Antonio L. Fernández
Antonio Lorenzo Fernández Moreno
5 de Septiembre de 1888 - 11 de Enero de 1960
Miembro de la Primera Asamblea Representativa de Maldonado; casado el 5 de Enero de 1929 con Angélica Arosteguy Aguerre; padres de Antonio Manuel Oribe, Angélica Juana, José Bernardo, Inés y Andrés Lorenzo Fernández Arosteguy.
Algunas despedidas en la prensa:
Contenido
El Plata, 12 de Enero de 1960
Profundo y general sentimiento de pesar ha causado la noticia de la muerte de Don Antonio L. Fernández, ocurrida recientemente en la ciudad de San Carlos, a la edad de 71 años. Su figura, querida y respetada no solo en la sociedad carolina donde transcurrió gran parte de su vida, sino también en todos los ámbitos en que le tocó actuar, se granjeaba de inmediato el aprecio y la consideración general, pues quienes lo trataban encontraban en él a un hombre justo, recto y generoso.
Durante largos años desempeñó la representación de El Plata en San Carlos, constituyéndose, por la fuerza de su gravitación personal y lealtad de sus procedimientos, en un invalorable amigo de esta casa. Fresco está aún en la memoria de muchas generaciones carolinas el recuerdo de su actuación como bedel del Liceo de San Carlos, cargo que ejerció durante 25 años en medio del cariño y la estimación de profesores y alumnos, al que renunció para acogerse a una buena jubilación.
Representó al Nacionalismo en la Junta Departamental de Maldonado, haciendo que su actuación destacada en pro del progreso del Departamento le significara sucesivas reelecciones en su cargo de edil, culminando, por último su actuación política, con el desempeño de la vicepresidencia de dicho organismo.
Por todo lo que tuvo de buena y generosa la vida de Don Antonio, El Plata - que lo contó entre sus más esforzados colaboradores - acompaña en el dolor a sus acongojados familiares, manteniendo siempre un sincero recuerdo para quien hizo de su existencia constante ejemplo de rectitud y desinterés.
La Democracia, Página Política - 15 de Enero de 1960
En la última edición de esta página dedicamos una nota a poner de manifiesto la ejemplar conducta cívica de Don Antonio L. Fernández que - cargado de años y de servicios al partido y con su salud quebrantada - había estado al firme en las últimas sesiones de la Junta Departamental que habían sido arduas, extensas y agitadas y algunas de las que, en su calidad de segundo vicepresidente, le correspondió presidir.
Hoy hemos de dedicar otra nota a la noble personalidad del consecuente correligionario, cuya desaparición física - ocurrida en los primeros minutos del día 11 - enluta a nuestra página, al nacionalismo de Maldonado y al departamento entero, especialmente al pueblo de San Carlos. Había cumplido 71 años de existencia cuando ocurrió su muerte. Vivió, desde el momento en que los hombres tienen consciencia y asumen la responsabilidad de sus actos hasta su muerte, trabajando y sirviendo al prójimo.
De cincuenta años, por lo menos, a la fecha, bien puede decirse sin temor a error que no hubo inquietud popular, iniciativa pública, movimiento colectivo alguno en ésta su ciudad natal, que no contara con el apoyo decidido y con el tesonero empuje de Antonio L. Fernández. Por decenas, quizás por cientos, han de contarse las Comisiones de carácter vecinal, social, de fomento, etc., que lo tuvieron como titular de sus órganos directivos o ejecutivos. Y entre las múltiples facetas de su actividad social ninguna alcanzó tanto relieve como su actuación cívica al servicio del Partido Nacional.
Fue un ciudadano ejemplar. Un blanco a la vieja usanza: dándolo todo por el Partido sin reclamar del Partido otra cosa que un puesto de lucha. Fue fervoroso defensor de la causa de la colectividad política que fundara Oribe, por cuya ilustre personalidad sentía una devoción tan profunda como consciente, racional, fundada en el exacto conocimiento de nuestra verdad histórica que los textos del oficialismo colorado ocultaron a la generación a que perteneció Antonio Fernández, pero cuyas inquietudes juveniles y su anhelo de saber pusieron de manifiesto mucho antes de ser accesible al común de los jóvenes.
Nunca fue electo para cargos electivos rentados. Lo fue muchas veces para representar al partido en los cargos honorarios de los órganos municipales. Como integrante del Legislativo Municipal de Maldonado era el decano y con gran ventaja sobre cualquier otro. En su juventud fue miembro - en la década del 20 - de la entonces Asamblea Representativa y la muerte lo sorprende, más de 20 años más tarde, a los 71 de edad, ocupando su banca en el mismo órgano legislativo, ahora Junta Departamental.
No ha de encontrarse en la historia institucional del país ejemplo igual de permanente servicio a la colectividad comunal desde un cargo honorario, de tanta tarea y responsabilidad.
