Diferencia entre revisiones de «T/N (CIME) Homero Martínez Montero; Ministro de Relaciones Exteriores de la República Oriental del Uruguay»
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En 1935 es enviado a Italia para ejercer la fiscalización técnica de la construcción de los tres buques guardacostas encargados por el gobierno. | En 1935 es enviado a Italia para ejercer la fiscalización técnica de la construcción de los tres buques guardacostas encargados por el gobierno. | ||
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En 1937 por su iniciativa se crea el Servicio Histórico y de Información de la Armada, que dirige con soltura, asumiendo también al mismo tiempo la dirección del Museo Militar. | En 1937 por su iniciativa se crea el Servicio Histórico y de Información de la Armada, que dirige con soltura, asumiendo también al mismo tiempo la dirección del Museo Militar. | ||
Revisión actual del 10:14 5 may 2025
En Marzo del año de 1934 la Liga Marítima del Uruguay dio a luz el laudo del Tribunal designado para determinar el ganador de su Concurso Histórico Anual siendo acordado dicho premio al trabajo titulado “Marina”.
Su autor fue el Teniente de Navío del Cuerpo de Ingenieros, Máquinas y Electricidad don Homero Martínez Montero.
Dicho tribunal fue integrado por el reconocido escritor y diplomático Virgilio Sampognaro, el entonces Capitán de Fragata doctor (en Leyes) Carlos Carvajal y el Capitán de Corbeta Julio Lammarthée. El doctor Carvajal alcanzaría la jerarquía de Contralmirante y sería notorio autor de innumerables obras tanto históricas como geopolíticas, habiendo durante la última guerra mundial asumido como subsecretario de Defensa Nacional. A su vez Lammarthée en la jerarquía de Capitán de Navío tuvo destacada actuación al frente de varias unidades, terrestres y flotantes de la Armada Nacional, siendo además autor de diversos manuales y obras en su especialidad.
En referencia a este trabajo de Martínez Montero, el mismo sería publicado en 1937 con el sugestivo título: “El Triunfo del Mar”; en resumen un ensayo que constaba de cinco capítulos donde se trataba todo el período de la Guerra Grande en el teatro del Río de la Plata, efectuando en algunas páginas, especial hincapié en dos figuras: Guillermo Brown y José Garibaldi. La sola lectura de esta obra provoca en el lector una sensación que es bastante disímil a la del resto de los trabajos históricos que tan vastamente se han presentado sobre este período, pues esta específicamente tomado sobre la óptica política de la Defensa y basado en fuentes netamente uruguayas.
Para Martínez Montero la supervivencia de la causa contra Rosas se basó en que Montevideo, la “Nueva Troya” de Alejandro Dumas, logró en los momentos cardinales de aquel conflicto fratricida, mantener el domino de las comunicaciones marítimas y fluviales de una forma tal que ameritó con sus idas y vueltas político-diplomáticas, que al final se diera el hecho de Caseros.
El desarrollo de sus capítulos lleva al convencimiento de que la admirable resistencia de la Montevideo sitiada por Oribe supone un canto al dominio del mar, que, según lo establece firmemente, fue posible gracias a que su enemigo nunca obtuvo predominio y si bien las intervenciones extranjeras jugaron su baza, la sutil diplomacia de la Defensa logró siempre lograr las alianzas necesarias como para mantenerse enhiesta aun en los peores momentos de aquel largo y penoso cerco.
Martínez Montero detalla el enfrentamiento entre el Almirante Brown y el Jefe de las Fuerzas Navales de la Defensa, el italiano José Garibaldi, en su capítulo central, poniendo el acento más que en los terrenos específicamente tácticos, en especiales aspectos dados a ambas personalidades.
El relato de la acción fluvial de Costa Brava y los incidentes de los combates en el Paraná poseen un rumbo que establece buena parte de las dificultades y vivencias de aquellas flotas enfrentadas, que sindicaban la intensidad de acciones donde tanto Brown como el “héroe de dos mundos”, debieron hacer acopio de todos los magros recursos que obtuvieron para disipar sus dificultades.
Buenos Aires y Montevideo, en este caso, mostraron como era posible, con pocos buques, lanzarse al combate con medios que nunca alcanzaron la entidad deseada por sus gestores.
