Gutiérrez Paz

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Edgardo Máximo Gutiérrez Carbone.

EDGARDO MÁXIMO GUTIÉRREZ CARBONE

Nació en la localidad de Pan de Azúcar (departamento de Maldonado) el 29 de mayo de 1900. Sus padres fueron Gregorio Ramón Gutiérrez Díaz y Palmira Carbone Grossy (ambos maestros, nacidos también en el departamento).

Su infancia transcurrió en dicha localidad, hasta los 13 años, cuando se creó en 1913 el liceo de Maldonado y la familia se mudó para que él pudiera realizar los estudios secundarios.

Años más tarde, una vez finalizados los mismos, continuó estudios superiores en Montevideo, en donde concurrió a la Facultad de Derecho y Notariado a realizar la carrera de escribanía.

En esa ciudad se alojó en una pensión, junto a otros estudiantes también provenientes de Maldonado, a quienes además siempre consideró sus amigos y compañeros, como Don Elbio Rivero y Támaro, quienes en esos días cursaban la carrera de Medicina.

Fué un estudiante muy aplicado y si bien aprobó todos los exámenes de la carrera de notariado, los nervios o el destino, le jugarían una mala pasada en la última de las materias que le restaba, para obtener el título universitario.

Edgardo con sus padres y su hermana.


Durante ese examen, según contaba, su mente quedó en blanco, una amnesia momentánea pero de tal magnitud que no pudo recordar nada, ni siquiera aquellos procedimientos, que incluso ya realizaba a diario, en el Juzgado Letrado en el que se desempeñaba. No fue hasta muchos años después, siendo ya mayor, que comprendí el significado de lo que siempre nos decía… “Salvar una prueba o exámen no es solo producto del conocimiento que uno haya adquirido, sino también de la confianza que uno tenga en sí mismo, de lo que sabe”. Debe haber sido tan grande su miedo a que le volviera a pasar, que dicho exámen no quiso volver a darlo jamás, pese a la insistencia y aliento de amigos y familiares.

En la ciudad de Maldonado, cuando con sus padres vivían en una casa frente a la plaza, (de la que pese a ser reemplazada completamente años más tarde por el edificio anexo del Banco República, pudo obtenerse y conservarse una baldosa), conoció a quien se convertiría en la compañera de toda su vida, su esposa, María Electra Paz, dado que ella vivía con su familia en la casa adjunta (también frente a la plaza en el predio en donde años después se levantaría el edificio Campanario).

Baldosa de la vieja casa.


El ser vecinos linderos les dio la oportunidad de poder hablarse por encima del muro, el que como mudo testigo, marcó los límites y separó los jardines de ambas propiedades, pero no el amor que había nacido e ido creciendo entre ellos.

En esos años de noviazgo, disfrutó mucho de los paseos al aire libre, en especial, acompañado por sus seres queridos, por lo que solía realizar paseos a Punta Ballena y al Jagüel junto al padre de Ma. Electra (Carlos Paz) y a su familia, a su primo Jaime Pou al que también acompañaba en ese entonces, su novia Carmen Rivero (hermana del Dr. Elbio Rivero).

Y en agosto de 1927, Edgardo se casó con María Electra, y tuvieron tres hijos: Ethel, Edgardo (Quique) y Nenay Electra.

Recién casados, vivieron un tiempo en Montevideo, por lo que cuando en 1928 fué nombrado para ocupar un cargo en el Juzgado Letrado de Maldonado (único en ese momento), tuvo que viajar.


Al frente: matrimonio Gutiérrez Paz con su primer nieta, Cristina Pérez. Sentadas detrás: sus hijas Ethel y Nenay Electra. De pie, de izquierda a derecha: Antonio Pérez, Leonor Hernández y su esposo Edgardo Gutiérrez Paz (Quique).


Un año después de que nacieran sus hijos mayores, Ethel y Quique (1929), se mudaron y se establecieron definitivamente en la ciudad de Maldonado.

Allí, se radicaron en una casa ubicada en la Calle Dodera 854, en la esquina de la calle Florida (donde actualmente se encuentra el cambio Mayorano) y de la que aún hoy, sus nietos, conservan la chapa original del número de su puerta.


