500 años de Cristianismo en nuestras costas

De Banco de Historias Locales - BHL
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"Desembarco de Juan Díaz de Solís en las costas de la Banda Oriental", Ulpiano Checa. (Las velas desplegadas y la ubicación de la embarcación en la orilla, por el calado y porque está estacionada, en la ilustración no corresponden con la realidad).



500 años de presencia del Cristianismo en la Cuenca del Plata

Dr. Mario Scasso Burghi



Una decena de años después de la llegada de Cristóbal Colón, a las Islas de las Antillas, comandando una expedición organizada por el Reino de España, se comenzó a perfilar la noción que las tierras donde se había arribado no eran parte de Asia. Inicialmente el florentino Américo Vespucio, luego de su viaje al Sur de las tierras descubiertas en 1502, lanzó la idea que constituían “la cuarta parte” del Mundo conocido, diferente a Europa, África y Asia, “un Mundo Nuevo”.

En 1513, poco más de veinte años del primer viaje de Colón, ya se había descubierto una gran cantidad de islas y una extensa longitud de costas, cuando Vasco Núñez de Balboa, recorriendo un trayecto terrestre de Norte a Sur, partiendo de la costa del Mar de las Antillas, arriba a las playas de un extenso mar, que denomina “Mar del Sur” (actual Panamá, entonces llamada Castilla del Oro). Es decir que ya se tuvo la noción que estas tierras continentales, estaban separadas por un océano del Asia.

También Fernando de Aragón y Castilla, tuvo conocimiento que expediciones portuguesas, habían llegado más al Sur, que la “Tierra de la Santa Cruz” (Brasil), a territorios indudablemente hispánicos por el Tratado de Tordesillas (Gonzalo Coehlo-Américo Vespucio [1501-2] y Juan de Lisboa-Esteban Froes [1511-12]).

Fallecido Américo Vespucio, Piloto Mayor de la Corona Hispánica, en 1512, es sucedido en el cargo por Juan Díaz de Solís, en los documentos españoles figura como vecino de Lepe (Huelva) y luego de Lebrija (Sevilla), pero era probablemente de origen portugués. El cargo de Piloto Mayor, designado por el monarca, consistía en la preparación y ejecución de expediciones náuticas para la Casa de Contratación de Indias, para lo cual debía ser un experto navegante, con capacidad de descubrir y trazar rutas marítimas y elaboración de mapas para incorporarlos al Padrón Real. La Casa de Contratación, era el organismo colegiado encargado de la coordinación y armado de los viajes a las Indias y de la recepción y disposición de mercaderías provenientes de ellas. El Padrón Real o General, era el mapa oficial y secreto, que era utilizado como modelo para los mapas y cartas náuticas, que se empleaban en los navíos españoles y que fue confeccionado paulatinamente, por los marinos y cartógrafos que navegaban “a las Indias”.


Mapa del Atlas Miller (1519) donde se observa la costa de Brasil y la desembocadura de los ríos Amazonas y De la Plata.

En noviembre de 1514 se firman capitulaciones entre Fernando (que gobernaba Castilla por invalidez de su hija Juana, viuda de Felipe de Habsburgo) y Juan Díaz de Solís, por las que éste se obligaba a navegar a “las espaldas de Castilla de Oro” e ir descubriendo desde allí “mil y setecientas leguas y más si pudieres…”, “… de la dicha Castilla del Oro delante de lo que no se ha descubierto hasta ahora”. Es decir que se lo enviaba a descubrir un pasaje entre el Océano Atlántico y el Mar del Sur (Océano Pacífico), llegar hasta Panamá por ese mar y luego navegar unos 8200 km. (aprox. la distancia entre Panamá y Honolulú [Hawái]).También que tomara posesión de las “tierras y partes que descubriereis, hagáis ante escribano público y el mayor número de testigos calificados que pudieres…”, “un acto de posesión en nuestro nombre, cortando árboles y ramas y cavando y si hubiere disposición, algún pequeño edificio y que sea en parte donde haya algún cerro señalado o árbol grande” (para que sirva de referencia o hito) y precisar a cuánta distancia está de la costa y que apariencia tiene. “Haced allí una horca” (en el sentido de presencia de la Justicia Real) y que “toméis la dicha posesión…”, “por aquella parte y por todo su partido, provincia o isla y de ello sacareis testimonio signado por dicho escribano, de manera que haga fe.”

