Cuervo, Ángel

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Dr. Ángel Cuervo



ÁNGEL M. CUERVO (1882-1940) Biografía realizada por Wáshington Buño

I

El eminente químico alemán Justus von Liebig (1803-1873) logró, en 1850, perfeccionar un proceso en el que la carne se cocía y el extracto se evaporaba después de agregar sal. Este extracto sólido podía envasarse, transportarse y conservarse indefinidamente. Para una Europa insuficiente en alimentación proteica, era una solución importar el “extracto de carne” proveniente de las grandes vaquerías no explotadas, existentes en las inmensas praderas de los países del Plata. En agosto de 1863, con el país en plena guerra civil, se presentó la casa Giebert y Cía. del comercio de Montevideo, en representación del Baron Liebig, solicitando patente de privilegio de un sistema para la fabricación de extracto de carne. Anunciaba en su escrito que Liebig se proponía explotar en gran escala su invento en el Uruguay. El lugar elegido era Fray Bentos, población fundada en 1859 y que en ese entonces contaba apenas con 200 habitantes, situada en un lugar privilegiado, en el centro geográfico de las extensas praderas de Uruguay y Entre Ríos y tenía un excelente puerto que permitía el acceso de grandes buques. El extracto de carne tuvo un gran éxito en Europa y basta recordar que fue el alimento proteico más importante de los ejércitos aliados durante la primera guerra mundial (1914-1918). La fábrica Liebig, como era de rigor, tenía un bien montado laboratorio que fue enriqueciéndose con el progreso de la técnica. En este laboratorio trabajó e hizo importantes investigaciones originales el médico de la fábrica, Dr. Ángel M. Cuervo.

II

Cuando el distinguido y muy estimado amigo, Dr. Horacio Gutiérrez Blanco, nos solicitó que escribiéramos la semblanza biográfica, de un “médico rural del interior o de campaña”, si bien el esfuerzo que significaba era considerable, aceptamos con agrado, para demostrar que frecuentemente, esos “médicos rurales”, muchas veces ignorados y vilipendiados, son auténticas almas generosas, plenas de nobleza, abnegación, sacrificio, desinterés y humildad y en casos como en la vida del Dr. Cuervo, con relevantes condiciones científicas.

III

La designación de “médico rural” lleva en sí una imagen prejuiciada, integrada por aspectos positivos y negativos. En primer término aparece el médico con cierta bonhomía, en actitud paternalista que se integra casi como un familiar, por lo menos como un íntimo amigo de la familia, y que interviene en los problemas de la salud, pero que también aconseja, y a veces de modo definitivo, en la mayoría de los problemas familiares: educación de los hijos, oportunidades de matrimonio y de trabajo para todos, inversión de ahorros etc., etc. La imagen que recogió tradicionalmente la literatura y que encontramos ya en él “Le médecin de champagne” de Balzac. Desde el punto de vista propiamente médico también se reconocen perfiles positivos y negativos. Es seguro que llevará siempre al paciente ayuda espiritual, tranquilidad y el apoyo necesario que, quien sufre y siente miedo, necesita casi con carácter prioritario; también sabrá darle alivio y casi seguramente sabrá cumplir con esa regla de oro de la medicina “Primun non noscere”. Eficaz; con una base de conocimiento médico y mucho de oficio y de intuición, incorporado sólidamente al ambiente social en que vive, ganándose el aprecio y el respeto de la mayoría, se transforma necesariamente en un hombre influyente en el que, con frecuencia, asoman los rasgos del caudillo político. Se presenta así como un práctico que ayuda eficazmente al enfermo a curarse por sus propios medios o a morir con un mínimo de sufrimiento y un máximo de esperanza, y a los familiares a sobrepasar el trauma, siempre doloroso, y la experiencia, siempre traumatizante, de la enfermedad de un ser querido.

IV

Quizás como una antinomia que permite definir los respectivos caracteres, se le antepone al médico científico, seguro de sus conocimientos sólidamente adquiridos, confiado en la validez de sus procedimientos químicos, inmunológicos, bacteriológicos, radiológicos, etcétera, para garantir un seguro diagnóstico que permita establecer una terapéutica específicamente indicada y con ella, y sin más, resolver todos los problemas del paciente y de sus familiares. Para este doctor la personalidad psíquica del paciente, su miedo, sus angustiosas noches y sus ansiosos amaneceres pasan a segundo plano; le interesa más la enfermedad que el enfermo porque sabe que resuelta aquella éste readquirirá su equilibrio y su confianza en la vida y en sí mismo. Pone más fe en el antibiótico indicado y en la dosis precisa, que en atender el ajuste o desajuste psicológico que la enfermedad, junto a todo otro trauma vital, puedan estar actuando sobre el enfermo.

