Recuerdos del Armenonville

De Banco de Historias Locales - BHL
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Por el Hipódromo era la cosa. En la calle Carreras Nacionales, casi Belinzon, había una gran casa de dos plantas. A la noche, el barrio se alborotaba con todas las parejas que vestidas de gala bajaban de los Plymounth y los enormes Buick. También solitarios caballeros que bien empilchados se enloquecían con la milonga. Amenonville, mítico cabaret. Muy lujoso, fue el favorito por la gente de bolsillos gordos en los inicios del 30. Personajes de la criolla aristocracia, políticos, empresarios y bellas damas. Algunas de mucha alcurnia que en esas noches se “desataban”. Y los bailarines “apretaban” de lo lindo a esas señoras de varios apellidos.

Entre el humo de los habanos y las dulzonas esencias, la memoria se entrevera con los que están entrando. Una roja alfombra hacia el salón, decorado con muebles de roble. Tenues lámparas iluminan los interminables brindis. Cuadros con motivos del Moulin Rouge y el París que por aquellos días era la capital de las noches bohemias. También pinturas con delicadas “ninfas” muy vaporosas y delicadas. Al lado, estaba aquel conocido profesor de la Facultad de Medicina que muy serio comentaba esas seductoras anatomías.

En la reluciente pista las parejas giraban pegaditas como estampillas. El champagne, rey de Armenonville, un cabaret de personas que se gastaban la guita sin grupo. Sofisticadas, con ropas y joyas costosas, por allí andaban las “chicas de ambiente” que le habían comido el bocho y la billetera a más de uno. Francesas y un par de rubias polacas que hablaban en jerigonza pero al bailar con cortes y quebradas dejaban sin aire a los linajudos caballeros. La orquesta sonaba bien debute. Sobre el piano, un florero sin flores que se llenaba de propinas de los agradecidos clientes. Muchos de los habitúes tenían caballos de carrera. Al ganar un “clásico” o gran premio los felices propietarios tiraban la casa por la ventana. A puertas cerradas, la milonga se ponía espesa. Recién con el sol muy alto en la mañana, terminaba la farra. Y las doñas del barrio vichaban para ver si pescaban algún personaje conocido, en esas personas que rápido subían a sus coches. Atrás quedaba Armenonville, un canyengue “finoli”. Que hasta tuvo su propio tango cuando el compositor Juan “Pacho” Maglio le dedicó un tema. Y todo pasó cuando el viejo siglo era muy joven y Montevideo se movía al compás de una caliente milonga.


Angel Luis Grene http://www.lr21.com.uy/comunidad/60628-armenonville




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