El Fraile Escultor
El Fraile Escultor
Extracto del Suplemento Especial del periodista Gustavo Lafferranderie, publicado por Correo de Punta del Este en 1999
Apenas un tributo
Nació hace un siglo en Tacuarembó pero siempre quiso que sus restos descansaran en Maldonado. Dos veces fue cura párroco y nunca dejó de recibir el afecto de sus feligreses y amigos. El Padre Domingo nunca necesitó de formalidades ni de aplausos para ser reconocido en esta ciudad que lo tuvo por hijo adoptivo y dilecto. Por eso las páginas de este suplemento constituyen apenas un tributo y un reconocimiento al ejemplo vivo de su persona; en suma, un ejercicio de gratitud - colectiva - para el que colaboraron con entusiasmo numerosas personas que lo conocieron de cerca. Es de esperar que, allá donde esté, la humildad del padre sepa perdonar el incompleto repaso biográfico que se le dedica y el cálido recuerdo de quienes brindaron su testimonio para conformarlo. El lector, por su parte, puede colaborar imaginando que sus inagotables 94 años de vida empiezan en la página 2 y concluyen en la contratapa. De todas maneras, y según es bien sabido, todo lo que se diga del Padre Domingo siempre será poco.
Historia de una estatua que no quería salir
En la mañana del mismo día de 1945 en que Maldonado habilitó su colegio católico, en el Abra de Perdomo centenares de feligreses se congregaron para inaugurar oficialmente una gigantesca imagen de San Francisco. El autor de la escultura no había sido otro que el propio Padre Domingo, iniciado en las artes de Miguel Ángel con el solo objeto de abaratar el presupuesto parroquial. Pero si la historia tuvo un final feliz, el proceso de emplazamiento de la estatua tuvo sus pormenores.
Quienes hayan tenido el placer de recorrer las serranías que adornan el paisaje del Abra de Perdomo conocerán, sin duda, una austera imagen de San Francisco que contempla la región desde la falda de un cerro. Lo que pocos saben, sin embargo, es que la efigie salió de las manos del padre Domingo y que fue construida en un recito de la catedral, donde estuvo a punto de quedarse para siempre.
La colocación de la imagen en ese lugar obedeció a un pedido de la entonces Primera Dama de la República, la Señora de Alfredo Baldomir. "Le pidió que pusiera una imagen de San Francisco y él le prometió que lo iba a hacer, pero después la señora no le dio un peso para construirla. La recordó toda la vida porque no le dio un peso"; evoca el padre José Luis Cereijo, actual titular de la parroquia de San Antonio en Montevideo, quien oyó la historia de boca del propio protagonista. El caso es que, en su momento, fray Domingo no pudo negarse al deseo de la primera dama y enfrentó la construcción de la estatua sin poseer ninguna experiencia previa. Y como era de esperarse, la empresa revistió ciertos pormenores que perduran risueñamente en la memoria de sus ex compañeros de sacerdocio.
Poco después de acometer la construcción del San Francisco, recuerda el padre José Luis, fray Domingo "había llamado a un escultor para hacer el San Fernando que corona el tímpano de la fachada de la iglesia". Pero el artista le solicitó la contratación de un peón para trabajar el cemento con que se construiría la imagen y este salario fuera de programa elevó el presupuesto considerablemente. "El artista venía, le daba instrucciones al obrero y se iba al boliche a tomar algo. Y Domingo dijo: "para esto yo no quiero un artista, no necesito contratar a nadie".
Manos a la obra
Así las cosas y habiendo observado atentamente la técnica con la que se modelaban las estatuas de cemento, llegado el momento de construir el San Francisco, fray Domingo decidió prescindir de los servicios de cualquier escultor diplomado. Dispuesto a poner manos a la obra, el primer problema que se le presentó fue el modelo. "Porque, entonces, ¿de dónde sacaba un San Francisco?", refiere José Luis. Hombre expeditivo, fray Domingo "bajó al San Francisco que está en el altar, le empezó a tomar las medidas y cada medida la multiplicó por tres. Después dividió todo y al hizo en dos pedazos, uno al lado del otro dentro de la sacristía", agrega el padre, "hasta que cambiaron el piso en los últimos años, para hacer la Capilla del Santísimo, estaban todavía los pedazos de cemento, porque trabajó arriba de la baldosa y dejó todo pegado ahí", señaló.
Respecto al enchastre producido por el neófito escultor, el padre Vicente Vitola, hoy de 84 años, recuerda que varias veces, durante sus esporádicas estadías en Maldonado, se agachaba sobre los pegotes "y empezaba a rasquetear" intentando quitar las manchas. El intento de limpiar el piso se repitió durante años: "después me cansé", asegura fray Vicente ratificando la historia que conoció el padre José Luis.
