Color de Verano

De Banco de Historias Locales - BHL
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Scan de la publicación 4/4.


Dicen que uno sueña siempre y que al despertar solamente algunas veces recuerda lo que soñó. Incluso afirman que hay quienes sueñan en colores, es decir que al despertar hacen conciente el recuerdo de lo soñado incluso con la nota del color. Cuando pienso en mis recuerdos de los veranos de la infancia, las imágenes y los cuentos vienen a mi mente con vivos colores. Se que no lo soñé. Para probarlo puedo asociar las imágenes de cada cuadro con el olor correspondiente. Mentalmente, claro. Soy incapaz de describir un aroma.


Por Leandro Scasso Burghi


Parada 23, Las Delicias. Una calle de pedregullo rojo sube desde la rambla. Un castillo amarillo, con torre y almenas incluidas, parece defender el acceso. La calle está lavada por las lluvias y tiene surcos profundos. Para subir la cuesta en bicicleta hay que hacerlo con cuidado, seguir las crestas y evitar que la rueda delantera caiga en la zanja. Atrás quedan, en orden: la cinta de hormigón gris de la rambla, los ladrillos rústicos del parador El Tronco, la playa, ancha, y el mar siempre cambiante, azul, verde o gris, revuelto, apenas ondeado o quieto como un plato.

El primer médano está cubierto de vegetación rala, con notas de color verde, gris y amarillo, salpicado por las flores violetas del diente de dragón. A la derecha, el fin de los dominios del grupo de niños está marcado por la cañada y el muelle. A la izquierda, el límite es más impreciso, en cada nuevo intento iremos alargando nuestro alcance en la búsqueda de más espacio. Lo mismo ocurre con nuestros baños en el mar. Primero fue la zambullida en la orilla. Después el tramo intermedio hasta el banco de arena. Alcanzamos el banco y caminamos por toda su extensión buscando los bordes. Queremos llegar hasta donde no damos pie. Nos mostramos y agitamos las manos. Nos hundimos en el agua fría que está más allá del banco de arena y volvemos a la orilla agitados por la aventura y la nueva meta alcanzada, satisfechos por haber cumplido con el nuevo desafío.

Don Carlos, el concesionario del parador El Tronco, vive acosado por los avisos de la intendencia. Se queja amargamente con todos los que pasan por su mostrador porque recibió el último aviso de finalización de la relación comercial. Les cuenta que le llegó el ultimátum, pero acentúa esta palabra en la última u. Suena enfático y definitivo. “Esta vez va en serio. Recibí el ultimatún”. Uno de sus clientes habituales de verano, montevideano con casa en la 23 y caracterizado por una sordera pertinaz, le contesta con soltura: “Don Carlos, usted sí que sabe mimarnos. Siempre con los mejillones más frescos, los pejerreyes recién sacados… y ahora se nos viene con el último atún”. El diálogo y los protagonistas ingresan en la leyenda de la playa. Nunca se sabrá si la confusión del cliente fue real o aparente para evitar un pedido de favores.

La lagartija verde esmeralda con listas grises se asolea con los ojos cerrados en el médano de arena blanca y fina. Pocos ruidos se sienten en la tarde de calor agobiante y todos provienen desde la altura de los pinos: el grave arrullo monótono de las palomas y las piñas que se abren con chasquidos de madera seca. Más tarde, sobre las cinco o seis, la brisa soplará desde el mar y los pinos nuevamente serán el instrumento para llenar el aire con el rumor del viento entre las pinochas.











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