El tenor de lo suscrito y la óptica que la hábil pluma de Martínez Montero condujo adelante en sus obras lo llevó a ser específicamente criticado por su partidarismo hacia la causa de Rivera, o sea el Partido Colorado; pero tal hecho resultaría, andando el tiempo, en algo que lo conduciría hacia la posteridad.
En 1923 había ingresado en la Escuela Naval egresando en 1928 con el distintivo de mejor alumno del curso, siendo por tres años consecutivos abanderado del Instituto.
En 1935 es enviado a Italia para ejercer la fiscalización técnica de la construcción de los tres buques guardacostas encargados por el gobierno.
Dos años antes ya había visto la luz su primer libro: “Once meses en el Este” donde relataba sus vivencias a bordo del flamante buque oceanográfico CAPITÁN MIRANDA durante la que sería la primera gran campaña hidrográfica que la Armada efectuó sobre las aguas atlánticas uruguayas.
En 1937 por su iniciativa se crea el Servicio Histórico y de Información de la Armada, que dirige con soltura, asumiendo también al mismo tiempo la dirección del Museo Militar.
Ya era persona muy conocida dentro del mundo de la investigación histórica donde habría de dejar prontamente marcada en forma indeleble su impronta de entonación positivista. También ejerce profesorado en la Escuela Naval tanto en su especialidad técnica –naval, como histórica.
Su carrera va siendo jalonada en un paso a paso magistral y pionero pues edita una serie de obras coronadas por el éxito: “EL Triunfo del Mar”, “El Faro de la Isla de Flores”, “Marinas Mercantes y de Pesca”, “Montevideo nació en el Mar”, “Carmelo y su región”, “El Rio Uruguay”, “Significación marítima de Montevideo”, “Geopolítica del Plata”, entre otras; estas son solo parte de sus publicaciones, a las que deben sumarse múltiples artículos y ensayos publicados en la prensa de época, amén de conferencias dadas en instituciones afines, fuera y dentro de Uruguay.
Debe distinguirse la línea intelectual que sostiene Martínez Montero que no es otra que ubicar el específico determinismo geográfico que es razón de ser del mismo Uruguay: el puerto de Montevideo.
Su alegato de que nuestro país “vive de espaldas al mar”, consuma el entendimiento más profundo de su ideario, que siempre hizo alusión a la necesidad de que el país tuviera en cuenta la necesidad de custodiar sus aguas.
En 1941 es Asesor en la delegación uruguaya ante la Primera Conferencia Regional de los Países de la Cuenca del Plata y al siguiente año dicta cátedra en el Instituto de Cultura Hispánica de Madrid.
A esa altura ya había solicitado su retiro para proseguir su labor en los terrenos en los que predominaba su espíritu. Es entonces donde sobresale fuertemente su vocación geopolítica hacia los problemas limítrofes de la República siendo su voluminosa obra sobre el río Uruguay, que se publica en 1953, la que lo conduce hacia la más alta consideración pública.
Y así es que, justicieramente, arriba su oportunidad. En 1958, luego de nueve décadas continuas del Partido Colorado en el poder, triunfa rotundamente el Partido Blanco en las elecciones nacionales del mes de Noviembre, situación que se da en momentos donde la longeva cuestión limítrofe fluvial con la Republica Argentina urgía solución.
En este caso y relativo al río Uruguay, desde 1916, cuando ocupaba la cancillería el doctor Baltasar Brum, no se había fijado ningún convenio con la nación hermana y por lógica también la situación en el Río de la Plata poseía su peso anexo donde solo subsistía el Protocolo firmado en 1910 entre los cancilleres Gonzalo Ramírez y Roque Sáenz Peña.
Este magistral documento había señalado que las aguas del Río eran “de uso común” para ambos estados ribereños desplazando así el viejo concepto de los imperialismos marítimos de turno que sindicaban al Plata como un estuario para el cual solo regían las seis millas de soberanía.