El padre Eugenio, que era entonces un estudiante de 20 años, venía cada verano a pasar las vacaciones a Maldonado entre Diciembre y Febrero. De aquellos tiempos recuerda que el padre trabajó todo el año en la confección de la estatua y que modeló el cuerpo del santo "donde ahora está la Capilla del Santísimo y el busto en otra ala, perpendicular". Ese verano de 1945, refiere Eugenio, cuando se acercaba la fecha de la inauguración, los estudiantes que disfrutaban aquí sus vacaciones tuvieron que turnarse para ir a trabajar "por grupos" al Abra. "Nosotros teníamos que llevar, para hacer el pedestal que es bastante alto, la arena y las bolsas de portland en el lomo. Volvíamos todos encorvados pero pasábamos un día precioso porque el Abra de Perdomo es simpatiquísimo", evoca. "Un día le tocaba a uno y otro día a otro, pero estábamos deseando ir a pesar de todo porque era lindo el ambiente de la sierra. Era un lugar muy lindo", recuerda.
Para facilitar la tarea de los estudiantes, cuenta Eguenio, "la intendencia le había prestado un burro (al padre Domingo) para aliviarnos a nosotros el trabajo", el problema era cargar a un animal tan tozudo y hacerlo caminar cuesta arriba. Un señor de apellido Plada "era el encargado de llevarlo, pero a la mitad de camino el burro se encabritó y, al diablo, se perdió. No se encontraba por ningún lado. Lo peor es que la gente decía: "el burro es del intendente", pero sí que fue una comedia eso, añade Eugenio.
Ora pro nobis
Entretanto, la imagen de San Francisco fue creciendo dentro del improvisado atelier y ya "era enorme" cuando el novel escultor la dio por concluida. La historia afirma que nuevos problemas surgieron entonces cuando hubo que sacarla de la iglesia para transportarla hasta su lugar de destino. Fue recién en ese momento que el improvisado artista advirtió que no siempre hay que precipitarse para tomar ciertas medidas: ninguna de las tres puertas del recinto donde la imagen había sido construida daban la talla para dejar salir a un San Francisco tan monumental.
Consecuencia, el padre Domingo "tuvo que sacar la puerta y el marco" de la salida que daba hacia la iglesia. Fue la única manera de que el San Francisco no se quedara para siempre alzando su mano en la sacristía. El padre José Luis oyó referir que la estatua fue extraída con caballos por la nave principal, aunque el padre Eugenio, que estuvo presente en esos momentos, cree recordar que fue arriba "de la zorra de un camión". Este vehículo habría llevado la escultura hasta la falda del cerro de Abra de Perdomo y desde allí se intentó trasladarla hasta su lugar con carros tirados por caballos. Sin embargo "fue imposible" y "hubo que traer yuntas de bueyes", recuerda el padre Eugenio.
El entonces estudiante también fue testigo directo de la erección del monumento cuando un señor de nacionalidad húngara montó una estructura con roldanas para colocar la mitad de la estatua correspondiente al gusto, sobre el cuerpo, que había sido afirmado sobre un pedestal. Eugenio recuerda que, una vez que estuvo todo dispuesto para la delicada operación, comenzó a alzarse la efigie con mucho esfuerzo mediante el susodicho sistema de roldanas. "¡Pero para qué!.. Se le trancaron las roldanas y se le venía todo abajo", evoca, todavía con espanto.
La reacción del padre Domingo, recuerda, fue inmediata y propia de un devoto a toda prueba: "¡A rezar! - ordenó - ¡A rezar porque este bendito se viene...!", agregó en un súbito rapto de fe. "Fue el susto de la vida el que nos llevamos ese día, porque realmente era una proeza levantar aquello", confiesa hoy el padre Eugenio.
Pero fueran las obedientes oraciones de los estudiantes, la pericia del húngaro o algún milagro de la Providencia que tanto socorrió al padre Domingo, la estatua quedó finalmente armada y allí se conserva en pie hasta la fecha, contemplando el hermoso valle del Abra de Perdomo.
Varias familias fernandinas atesoran fotografías de aquel día veraniego en que la inauguraron. El diario fernandino El Heraldo del 1ero de Marzo de 1945 consignó que la oportunidad "dio lugar a una interesante fiesta religiosa habiendo asistido peregrinos desde Montevideo, Minas, San Carlos, Maldonado, etc.". Entre los asistentes, por supuesto, estaba la primera dama que el padre Domingo recordó toda su vida. Pero la historia bien puede excusarla por no haber puesto "un peso": ese mismo 1ero de Marzo su esposo dejó la primera magistratura en manos de Juan José de Amézaga. El nuevo presidente nada sabía de ningún San Francisco hecho a mano por un osado capuchino de Maldonado.