Durante los primeros años, esta vivienda fue una casa vieja, tal como se muestra en una pintura conservada por Ethel y que fuera realizada por un pintor italiano callejero, que se dedicaba también a cantar óperas.

La primera de las casas de la familia Gutiérrez Paz

Luego, con el correr de los años y con enorme sacrificio, fueron levantando una casa nueva y otra a su lado por la calle Florida, para alquilar y obtener recursos para continuar las obras de remodelación necesarias.


Vivienda de la familia Gutiérrez Paz. Dodera 854 esq. Florida.


Al lado de la casa por la calle Dodera no solo estuvo el cine que pertenecía al Club Paz y Unión, sino también la sede del Club Atlético Fernandino. Cuando el cine cerró, quedó el Club con cantina, salón de baile y biblioteca hasta que Paz y Unión inauguró su sede en la calle Sarandí y dejó allí el teatro, la parrilla y la biblioteca, algunas reemplazadas hoy por el estacionamiento de Super Market´s.

Entre sus vecinos se contaron: Saturno Silva con su familia, Guillermo Muñóz y familia, Guillermo Tell Figueredo y flia., luego su hijo Paco casado con Pochocha Freire, Pablo Busquet y flia., Grieco y flia., Angel Rubio y flia. y también la familia Odizzio.

Con el transcurso de los años, todos se fueron mudando, permaneciendo las familias Silva hasta que fallecieron los mayores, y Marucha Odizzio.

Tenía muchos amigos entre las familias antiguas de Maldonado, pero también hicieron otros nuevos entre quienes llegaban de otros departamentos, como Mario Bravo Miguez y Mireya su señora e hijitas, López o Pereira, que también fueron sus vecinos.

Fue una persona sumamente apreciada, por su permanente disposición para ayudar o escuchar a quienes lo solicitaban.

Una vez radicado en Maldonado con su familia, volvió a disfrutar de las actividades en la naturaleza, entre las que se destacaban las salidas de pesca, las que llevaba a cabo siempre acompañado de algún amigo, como Julio Amorín (comisario) y/o Elbio Rivero. En muchas de estas incursiones, se quedaban en un pequeño rancho que Rivero tenía en el la zona del El Barranco, frente a donde se emplazaba el Hospital Marítimo (pasando las piedras de El Chileno), al que habían bautizado como “El Pejerrey”.

El deporte también formó parte de sus actividades, jugando para el Club Atlético Fernandino. Más adelante pasó a integrar, en varias oportunidades, su Comisión Directiva, por lo que cuando falleció, el Club solicitó rendirle homenaje póstumo, cubriendo el féretro con la bandera de la Institución.

Integró también la Comisión Directiva del Paz y Unión, club al cual concurría con su esposa e hijos a participar de los encuentros sociales que se desarrollaban.

Fue fundador del Club Peñarol de fútbol de Maldonado y Cónsul del Club Atlético Peñarol de Montevideo, y gustaba de recibir en su casa cuando llegaban de la vuelta, a los ciclistas que representaban a este club.

También integró durante mucho tiempo la Comisión del Club Urú, y especialmente algunas comisiones, como las de Basketball y la de Bochas.

Siempre fué una persona muy trabajadora, y así entre los años 1942 y 1950, también trabajó, durante las temporadas de verano, en el Casino Nogaró.

Su primer auto fue un Chrisler que compró en 1949 para luego cambiarlo por un Skoda de color crema muy tenue, que conservó hasta la edad de los 80 años, momento en que dejó de conducir.

En este auto, salía con su señora a pasear trasladándose a Punta del Este, a Portezuelo, o a la zona de Piedras del Chileno a tomar mate mientras disfrutaban de la vista del mar. En El Chileno se reunían con su cuñada Julieta y su esposo Tito, con sus hijos y nietos de estos.

Quiso muchísimo a sus nietos de quienes se enorgullecía.

Durante los fines de semana o tiempo de vacaciones, llevaba a sus nietos a jugar a los grandes médanos de arena que destacaban en la Playa Mansa, o a la Punta de la Salina en donde recolectaban caracoles entre las piedras. Durante la época de clases y cuando llovía en extremo, también iba a buscar sus nietos para llevarlos a la Escuela o regresarlos a su casa, localizada en la zona de Las Delicias California Park.