Esto significo un triunfo rioplatense que no ha tenido la fortuna de ser muy explicitado. En este entorno del nuevo gobierno fue así que el gran caudillo blanco don Luis Alberto de Herrera promocionó e impulsó al T/N (CIME) Homero Martínez Montero para ocupar la Cancillería en el marco de una difícil instancia política dentro de su mismo partido, algo típico que dio paso a innumerables anécdotas.
Herrera, bajo intensa presión, debió imponer sus conceptos ante sus correligionarios que habían propuesto al entonces contralmirante Carlos Carvajal, el mismo que veintisiete años antes había premiado a Martínez Montero, para ocupar el Palacio Santos. Al final, como casi siempre acontece, al caudillo se le debería dar plena razón.
El año de 1959 ve al flamante ministro Martínez Montero laborando en los terrenos en los cuales había incursionado con plena suficiencia o sea todo lo relacionado con la problemática fluvio-marítima de cara a hechos de peso geopolítico como lo era esa misma indefinición ya centenaria sobre los límites precisos de la Republica Oriental.
Como ministro de RREE Martínez Montero posee el máximo reconocimiento al ser el preciso impulsor del Tratado del Río Uruguay y asimismo el de la fijación del Limite Exterior del Rio de la Plata, (Punta del Este-Punta Rasa) ambos suscritos en el año 1961, siendo todo ello sugestivamente denominado como una fraternal “comunidad fluvial platense”.
Por supuesto que estas acciones fueron firme basamento para que en 1973 se firmara en Montevideo el definitivo Tratado del Río de la Plata, signado por los presidentes Juan Domingo Perón y Juan María Bordaberry, en Noviembre de aquel año.
Mucho tuvo que ver la labor intelectual y diplomática de Martínez Montero dentro de estas líneas en el terreno diplomático pues esta fuera de discusión que en el especial mundo de la diplomacia internacional, y más aun para Uruguay, este Tratado que se menciona debe ser considerado una muestra admirable de inteligencia y plena armonía para dos naciones que son “dos ramas de un mismo tronco”, según lo dijo en su memorable discurso el presidente argentino firmante de aquel documento, en aquella tan memorable ocasión.
Al dejar la Cancillería Martínez Montero prosiguió en su labor investigativa instalándose en España para la preparación de su obra sobre el Apostadero de Montevideo, que es publicado en 1968 por el Instituto Histórico de Marina de Madrid, equiparándolo al grado de capitán de fragata según los reglamentos de la armada española, un hecho doblemente justo.
En 1970 cuando la horda sediciosa de la guerrilla marxista que asolaba la sociedad uruguaya se hacía sentir cruelmente, el ex Canciller Martínez Montero se ofreció públicamente como rehén para lograr la liberación de los diplomáticos extranjeros secuestrados. Como hecho histórico ciertamente nada de esto sucedió porque el presidente constitucional Jorge Pacheco Areco, ante fuertes presiones internacionales, hizo regir su máxima de “no se negocia con terroristas”.
Ya al final de sus días Martínez Montero siguió publicando sucesivas obras como por ejemplo “Armada Nacional, Estudio-Histórico Biográfico”, de 1977 y “Los Orientales en la Emancipación Americana” de 1982, incunables libros que significaron espacios de distinción para la firma de un gran prohombre del Uruguay.
Muchas formas existen para recordar sus letras siendo tan vasto su trabajo, y por ende, sin más, recurriendo a ese primer libro que le abrió las puertas hacia su consagración y que señalamos al inicio, bien vale ubicar como colofón el capítulo II de dichas páginas que bien tituló: “La lucha en el mar”. Seguramente en esas breves líneas el lector ubicará precisamente el mayor reflejo de un marino militar que supo hallarse entre los más grandes historiadores que han dado estas tierras y que se ocupó, en el más alto cargo diplomático de su patria, de consolidar jurídicamente los límites de la misma.
La lucha en el Mar
Establecidos a grandes rasgos los factores político-económicos que tan marcada influencia tuvieron en la decisión de la cruenta lucha, examinamos de cerca las gestas purpúreas que sobre las aguas del Uruguay, Paraná y Plata realizan naves que son un germen de romance. Es enorme el panorama: arrebatadores los mirajes.
