberti, en el cementerio junto a la iglesia en construcción y asentados en los libros parroquiales. Las bajas británicas difieren mucho según quien las registra: Los partes británicos refieren como bajas propias: 2 muertos y 2 heridos y las bajas ocasionadas unas 50 (muertos y heridos capturados y prisioneros). La declaración del Párroco de San Fernando de Maldonado, el Pbro. Dr. Manuel Alberti, ante las autoridades españolas de Montevideo, el 7 de diciembre, luego de su expulsión de su parroquia por los británicos, sobre las bajas de los atacantes fueron: “en el ataque murieron treinta y cinco a cuarenta ingleses que procuraron ocultar”. En el relato de un vecino “honrado” al comando sitiador, que presenció las operaciones y por la noche huyó a pie con su familia a la Villa de San Carlos: “de los nuestros murieron dos oficiales… y seis voluntarios de caballería, quedando prisioneros ocho oficiales y sesenta y ocho soldados y de los ingleses murieron treinta y siete a cuarenta.” En la “Exposición de los vecinos de Maldonado al Cabildo de Montevideo, sobre la conducta de los ingleses”, estiman las bajas de los asaltantes en: “treinta y siete muertos y más de cuarenta heridos, que hicieron mucho empeño en ocultar”. Francisco Martínez entonces Practicante de Cirugía del Hospital Real de Maldonado, relata en sus memorias (1859): “había en el Hospital algunos heridos de gravedad a quienes tenía que curar diariamente”…”adquirí relaciones con los médicos, especialmente con el Cirujano Mayor Mr. Doyley”. Es decir que los heridos eran varios y los cirujanos embarcados se reunieron en tierra para asistirlos. Luego de la ocupación británica el hospital quedó desbastado y no fue más operativo. Un Tte. inglés Samuel Walters embarcado en el SMB Raisonable, de 64 cañones, describe la captura de Maldonado: “El Ejército Inglés, fue desembarcado al SE de la ciudad, dirigiéndose de inmediato hacia ella. El Cnel. Backhouse había recibido buena información en el sentido que la mayoría de las tropas que había en la ciudad la habían evacuado con la mayoría de los habitantes hacia la campaña. Se envió de inmediato un parlamentario para pedir la rendición a las tropas británicas y no recibiéndose respuesta, marcharon hacia la ciudad. El informe recibido por el Comandante, probó ser falso, porque los únicos que habían evacuado eran los habitantes y las tropas (que ciertamente en su mayoría eran populacho), se habían instalado en las azoteas, en donde permanecieron echadas, hasta que nuestros muchachos se encontraran precisamente debajo de ellas, en su marcha por las calles. A la entrada de la ciudad había un bosque de tunas, de hojas tan largas y entremezcladas, que era imposible descubrir si había hombres detrás. Se comprobó que las tropas, que según lo informado habían abandonado la ciudad, estaban emboscados en los tunales y al aproximarse los ingleses, los españoles les abrieron fuego desde allí. Nuestros bravos muchachos exasperados por ese mal proceder, avanzaron desalojándolos a punta de bayoneta. Un cierto número de los nuestros fue muerto y otros heridos, pero cuando nuestros muchachos pasaron el matorral espeso y cargaron sobre ellos, muchos habían huido y estaban ya a un cuarto de milla de la ciudad. Los que huyeron de esta escaramuza se retiraron a San Carlos, una pequeña ciudad distante seis o siete millas. Las azoteas estaban cubiertas de hombres armados e inmediatamente que nuestros camaradas entraron en la ciudad, comenzaron a disparar sobre ellos, por lo cual cayó un gran número de los nuestros. Se dieron órdenes de dispersarse y penetrar en cada casa. Así un gran número de defensores fue muerto, tratando de llegar a las azoteas, por una abertura, que daba acceso desde el interior. Un gran número de nuestros camaradas también cayó. A la hora, esta terrible escena de sangre comenzó a apaciguarse El silencio sucedió al tremendo ruido de la mosquetería y sólo se oían los quejidos de los moribundos y los lamentos de los sobrevivientes por la pérdida de sus queridos y cercanos deudos.” Comentarios: El número de bajas británicas en los partes oficiales es muy bajo. Tenían que ocultar los costos en vidas de una operación naval, no explícitamente ordenada. Pero el número real fue elevado y no inferior a varias decenas. Los episodios bélicos siempre dan mérito a actuaciones fantasiosas. La descripción de Walters, relata dos episodios diferentes y sucesivos de resistencia, el de los blandengues y artilleros en los matorrales de “espinas de la cruz”, que se desbandaron frente a la carga “a bayoneta” y el de los vecinos “voluntarios milicianos”, que se emboscaron desde las azoteas. No hace referencia alguna a la resistencia de la guarnición de la Isla de Gorriti. Los costos en la opinión pública que tuvo que asumir el Virrey Marqués de Sobre-Monte, fueron injustamente adjudicados, dadas las órdenes operacionales emitidas por la Metrópoli y la Junta de Guerra y los muy limitados medios con los que constaba. Se derramaron y acumularon acusaciones de cobardía, ineptitud e irresolución que no eran reales, teniendo en cuenta además el escaso valor de combate de las tropas milicianas reunidas, frente a tropas entrenadas y disciplinadas. De las tres poblaciones donde existieron combates en el teatro del Río de la Plata, Buenos Aires, Montevideo y Maldonado, la más perjudicada fue esta última. Quedó desbastada y destruida en sus casas, instalaciones militares, instituciones y en su industria (la Real Compañía Marítima). Tardaría ocho décadas en recuperarse.
Dr. Mario Scasso Burghi
Referencia C/N ® Reynaldo de la Fuente Ortiz. Cdor. Conrado Hughes Cortés.
Bibliografía
Historia de la Dominación Española en el Uruguay. Tomo I y II. – Francisco Bauzá. 1929.
Diccionario Biográfico de la Ciudad de Maldonado (1755-1900). – María A. Díaz. 1974.
Historia de la atención de la Salud en Maldonado (1755-1991). – María A. Díaz/Carlos Eduardo Chabot. 1992.
Papeles de las Invasiones Británicas. Las memorias del Tte. Samuel Walters (RN). – F.A.G. Boletín Histórico No 108-111. EMG del E. 1966.
Una Gesta Heroica. Las Invasiones Inglesas y la defensa del Plata. – Juan Carlos Luzuriaga. 2004.
La Reconquista de Buenos Aires. El cenit de Montevideo Colonial. – Juan Carlos Luzuriaga. 2017.
Las Invasiones Inglesas del Río de la Plata (1806-1807). – Carlos Roberts. 2000.
En el Virreinato del Río de la Plata Don Rafael de Sobre-Monte. – Ignacio Sánchez Ramos. 1929.
Maldonado y su región. – Carlos Seijo. 1945.
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