Un árbol llamado Antonio, Raúl Montañés

De Banco de Historias Locales - BHL
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Tapa del libro con varios relatos breves que ilustran la relación entre Ramón Lobato y Don Antonio Lussich.
Contratapa del libro "Un árbol llamado Antonio" de Raúl Montañés.




ESTE TIMÓN ES DE UN ÁRBOL

QUE CRECIÓ EN MI CORAZÓN

PODRÁ ROMPERSE MI BARCA

PERO JAMÁS EL TIMÓN.



Así pensaba don Antonio Lussich inclinado en actitud meditativa sobre su lanchón de salvataje. Don Antonio era un lírico trashumante aparecido en la región esteña, y como su bosque, enraizó en ella.

El clima generoso, el subyugante panorama, robustecieron su espíritu y una poderosa fuerza telúrica lo llamó a sus profundidades.

Sobre el áspero lomo de Punta Ballena fue un árbol más. ¡Un árbol llamado Antonio!


- Ramón... Ramóoon... Insistió.

- Mande patrón.

- Yo no soy tu patrón - aclaró Don Antonio...

Yo soy tu amigo. Como no tienen horario, tampoco tienes salario. Tu haces lo que quieres y puedes, y yo en mérito a tu trabajo, siempre te arrimo unas leñitas para que quemes tus vicios. ¿Estamos?

- Tamos. Ansina es patrón, asentió.

Ramón Lobato era un comarcano con credencial lugareña. Introvertido como una roca, prosiaba más con su silencio que con las personas.

Barbado y melenudo, y fuerte como tronco de ñandubay, la naturaleza lo moldeó en el yunque de las rudas tareas campesinas.

Roca viva con forma de hombre, el tal Ramón Lobato.

Un caldo de bronce alimentaba su piel.

Tenía una alma de gaviota, pero de gaviota blanca.

- Ramón, te pido si puedes y quieres - subrayó don Antonio - si haces el favor de picar un poco de leña y la traes para la casona. El invierno está crudo y espero la llegada de Pepe para su descanso semanal.

- ¿Quién es el tal Pepe?

- Don José Battle y Ordóñez. El Presidente de la República.

- ¡Colorau!... ejem... Ojo de grillo macho. Bicho colorau.

- ¿Qué dices?... - Inquirió don Antonio con cierta confusión.

- Nadita, patrón, nadita. Y se alejó murmurando, - Bicho colorau - sólo sirve pa´dejar ronchones.


Ramón Lobato era blanco y su idea política se manifestaba en inverosímiles actitudes.

Tomaba mucha leche y explicaba que con esa abundante consumisión, procuraba cambiar el color de su sangre. Desde luego que esa rara metamorfosis solo transformaba su pensamiento, pero por ser colorada, odiaba su propia sangre.

Pertenecía a las filas de don Juan José Muñoz. El Ladero de Aparicio, cuando Aparicio cayó.

- Ramóoon... Ramóoon...

Mandadero y guardabosques y cuarenta oficios más, Ramón acudía solícito a todo requerimiento de don Antonio.

- Mande patrón.

- Patrón... patrón... Yo ya te dije que ...

- Diga Patrón.

- ¿Y entonces?

- Tonce. ¿Qué se le ofrece?

- Vas a ir a Punta del Este por provisiones. "Digo si quieres y puedes". En este papel está escrito el pedido. Decile a Perfilio Báez, el del boliche "La Vanguardia", allí en La Pastora, que mande el vino de siempre. Quiero agasajar bien a don Pepe. - Y agregó - Y tu llena el chifle tuyo a mi cuenta. ¿Estamos?

- Ansina se hará patrón. - Y musitó - ¡son dos leguas de arena! Patiada y pico, ¡Dos leguas!

- Una legua Ramón, una legua.

- A pata, en el arenal, una legua vale por dos.

- ¿Por qué a pie? ¿Y tu yegua?

- Ta recién parida. Descargó en la madrugada.

- ¿Qué tuvo?

- Parió potranco macho.

- ¿Cuál es el padrillo?

- La yegua no sabe hablar.

- ¡Ah!, exclamó don Antonio - y agregó - que el vino sea el de siempre.


Por los rubios arenales portando su maletón. Camino de "La Vanguardia", iban el viento y Ramón.

Y pensaba...

- Me gustaría ser río, pa´andar viajando por ai. Pero soy Ramón Lobato, ¡quién fuera río carai!


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- Güenas Perfilio.

- Qué tal Ramón.

- Sudau y de garguero reseco. Servime la caña doble. Pal´desaguache, ansina es güena.

- ¿Venís a pata?

- A pata.

- ¿Y la yegua?

- Ta de parisión.

- ¿Y porqué no vino Sinforiano en el carruaje?