V

Estas dos formas del ejercicio profesional, la del médico rural, de familia, casi siempre también “médico general” en el sentido de que atiende a casi cualquier afección médica y hasta a la cirugía, y la obstetricia, por lo menos a la menor, y la del médico hospitalario teniendo a su alcance todos los recursos de las especialidades diagnósticas, disponiendo de buenas bibliotecas y trabajos en un ambiente en que el estímulo científico mantiene una permanente emulación y exige una superación sin desmayos. Todo esto falta al médico rural: carencia de ambiente estimulante, ya que si hay otros colegas en la misma localidad, lo más probable es que rivalidades profesionales los mantengan alejados; sin bibliotecas, sin nivel cultural general que aprecie los valores intelectuales y sea también estímulo de superación.

VI

Si en ese ambiente y con esas condicionantes, un médico rural logra cumplir con su personalidad tradicional y hasta convencional como tal, pero además cumple una obra de investigación científica médica original de primera clase, demostrando de modo técnicamente inobjetable, y por primera vez en nuestro país, la naturaleza infecciosa de una enfermedad infantil, hay que reconocer que estamos en presencia de una personalidad médica y científica excepcional. Y si por añadidura, fue realizado en un pueblo del interior, sin ambiente científico y sin el estímulo intelectual necesario, la personalidad de su autor se destaca por su voluntad, su capacidad de trabajo y, sin duda, sus excepcionales condiciones de investigador científico. Este trabajo, que dentro de la bibliografía médica uruguaya se destaca netamente por su originalidad, fue confirmado muchos años después, en Montevideo por la labor de un grupo de investigadores en un instituto con todos los recursos que el progreso científico ponía a su disposición, con una copiosa información, con una preparación científica, en gran parte resultado de estudios en el extranjero. En esas condiciones un grupo de técnicos especializados en bacteriología redescubren la enfermedad, alcanzando, naturalmente, una mayor precisión en la caracterización de los gérmenes.

VII

Pero la imagen de aquel “médico rural”, en una población de 7.000 habitantes, robando tiempo a la práctica médica y al descanso para seguir atentamente la evolución de sus cultivos, estudiando morfológicamente los gérmenes haciendo las coloraciones y analizando todos los datos con estricto rigor científico, todo ello seguramente con instrumentales e instalaciones precarias y sin más bibliografías que lo que podía obtener personalmente, es, sin ninguna duda, un ejemplo de excepción que merece recordarse. Pero si todavía ese “médico rural” maneja con soltura la pluma, escribe sobre temas varios, es un conocedor profundo de la literatura y escribe, entre otras cosas, un muy estimable ensayo sobre José E. Rodó, que mereció el galardón de un premio, entonces habrá que reconocer que el médico rural que hoy evocamos fue una personalidad poco común, de gran preparación y curiosidad médico-científica, resuelto a no ser absorbido por la mediocridad del medio y con una fuerza de voluntad y una reciedumbre espiritual que lo han hecho en realidad un ser de excepción.

VIII

Ángel Maximiliano Cuervo nació en la ciudad de Maldonado, precisamente en la casa solariega familiar denominada hoy Portón de San Pedro, el día 3 de octubre de 1882. Fueron sus padres don Celedonio Cuervo, alguacil del juzgado y doña Florentina Ferrari, maestra vareliana. El padre proviene de una familia de largo arraigo en Maldonado en donde sus antepasados practicaron el comercio. Familia tradicionalmente “blanca”, padre y abuelo habrían articipado en las revoluciones que asolaron nuestro país. La familia materna era de origen montevideano y el abuelo materno, en cuya casa vivió Ángel durante sus estudios de medicina, era el Coronel Ferrari, Jefe Militar de la Isla de Flores. Era el hijo mayor y tuvo dos hermanos, Celiar y María Graciela, casi 20 años menores que Ángel, lo que le dio a éste cierta relación paternal con sus hermanos. Realizó su enseñanza primaria en la “Escuela Ramírez” en la que su madre era maestra y que estaba enfrente a su casa, y cuyo edificio se mantiene incambiado hasta hoy. Parece haber realizado sus cursos de secundaria, en parte al menos, en carácter de “libre”, ya que su hermana relata que preparaba las asignaturas en Maldonado e iba rendir exámenes en Montevideo. Cabe recordar que en esa fecha no había Liceo en Maldonado.

