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Quizás los cientos de miles de turistas que en cada temporada, se solazan con las bellezas y comodidades de Piriápolis y su entorno, muy pocos asuman que hubo quienes dedicaron sus vidas a crear este portento, que en su momento resultó el primer balneario reconocido en el Río de la Plata. Y esa gloria exclusiva recae en la figura de Francisco Piria, cuyo nombre se ha inmortalizado en este bello y sugestivo rincón de un país, que hoy juega su destino en aras de una “industria sin chimeneas”, avizorando ese futuro que Piria señalaba alcanzaría a los 200 años.
 
Quizás los cientos de miles de turistas que en cada temporada, se solazan con las bellezas y comodidades de Piriápolis y su entorno, muy pocos asuman que hubo quienes dedicaron sus vidas a crear este portento, que en su momento resultó el primer balneario reconocido en el Río de la Plata. Y esa gloria exclusiva recae en la figura de Francisco Piria, cuyo nombre se ha inmortalizado en este bello y sugestivo rincón de un país, que hoy juega su destino en aras de una “industria sin chimeneas”, avizorando ese futuro que Piria señalaba alcanzaría a los 200 años.
 
   
 
   
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Parte de folleto de propaganda de Piriápolis realizado por Francisco Piria para promover la venta de solares.


Parte de folleto de propaganda de Piriápolis realizado por Francisco Piria para promover la venta de solares.
Parte de folleto de propaganda de Piriápolis realizado por Francisco Piria para promover la venta de solares.
Parte de folleto de propaganda de Piriápolis realizado por Francisco Piria para promover la venta de solares.





CIUDAD PUERTO DE PIRIÁPOLIS

Por Alejandro N. Bertocchi Morán


Cuando los buques del Descubrimiento abrieron la visión de la costa norte del Río de la Plata, los conquistadores pudieron observar embelesados, el magnífico espectáculo y la soberbia belleza de las costas esteñas de la Banda Oriental.

En este íntimo caso, si procedemos a efectuar un somero estudio de las derrotas de casi todas las expediciones que penetraron al “Río como mar” desde ultramar, por la ruta tradicional del norte, bien arrimados a nuestras costas, quizás bien se pueda afirmar que el primer accidente geográfico que se visualizó, para marcar posición, puede haber sido el fragoroso Cabo Polonio y su especial entorno, o el actual Cabo de Santa María, o sea La Paloma; y así lo mencionamos ya que existe la polémica histórica en lo referente al Santa María; ¿La Paloma o Punta del Este?

De aquí en adelante, siguiendo el relato del Descubridor, pasamos al escenario fernandino y sus aguas, donde prontamente nuestra visión penetra ante un marco sobrecogedor, ya que nos hallamos frente a las mayores alturas de la Patria, nuestra Cuchilla Grande, cuya configuración nace en el territorio riograndense y continúa por las anfractuosidades de la Sierra del Aceguá, el Macizo del Olimar, para finalmente culminar australmente en la Sierra de Minas y la de las Ánimas, plenamente observables desde mar adentro. Y de esta, tan sugestiva visión para quienes venían de culminar quién sabe qué cantidad de singladuras, desde las costas del Brasil o del mismo Viejo Mundo, resultará el inicio escrito para todos aquellos derroteros que en forma primitiva marcaron toda una época de la navegación rioplatense.

Si nos dirigimos a uno de estos, no en este caso el más antiguo, sino escrito a mediados del siglo XIX por los almirantes Manuel Lobo y M. Riudavets, que fue publicado en Madrid en 1868, logramos observar que luego de la Punta Ballena, surge el detalle de las alturas de las Sierras de las Ánimas y destacándose fuertemente la imponente mole del Cerro de Pan de Azúcar, de diáfana visión, por lo que sin duda mucho significó su puntuación en beneficio de la navegación rioplatense, justamente denominado con un cierto temor y respeto por los nautas de antaño, siempre temerosos del azote intempestivo de pamperos y sudestadas, que dieron al traste a infinidad de buques desde lo profundo de estos tiempos.

