Diferencia entre revisiones de «El Vapor Ciudad de Santander»

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''En la noche del 24 de mayo de 1894, el vapor Ciudad de Santander se hundió en las rocas de la Isla de Lobos, en Punta del Este. Un polizón de la isla de Tenerife, llamado Santiago, cuyo espíritu quedó atrapado en el naufragio, se convirtió en un fantasma que vaga por las profundidades del mar. A través de sus ojos, seremos testigos de los misterios que rodearon su trágico final. La falta de un faro, la niebla, la imprudencia. Pero también la valentía de marineros y buzos, y la incansable labor de Antonio Lussich. A 131 años del naufragio, el fantasma de Santiago emerge para contarnos su historia. Una historia de sueños rotos y recuerdos que perduran en el tiempo.
 
''En la noche del 24 de mayo de 1894, el vapor Ciudad de Santander se hundió en las rocas de la Isla de Lobos, en Punta del Este. Un polizón de la isla de Tenerife, llamado Santiago, cuyo espíritu quedó atrapado en el naufragio, se convirtió en un fantasma que vaga por las profundidades del mar. A través de sus ojos, seremos testigos de los misterios que rodearon su trágico final. La falta de un faro, la niebla, la imprudencia. Pero también la valentía de marineros y buzos, y la incansable labor de Antonio Lussich. A 131 años del naufragio, el fantasma de Santiago emerge para contarnos su historia. Una historia de sueños rotos y recuerdos que perduran en el tiempo.
  
[[Archivo:Ciudad-de-santander-calderas.png|thumb|frame|left|800px|Esto es lo que queda, después de 136 años así se ve hoy. Si quieren más precisión podrán ubicarlo acá: 35° 1'13.16"S  54°53'12.27"w VIA GOOGLE EARTH. Entiendo que será parte de la caldera, sobre todo por la gran cantidad de bulones con tuercas de grueso diámetro.]]
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[[Archivo:Ciudad-de-santander-calderas.png|thumb|frame|left|800px|Esto es lo que queda, después de 131 años así se ve hoy. Si quieren más precisión podrán ubicarlo acá: 35° 1'13.16"S  54°53'12.27"w VIA GOOGLE EARTH. Entiendo que será parte de la caldera, sobre todo por la gran cantidad de bulones con tuercas de grueso diámetro.]]
 
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Revisión actual del 13:36 11 dic 2025



Postal del vapor Ciudad de Santander, 1890.


Vapor Ciudad de Santander 1894: un fantasma del polizón desvela los misterios del naufragio



Por Alberto Moroy



En la noche del 24 de mayo de 1894, el vapor Ciudad de Santander se hundió en las rocas de la Isla de Lobos, en Punta del Este. Un polizón de la isla de Tenerife, llamado Santiago, cuyo espíritu quedó atrapado en el naufragio, se convirtió en un fantasma que vaga por las profundidades del mar. A través de sus ojos, seremos testigos de los misterios que rodearon su trágico final. La falta de un faro, la niebla, la imprudencia. Pero también la valentía de marineros y buzos, y la incansable labor de Antonio Lussich. A 131 años del naufragio, el fantasma de Santiago emerge para contarnos su historia. Una historia de sueños rotos y recuerdos que perduran en el tiempo.

Esto es lo que queda, después de 131 años así se ve hoy. Si quieren más precisión podrán ubicarlo acá: 35° 1'13.16"S 54°53'12.27"w VIA GOOGLE EARTH. Entiendo que será parte de la caldera, sobre todo por la gran cantidad de bulones con tuercas de grueso diámetro.




Santiago se subió en Santa Cruz de Tenerife, movido por la miseria. Era descendiente de los guanches, de piel morena, y trabajaba como changador de carbón para los vapores. En esas circunstancias, aprovechando sus tareas, se acomodó en la sala de máquinas y no bajó.

El vapor Ciudad de Santander era un lujoso trasatlántico de 117 m de eslora, propulsado a motor y vela, y construido por William Denny & Brothers de Escocia en 1884. Llevaba 109 pasajeros de primera clase, 56 de segunda, 42 de tercera y un polizón, Santiago. Una noche fría del 24 de mayo de 1894, con luna menguante, una densa niebla envolvía al vapor, que navegaba por aguas uruguayas. Casi embiste la Isla de Lobos, quedando atrapado en las restingas de su cara NO, a escasos metros de su costa.

En las bodegas, un joven “chicharrero” (gentilicio de Tenerife) llamado Santiago soñaba con una nueva vida en tierras lejanas. Las 200 pesetas del costo del pasaje más barato eran mucho para él, así que, agazapado entre las calderas y el carbón ,escondiéndose de la tripulación, esperaba la oportunidad de desembarcar en Montevideo.

