El último suspiro del Agamemnon

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En las profundidades del océano Atlántico, frente a las costas uruguayas, yace un gigante dormido. El HMS Agamemnon, un navío que fue testigo de las batallas más cruentas de la era napoleónica, encontró su última morada en las aguas de la bahía de Maldonado. Este relato es un homenaje a su legado y a los hombres y mujeres que navegaron a bordo. A través de la voz del propio barco, reviviremos sus glorias, sus desafíos y su trágico final. Una historia que trasciende el tiempo y nos conecta con un pasado lleno de aventuras y misterios.




por Alberto Moroy


Yacía en la oscuridad, inmóvil, rodeado por el frío abrazo del océano frente a Punta del Este. Mis maderos, otrora fuertes y resistentes, estaban desgastados por el tiempo y corroídos por el salitre. Sentía el peso del agua y la arena sobre mi casco, una presión constante que me recordaba mi nueva realidad. A dos metros del fondo, enterrado en la arena, a veces, en las noches más tranquilas, cuando las corrientes acarician la arena, puedo escuchar los susurros de los 500 soldados del navío Salvador, que descansan a no más de dos mil metros de mí. Imagino que llegaron aquí años después de mi naufragio, arrastrados por una tormenta similar a la que me hundió. Sus gritos de agonía se unieron a los míos, creando una sinfonía de dolor en las profundidades de este mar tan pacífico como bravío.

Recordaba el día en que fui botado, el rugido de la multitud y la emoción de sentir el mar por primera vez. A menudo, pensaba en Nelson, cuyo brazo fue atravesado por una bala en 1805. Su voz resonaba en mi mente, clara y firme pese a su baja estatura (1,64 m). Recuerdo cómo nos enfrentamos a la flota francesa en el Nilo, cómo las balas zumbaban a nuestro alrededor. Fue durante esa batalla que Nelson perdió su brazo derecho. A pesar de la herida, su liderazgo nunca flaqueó. ¿Y la tripulación? ¿Estarán descansando en paz o sus almas vagarán por los océanos? Recuerdo a Jack, el carpintero, un hombre fuerte y silencioso, y a Tom, el joven grumete que siempre estaba cantando. Eran mi familia, y los extraño terriblemente.

Recuerdo vívidamente el día que Nelson me entregó su sello. Era un objeto pequeño, pero cargado de significado. Su diseño era sencillo, pero elegante, con su escudo de armas grabado en la cara. Me dijo que era un símbolo de nuestra unión y de nuestra misión. Lo guardé en un lugar seguro, junto a mis documentos más importantes.

Un día, recibimos la orden de zarpar hacia Lisboa. Nuestra misión era escoltar a la familia real portuguesa, el rey Juan VI y su corte, hacia Brasil. Y de paso merodear territorio español. La travesía fue larga y llena de incertidumbre. Con mis maderos carcomidos y mis clavos flojos, cada ola era una amenaza. Tenía ya 27 años y muchas batallas.

Recuerdo una noche en particular, una tormenta feroz sacudió el barco, antes de Cabo Verde. Las velas se hicieron jirones, y el agua se filtraba por las grietas de mi casco, me tuvieron que sunchar Finalmente, llegamos a Brasil, pero nuestros problemas no habían terminado. Las misiones de patrullaje nos llevaron a lugares remotos, donde las condiciones eran duras. La humedad corroía nuestros cañones, y el calor sofocante agotaba a la tripulación. A pesar de todo, seguimos cumpliendo con nuestro deber, protegiendo los intereses de la Corona británica.

En la bahía de Maldonado, mientras estábamos anclados, enfrentamos un contratiempo inesperado: el HMS Monarch encalló. El Agamemnon tuvo que prestar asistencia para reflotar a nuestro compañero. Durante este tiempo, recibimos la noticia de que el Dr. Paroissien había sido encarcelado en Montevideo, acusado de alta traición.

"El 17 de junio, la tormenta alcanzó su punto máximo. Las olas, embravecidas, golpeaban nuestro casco con una fuerza inaudita. Sentí al Agamemnon temblar en mis entraña. De pronto, un ruido inaudito partió del casco: ¡habíamos tocado fondo! Una roca oculta nos había atrapado. Antes de abandonar el barco, se comentaba en la tripulación que una roca, invisible salvo con bajamar, había causado el desastre. Muchos años después, se descubrió que el capitán Rose había subestimado los peligros de la Boca Chica. Aunque fue absuelto en el consejo de guerra, muchos marineros creían que el capitán había cometido un error al elegir esa ruta (la boca chica) pero venia de Brsil y es la primera que tiene a mano."

"A pesar de la absolución, la pérdida del Agamemnon fue un duro golpe para mí. Había pasado tantos años a bordo de ese barco, y sentía una profunda conexión con él. Su hundimiento fue como perder a un miembro de la familia.

Mientras observaba cómo el Agamemnon se hundía lentamente, recordé las palabras de Nelson: 'El mar reclama lo que es suyo'. Y así fue. Mi querido barco, con su tripulación valiente y leal, se convirtió en parte de la historia de Punta del Este."





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