IX

Ingresó a la Facultad de Medicina, según su inscripción, el 1° de marzo de 1901, en carácter condicional, ya que debía, al solicitar el ingreso, historia americana y nacional 2° año y gimnástica 3°, 4º y 5º. Pero el 19 de abril de 1901 le extienden certificado de que “ha prestado examen, obteniendo aprobación, de todas las asignaturas exigidas para ingresar en la Facultad de Medicina”. Durante su período de estudiante figura habitando en la calle Buenos Aires N° 68, que suponemos fuera el domicilio del abuelo materno. Tiene muy buenas calificaciones en los exámenes si se exceptúa anatomía primer año, que fue rechazado en el práctico, pero aprobó en un segundo intento con muy bueno por unanimidad. Por resolución del 1° de abril de 1904 se le designa para desempeñar el puesto de Auxiliar de Disección. La designación se hace a propuesta del Decano y teniendo en cuenta sus méritos. El 25 de febrero de 1905 solicita un certificado de estudios para “inscribirse en el registro abierto para proveer por oposición los puestos vacantes en el Hospital de Caridad”. El 14 de diciembre de 1906, dos días después de rendir su último examen, que fue el de clínica de niños, solicita el diploma en nota que dice:

“Señor Rector de la Universidad Dr. Dn. Eduardo Acevedo Ángel M. Cuervo, uruguayo, de veinticuatro años de edad, ante V.S. en la mejor forma expone: Que habiendo rendido el examen de todas las materias que exige el reglamento universitario para optar al título de Doctor en Medicina y Cirugía solicita de esa superioridad le sea expedido el Diploma correspondiente y se le señale Día, para la respectiva colación privada, como es de práctica. Saluda a V.S. a quien Dios guarde muchos años. Montevideo, Diciembre 14 de 1906”. Ángel M. Cuervo"

El 17 el Rector de la Universidad accede “señalándose para la colación la próxima sesión que celebre el Consejo de E.S. y Superior”. E. Acevedo J.A. Ramírez

X

Cuervo no debió presentar tesis de doctorado que habían sido suprimidas por ley de 1902. Durante su período estudiantil colaboró en periódicos de su departamento natal, a los que enviaba colaboraciones ocasionales, entre las que hallamos alguna poesía amatoria o evocaciones patrióticas. El 26 de julio de 1903, en el año 1, N° 3 de “La Voz del Sud” de Maldonado, periódico dominical, aparece una sesión con carácter de cierta permanencia que se titula “De mi cartera” y que firma A.M.C. “Hay un día en la semana que dedicaré a conversar con Vds. Es el domingo. Ya sé que ese día debe consagrarse al reposo; pero reposo es para mi dar rienda suelta a mi rauda fantasía, a la loca de la casa como la llamaba Lamartine en su lenguaje hermosísimo. Yo sé también que el domingo debe ser santificado. Yo lo santificaré a mi manera. En este día yo haré ofrenda de mis mal recortadas frases en el altar sacratísimo de mi tierruca; ese altar que escuchó tantas veces mis oraciones; ese altar cuyos cortinados son árboles y nieblas de la sierra y cuyos paños son trozos de nuestras dunas amarillentas. Habrá también en éstas alguna frase dedicada a esta ciudad grande que hoy me alberga y que es la patria de mi pensamiento como aquella lo es de mi corazón. Sigue luego una crónica descriptiva de un domingo con fútbol, Villa Dolores y paseo por la plaza”.

XI

En “Vida Nueva” periódico fernandino y en el número del 25 de agosto de 1906, dedicado al aniversario patrio, hallamos una colaboración de celebración histórica y patriótica. Es una literatura de circunstancia y no puedo eludirlas; es una exaltación patriótica y no un estudio histórico y hecho con ese fin lo cumple con brío y jerarquía. Tomemos una frase como ejemplo: “Todo estaba dispuesto. En verdad no era mucho. Chuzas enastadas en tacuaras y clavos por moharras a guisa de lanzas. Mucho ardor en pocos corazones, y el trapo tricolor, quizá como una enseña, quizá como un sudario." “Todo estaba dispuesto en las guardias del monte y bajo el follaje de los higuerones ya se hablaba de patria, de la patria del viejo Artigas, como una aurora luminosa y soberbia emergiendo de una noche tempestuosa y sombría; la larga noche de tres lustros de cautiverio lusitano”.