El Derrotero de Lobo y Ruidavets, resulta aún para nuestra actualidad, una pieza de notable valor navegatorio para quienes deben seguir la línea de la costa uruguaya. Luego de pasar la Punta Ballena y abrirse la vista de sus aguas a Poniente, tenemos primero como referencia a los entonces llamados Cerros de los Toros, que corren paralelos a la Ensenada del Potrero, luego el referido cerro del Pan de Azúcar, el Cerro Chico, el Cerro del Inglés, para culminar ya en el denominado entonces como Puerto del Inglés, del que nos dicen: “es una ensenada que se halla al doblar la Punta del Imán hacia el noroeste; la limita una punta de piedras llamada de los Burros o de la Sierra, que demora de la del Imán al norte 22º Oeste distante 2.5 millas Este; ensenada que es de playa limpia, se conoce con el nombr3e de Puerto Inglés desde que los buques ingleses que hacían el tráfico exclusivo de negros en Buenos Aires, se paraban en ella de retorno para cargar cueros a cuyo efecto tenían un pequeño muelle. Esta ensenadita ofrece abrigo de los vientos del primer cuadrante y en su orilla que es de arena fina y dura, hay de 18 a 27 pies de agua.”

No queda duda de que este establecimiento británico en las costas orientales resulta el tercer asentamiento reconocido por los europeos en la ribera septentrional del Río de la Plata. El primero fue la Colonia del Sacramento en 1680, el siguiente la guardia armada de San Juan, establecida por el gobernador de Buenos Aires para vigilar y cercar a los portugueses en la Colonia; y luego este ya señalado, establecido por la eficaz compañía negrera del Atlántico Sur de Su Majestad Británica tratado de Utrech de por medio. Este establecía el derecho de asiento exclusivo de los ingleses en su tráfico humano en la zona de la Gobernación del Río de la Plata. Y esto data del año 1715.

En ese año señalado fue escrito un relato sobre este acontecimiento, luego publicado en Londres: “The History of Voyage to the River Plate and Brazil”, obra del Dr. William Toller, naturalista que efectuó una prolija carta desde Castillos al Cerro de Montevideo. Este hombre de ciencia británico había venido en la fragata HMS Warwick, fuerte de 32 cañones, que en dicho año había fundado ese establecimiento o factoría en la llamada “Pan de Azúcar Bay”. El tratado establecía que la "mercadería" (si es que así pueden llamarse seres humanos) sería pagada con cueros y bastimentos varios que serían suministrados por la “vaquería del mar”, que se hallaba en las cercanías.

Por cierto que los vaivenes políticos existentes entre España y la Gran Bretaña en esas épocas, posibilitaron que la factoría tuviera poca y agitada vida, siendo liquidada por manos españolas en el año de 1750, Tratado de Permuta de por medio. Entonces, luego de este hecho, la zona encuadrada por el Cerro de Pan de Azúcar solo vio el paso del tiempo en forma totalmente alejada de casi todos los eventos que vivió el país, hasta los finales del siglo XIX, donde por la visión augural de un individuo, el antiquísimo Puerto del Inglés, adquirirá rápidamente nivel nacional y realidad material en un emprendimiento digno de toda una época auroral para el destino de la República.

Empero, antes de pasar al análisis de este desenlace, bien podemos afirmar que las aguas de San Fernando de Maldonado y las de Rocha, donde nace el sol de la Patria, resultó zona cruzada infinidad de veces por banderas extranjeras. Aquí el imperio del Rey hispano siempre llegó tarde, por causas ya conocidas por toda buena pluma histórica, y por ello las referencias que nos trae la investigación nos hablan de que recién en 1757 el gobernador de Montevideo, el fiero Brigadier don José Joaquín de Viana funda la ciudad de San Fernando; y luego en 1762 el Virrey don Pedro de Cevallos hace lo propio con la ciudad de San Carlos en el marco de un paseo militar, los primeros establecimientos hispánicos en las costas orientales de la Patria.