En otras oportunidades oficiaba de transporte de todos los integrantes de la familia de su hija menor, para que durante las vacaciones de turismo o primavera, pudieran trasladarse a pasar esos días a un lugar paradisíaco y entonces prácticamente inalterado, silencioso y con una biodiversidad increíble, conocido como EL Placer, a una modesta casita que les prestaban, ubicada a orillas del Arroyo, casa por medio del ya inexistente parador próximo al puente ondulante.

Le gustaba llevar a sus nietos a pescar a la Laguna del Diario para lo que les fabricaba una caña con hilo como tanza, un corcho por boya y un alfiler doblado en vez de anzuelo, pasando largas horas atrapando pequeños bagres que conservábamos en un balde con agua hasta su devolución antes de marcharnos.

Don Edgardo y Doña Maruja con su primer nieto Pablo Andrés, hijo de su hija menor Nenay..


Diario El País del 22 de Julio de 1969.

En una época que ni siquiera se soñaba con los alcances de la informática y de la comunicación, se estableció la misión de recortar artículos interesantes de los diarios para que sus nietos pudieran cuando fueran mayores leerlos, aprender e ir apreciando paso a paso los avances de la ciencia y cada nuevo descubrimiento.

Algunos de estos artículos, ya amarillentos por el paso del tiempo, aún se conservan, como es el caso particular de los artículos publicados en 1969 por un diario de la época, sobre el alunizaje del Apolo 11 y sus valientes astronautas.

Vida y Color.

La vocación por la educación tenía muy fuertes raíces en la familia y parecía fortalecerse en cada generación, por lo que no era de extrañar que también disfrutaba y consideraba de gran valor dar a sus nietos, cualquier material que considerara que podía tener algún valor educativo, y con esa visión, juntó los suplementos de la colección del diario El Día, compró y les obsequió los álbumes y las figuritas de Vida y Color y Vida y Color 2, Zoo Color y Nuestro Mundo, cada fascículo de la colección de la Enciclopedia de los Animales, y la más influyente, la Enciclopedia de J. I Costeau, Mundo Submarino, la que alimentada con paseos de pesca, incidieron sobre manera en la definición de la vocación de unos de sus nietos, quien obtuvo el título universitario de UdelaR en Oceanografía Biológica.


Entre las cosas que más disfrutaba, y cuyo espíritu supo transmitir durante muchos años, fué organizar y festejar las fiestas navideñas, y el Año Nuevo, con todos sus hijos y sus respectivas familias en la casa de Dodera 854. Ya varios días antes se comenzaba a vivir la víspera de la Navidad, saliendo a los inmensos bosques a seleccionar el pino correcto (antes no había la alternativa de adquirir pinos artificiales), el que después de conseguirlo, se llevaba a la casa, se colocaba en una esquina del living y entre todos se procedía a adornarlo.

Por su parte mi abuela (Doña Maruja) se dedicaba a desplegar en toda su dimensión una gran mesa central, y decorarla colocando sobre sus manteles blancos, grandes centros de mesa repletos de ramos de jazmines, cuyo aroma, hasta el día de hoy, no solo nos trae aquellos hermosos recuerdos, sino que es el anuncio de la proximidad, de estas fiestas tradicionales.

Cuando se jubiló a los 72 años sus compañeros y amigos le hicieron una gran despedida en el Club Paz y Unión.

Siempre fué una persona llena de vitalidad, optimista, de carácter alegre y muy servicial, que gozó hasta muy avanzada edad de una excelente salud. Nunca lo escuche decir que alguna de las comidas que hacia mi abuela no le gustara pero recuerdo que sentía una predilección especial por los sándwiches de jamón y queso. Solo habían dos cosas que mi abuela le aconsejaba no consumir, diciéndole que le iban a caer mal, pero ni así lo conseguía; las butifarras, o aquella preparación de aceite con sal en un plato que mojaba con pan, las que podían convertirse en una previa antes del almuerzo. Otra de las cosas que siempre había en el placard de la cocina, eran las galletas María a las que gustaba comer con abundante manteca, para lo cual tenía un dicho cuando se las preparaba mi abuela y consideraba que era muy poca la cobertura… “Galleta, viste manteca?

Falleció en 1987 a la edad de 87 años.




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