Rivero Suárez Manuel
Nacido en Maldonado, Don Manuel Rivero Suárez, hijo legítimo de Don Ángel Rivero y Doña Serafina Suárez, y de profesión Procurador (también ofició como Rematador), se casó en la Villa de San Carlos el 10 de Septiembre de 1894 a las 7 de la noche con Doña Carmen Moreno.
Los testigos de su boda: Don Hilario José García, hacendado español, y Don Antonio Seoáne, dentista oriundo de Treinta y Tres, ambos radicados en San Carlos.
Cuenta su nieta María Carmen Chichí Pou Rivero (tomado de sus memorias, manuscritas en Agosto de 2013):
Yo era muy amiga del Abuelo Manuel (como lo llamaba yo). Los abuelos Rivero Moreno eran enormemente dulces y buenos. Cuando llegó el Circo Sarrassami a Montevideo se fue a la estación de ferrocarril, sacó dos pasajes y me dijo: "Nos vamos los dos a Montevideo a ver el circo y dormimos en casa de Manolo". Mientras viví con Mauel y Abuela Carmen, el 16 de Julio era poco menos que fiesta patria: era el cumpleaños de mi abuelo y el santo (la Virgen del carmen) de abuela y mío.
En mis dos familias (padre y madre) era costumbre que el hijo mayor se llamara igual que su padre y que la hija mayor llevara el nombre de la madre. Así que cuando nací tenía que ser Jaime Pou IV o María del Carmen IV.
Manuel Rivero Suárez y María del carmen Moreno Eguren se casaron en San Carlos y se redicaron en Maldonado, en Sarandí 994. Creo que nunca se mudaron.
Tuvieron seis hijos. Anotó los dos nombres de cada uno porque era costumbre ponerles por el santo del día que venía en el almanaque. Eran: Luis Ángel, Manuel Teodoro, María del Carmen Ramona, Ángela Teodora, Elbio Demetrio y Ángeles María. Esta última la sacó barata porque Abuela Carmen había prometido ponerle el santo del día, cualquiera que fuera, y nació el 2 de Agosto, Nuestra Señora de los Ángeles.
Los abuelos eran enormemente tiernos. Cuando me acostaba se sentaban junto a mi cama, me daban suaves palmaditas y cantaban (a dúo o por separado) hasta que me dormía.
Al abuelo Manuel le encantaba la ópera. Las radios de Buenos Aires tapaban a las de Montevideo. Un día en la semana transmitían la ópera del Colón y se escuchaba perfectamente. El abuelo, que tenía una de las primeras radios de Maldonado, preparaba la escenografía. Me acostaba en la cama de Ángeles, que estaba junto a la radio, se ponía su robe abrigada, se sentaba en un sillón cómodo y me explicaba el argumento, las arias principales y todo lo que consideraba necesario para que comprendiera.
Era inevitable, comenzaba la obertura y yo me dormía profundamente. Nunca pasé de ahí. Entonces me levantaba con todo cuidado y llamaba a Abuela, que me cambiaba por un camisón, y me llevaba a mi cama.
Eran una familia encantadora, inteligentes y con un especial sentido el humor, a pesar de lo que les había pasado.
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