La expedición se organiza a lo largo del año 1515, se conforma una flota descubridora constituida por tres pequeñas embarcaciones, tripulada por unos 60 hombres (se carece del registro inicial). Juan Díaz de Solís, era el piloto y capitán de la expedición, comandaba el navío de mayor porte: “La Portuguesa”, Francisco de Torres, era su cuñado y segundo piloto, Pedro de Alarcón era el contador y escribano y Francisco Marquina era el factor (funcionario encargado de la recepción y administración de los bastimentos: mercaderías y provisiones para abastecimiento de la expedición) y Diego García era el maestre (encargado de la dirección de la marinería en las maniobras de las embarcaciones). Alarcón y Marquina eran funcionarios reales, lo cual le otorgaba, además del empleo de Solís, un carácter oficial a la empresa. No se ha conservado el registro de un capellán en la expedición, pero esta presencia era ineludible ya que eran obligados partícipes de toda expedición.

Esta presencia se debía a la posición de España frente al descubrimiento y conquista del “Nuevo Mundo” o “Las Indias”, que realizó una elaboración de una doctrina de justificación, de un gran contenido ético, constituida por juristas, teólogos y moralistas universitarios, es decir la intelectualidad hispánica, que consideró que no sólo se trataba de tener un “título de conquista”, sino además que este fuera “justo”.

Estos principios fueron esgrimidos en primer lugar por Isabel, Reina de Castilla, que consideraba a los “indios”, como sus “súbditos”, por lo tanto libres y con derecho a propiedad. En segundo lugar a la posición teológica que los indígenas no dan mérito a una “guerra justa”, como era el enfrentamiento con turcos y moros, ya que éstos desconocían la Fe Cristiana. Por lo tanto, la justificación de la guerra y la conquista, es en un carácter nacional hispánico, la predicación del Evangelio, expansión de la Religión Cristiana y conversión y salvación de las almas de los indígenas, logrando la pacificación por medio de la Fe en Cristo.

Si bien esta base teórica, se vio prácticamente sobrepasada por la conquista militar y la sumisión forzosa de los indígenas, no es menos cierto que la Monarquía Hispánica, siempre sostuvo el derecho de propiedad de los señoríos indígenas sobre sus territorios y que se logró en los indios vasallos una pacificación de los conflictos intestinos tribales.

Ninguna de las monarquías europeas que intervino en la conquista de lo que luego se llamaría América: Francia, Inglaterra, Portugal, Holanda, Dinamarca, esbozó una teoría similar justificativa, ni reconoció el carácter de súbditos con derechos a los conquistados de sus dominios.

Modernamente en los últimos Siglos (XIX, XX y XXI) nos han expuesto justificaciones de conquista menos éticas: como “Expansión de la Civilización Europea”, “Conquista del Espacio Vital”, “Defensa del Socialismo”, “Defensa del Mundo Libre”, “Defensa contra el Terrorismo” o “Posesión de Armas de Destrucción Masiva”.

La pequeña flotilla, parte de Lepe, en realidad de la Barra del Río Piedras en el Océano Atlántico, el 8 de octubre de 1515, navegan hacia el Suroeste, hacia las Islas Canarias, arribando a Santa Cruz de Tenerife y desde allí hasta la costa del Brasil, bordeándola con dirección al Sur, hasta la actual Isla de Santa Catalina, que ofrece un buen fondeadero. Prosiguiendo en su trayecto austral, en pleno verano, no encuentran un lugar apto para recalar y reabastecerse de agua. Primero una extensa zona costera arenosa, con la desembocadura de un gran río con una barra de arena en su desembocadura, que dificulta su acceso (Río Grande). Más al Sur pasan por islotes rocosos, poblados de lobos marinos, próximos a puntas pedregosas, en una costa que se continúa extendiendo en dirección Sudoeste. El 2 de febrero de 1516, avistan una isla con acantilados, donde pululan pinnípedos y más al Noroeste de ella una prolongada punta arenosa bordeada de rocas, que con una pequeña isla poblada de palmas, protegen una bahía, de aguas calmas con una costa de playas de arena, a los 35 grados de Latitud Sur.