- Sinforiano Montañés le escupió la paga a don Antonio y se fué... ¡Qué Sinforiano éste!. Anda Atravesau.

- Pero don Antonio es justo y generoso.

- Pero risulta que´l Sinforiano anda engualichau y cualesquiera pulga lo molesta.

Bicho sonso el cristiano enamorau. Se jé nomás.

- ¿Te sirvo la otra? - invitó Perfilio.

- Serví y enllename el chifle, y apuntá pa´don Antonio.

- La yegua de parisión, Ramón Lobato de apie, Sinforiano engualichau...

- Ansina es Perfilio.

- Así que usté es Lobato. Terció un parroquiano.

- Un servidor, Ramón Lobato.

- A usted lo ... bato bien y me lo como en merengue. - Insistió el ebrio, tan desmedajado, como falto de estabilidad.

- Guarde amigo, - retrucó Ramón -,... que no soy china de quilombo pa´que me ande manosiando.

- Lo ... bato así, y me lo como en merengue - repetía -, al tiempo que colocaba una manopla sobre el hombro de Ramón.

Como un relámpago. Con la misma brevedad de un rayo, el ágil brazo del ofendido le asomó el facón de punta y le descargó un plenazo en pleno rostro. El impertinente hizo trompo y cayó pesadamente al suelo.

- ¡Lo mataste! gritó asombrado Perfilio.

- Jué un planazo nomás. Como pa´que duerma un rato y se deje de comer merengue. ¡Cha digo con el polizonte! Que rata trujo la bodega. Ambos rieron.

- Pa´aplacar los nervios no hay como una cantarola. Ahí tenés una guitarra, gritá unas coplas Ramón.

- Yo canto solo de noche.

- Como las corujas.

- Como tu agüela.

- Fue una broma Ramón.

- Guardala en la tabaquera.

Ramón tomó la caña de un trago. Tomó el maletón con las provisiones, y tomó con total indiferencia el camino del arenal. Ya costeando y con paso lerdo y cansino, reflexionaba:

- ¡Crestiano macho, gustarle el merengue!



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- ¿Dónde estoy? ¿Quién soy? ¿Quién me amasijó? Vuelto en sí el ebrio sacudía la cabeza estimulando la recuperación de sus sentidos.

- ¿Quién fue? -, preguntó, y Perfilio Báez aclaró:

- Usté es un polizonte borracho que le hicieron tragar el merengue. Esta caña va servida por la casa. Tómela. Basta de merenguiar y se retira, que mi comercio no es reñidero. ¿Estamos?

- Estamos -, dijo incorporándose y agregó:

- ¡Amargo el merengue! ¿No?



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Es noche de plenilunio. Embriagada de paisaje. Pálida luna de Junio se desmaya entre el follaje. No se qué tristeza tiene esa luna de azafrán. Que un río de plata viene, y las mojarras se van.

- Aura si viá cantar; - comentó Ramón.

Ramón Lobato no era cantor pero... cantaba.

Su voz grave, sin el armónico timbre de modular, más bien se asemejaba a los ecos repartidos de un trueno que revienta en la lejanía, pero... cantaba.

Mejor dicho, gritaba, que es la más pobre manera de entonar.

Castigada implacablemente por rústicas manos, su vieja guitarra se refugiaba quejumbrosa en los aleros de su corazón.

Con coplas sabidas, o momentáneamente improvisadas era el saltamonte de la temática.

Las cuartillas eran casi perfectas, pero no conservaban la hilación de su relato.

En una sola canción se adueñaba de todas las situaciones del mundo que giraba a su alrededor. Con guitarra destemplada y destemplada garganta...


- Yo se que canto muy mal. Se que´s pobre mi versiada.

Es malo cantar tan mal. Pero es pior no cantar nada.


Yo tengo un Dios que me guía, llaman Juan José Muñoz

Que mi Dios no muera nunca, porque me quedo sin Dios


Se pelearon dos claveles. Un blanco y un colorau

Por la culpa de una rosa, que los tenía trastornaus


No tuvo suertita el blanco. Ni tampoco el colorau

Porque se casó la rosa, con un cardo del bañau


Ayer junté mucha leña pa´hacerle frente al invierno

Y pa´calentar las patas, de un carancho del gobierno


Mañana viá a Maldonau, a visitar "la buzona"

Si a tuitos dice que si, será muy güena persona


- Ramón... Ramóoon... llamó don Antonio.

- Mande patrón.

- ¿Quién es la tal "Buzona"? - interrogó.

- La madre de los desamparaus.

- ¿La madre de quién?

- De los necesitaus.

- ¡Ah!...


La canción quedó trunca.

Ramón dejó de cantar, la guitarra dejó de sufrir y se acostaron juntos en el mismo cobertizo.



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(...)






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