XII

En el periódico dominical “El Este” también aparece ocasionalmente la sección “De mi cartera”, así el 15 de julio de 1906 hay unas evocaciones sentimentales de la amada ausente. Otra vez en abril 22 de 1906 y varias más con referencias sentimentales. Pero en el número del 22 de enero de 1907 aparece una colaboración “De mi cartera” que tiene una novedad muy importante en la vida de Ángel M. Cuervo, ya que es la primera que está fechada en Fray Bentos (F.B. enero 14 de 1907). Se halla recién instalado en una nueva localidad y comienza su artículo diciendo: “Heme aquí lejos. Tan lejos que nunca lo hubiera soñado en mis noches de visionario. Tras un viaje fantástico, una caída al país de un ensueño en la ribera del Uruguay”. Y más adelante “He estado a las puertas de ‘Liebig’ y no he entrado, quiero reservarme esa gratísima impresión de colmena humana, entregada a la labor: de máquinas gigantescas elaboradoras de productos nutricios, de vaivén de vehículos y de hombres, de aquel riego de sudor, de aquella plétora de esfuerzo, de aquella inmensa mole de energía desplegada que supone la fábrica, «La gran cocina de Sud América». Esto es un trozo de fervor Jabúl (sic) en medio a la apatía de nuestros ganaderos de sistema cuasicolonial, esto es un ejemplo y es una bandera a seguir en la senda de un porvenir de trabajo. Lo contemplo a sus puertas casi asombrado, llena el alma de la unción de un espíritu nuevo mientras oigo el resonar perenne de las máquinas y contemplo la humaza densa y oscura de las chimeneas altas y enhiestas. Un soplo vivificante pasa por las frentes al contemplar esto. Es el aura del progreso por la labor”. Con este artículo terminan los que nosotros hemos podido consultar. Ignoramos si ha continuado enviando sus colaboraciones pero estamos inclinados a creer que, ya médico, abocado a responsabilidades más exigentes y algunas totalmente nuevas para él, sumergido en un nuevo ambiente, no debe haber dispuesto de mucho tiempo para seguir su tarea periodística.

XIII

Terminada su carrera de médico, y pese a los ofrecimientos que nos consta, le hicieron en Montevideo donde le esperaba seguramente un porvenir de éxitos profesionales, se aleja casi enseguida para instalar su consultorio en la ciudad de Fray Bentos. Ignoramos qué factores lo llevaron a la ciudad litoraleña despreciando el porvenir seguramente más brillante en Montevideo o una instalación en Maldonado donde radicaba su familia y donde era ampliamente conocido. El hecho es que en enero de 1907, es decir apenas un mes después de obtener su título, está ya instalado en Fray Bentos. Casi enseguida de llegar a Fray Bentos empezó a desempeñar sus tareas de médico de la fábrica Liebig y poco después instaló su consultorio privado. Por su excelente preparación médica, su certera vocación por la profesión y su innata simpatía y don de gentes, adquirió rápidamente una fiel clientela.

XIV

Al fundarse en 1913 el Liceo Departamental de Fray Bentos encontró una oportunidad de aplicar su fuerte vocación docente, siendo designado profesor de cosmografía y de literatura. A los pocos meses de su llegada inició relaciones amorosas con la señorita María Aurora Goyeneche Monfort, perteneciente a una antigua familia de la localidad, con la que contrajo enlace el 12 de diciembre de 1907. No lo hemos conocido personalmente pero tenemos la descripción de muchas personas que lo han tratado en las diversas condiciones de parientes, amigo, colega, discípulo o paciente. En todos ellos ha dejado Ángel M. Cuervo una profunda impresión como personalidad humana que, y no puede esto menos que admirarnos, su recuerdo se mantiene vivo a través de los años. Era de poca estatura, sólido de cuerpo, de andar resuelto y nervioso. La cabeza de rasgos fuertes; fue calvo desde joven, ya que en su trabajo sobre Rodó hace mención de sus escasos cabellos. Debió usar anteojos desde su juventud. Al fundarse el liceo de Fray Bentos en 1912 (?) fue designado profesor de cosmografía, ciencia por la que tenía una especial predilección como aficionado; poseía un buen anteojo astronómico con el que realizaba frecuentes observaciones. Esto le daba, como es fácil comprender, una sólida base para sus cursos, infinitamente superior a la que podía pedirse a la gran mayoría de los profesores de los recién creados liceos departamentales. Pasó luego a enseñar literatura y allí, su sólido conocimiento de los clásicos, su innato buen gusto, su familiaridad con los textos literarios le hicieron más que un profesor liceal, un verdadero maestro. Su clase se apartaba de la estereotipada lección para ser un verdadero foco de inquietud espiritual, buscando despertar en los jóvenes alumnos el interés por la buena literatura y por el buen uso del idioma. Con frecuencia no ocupaba su lugar en el pupitre sino que se instalaba con sus alumnos y desde allí se analizaba, con precisión y seguridad, un texto literario, se buscaban sus influencias y sus repercusiones, y cada estudiante participaba con el estímulo del profesor en la tarea de análisis que los enriquecía culturalmente. Sus alumnos recuerdan estas clases como ninguna otra experiencia liceal y el impacto de la personalidad del maestro, así como la peculiar y original manera de dirigir el curso son siempre memorables y motivo de elogioso y enternecido comentario. En 1920 Cuervo presentó su estudio sobre José Enrique Rodó, fruto de meditadas lecturas, o como él mismo dice, “después del estudio amoroso y detallado de la obra” y probablemente motivado por la repatriación de los restos del eminente escritor. Cuervo comenzó a familiarizarse con las técnicas bacteriológicas y con la metodología general del trabajo experimental y empieza allí su interés por la investigación bacteriológica en la que alcanzó una maestría por pocos superada.

