Recuerdos de Tranqueras, de Alfredo Tassano Canale

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Carta enviada a la Sra. Marina Dellepiane

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Tengo por Tranqueras un especial recuerdo, marcado por los años de niñez que me tocó vivir allí.


Mi padre, Faustino Tassano, era funcionario del Banco República y fue trasladado a esa localidad, croe que por el año 1938. Yo nací en el año 1934, en Solís, Departamento de Lavalleja. En Tranqueras fui dos años a la escuela y en el año 1941 trasladan a mi padre a Tacuarembó.


A pesar de mi corta edad, me quedaron grabadas muchas vivencias y algunos apellidos, entre ellos el de Dellepiane.


Vivíamos en una casa frente a la comisaría y al juzgado, a una cuadra de la escuela. La casa tenía un fondo grande con frutales, sobre todo naranjos, donde se reunían muchos pájaros, destacándose los siete colores y los cabecitas negras, que organizados en fila picaban con fruición las semillas de tártago. Poseía además el privilegio de tener el aljibe bajo techo, en el living, lo que nos permitía sacar agua sin salir afuera.


Las calles del pueblo eran de arena, salvo algún tramo de balasto pasando la vía rumbo a la Casa Alonso. Cuando llegó una moto, quizás la primera, debió transitar por la vereda y los niños, atraídos por la novelería, corrían atrás de ella.


La plaza era un campo, donde en carnaval se jugaba con pomos o lanza perfumes y en la zafra se vendía sandía. Algún tallerista extendía un alambre muy fino, casi invisible conectado a una batería, para que las mujeres con las piernas expuestas, al tocar el alambre recibieran una descarga, que aunque débil, era suficiente para generar sorpresa y hasta susto.


Recuerdo una persona que destruyó deliberadamente un camoatí ubicado en una especie de patio inglés de una casa en la calle principal, para que le picaran las avispas en las piernas y así promover un desinflamatorio natural a sus problemas atrósicos. Hoy la apitoxina es un recurso difundido científicamente, cuya eficacia me consta.


A pedido de la maestra, mi hermano y yo íbamos a la escuela en doble turno, para justificar la existencia de los mismos, dado que había poca concurrencia.


La electricidad se brindaba solo de noche. Cuando había un partido de football importante se hacía una colecta entre los vecinos para obtenerla de día y poder escuchar la radio. Creo oque la suministraba un generador particular.


La noche de San Juan se celebraba en la calle con mucho entusiasmo. Se hacían grandes hogueras y recuerdo a los negros, hijos de Mauricio - el portero del Banco, que saltando sobre las llamas gritaban: "Viva San Juan y San Pedro, y la catinga de los negros".


Las parejas del campo que se casaban en el Juzgado frente a casa, una vez cumplida la ceremonia formal solían alquilar las instalaciones del mismo, para celebrar.


Un paseo tradicional de los pobladores era ir a la estación del ferrocarril, cuando pasaba el tren. Pasajeros y espectadores se saludaban con afecto e intercambiaban palabras, aunque no se conocían.


Eran épocas de la guerra mundial y para tomar el tónico Bayer, muy indicado para los niños, había que tener la precaución de romper el frasco y ocultar sus desperdicios, pues la firma alemana Bayer estaba en la lista negra.


Solía visitarnos de Maldonado, uin tío de nombre Jorge Canale, que tocaba el piano. Una joven Dellepiane también lo hacía y es de ahí que se me grabó el apellido. Disfrutaba de sus interpretaciones.


Cuando escuché mencionar su apellido, me afloró el apego por Tranqueras, siendo el suyo de los pocos apellidos y nombres que recuerdo, junto a Alonso, el mencionado Mauricio, un negro valorado y respetable, el gordo Duarte, el maestro Tito y un matrimonio de judíos que tenía una tienda o mercería a la altura de la plaza, donde la calle hace una ese, y que nos saludaran afectuosamente cuando nos dirigíamos a la estación, ya en la partida de Tranqueras.


Aquél saludo de despedida, cuando transitábamos por esa calle de arena, casi solitaria, me quedó siempre en la retina, aunque se me borraron los nombres del comercio y los protagonistas.


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