El naufragio del Leopolidina Rosa y los gauchos sotretas - A. Moroy

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La sudestada que ahogó 200 vascos; mujeres y niños principalmente

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Pocos imaginan el terrible poder de una sudestada particularmente en las inmediaciones de Valizas y el Cabo Polonio. Los inmigrantes tampoco imaginaban que los iban a traficar como esclavos por la letra chica de un contrato. Y menos suponían, que quienes lograban llegar a la costa, caían en manos de malhechores que se apoderaban de todo.

¿Te resulta sorprendente que las crónicas de aquél tiempo identificaran como “gauchos sotretas” a quienes despojaban a los pobres náufragos? No debería llamarte la atención, no todos los gauchos eran solidarios y las autoridades se aprovechaban de esa estirpe sometiéndolos a tantas injusticias como las que sufrió el Martín Fierro. Era como una maldición: todo estaba en contra de estos vascos, mayormente mujeres y niños. El colmo fue una noche sin luna y ese viento feroz e interminable que sigue atrapando barcos cuando se aproximan demasiado a esa costa, nuestro Triángulo de las Bermudas.

Alberto Moroy



Una vivida noticia de la prensa española, un par de meses después del naufragio del velero “Leopoldina Rosa”, donde murieron ahogados más de 200 vascos de ambos lados de los Pirineos, en las costas de Rocha y se salvaron 70, el 9 de Junio de 1842, motiva esta nota. La carta publicada en 1842 por desconocido náufrago que se salvó, sirve de motivo suficiente para darle un marco histórico de referencia. El barco era un bergantín goleta, dicen de tres mástiles, de al menos 32 m de eslora y 9 de manga y 350 TRN de arqueo. El “Leopoldina Rosa” había salido del Puerto de Bayona (Lapurdi Francia) cargado de emigrantes, la mayoría de Iparralde, con destino a Montevideo, el 31 de Enero de 1842, para luego hacer una escala en el puerto de Pasajes (Esp.) pegado a San Sebastián.


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La crónica narrada más abajo, contiene un desgarrador relato del naufragio, publicado tres meses después en Madrid. Posiblemente llevado a Europa por el navío de guerra L’Éclair que asistió tardíamente a los náufragos evitando desmanes y robos en la playa y que escapaba presuroso de la paliza en el Río Paraná (4 de Junio de 1846, Batalla del Quebracho). El capitán inglés Hotham confesará al informar sobre las bajas del Quebracho: -Los buques han sufrido mucho. “Escapar con la mayor velocidad posible se convirtió en el único objetivo de las escuadras combinadas de las dos mayores potencias de la época.”


La trata de blancos


Lo que sigue es una breve síntesis relacionada con los “traficantes de emigrantes”, residentes en Montevideo y asociados con el Estado, de mano de obra cautiva y levas militares, donde muchos perdieron la vida. Obligados a formar parte de los bandos Blancos y Colorados en la Guerra Grande (1839 a 1851). Al fenómeno migratorio lo llamaron en España “la trata de blancos”. El viaje era calamitoso, siempre iban a bordo más emigrantes que los permitidos, con lo cual el flete se hacía más rentable. Esto sucedió tanto con las navieras francesas, como con las españolas, británicas y alemanas.


Seis años antes en Montevideo


El 3 de Abril de 1836 fondeaba en la bahía de Montevideo la corbeta francesa La Bonite, permaneciendo en la ciudad hasta el día 28 de ese mes. En ella viajaban los acuarelistas Teodoro Augusto Fisquet (L’Almirante) y Enrique Benito Darondeau, autores de varios dibujos de distintos lugares de la capital uruguaya, que entonces contaba con quince mil habitantes. En el diario de viaje de esta expedición, publicado en París, en 1845, se describe una escena bastante dura observada por estos pintores durante su breve estancia.


Montevideo, 1831.


Vascos engrillados en aquél Montevideo


“De regreso a Montevideo, viniendo en una excursión por sus afueras, los señores Darondeau y Fisquet advirtieron numerosos hombres ocupados en derribar las murallas de la ciudad. Muchos de estos hombres estaban encadenados; eran condenados, a quienes se empleaba en los trabajos públicos. Nuestros viajeros se mostraron sorprendidos al ver entre ellos a varios vascos, a quienes se reconocía por su vestimenta y particularmente por la boina, tocado característico de su país. Como pidieran explicación de este hecho, se les dijo que estos vascos, arribados en gran cantidad para establecerse en el Uruguay, no habiendo podido pagar su pasaje, el gobierno de Montevideo había saldado su cuenta imponiéndoles la obligación de trabajar por su cuenta durante un tiempo”.