Por ello, luego de la Compañía inglesa, la zona al abrigo de la mole del Pan de Azúcar, permaneció a la espera, como si aguardara su oportunidad y su hombre. Solo los vigías establecidos por el mando del Apostadero Naval de Montevideo en la cima del Cerro y las inevitables recaladas al abrigo de la ensenada, fueron los únicos eventos que alteraron la beatífica paz de la región, cuya salvaje belleza no fue hollada por la mano humana.

Existe un momento en la vida de cualquier hombre, en el cual se puede decidir su destino por la mano de Dios o de la diosa fortuna. Y si nos atenemos a parafrasear al gran geopolítico español don Eliseo Álvarez Arenas, que nos legó el axioma que dice: “la geografía hace al hombre y a sus conveniencias”, tenemos que en el mes de febrero de 1889, se produce la primera visita de un hombre providencial para la zona geográfica del Puerto del Inglés, cuya propiedad recaía en la Sra. Nícida Olivera, hija del héroe de la Independencia Leonardo Olivera, “el austriacano”, el “soldado del este”, el invicto centauro cuyo sable aprendieron a respetar los lusobrasileños en Santa Teresa, Sarandí e Ituzaingó. Y en este mes es que ocurre la conjunción de estas tierras, cuasi en abandono, con quien finalmente será no sólo su comprador, sino aquel que en una visión profética, hará de esta zona uno de los rincones más famosos del Río de la Plata.

Don Francisco Piria había nacido en Montevideo en noviembre de 1847. Hijo del genovés Lorenzo Plácido Piria y de la francesa Serafina Grosso, desde sus tempranas horas demostró condiciones innatas para la actividad que se pusiera a su frente, cosa propia de las nobles gentes de la inmigración de la Europa meridional. Si bien su vida es una suerte de novela, señalamos indubitablemente que en su torno se ha tejido una leyenda, donde tanto se dan la mano el disparate como la realidad, y en ese caso se da la existencia de infinidad de anécdotas y relatos sobre su vida, donde plumas ligeras han desatado la polémica sobre los más diversos puntos de su existencia, tanto de su persona como su familia.

Una de las facetas más suigéneris de Piria fue su calidad de polígrafo, pues no sólo escribió sobre temas puntuales, sino que hasta poesía se lanzó a crear. Uno de sus libros, un verdadero incunable, donde dejó plasmada gran parte de su vida, llevó un sugestivo título que nos demuestra una de las condiciones sicológicas más claras que poseyó su intelecto, como profundo conocedor de las filosofía de las gentes del Uruguay. “Un viaje por el país de los llorones”, trae al papel una muestra bien clara del leit motiv de los Uruguayos, como íntima condición popular; y en este caso la personalidad de Piria marcaba bien claro un hombre de principios, de orden y con una inclinación hacia el emprendimiento tenaz, cosa que venía desde lo profundo de su formación inicial, como cosa propia de su sangre peninsular.

Sus comienzos lo ven incursionar en decenas de emprendimientos comerciales de los más diversos, pero la actividad que más lo llevó al triunfo y la fama fue la compra de tierras, su loteo y remate, cosa que lo condujo a amasar una considerable fortuna en poco tiempo, desde el año 1878 hasta 1910, más o menos.

Se comenta que fue el fundador de más de 70 barrios montevideanos, como lo indica el historiador fernandino Luis Martínez Cherro en su obra biográfica sobre Piria, publicada en 1990. Además tuvo la fortuna de efectuar 22 viajes a Europa, donde adquirió el conocimiento necesario y las mismas ideas para crear en el Uruguay, un balneario como los existentes en la costa azul mediterránea.