Entrando en ese espacio de agua, sondeando sus profundidades, avistan desde la cofa (no existían catalejos aún), en la parte central de su costa, una pequeña laguna de agua, alimentada por una cañada, entre interminables dunas de arena. En un adecuado fondeadero, protegido de los vientos del Este y del Sur, pudieron descender chalupas junto a las embarcaciones y colocar en ellas los toneles donde almacenaban el agua y con remos conducirlos a la playa, donde pudieron embicar en la arena, bajarlos y haciéndolos rodar, alcanzar el curso de agua para rellenarlos, previa limpieza de sus paredes internas, cubiertas de verdín.

Desde allí advirtieron, que luego de la alta punta rocosa que semejaba el lomo de una ballena, que limitaba la bahía por el Oeste, la costa proseguía hacia el Poniente en un sentido bastante recto Este-Oeste.

Bautizaron a la bahía como “Puerto de La Candelaria” y a la extensa punta rocosa y arenosa, que la cerraba por el Este, notable accidente geográfico, como “Cabo de Santa María”, por ser el día de esa Fiesta Mariana del Calendario Religioso, correspondiente a la “Purificación de la Virgen y Presentación del Niño al Templo”, cuarenta días después de la Navidad. Todo esto se anotaba en el cuaderno de bitácora y se dibujaba un plano descriptivo de la costa y accidentes geográficos visibles, escribiendo los nombres impuestos y se registraban las profundidades de los pasos y fondeadero.

En la tarde de ese caluroso y largo día veraniego, luego de las tareas de aprovisionamiento de agua y que los marineros sin obligaciones náuticas se dedicaran a la pesca, para variar la dieta de carne de buey y cerdo salada y galleta y después que los enviados a misiones exploratorias de los alrededores regresaran con informes de la situación, se tomó la decisión de efectuar los actos de posesión de este puerto en nombre de sus monarcas: el Rey Fernando y su hija Juana. Se consideraba que este punto estaba “bien adentro” de la posesiones hispánicas, lejos de la Línea de Tordesillas demarcatoria. Fernando ya había fallecido el 23 de enero, pero el hecho era ignorado por los expedicionarios. En los arenales próximos a la playa y al curso de agua, que con la sucesiva utilización para aprovisionamiento de agua de los navíos a vela durante los Siglos XVI, XVII, XVIII, hasta bien entrado el XIX, se llamaría “La Aguada”, en la altura de un médano, se colocó una cruz de madera. Estaban presentes el Comando de la expedición: Solís, Torres, García, Marquina, el ignoto capellán y los marineros encargados de realizar los actos posesorios. Todos vestidos con su mejor indumentaria y bañados en agua dulce, con su ropa “adecentada” (durante las travesías náuticas era imposible bañarse, ni afeitarse, ni lavar la ropa con agua destinada para el consumo). Como lo indicaba el ceremonial previsto, se proclamó a gritos que estos territorios pertenecían a la Corona Hispánica (el pregón), se hizo tremolar el Pendón con las “Armas Reales”, con el sonido de una trompeta y se rompieron ramas de los retorcidos matorrales de “espina de la cruz”, que proliferaban en las hondonadas entre las dunas, en ausencia de árboles próximos.

El escribano Alarcón daría testimonio escrito del acto y el capellán celebraría el oficio religioso correspondiente al de la Fiesta de “La Candelaria”. Todo esto fue presenciado por numerosos indígenas, que provenientes de los “paraderos” (campamentos veraniegos), situados en las actuales Punta del Este y Piedras del Chileno, donde se ocupaban próximos a cursos de agua, de recolectar mariscos, pescar, y cazar lobos marinos. Éstos a su vez habían asombrado a los marinos con su semidesnudez veraniega, la salutación lacrimosa (saludaban llorando), el labio inferior de los varones atravesado por un trozo de madera (barbote) y las mutilaciones de los dedos de las manos de las mujeres y las cicatrices de las heridas auto infligidas en las piernas y los brazos de los hombres (ambos como signos de duelos por fallecimiento de familiares). 10.000 años de civilización separaban a individuos que vivían en el Paleolítico, con los herederos de la Civilización del Mar Mediterráneo.