XV

En 1915 la Sociedad de Medicina de Montevideo llamó a concurso de trabajos “para un premio entre todas las personas autorizadas para ejercer la profesión de médico en el país y residentes en él; el tema será libre sobre cualquier punto de las ciencias médicas y los trabajos deberán ser inéditos”. Se presentaron 6 trabajos y el jurado, compuesto por los doctores Gerardo Arrizabalaga, José Brito Foresti, Pablo Scremini, Francisco A. Caffera, Arturo Lussich y Jaime H. Oliver, resolvió “citar muy honrosamente” el trabajo que bajo el lema “Omne vivum ex ovo et omnis celula ex celula” resultó ser del Dr. Ángel M. Cuervo, sobre el tema “Lepra” “Ensayos sobre bacteriología, hematología, anatomía patológica y serología” 22-III-1916, que de acuerdo a las bases del concurso fue publicado en la "Revista Médica del Uruguay”, vol. 19, págs. 451-490, año 1916. El trabajo de Cuervo, aunque no hace aportaciones originales al conocimiento de la enfermedad, analiza de modo muy completo, con las mejores técnicas de la época y con muy estimables dones de observación, 8 casos de la enfermedad. El estudio bacteriológico es realmente exhaustivo ya que ha investigado al bacilo de Hansen en el mucus nasal, el jugo ganglionar, la sangre, directamente en frotis del tubérculo y en la serosidad de vesicatorio. Muy completo es el análisis de la morfología y las reacciones tintoriales del microbio, para cuyo análisis ha empleado cinco técnicas de coloración bacteriológicas. Ha intentado cultivar el bacilo para lo cual ensayó más de 30 medios de cultivo aunque, como era de esperar, con resultado siempre negativo. Analiza con cuidado la distribución de los bacilos y su relación con los elementos celulares y de ellos, y mediante una bien conducida especulación legítimamente fundada en imágenes microscópicas, describe un ciclo de la relación microbiomonocito. Esto lo ilustra con dibujos, toscos, pero explicativos. Hace luego el estudio hematológico de sus pacientes, para lo cual también hace uso de las técnicas más adecuadas y, por último, realiza un estudio serológico de desviación del complemento usando como antígeno maceración de polvo de leprona, obteniendo algunos resultados positivos. Termina el trabajo con un resumen de las observaciones clínicas. El trabajo merece ser considerado como una buena contribución al conocimiento y diagnóstico de la enfermedad, empleando las técnicas más adecuadas. Este trabajo podía ser motivo de orgullo si se hubiera realizado en cualquier hospital de Montevideo y si tenemos en cuenta que fue llevado a cabo en Fray Bentos es realmente índice de una voluntad y capacidad de trabajo asombroso y de un espíritu científico excepcional. Retrospectivamente podemos afirmar que, comparando con los otros trabajos premiados es éste, sin duda, el que mantiene más actualidad y vigencia; los otros temas fueron más de circunstancias pero no cabe duda que han envejecido hasta perder toda vigencia. También, comparando el trabajo de Cuervo con otras aportaciones al conocimiento de la lepra hechas en nuestro país aún algunos años más tarde, no hay duda que la contribución de Cuervo sale francamente airosa de la comparación. Podemos concluir que el primer trabajo científico del doctor Cuervo demuestra sólidos conocimientos clínicos y un dominio experimental excepcionales en nuestro país y es promisorio de una obra de real valor. Durante el año 1915 se produjeron numerosos casos de carbunclo en distintos departamentos. Al realizarse el Primer Congreso Médico Nacional en Montevideo, entre el 9 y el 16 de abril de 1916, se presentaron tres comunicaciones sobre esa enfermedad; una de ellas fue por Ángel M. Cuervo.