Continúa: http://viajes.elpais.com.uy/2019/06/27/montevideo-1836-vascos-engrillados/.


“Los ganchos”


Samuel Fisher Lafone, inglés avecindado en la República Oriental, será uno de esos empresarios promotores (“ganchos”) en la extracción de emigrantes. A fines de 1835, gracias al respaldo del gabinete uruguayo, logrará firmar un convenio en Bayona para el transporte de jornaleros vascos: guipuzcoanos, alaveses y vizcaínos. El plan era mucho o más ambicioso, puesto que también pretendía trasplantar la recluta a las Islas Canarias. Según aquel pacto, firmado en el País Vasco, se otorgara una fianza por la cual el emigrante se obligara a cumplir la contratación. Eso era requisito suficiente para obtener la anuencia de las autoridades. Entre 1837 y 1840 cerca de 40.000 vascos entraron por Montevideo, viajando muchos a Buenos Aires y otras localidades.

Otro traficante, Brie de Laustan, Francisco (Otro Gancho): http://aunamendi.eusko-ikaskuntza.eus/es/brie-de-laustan-francisco/ar-33755/


Samuel Fisher Lafone / Puerto de Bayona 1840 (Francia).

Exposición – “Leopoldina Rosa: Una historia de hoy” (2019): https://agenda.diariovasco.com/evento/exposicion—leopoldina-rosa-una-historia-de-hoy-650959.html


Samuel Fisher Lafone / Bergantín Brillante, parecido al Leopoldina Rosa en tamaño, aunque un poco más moderno.


Viaje al fondo del mar


En 1842 bergantín Leopoldina Rosa; propiedad de “Lafone and Wilson; partió de Bayona (Francia) y recaló en Pasajes (5 km al este de San Sebastián) para llegar en los primeros días de Mayo a Montevideo, a 10 mil km al SO. A bordo venían 300 vascos de ambos lados de los Pirineos, huyendo de la primera guerra Carlista y del hambre.

He aquí los detalles que el Diario de Havre publica sobre esta catástrofe, comunicados por un testigo ocular. El navío Leopoldina Rosa venía comandado por el valiente y desgraciado capitán Frappaz. Además del equipaje llevaba a bordo 303 pasajeros, hombres, mujeres y niños, la mayor parte de las provincias Vascongadas. Eran laboriosos emigrados que con la esperanza de mejor fortuna dejaban su país para habitar las incultas llanuras del Uruguay. La travesía fue larga; pero la tierra estaba ya próxima, y la esperanza de un feliz desembarco hacia olvidar las privaciones del viaje, cuando al querer tomar tierra la Leopoldina Rosa fue asaltada por una tempestad de Sud Este que la llevó hacia la costa, adonde también la impelían las corrientes. Después de tres días de lucha, y pasada una noche casi sin luna (dos días después luna nueva) cuya oscuridad aumentaba los peligros, sin conocer tampoco las rompientes, encalló el navío.


El Capitán


Hippolyte Charles Marie FRAPPAZ nació el 10 de Septiembre de 1804 en Dunkerque, 59183, Nord, Nord-Pas-de-Calais, France.

Fallecido el 10 de Junio 1842 – Rio de la Plata, a la edad de 37 años como Capitaine de la Marine Marchande.


Crónica del naufragio Leopoldina Rosa según uno de los sobrevivientes


Eran las cinco de la mañana, tres horas después se vio la tierra: la Leopoldina estaba encallada en los arrecifes llamados de los Castillos. El buque, estaba perdido sin remedio, por lo que inmediatamente fue preciso ocuparse en la salvación de los que en él se hallaban. Llevado á la costa por la resaca, no había entre él y la tierra más que cable y medio de distancia (280 m.): si se hubiera podido tender Cable desde el navio á tierra, la salvación era fácil y casi segura. A este efecto se echó al mar el bote armado de dos viradores (Roldana, “pasteca” móvil) para llevar á tierra la punta de un cable grueso; pero las olas se elevaron con tal violencia, que el bote zozobró, y les marineros, con trabajo, pudieron regresar á bordo. Privados de este recurso, el capitán Hipólito Frappaz mandó á un marinero que se atase una sondaleza (Cordel con escandallo, medidor de profundidad) alrededor del cuerpo, y ganase á nado la costa, donde podría aballestar un calabrote (cuerda gruesa) unido á la sondaleza; pero el marinero no obedeció.




Esta investigación, que el BHL transcribe agradeciendo la gentileza del autor, Alberto Moroy, fue publicada en el Diario El País en 2020.

amoroy@gmail.com



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