Mientras tanto, en cubierta, los marineros trabajaban incansablemente para mantener el rumbo del barco, que navegaba a media máquina (6 nudos). Era de noche, la niebla era importante, el rumbo era 250º a 4,13 millas de la costa, cuando debió ser 236º, dejando la isla a estribor con un respeto de al menos 2 millas y a 7 millas de la península de Punta del Este.

De pronto, el Ciudad de Santander se estremeció con un golpe sordo, seguido de un crujido que heló la sangre de Santiago. El agua helada comenzó a inundar las bodegas, sumiendo todo en la oscuridad y el caos. Los gritos de los pasajeros y la tripulación se mezclaban con el rugido del mar, creando una cacofonía aterradora.

Santiago, atrapado en su escondite, luchó por liberarse, pero los restos del naufragio lo aprisionaban. Invocó a la Virgen del Carmen, que había visto en el navío en un pequeño altar. El agua subía rápidamente, cubriendo sus pies, sus piernas, su cuerpo. La burbuja de aire en la que estaba atrapado se volvía más pesada, más difícil de respirar. Intentó aferrarse a cualquier cosa que pudiera sostenerlo, pero se resbalaba entre los hierros mojados, todo se movía, se deslizaba, se hundía. La oscuridad era total, la luna, en cuarto menguante, se podía ver en el horizonte.

Creyó escuchar la voz de Antonio Lussich dando órdenes, pero tal vez ya estaba inconsciente. Pero la historia de Santiago no terminó ahí. Su espíritu, libre de las ataduras del cuerpo, quedó amalgamado con los hierros retorcidos del Ciudad de Santander, como una extensión más del naufragio. Durante años, oculto, silencioso, fue testigo de la tragedia que lo había atrapado. El mar, celoso guardián de sus secretos, lo mantuvo oculto dentro de los restos que aún se ven hoy, posiblemente parte de las calderas.

Poco a poco, el cuerpo de Santiago se fue desintegrando, sus huesos se desprendieron de los hierros y se dispersaron sin rumbo por el lecho marino. Pero su espíritu, liberado de su prisión, se elevó sobre las olas, convertido en un fantasma que vaga por las profundidades del mar.

Ahora, Santiago era un fantasma. Flotaba sobre los restos del Ciudad de Santander, observando el mundo desde una nueva perspectiva. Ya no sentía el frío del agua ni el peso de la oscuridad. Solo la ligereza de ser espíritu, la libertad de volar sobre las olas y sumergirse en las profundidades, además de ver la luz del faro, otrora invisible.

Podía ver el naufragio con claridad. Recordaba el caos, los gritos, el miedo. Pero ahora, también veía lo que antes no había visto: la desesperación en los rostros de los pasajeros, la valentía de los marineros, el esfuerzo de los buzos por salvar vidas.

Y mientras observaba los restos del naufragio, Santiago se preguntaba: ¿por qué no había un faro en la Isla de Lobos al momento del siniestro, si lo había en 1858, cuando se inauguró? ¿Lo trasladaron a tierra en 1860? ¿Acaso las autoridades no eran conscientes del peligro que representaba esta restinga para la navegación? ¿Por qué tardaron tanto en construir un nuevo faro en la isla (1906)? ¿Un problema político o los empresarios de apellido Lafone, que explotaban las loberías, trabaron las decisiones, argumentando que la luz del faro molestaría a los lobos? Durante ese intervalo de ocho años, tuvieron la fatalidad de naufragar en la temida restinga de Lobos dos vapores, un velero y una barca.

Según su capitán, el Sr. García, jefe de ese buque, este se lamenta, con justicia, por la falta de una sirena automática en aquellos sitios y en la estación de las nieblas, para anunciar al navegante la proximidad del peligro. ¿Pero cómo? ¿García no sabía que el faro más cercano quedaba a 8 km de la posición del naufragio? ¿Serviría una sirena a esa distancia?

Santiago también se preguntaba si el rumbo correcto para cruzar la isla de Lobos es dejar de respeto un par de millas mar adentro: ¿cómo terminó el Ciudad de Santander a 150 metros de la misma, en la cara norte, la que mira a la península? En ese momento, Santiago recordó la llegada del torpedero Temerario, acorazado español haciendo base en Montevideo. Aunque fue solo apoyo moral, el verdadero héroe de esta desgracia fue Antonio Lussich y su gente, que trabajó por 14 días aun sabiendo, a partir del cuarto día, que no tendría éxito.

Y mientras su espíritu se elevaba sobre el mar, Santiago se prometió a sí mismo que su historia no sería olvidada. Que su espíritu, como el faro que no existía al momento del naufragio en la Isla de Lobos, sería una guía para los navegantes, una advertencia sobre los peligros del mar, un recordatorio de la importancia de la prudencia y la prevención. Y, de paso, a 131 años del naufragio, sembrar dudas y recuerdos.







Esta nota, que el BHL transcribe agradeciendo la gentileza del autor, Alberto Moroy, fue publicada en LinkedIn en enero de 2025.


amoroy@gmail.com



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