XVI

Ensayos practicados en el hospital de Fray Bentos. Primer Congreso Médico Nacional Montevideo, 3-82-97: 1917 empieza por destacar la importancia del examen directo del pus o de la linfa de la lesión para lo que emplea varios métodos desde el examen directo sin coloración o con coloración vital o la coloración previa fijación por el calor. Destaca la resistencia de la bacteridia ya que en frotis desecados y mantenidos por largos meses mantienen todavía su vitalidad pudiendo ser cultivados con éxito. Analiza luego pormenorizadamente el hemograma de los enfermos incluyendo la fórmula de Arneth y la de Shilling Torgav de la que demuestra poseer un profundo conocimiento; por fin describe el tratamiento realizado sobre 10 enfermos obteniendo buenos resultados. De los tres trabajos presentados sobre carbunclo en dicho congreso, es, sin duda, el más importante el de Cuervo. Ha realizado correctos est udios bacteriológicos y hematológicos, los ha practicado él personalmente, datos ausentes en cualquiera de los otros trabajos. Pero la capacidad de investigación de Cuervo aparece en toda su evidencia en el trabajo sobre “Contribución al estudio de las disenterías bacilares”.

XVII

El año 1916 fue un año de variadas y extendidas epidemias en el país y, por lo tanto, también en Fray Bentos. Dengue (grippe) que atacó al 85 o 90 por ciento de la población; luego tos convulsa, sarampión, rubéola, tres o cuatro eritemas infecciosas al punto que “el 15 de diciembre teníamos, a causa de estas enfermedades y sus complicaciones, ciento cincuenta niños muertos en una población de siete mil habitantes en el término de 2 meses”. “Entre esa rica patología y como tema de palpitante actualidad entresacamos para este trabajo los 18 casos de síndrome disentérico que me fue dable observar”. El trabajo empieza con un análisis minucioso y exhaustivo de la literatura sobre los bacilos del grupo disentérico, siguiendo las publicaciones más importantes realizadas en Alemania, Francia y los Estados Unidos. Con el uso de tablas muestra las diferentes actividades fermentativas de las distintas cepas frente a los diversos azúcares. Siguen sus investigaciones personales comenzando por descartar, en los casos estudiados, la presencia de amibas como posible agente etiológico, lo que efectúa con ayuda del examen directo y la inyección de materias en el intestino de un pequeño gato. Luego ha realizado el cultivo en diferentes medios (18 medios distintos), el estudio de la aglutinación de los bacilos con suero del enfermo, suero de persona sana que nunca tuvo disentería y suero de un sarampionoso usado como control. Las conclusiones del trabajo son claras y precisas y todas perfectamente sustentadas por las observaciones. 1) La disentería bacilar a bacilo Y existe en nuestro medio a título de enfermedad nuestra. 2) Muchas de las enteritis disenteriformes infantiles son disenterías típicas a bacilo Y de Hiss y Russel. El trabajo no parece haber tenido la repercusión clínica que realmente merecía. Nadie se ocupó durante 16 años de comprobar la veracidad de los hallazgos de un médico rural. En un período en que la pediatría nacional, bajo la influencia de aquel maestro extraordinario que fue Luis Morquio, siguió asistiendo y tratando las miles de diarreas infantiles epidémicas de los meses de verano, nadie ha emprendido la tarea de averiguar si realmente en las materias fecales de aquellos niños existía el bacilo del tipo Hiss que Cuervo había descrito.

XVIII

Pasan 16 años sin que ninguna publicación se refiriese al tema hasta que en 1935 un grupo numeroso de clínicos y bacteriólogos, contando con todos los medios de que disponían los institutos de pediatría y de higiene, volvieron a estudiar el asunto y a comprobar la verdad de los hallazgos de Cuervo. Es así como Hormaeche y Surraco dicen: “En 1919, Cuervo publicó su memoria fundamental sobre la disentería bacilar en el Uruguay. Afirmó rotundamente la existencia de la enfermedad entre nosotros y se basaba para eso en que, en 18 sujetos con síndrome disentérico, encontró en las mucosidades bacilos que clasificó dentro del tipo Hiss. Entre los 18 casos observó dos defunciones, la mayoría eran niños, pero había también entre ellos varios adultos. Para la clasificación de los gérmenes hallados estudió Cuervo las propiedades bioquímicas de los mismos, sin tener en cuenta las propiedades aglutinantes; pero no cabe duda, sin embargo, que, aunque su estudio fuera incompleto, corresponde a Cuervo el mérito de haber demostrado él primero que la disentería bacilar a tipo Hiss existe en el Uruguay, y nos causa profunda satisfacción hacer justicia, a 16 años de distancia, a tan distinguido investigador. Hacemos observar de paso que el tipo Hiss que halló el autor es el que hemos encontrado nosotros con más frecuencia, si bien también los tipos Sonne, Schmitz y variedades del Flexner, distintas de las encontradas por Cuervo, además de variantes del Shyer”. (Hormaeche, Surraco. Arch Urug Med Cir Exper 1935)