En 1910 comenzó a dedicarse en exclusiva a su sueño: Piriápolis. Pocas veces en la historia de la construcción en el Uruguay se vio una actividad puntual como la desarrollada por la empresa de Piria en esta zona del país. Su incidencia es tal, que bien se lo señala como un hombre providencial en un marco donde la República comenzaba a cruzar nuevos caminos de consolidación, en aras de una savia nueva que llegaba por el puerto montevideano. En este menester, la base de su fortuna fue la venta de solares a precios muy económicos con plazos de más de treinta años, cosa que en parte se acerca a una condición filantrópica.

Existe una frase histórica de Francisco Piria que nos refleja hasta donde arribaba su pensamiento: “hemos efectuado una revolución propietarista en el país”. Y esta idea tan fecunda e igualitaria lo señaló en un sentido sugestivo en una hora donde el País comenzaba a fraguar un novel camino, pasando de la economía netamente campesina a un desarrollo donde se pasaba desde el proletariado rural a la base para el nacimiento de una poderosa clase media, que a la postre sería la sostenedora del Uruguay modelo.

En el año 1898 publica otro libro: “El socialismo triunfante; lo que será mi país dentro de 200 años”. Aquí nos deja una muestra de su intelecto que sobrepasaba con creces el pensamiento de un hombre de comercio, adelantándose en el tiempo, encarando un derrotero en el marco sociológico, donde sus inclinaciones sociales lo señalaban como un verdadero pionero en esta materia.

En referencia a la adquisición del llamado “Potrero del Pan de Azúcar”, era este de unas 2.700 cuadras cuyo valor fue pagado en partes. La visión de Piria era la de construir un balneario, cuya instalación se autoabasteciera de prácticamente todo, conectada al mundo por su puerto y el tren. Por ello, pronto desde que en 1890 se dio el primer paso para la construcción de su imperio, se procedió a plantar miles de árboles, se construyeron granjas, almacenes, depósitos, talleres donde laboraron algo más de 200 funcionarios de promedio, siendo todo un entorno que plasmaba una realidad que vería finalmente la luz en un lapso de apenas una década. Sus puntos altos fueron cuando en 1905 se inaugura el primer Hotel; en 1912 el primer remate de solares, en 1916 la inauguración del puerto y el tren, para finalmente en 1930, cuando Piria ya contaba con 83 años se inauguraba el Argentino Hotel, ese coloso que para la época fue el edificio más grande fuera de Montevideo.

Francisco Piria también tuvo intereses en la hermana República Argentina. (…)

Quizás haya sido el arquetipo más genuino de una generación que provino casi exclusivamente de la inmigración del Viejo Mundo, por lo que asume un protagonismo que nos llena de orgullo a quienes somos hijos de esa corriente inmigratoria europea que terminará de conformar la identidad de este pueblo.

Francisco Piria fue un creador pues forjó algo de la nada. Y ello le posibilitó ganar la inmortalidad y su misma trascendencia como forjador de un pueblo, en una hora fermental para el Uruguay. Aquel país de don Pepe Batlle, de Saravia y Herrera; de Gardel y Discépolo, de José Nazzasi y Severino Varela; Sánchez y Morosoli; Blixen y Rodó, así como tantos otros que en ese tiempo cubrieron todo ese mundo de aquella verdadera arcadia del nuevo mundo en que se había convertido la República Oriental del Uruguay.

Quizás los cientos de miles de turistas que en cada temporada, se solazan con las bellezas y comodidades de Piriápolis y su entorno, muy pocos asuman que hubo quienes dedicaron sus vidas a crear este portento, que en su momento resultó el primer balneario reconocido en el Río de la Plata. Y esa gloria exclusiva recae en la figura de Francisco Piria, cuyo nombre se ha inmortalizado en este bello y sugestivo rincón de un país, que hoy juega su destino en aras de una “industria sin chimeneas”, avizorando ese futuro que Piria señalaba alcanzaría a los 200 años.


Parte de folleto de propaganda de Piriápolis realizado por Francisco Piria para promover la venta de solares.
Parte de folleto de propaganda de Piriápolis realizado por Francisco Piria para promover la venta de solares.
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Prof. Alejandro N. Bertocchi Morán


bertocchimoran@hotmail.com






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