Dejando de lado el aspecto criminal de toda guerra, es bella la lucha sobre el mar. Noble y grande. Nada de traiciones y de emboscadas. Nada de buscar la complicidad de la Naturaleza inerme para caer sobre el enemigo desprevenido e indefenso manchando con las tintas negras de la alevosía, las rojas con que en la lealtad de la lucha se escriben las hazañas y las grandezas. ¡Frente a frente las naves en la inmensidad de las aguas sin favoritismos inconscientes! Frente a frente los hombres nimbados por un hálito de tragedia que magnifica la suma indivisible de una doble amenaza: la metralla y las simas heladas.
Dos amenazas que en los misteriosos antros escondidos del instinto vital son como dos soplos que avivan el esfuerzo, el pensamiento y la solidaridad, hasta arrancar llamas deslumbrantes de genio y heroicidad.
Frente a frente los hombres agigantados en una doble solicitación: no basta batirse; hay que vencer a la Naturaleza, dominar a los vientos para que obedientes a la orientación de las velas, impulsen a las naves allí donde se obtengan las ventajas de movilidad sobre el enemigo.
Valor para morir, habilidad para triunfar.
Las características de la lucha y la majestuosidad de los campos de acción, imponen su influencia sobre el alma de los combatientes, que ni una sola atrocidad o cobardía viene a violentar la contemplación rememorativa de los choques de las escuadras.
Mientras los ejércitos rosistas cometen toda clase de desmanes e impiedades; mientras una cobardía abominable y herejía inhumana se exacerba en los infelices prisioneros de las fuerzas adictas al mandatario porteño, ni una abyección, ni una iniquidad baldona la memoria de aquellos bravos que sobre las naves de velas blancas iban a matar o a morir siendo soldados pero jamás verdugos.
Hacia Agosto de 1843, la marinería de Brown apresa a los capitanes Joaquín Raya y Posidonio Rodríguez, a un joven Andrada y a otra persona que la crónica no nombra. El Almirante los retiene unos dos meses a bordo, entregándolos luego al General Oribe. En la mañana del 7 de Octubre las descubiertas de la plaza montevideana que manda el denodado Marcelino Sosa, encuentran sus cadáveres horriblemente decapitados, en uno de los puestos avanzados. Desde entonces Brown mantiene a bordo a sus prisioneros.
Cuando su escuadra es tomada por las fuerzas franco-inglesas, en sus buques se encuentran varios prisioneros retenidos durante meses. Mientras el Coronel Henestrosa es muerto a bayonetazos luego de habérsele cortado las orejas y castrado; los Mayores Estanislao Alonso y Jacinto Castillo muertos a palos; el Teniente Arismendi castrado y degollado y el de igual grado Acosta, desollado vivo y más de cuatrocientos infelices prisioneros degollados tras la victoria rosista de Arroyo Grande; Coé y Brown, antes de entrar en combate, saludan con salvas al amanecer del 25 de Agosto, nuevo aniversario de gloria común porque era gloria americana.
El 17 de Abril de 1845 una barca pescadora se hunde en la rada exterior. El Almirante lo nota y destaca de su nave un bote que salva a los hombres y los conduce a tierra, no obstante constarle que se dedicaban a un acto perseguido por las fuerzas bloqueadoras.
Otro día envía a Montevideo un paquete de correspondencia que un buque de paso hacia Buenos Aires confía al Jefe del bloqueo.
En otra ocasión Oribe intenta ponerse de acuerdo con la escuadra para bombardear la ciudad; Brown se niega a una operación que acaso acarreará víctimas inocentes.
El general sitiador lanza frecuentemente sus proyectiles, muchos de los cuales vienen a herir, precisamente viviendas de sus parciales. No es de extrañar, entonces, que cuando en 1847 el NINFA, que lleva al Almirante a Irlanda arriba a Montevideo, el gallardo marino desembarque con plena confianza en la ciudad aún sitiada y se dirija solo a presentar sus saludos al Gobierno que ha combatido.
Y Montevideo procede con igual hidalguía, guardando todo respeto a la persona del ilustre Jefe.
Esa es la lucha en el mar; nobleza, caballerosidad sin mengua de valor.
Homero Martínez Montero
Prof. Alejandro N. Bertocchi Morán
bertocchimoran@hotmail.com
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