La bravura de Gisleda Zani, por Miguel Carbajal
Fue un papelón. Y al mismo tiempo una muestra al rojo vivo de un tormentoso rasgo de carácter. El episodio no debió causarle a Giselda Zani ningún tipo de reacción. Desde luego que no indignación, no tenía el menor motivo. Fue tratada con consideración, respetada en sus ideas, recibida honorablemente, cuidada hasta en sus susceptibilidades. Cuando le propuse el encuentro y le expliqué de que se trataba lo primero que hizo fue preguntarme quién la había antecedido y quién venía después. Esa curiosidad por el ranking debió alertarme, pero luego la entrevista y los pasos posteriores fueron tan sedosos que me descuidé. Y Giselda Zani logró su propósito. ¿Por qué lo hizo? Durante mucho tiempo fue un misterio. Ahora comprendí finalmente sus motivos. Lo suyo fue un simple acto de exhibicionismo. Repetir la pequeña dosis de celebridad de 15 minutos de la que hablaba Warhol, porque ya había tenido su primera dosis. Que fuera en CX 6, rodeada por la acotada audiencia del Sodre, no le sirvió de impedimento. Necesitaba un pequeño escándalo. ¿Vaya a saber por qué?, y lo obtuvo. A la uruguaya, en los años sesenta, ante escuchas muy intelectuales y muy fieles, pero oyentes al final. Fue por eso que se retiró relajada y sonriente después de haber vivido un momento supuestamente molesto para ella.
Don Santiago Dosetti me había ofrecido una media hora de lo que ahora se llama pomposamente periodismo cultural. Opté por un espacio dedicado a la literatura. Había pasado por la Facultad de Humanidades, era obvio que el tema me interesaba, pero quiero ser honesto: en el momento de vender la idea debo haber pensado en las inclinaciones personales de Dossetti antes que en las mías.
Armé el ciclo, proyecté la forma operativa y preparé lo que en la jerga periodística se conoce como un "mono". Fue aceptado. No imaginé una simple entrevista a escritores: la complicación ha sido una de mis debilidades, siempre. Lo que concreté fue una especie de libreto cinematográfico. Me conectaba con el escritor después de haber revisado su obra, tenía una entrevista, y guionaba el encuentro como si fuera un collage en donde se alternaban comentarios míos en donde buscaba recrear la atmósfera de la cita y la vigencia de la producción literaria analizada con fragmentos enteros de un diálogo real.
A la fuerza debía enviar ese material a los escritores: debían conocerlo y acudir luego a los estudios del Sodre para prestar su voz a los trozos dialogados que surgían de una selección de la charla verdadera. No había inventos en esa parte. Ni hubo reproches por la otra, la más personal, en donde campeaba mi punto de vista. Ninguno de los escritores, y pasaron muchos por el ciclo desde el santo de Juan Cunha al patriarcal Carlos Sabat Ercasty, objetó el procedimiento ni dificultó las cosas. Tampoco Giselda Zani. Le llegó el guión, lo leyó, lo aprobó y se acercó el momento de la grabación.
Elegí a Giselda Zani por diferentes motivos. Había estado vinculada al cine, lo que ya la prestigiaba ante mis ojos, me había interesado "Por vínculos sutiles" y tenía cierta fama de mujer independiente. Sabía varios idiomas, había estado en el extranjero como diplomática y a su manera era un personaje capaz de obtener un espacio propio en el primer Festival Internacional de Cine de Punta del Este: entró lateralmente para solucionar problemas de traducción en una conferencia que Martínez Trueba ofreció en el Country terminó inventado ella misma las respuestas. Un hombre más protagónico que Martínez Trueba la hubiera estrangulado. No lo hizo, para mi desgracia.
Llegó dócil y amable al Sodre, nos sentamos frente al micrófono y se produjo el desastre. No sólo no respetó el libreto sino que lo trituró. Contradijo mis opiniones, convirtió el diálogo en un monólogo para su exclusivo lucimiento, no se ajustó a los tiempos pactados (sino fuera el Sodre la hubieran sacado del aire a la fuerza), hizo un panegírico de sí misma, me dejó como un idiota y no terminó el espectáculo haciéndole la competencia a Judy Garland porque ese día estaba medio ronca. La generosidad de Dios no tiene límites.