Campanitas de Cristal, Raúl Montañés - 1955
Dintel
Este libro es el hijo desnudo de mis sueños lejanos, y de la gratitud acogedora del pueblo. Es el cuarto vástago de una familia con destino de pájaro; sus hermanos: "Rescoldos", "Cacharpas" y "Solsito Güeno", nacieron a campo abierto.
"Campanitas de Cristal" fue rescatado por la generosidad de muchos, de la torturante asfixia de mi pobreza. Yo, padre de ellos, los mastiqué en el morral de mis sueños hasta conseguir este fermento lírico, que se abre en brotes. Mis versos son mis hijos, pero mis hijos traviesos, cuyo espíritu andariego me anega en esta silenciosa orfandad, de gastar plumas en nidal ajeno. El poeta es arquitecto de su espíritu; construye, siempre construye, pero en la última pasarela de su lírico andamio, debe arrojarse sobre su cendal de estrellas, porque la obra pertenece al acervo común de los lectores. Allí andan mis libros; mis desnudos hijos. Algunos yacen en el nicho azul de las bibliotecas, con la sola caricia de un plumero octogenario.
Su destino lo sé: se evadirá de mí como los otros. Lomo a lomo estarán sosteniendo el tiempo y las ideas. En el proceso intelectual, las metáforas callan y los ratones roen. El destino del libro es el destino del hombre; andar y andar sembrando amores. Mis libros tendrán ese destino y algún día se asomarán a la ventana del mundo, con sus carátulas desteñidas de tiempo y olvido. Unos, serán adoptados por algún librero para la cárcel del polícromo estante; otros, aún pueden descomponer el tránsito, con la evasión que facilita la romántica mano estrellada de azahares, o atardecida en violetas.
Coloco en la bóveda gris de mi triste vida, estas "Campanitas de Cristal", moldeadas a calor de nido, y plasmadas en el crisol de mis locas esperanzas. Espero que muchas manos agiten el badajo, para que los ecos vaguen por las planicies enceradas, y remonten las abruptas escarpas.
Sonoras y frágiles "Campanitas de Cristal", que preñaron los zorzales en la poética cuna que mece el pueblo, se hará el bautismo para vuestro enfrentamiento con la vida y con Dios. ¡Cumplid vuestro destino!
Raúl Montañés
Prólogo de Campanitas de Cristal - por Antonio Seluja:
Nació allá en el solar fernandino, el de callejas estrechas y casonas coloniales.
Sus primeros años se deslizaron por dos caminos: el del niño a quien la vida maduró con premura de hombre y sintió la pobreza arañar las puertas de su hogar, y con embrionarias energías, contribuyó al sostenimiento de los suyos; y el del que hurtándose al fatigoso trabajo, concurría especialmente a la escuela.
Así se inició en el balbuceo de las primeras letras. En esa orfandad plasmóse el hombre, en agria trabazón con la tierra. Sin maestros, buscó el inagotable filón de la poesía. El mundo hispánico con su linaje, fué su mundo; en él vivió transfigurándose con el misterioso soplo de la palabra. En su soledad terruñera, en su silencio añejo, el dolor de sus entrañas decía la indeleble impronta del destino no logrado.
Su alma modelóse en un doble y paralelo venero de sangre: la indígena, herencia solariega, amasada en las soledades platenses, en un tónico cuerpo a cuerpo con el río y la sierra; y la española, de la blasonada estirpe, en la que aún sobrevive el sentimiento heroico de la gloria y el fecundo amor a la poesía; esa que añade al alma, la destemplada pasión del cuerpo.
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Fué en el otoño de 1952. Un hombre pobre y solitario, con olvidados pasos, dejaba el tren. Era de mediana estatua; sus hombros parecían cargar el peso del mundo, en un débil y recortado cuerpo que flotaba entre el cielo y la tierra. Las profundas entradas de su frente, esclarecían su bien proporcionada cabeza que caía con inclinación franciscana. Una luz de bronce reflejaba su rostro, que se oscurecía por su propia sombra. La barba angulosa y corta, le daba un aire extraño. Silencioso, con asordinada sonrisa arrastraba un dejo de arcana melancolía.
Humilde, miraba con ojos buenos el renovado mundo de las cosas, como si entre éstas y él fluyese un sentimiento de íntimo regocijo.
