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MONTOYA, LA PLAYA DEL BARCO
 
  
La infancia es la edad de las fantasías. Donde todo es posible, hasta tener un mundo en nuestras manos. De niño yo tuve mi playa propia, con un barco hundido y todo, cuyos restos ferruginosos se veían a escasos cien metros de la orilla. Hoy todo es diferente. Las fantasías han dado paso a la realidad. Las olas ya no son tan peligrosas como antes me parecían. La playa tampoco es solitaria. Y tampoco es mía: ahora la llaman Montoya.
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==Montoya, la Playa del Barco==
  
  
Allá por la década de 1940 mi abuelo materno, el Dr. Juan Saiz Martínez, nacido en San Carlos y resiente en Buenos Aires donde había formado su familia, pasaba rigurosamente todos los veranos en un pequeño rancho ubicado en La Barra de Maldonado. Entonces un balneario pequeño, de ranchos de paja y blancas casitas, de mayoritaria población carolina, unos pocos montevideanos y algunos argentinos. Todo era familiar entonces, los niños jugábamos en la playa o solíamos ir a pescar entre las rocas, tirando el anzuelo en busca de sargos y pejerreyes. El paseo principal, por la tarde, era ir caminando hasta el arroyo, para ver la puesta del sol desde el puente de madera. Punta del Este quedaba muy lejos, once kilómetros de camino casi siempre tapado por la arena.
 
  
El rancho de mi abuelo daba sobre la última playa, la que mira a Manantiales, llamada por entonces "la Playa del Barco", por la gigantesca caldera de hierro que todavía asomaba entre las rompientes. Decían que era de un barco muy antiguo, hundido trágicamente. Mi tía Carol, quele llevaba de la mano a juntar caracoles, le agregaba la historia de algún cofre lleno de monedas de oro oculto bajo la arena que pisábamos. Yo soñaba con que un día de gran bajante podríamos llegar caminando hasta el barco y así poder develar sus misterios. (...).
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''La infancia es la edad de las fantasías. Donde todo es posible, hasta tener un mundo en nuestras manos. De niño yo tuve mi playa propia, con un barco hundido y todo, cuyos restos ferruginosos se veían a escasos cien metros de la orilla. Hoy todo es diferente. Las fantasías han dado paso a la realidad. Las olas ya no son tan peligrosas como antes me parecían. La playa tampoco es solitaria. Y tampoco es mía: ahora la llaman Montoya.
  
Hoy la caldera ha desaparecido. Surfistas y buzos aficionados me confirmaron haber visto el esqueleto ferruginoso, convenciéndome de que no se trató de una fantasía de mi niñez. (...).   
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''Allá por la década de 1940 mi abuelo materno, el Dr. Juan Saiz Martínez, nacido en San Carlos y resiente en Buenos Aires donde había formado su familia, pasaba rigurosamente todos los veranos en un pequeño rancho ubicado en La Barra de Maldonado. Entonces un balneario pequeño, de ranchos de paja y blancas casitas, de mayoritaria población carolina, unos pocos montevideanos y algunos argentinos. Todo era familiar entonces, los niños jugábamos en la playa o solíamos ir a pescar entre las rocas, tirando el anzuelo en busca de sargos y pejerreyes. El paseo principal, por la tarde, era ir caminando hasta el arroyo, para ver la puesta del sol desde el puente de madera. Punta del Este quedaba muy lejos, once kilómetros de camino casi siempre tapado por la arena.
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''El rancho de mi abuelo daba sobre la última playa, la que mira a Manantiales, llamada por entonces "la Playa del Barco", por la gigantesca caldera de hierro que todavía asomaba entre las rompientes. Decían que era de un barco muy antiguo, hundido trágicamente. Mi tía Carol, quele llevaba de la mano a juntar caracoles, le agregaba la historia de algún cofre lleno de monedas de oro oculto bajo la arena que pisábamos. Yo soñaba con que un día de gran bajante podríamos llegar caminando hasta el barco y así poder develar sus misterios. (...).
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''Hoy la caldera ha desaparecido. Surfistas y buzos aficionados me confirmaron haber visto el esqueleto ferruginoso, convenciéndome de que no se trató de una fantasía de mi niñez. (...).   
 