XIX

No hay duda que en el adolescente Cuervo, que asistió como alumno a las clases de Rodó en la Universidad, debió haber quedado profundamente impresionado por la presencia, la palabra y el ejemplo del maestro. Rodó estaba en el apogeo de su capacidad creadora; en 1900 apareció “Ariel” y con él el formidable impacto continental de un pensador de insuperable estilo, que agitaba un problema de indudable esencia latinoamericana. Y de ese contacto quedó una permanente y profunda admiración que veinte años después se expresa en el trabajo sobre José Enrique Rodó. Empieza el trabajo por una evocación de las clases del Maestro, tal como Cuervo las vivió en el edificio de la Universidad, de Juan Lindolfo Cuestas y Piedras, y es, a nuestro juicio, la mejor que se haya publicado: “Como en aquellas horas de la primavera de mi vida, en que coronada la frente más de ilusiones que de cabellos, llegaba exacta e invariablemente al área de aquel oficiante majestuoso del culto del espíritu." “La diosa belleza presidía aquel aula y velaban su sombra las sombras de Renán y de Guyau." “El maestro grave y serio, miraba siempre hacia afuera, en la vaguedad de sus ojos de miope. Nadie habría podido fijar el fin de su visual, si allá en las playas del Ática, en la Atenas soñada o muy próximo, en el crisol de su espíritu, cuyos hervores subían a sus labios en rítmica cadencia, en el decir más puro y la más pura euritmia del habla castellana en tierras de América." “Jamás interrogó a un alumno ni observó una actitud ni un ademán. Tenía más de Esteta que de Domine, y desleía su espíritu en el surtidor de perlas de un discurso magnífico, con la suprema dignidad y la sublime inocencia con que un torrente deslíe los diamantes de sus gotas en soberbia cascada e irisa sus espumas al luminar del sol." “Discurría con la fluidez tranquila de nuestros ríos patrios, a los cuales casi no se les ve correr si no es por la brizna que flota en la superficie de su clara linfa, y hasta solía a veces holgarse en el sitio de reposo de un plácido remanso en la narración de una anécdota o en la edificación de una parábola; género literario que le era predilecto." “No fue orador ni buscó subterfugios dialécticos, ni recursos tribunicios más o menos leales." “Fue sobre todo improvisador y no salió jamás de sus labios un solo concepto que no fuera sincero y no constituyese el fiel reflejo de aquella armonía de su espíritu. Pero al final de los párrafos, cuando terminada la definición y el relato, quedaba a su cargo la síntesis –cuando concluida la obra del sustantivo y del verbo, restaba aún la del calificativo–, áspera y dura tarea para otro que no fuera él –era su triunfo y su gloria desgranarse en motivos precisos, ordenados, ocurrentes, sabios, felicísimos–, ora metódicos y suaves como el susurro de una cuerda en sordina, ora retumbantes y sonoros como el grito de los cobres de wagneriana orquesta, ya dando justeza, precisión y lustre a la dicción gastada y usual, o bien rezumándola del fondo del léxico como quien extrae de bien hondo el diamante de la ganga azul que lo esconde y lo cela." “Y así pulía y abrillantaba cada gema de la triunfal corona de su estilo." “Y cuando al caer la tarde se vaciaba el aula entre rumores de juventud retozona y bulliciosa como las golondrinas tempraneras –cuando el sol en su caída arrebolaba de grana el poniente y tendía su gama de colores desde el azul al sombrío sobre la rizosa lámina del estuario–, cuando el cianos heleno ponía un tinte de pesadumbre y una lágrima en las cosas del pasado día, el maestro firme y alto, él un hombro más bajo, la cabeza erecta, el mirar severo y de frente; siempre fijo en la lejanía del horizonte y de su espíritu abandonaba el claustro y se perdía en las lobregueces del crepúsculo." “Y entonces parecía que la sombra de “Ariel” a su diestra le iba dictando muy quedo al oído el secreto de la belleza del Ática, el inefable ensueño de la madre Atenas” (págs. 1 a 4)." Hace luego un análisis de las fuentes del pensamiento de Rodó, que a juicio de Cuervo son 3, la antigüedad clásica griega, los clásicos españoles y el espíritu de Francia; “de aquella Francia que él amó tanto, extrajo su candorosa filosofía; la filosofía de Taine, de Renan y de Guyau. Y agrega: “Y si por un símil caro a su inteligencia, la vida humana es al decir de Goethe una pirámide en la que la real valía intelectual se sublima y se remata en una serena cúspide, es en aquellas tres patrias y en el Uruguay su patria, que se delinea el cuadrilátero de su base, mientras su culmen, su cúspide enhiesta y soberbia se cierne ya por encima del Ande y sólo espera el fulgor del homenaje continental para brillar como enseña y como guía del pensamiento americano, como la estrella polar del sud prevista y no encontrada por los primeros cosmógrafos y navegantes errabundos de este hemisferio, en las hondas y lóbregas negruras del boquerón austral” (pág. 6). Hace luego un estudio evocativo y a manera de impresiones personales sobre los diversos aspectos de la obra del maestro revisando sucesivamente Ariel, Motivos de Proteo, El Mirador de Próspero, Liberalismo y Jacobinismo y el Camino de Paros. Los comentarios de Cuervo a la obra de Rodó no pretenden ser una crítica literaria sino una reacción personal de emociones e ideas que su lectura despierta en él. Reacción plena en emoción y entusiasmo, expresados en un estilo rico y complejo, evidentemente inspirado por el gran ensayista que comenta. No conocemos, aparte de algunas publicaciones periodísticas, y algunas intervenciones oratorias de circunstancia, ningún otro ensayo literario de Cuervo. Parece que su profesión, la investigación científica, su cátedra, la dirección del hospital y la actividad política a la que también dedicó energía lo hubieron absorbido por completo.