Venía de las lejanas tierras fernandinas, donde el sol nace con ternezas de niño. Traía en su alma un haz de remozadas esperanzas, y un trágico mutismo primitivo. Las maletas pobres, sólo guardaban los frustrados sueños del pasado.
Espíritu andariego, moduló con timbrada voz, el culto de la amistad.
Agobiado por el tráfago mundano, buscó para su cansada frente renovados soles, y en un atardecer de otoño, con paso inseguro, llegó a Montevideo. Se llamaba Raúl Montañés.
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Raúl Montañés es un alma lírica, que gusta evocar los fortuitos encuentros con el amor, o los encantos de su tierra fernandina, donde vivió el diálogo íntimo con sus primitivas criaturas y las sierras que buscan acariciar el cielo.
Ama la poesía entrañablemente. Sin embargo, no ha podido entregarse a ella con amor de padre. Las exigencias de la vida no le permiten consagrarse al arte como su vocación reclama.
Sus libros anteriores, señalan un acendrado amor a la poesía. "Campanitas de Cristal" ven la luz, - como dice su autor - por: "la gratitud acogedora del pueblo".
El libro señala un nuevo movimiento, una nueva etapa en la vida del poeta. Se advierte una superación con relación a los anteriores, que le augura una feliz culminación en el difícil mundo de la poesía.
"Campanitas de Cristal" refleja el alma de su autor. En él, el tema preponderante es el amor: espiritual o carnal, real o imaginario. Sin embargo, aparecen también, el recuerdo de su tierra, su frustrado destino, etc.
Dos momentos distintos tiene su obra: aquél, en que Montañés da libre cauce a sus sentimientos, en que expresa sin contención todo lo que siente, sin la preocupación limitadora del verso; entonces su poesía se laxa y paga un doble tributo: la inmoderación de los sentimientos íntimos, y la celeridad, que no le permite madurar la idea y el verso. y aquel otro donde Montañés trabaja con preocupación y limita con recato sus sentimientos; entonces su verso adquiere sobriedad y cierta elegancia: verbigracia, en "La Serrana", poema de añejo encanto, de versos sobrios, breves, donde las imágenes sensoriales ses conjugan en la creación de un mundo puro; el de pastores que sueñan y cantan en sus rudas faenas. Es sin duda, uno de los poemas más valiosos:
"Chivito de angora
Bajaba las peñas
Detrás canta y sueña
Descalza pastora".
En "Mozuelas...", la anécdota la constituye la belleza de Amparo y Remedios, "Las hijas de Montenegro", las gemelas de cuya identidad dice el poeta:
"Que se me antoja una sola
Parada frente a un espejo".
Es lástima que la composición no mantenga la misma frescura en todos sus versos, y sea tributaria a ciertos lugares comunes.
"Botecito de papel", recuerda la historia amorosa de dos jóvenes que se conocieron junto al río:
"El, siempre pescando estrellas
Ella pescando suspiros...".
Una mañana de tantas, Juan sale en su bote de pescador para no regresar más. Mientras tanto María, espera junto al río el imposible regreso de su amado. Esta composición tampoco escapa a la Ley general que señalamos. Frente a versos de original belleza, encontramos otros mostrencos y pobres. Hay estrofas verdaderamente hermosas, como aquella en que nos presenta la naturaleza conmovida por la tormenta junto al mar:
"Comienza el cielo a llorar
El viento afina sus silbos
Y el algodón de la espuma
Desde el oleaje bravío
Amortaja las restingas
Con una lluvia de lirios".
Otras veces, retoma el viejo y noble género español, - el romance de versos asonantados - en el que recuerda con nostálgico acento, la belleza de su tierra:
"Legendario Maldonado
Ánfora de soles indios...".
Es un poema de frágil encanto, donde evoca con un doble colorido - indígena e hispánico - su mundo solariego. En otros momentos lo recuerda con originales metáforas nocturnas:
"... La noche ordeña la luna
Y tira la leche al río...".
Digamos por último, que Montañés debe, con tesón indeclinable, superarse en la inquietante búsqueda del verso, como expresión de poesía: diálogo del hombre consigo mismo. Sacrificio que implica la creación poética; ya que ésta es el fruto, - muchas veces amargo - de la palabra, - instrumento mágico - y la idea, - embrión de alma -, fruto que solo el poeta puede entregar, con el augusto designio de la sangre.
Antonio Seluja
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