Tomando como base la bahía descubierta, Solís se adentra en el estuario del que debía tener información de Vespucio, su antecesor en el cargo de Piloto Mayor, en la carabela menor. Este navío el más pequeño de los que comandaba, indica que no esperaba encontrar una comunicación entre dos océanos en esta latitud. Encuentra el “Mar Dulce”, del que tenía referencias que Vespucio había denominado “Río Jordán” y según Serafín Cordero, citando a Las Casas, denominó Río Santa María. El “Mar Dulce” no fue un nombre otorgado, sino sólo una referencia.

A mediados de marzo se produce la muerte de Solís, de Alarcón y Marquina y cinco de los marinos desembarcados en la Costa Oriental del actual Río de la Plata (más al Norte de la Isla Martín García, donde habían enterrado al despensero de la expedición que había fallecido), por los charrúas, probablemente ocasionado el ataque al tratar de capturar a algún individuo. Avisado por los tripulantes sobrevivientes de la carabela, Francisco de Torres, toma el mando expedicionario y decide retornar a España, denominándose entonces el río-estuario como “de Solís”, hasta luego de la expedición de Sebastián Gaboto en 1527, en que comienza a llamarse “de la Plata”.

En el Siglo XVIII ya solo se llamaban de Solís, los Arroyos Grande y Chico y Félix de Azara, refiere en sus descripciones, que el desembarco del marino había sido allí.

El nombre de Santa María referido a la corriente fluvial fue fugaz, pero el nombre de Cabo Santa María se conservaría a lo largo de tres siglos, como punto de referencia de entrada al Río de la Plata. En 1750, se negocia el Tratado de Madrid, primer acuerdo de límites entre los Reinos de España y Portugal, en sus territorios de Sudamérica, luego del Tratado de Tordesillas, firmado más de 250 años antes (1494). A su firma España reconoce la penetración de su vecino en la Cuenca Amazónica, en la Meseta (Planalto) Brasileña y en la Cuenca de la Laguna de Los Patos y de la Merín y se reserva el área del Río de la Plata, migrando la denominación cartográfica del Cabo de Santa María, entrada de este curso fluvial, a una punta rocosa 100Km. más al Este, colocando el límite terrestre, en la desembocadura del Arroyo Valizas, en la Punta del Marco, 50 Km. más al Naciente. El Cabo Santa María pasaría a denominarse como Punta del Este de la Bahía de Maldonado. El Puerto de La Candelaria, desapareció como denominación al ser sustituido por el de un integrante de la expedición de Gaboto, abandonado allí a su regreso a España.

Lo que debe rescatarse es que la primera existencia de un servicio religioso cristiano se desarrolló aquí, en la entrada del Río de la Plata y que este curso fluvial y sus afluentes fueron la ruta de descubrimiento, colonización y evangelización de su cuenca. Los fundadores de Buenos Aires: Pedro de Mendoza (1536) y Juan de Garay (1580); Asunción: Juan de Salazar y Espinoza (1537); Santa Cruz de la Sierra: Ñuflo de Chaves (1561); Santa Fe: Juan de Garay (1573); Corrientes: Juan de Torres de Vera y Aragón (1588), las principales poblaciones de los países de su cuenca, pasaron por esta Bahía de Maldonado, llevando la Fe Cristiana a sus orillas.



Bibliografía

Crónica General del Uruguay. – Volumen I. W. Reyes Abadie / A. Vázquez Romero.

La Nación Charrúa. – Rodolfo Maruca Sosa. 1957.

Los Charrúas. – Serafín Cordero. 1960.

La Conquista Justificada. Los Justos Títulos de España en las Indias – Guillermo Vázquez Franco. 1968.

Los Viajes de Juan Díaz de Solís y el descubrimiento del Río de a Plata. – Juan Antonio Varese. 2016.

500 del descubrimiento del Río de la Plata. Encuentro de Culturas en la Banda Oriental. – Publicación de la Intendencia de Maldonado. 2017.







Dr. Mario Scasso Burghi

marioascasso@gmail.com



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