XX

La muerte de Cuervo ocurrió el sábado 3 de febrero de 1940 en Montevideo. Esa misma noche llegó la noticia a Fray Bentos donde se estaba festejando la iniciación del Carnaval. De inmediato se suspendieron todas las festividades programadas y la ciudad, sin excepciones, sintió la congoja de haber perdido a uno de sus más ilustres ciudadanos, y no era para menos. La tremenda realidad hería en lo más hondo el sentimiento de todo un pueblo, de este pueblo de Fray Bentos que veía desaparecer para siempre en cruel e injusto designio, al médico humanitario y sabio, al bienhechor sin reservas ni distingos, al profesor sin par, al amigo de todos, al hombre bueno y noble, al Dr. Cuervo. Este era el encabezamiento de una nota necrológica que ocupaba íntegramente la primera plana y la página siguiente del periódico local “La Campaña” (10-II-1940). Los restos del Dr. Cuervo fueron llevados a Fray Bentos el domingo 4 de febrero y una numerosa columna de miles de amigos y ex pacientes fueron a recibirlos en la carretera y los acompañaron hasta su domicilio donde se realizó el velorio. Al día siguiente el cuerpo fue sacado a pulso cubierto por la bandera nacional y llevado al Liceo Departamental, donde se había instalado una capilla ardiente en la que se colocó el féretro alrededor del cual hicieron guardia de honor los alumnos liceales. Una orquesta ejecutó música de Grieg y Chopin. Al salir del Liceo se formó una enorme columna nunca vista en Fray Bentos. El personal del hospital, del que Cuervo había sido el director, acompañó al féretro uniformado. El cortejo llegó al cementerio donde la enorme muchedumbre, documentada por fotografías de época, obligó a realizar la parte oratoria en la explanada frente a la entrada. Diversas personalidades de las instituciones en las que había actuado Cuervo hicieron uso de la palabra destacando sus méritos y expresando la congoja del pueblo fraibentino. Las crónicas de época muestran que el entierro del Dr. Ángel M. Cuervo fue un acto apoteótico, reflejo de los sentimientos que este médico de excepción había sabido despertar en aquel pueblo en el que había sido médico, profesor, investigador científico y dirigente político, todo ello al más alto nivel posible. El pueblo de Fray Bentos realizó todavía otros homenajes recordatorios. El 25 de agosto de 1940 se colocó una estela de granito con una placa de bronce en la Rambla Costanera que lleva el nombre de “Dr. Ángel M. Cuervo”. En el aula del Liceo en donde Cuervo dictaba su curso se colocó su retrato y, finalmente, el Ministro de Salud Pública resolvió denominar al Hospital de Fray Bentos “Hospital Dr. Ángel M. Cuervo”. Cuervo es, dentro del grupo más destacado de los médicos del interior, un paradigma de entrega a la profesión. Pero se destaca ampliamente por su obra de investigación científica original y definitiva y por su actuación pedagógica, siendo recordado muchos años después con reconocimiento, admiración y cariño por los que fueron sus alumnos.



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