   
 
   
Pero la confirmación documental me llegó a través del "Diario personal" de Henry Burnett, agente del Lloyd´s de Londres afincado en Maldonado, manuscrito que llegó a mis manos gracias al hado especial que tenemos los que investigamos con pasión. Sus prolijas anotaciones, escritas de su puño y letra, sobre las peripecias de los salvatajes en que intervenía, me corroboraron que se trataba del Barnby, un carguero inglés procedente de Cardiff con las bodegas repletas de carbón mineral, el que encalló en la neblinosa madrugada del 12 de Mayo de 1911 frente a las costas de mi playa.
 
  
La tripulación, excepto un hombre, fue salvada. La carga fue rescatada, en su mayor parte, a través de una maroma o puente de cuerdas tendida hacia la playa."
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''Pero la confirmación documental me llegó a través del "Diario personal" de Henry Burnett, agente del Lloyd´s de Londres afincado en Maldonado, manuscrito que llegó a mis manos gracias al hado especial que tenemos los que investigamos con pasión. Sus prolijas anotaciones, escritas de su puño y letra, sobre las peripecias de los salvatajes en que intervenía, me corroboraron que se trataba del Barnby, un carguero inglés procedente de Cardiff con las bodegas repletas de carbón mineral, el que encalló en la neblinosa madrugada del 12 de Mayo de 1911 frente a las costas de mi playa.
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''La tripulación, excepto un hombre, fue salvada. La carga fue rescatada, en su mayor parte, a través de una maroma o puente de cuerdas tendida hacia la playa."
  
 
   
 
   
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Revisión actual del 13:15 20 jul 2021


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Montoya, la Playa del Barco

La infancia es la edad de las fantasías. Donde todo es posible, hasta tener un mundo en nuestras manos. De niño yo tuve mi playa propia, con un barco hundido y todo, cuyos restos ferruginosos se veían a escasos cien metros de la orilla. Hoy todo es diferente. Las fantasías han dado paso a la realidad. Las olas ya no son tan peligrosas como antes me parecían. La playa tampoco es solitaria. Y tampoco es mía: ahora la llaman Montoya.


Allá por la década de 1940 mi abuelo materno, el Dr. Juan Saiz Martínez, nacido en San Carlos y resiente en Buenos Aires donde había formado su familia, pasaba rigurosamente todos los veranos en un pequeño rancho ubicado en La Barra de Maldonado. Entonces un balneario pequeño, de ranchos de paja y blancas casitas, de mayoritaria población carolina, unos pocos montevideanos y algunos argentinos. Todo era familiar entonces, los niños jugábamos en la playa o solíamos ir a pescar entre las rocas, tirando el anzuelo en busca de sargos y pejerreyes. El paseo principal, por la tarde, era ir caminando hasta el arroyo, para ver la puesta del sol desde el puente de madera. Punta del Este quedaba muy lejos, once kilómetros de camino casi siempre tapado por la arena.


El rancho de mi abuelo daba sobre la última playa, la que mira a Manantiales, llamada por entonces "la Playa del Barco", por la gigantesca caldera de hierro que todavía asomaba entre las rompientes. Decían que era de un barco muy antiguo, hundido trágicamente. Mi tía Carol, quele llevaba de la mano a juntar caracoles, le agregaba la historia de algún cofre lleno de monedas de oro oculto bajo la arena que pisábamos. Yo soñaba con que un día de gran bajante podríamos llegar caminando hasta el barco y así poder develar sus misterios. (...).


Hoy la caldera ha desaparecido. Surfistas y buzos aficionados me confirmaron haber visto el esqueleto ferruginoso, convenciéndome de que no se trató de una fantasía de mi niñez. (...).


Pero la confirmación documental me llegó a través del "Diario personal" de Henry Burnett, agente del Lloyd´s de Londres afincado en Maldonado, manuscrito que llegó a mis manos gracias al hado especial que tenemos los que investigamos con pasión. Sus prolijas anotaciones, escritas de su puño y letra, sobre las peripecias de los salvatajes en que intervenía, me corroboraron que se trataba del Barnby, un carguero inglés procedente de Cardiff con las bodegas repletas de carbón mineral, el que encalló en la neblinosa madrugada del 12 de Mayo de 1911 frente a las costas de mi playa.


La tripulación, excepto un hombre, fue salvada. La carga fue rescatada, en su mayor parte, a través de una maroma o puente de cuerdas tendida hacia la playa."


Juan Antonio Varese



(Fragmentos de relato publicado en "Somos el Puente" del Liceo de La Barra, 2014).



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