Otros recuerdos de Antonio Fernández Arosteguy
Recuerdos acústicos entre otros
Mi vida fue en un pueblo muy chico entonces, y me quedaron grabados los chillidos estridentes y al unísono de las ranas, en días lluviosos, tanto que así llamaron al barrio - hoy Rodríguez Barrios, mayor estanciero y viudo,que mi abuela casó con la mayor de sus 16 hijos; ésta hizo maestras a sus hermanas (mi madre inclusive) y bancarios a los varones. El vulgo cree que los matrimonios pactados eran exclusivos de sus etnias,cuando fueron fruto de necesidades. El trabajo de la mujer,después de la segunda guerra mundial, cambió las reglas.
Pero volviendo, ese chillido tan poderoso se oía en toda la zona sur del pueblo, como algo natural, entonces había mucho silencio. Otros ruidos: las campanas de la iglesia, daban la hora - toques alternados - o la ida a misa, la sirena de la Sociedad Unión, anunciando "el biógrafo" de la noche. Pero lo más, de día y haciendo calor, el vuelo en círculo de una pareja de chajás, que cansados regresaban al patio de su casa sobre 18 de Julio. Doña Manuelita Pérez heredó suntuosa casa,que atravesaba la manzana hasta Carlos Reyles (hijo), donde los crió de chiquitos. Su casa, con hermoso patio al centro y aljibe, todo decorado con azulejos de vivos colores importados, creo hoy hay una mueblería. Oir y ver los chajás al regreso, era todo un espectáculo. Cosas que no existen en las ciudades.
Doña Manuelita Pérez también crió tres negritos, uno pianista excepcional. Los campos que tenia del otro lado de la Alameda, arroyo Maldonado por medio, también los dividió entre ellos. Por azares del tiempo, una hijuela de 100 hectáreas fue mía durante 20 años, los más felices que recuerdo (y los más infelices: los 5 obligado en la Capital). Los recorro a caballo, casi soñando, piso por piso y lo que todos nos llevamos, la voz de mi madre cuando llovía sobre aquellos techos de chapa "pobres los pobres que no tienen techo", se sentía reina y comprensible, recordando ranchos, entre ladrillos, donde hoy es el Cementerio.
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