En todas las oportunidades fue electo por el mismo partido, por el Partido Nacional, cuyos cuadros dirigentes en el Departamento integró desde muy joven. Siempre votó dentro del lema Partido nacional, por entender siempre, con esa simple manera de ver las cosas y el apego a las formalidades que eran tan propias de él y de su española ascendencia, que donde estaba el lema estaba el Partido. Por eso seguramente, mucho más que por otra cosa, cuando la gran escisión partidaria estuvo donde estuvo.
Decimos que por eso y más que por otra cosa, porque cuando años más tarde - hace menos de diez - se produjo otra gran escisión, pero dentro del lema Partido Nacional, Don Antonio Fernández estuvo con los que discreparon con el Dr. de Herrera de quien hasta entonces había sido decidido partidario y su adhesión al cual se había atribuido a su actitud cuando el otro cisma. Pero en cualquiera de las fracciones en que se dividió el Partido desde el 33 a la fecha y en las que ocupó un puesto de lucha, siempre se consideró, por encima de toda división interna, ciudadano del Partido Nacional y no de una de sus fracciones.
Fue por eso y en todo momento decidido y entusiasta defensor de la unidad nacionalista y fue de quienes con más entusiasmo bregó por la cristalización de la Unión Blanca de Maldonado de 1954, que fuera feliz anticipo de la Unidad Nacionalista en todo el país, permitiendo la reconquista de una banca parlamentaria para el Departamento y para el Partido Nacional.
En 1958 reiteró su posición anterior, su posición de siempre: estuvo con aquellos que entendió estaban más cerca o coincidían con su ideal y sus anhelos de unidad blanca. Consecuente con su militancia en el M.P.N. estuvo con la Unión Blanca Democrática y dentro de las dos tendencias que en el Departamento concurrieron bajo ese sublema, fue dirigente y encabezó la lista de candidatos a la Junta Departamental del Comité "Por la Patria" - hoja de votación Nº 23.
Para quienes más jóvenes actuamos junto a él, dentro de esa tendencia, fue timbre de honor, a la vez que valiosísimo estímulo, contar con el apoyo, la adhesión y el consejo de Don Antonio L. Fernández. Era por demás reconfortante y tranquilizadora su palabra cuando, preocupados porque se nos motejara de manera injusta o se nos acusara de no representar a los principales sectores del Partido - de uno de los cuales era dirigente precisamente él - don Antonio nos decía: acá está la verdadera unión blanca, porque acá no nos distribuimos los cargos por cuotas ni por fracciones, sino de acuerdo a los méritos de cada uno y a sus posibilidades; siendo nacionalista no le preguntamos a qué grupo pertenece. Y no sin uno dejo de indignación solía subrayar: yo soy y sigo siendo integrante y dirigente del Movimiento Popular, pero soy blanco por encima de todo y no me molesta la compañía de ningún blanco cuando dentro del lema ocupa el lugar de lucha que le corresponde y que se le asigna.
Fueron estos sus últimos años los que tuvimos oportunidad de convivir cívicamente con el correligionario desaparecido, por eso es a ese lapso de su actuación que nos hemos referido más extensamente. Mas desde que abrimos los ojos a la militancia política siempre vimos en él a un ciudadano íntegro, ejemplar, honra del Nacionalismo de Maldonado. Así se fue, rodeado del respeto de correligionarios y adversarios y llevando a su tumba el reconocimiento del Partido al que sirvió con dedicación y desinterés digna de su superior causa.
Dr. José A. Frade
Justicia (La Voz del Partido Colorado), 28 de Enero de 1960
A edad relativamente temprana, falleció inesperadamente, el ciudadano con cuyo nombre encabezamos estas líneas, con la sola finalidad de exaltar su personalidad y poner de relieve algunos destacados aspectos de la fecunda y ejemplar acción cumplida en el ambiente donde le tocó actuar.
Hijo de un hogar respetabilísimo; de padre español y madre oriental, aquel industrial panadero de larga actuación en el ambiente comercial, y ésta una virtuosa dama, que inculcó a sus hijos, en el culto de un hogar austero, las virtudes innatas heredadas de sus mayores, actuando todos con solvencia y conducta, que les granjeó el aprecio y consideración unánime de cuantos trataron el hogar de los Fernández Moreno.
Fue Antonio quizá, en la vida pública, el miembro más destacado de ellos, de fecunda y proficua acción, iniciada desde la época misma de la adolescencia, al iniciar con el inolvidable Maestro Curbelo, sus estudios magisteriales, que no culminó no por falta de condiciones, inteligencia y capacidad, que harto las demostró en el decurso de su vida, que atesoraba en grado máximo esas virtudes.
En la vida ciudadana, en el periodismo, en política y en el ambiente social, fué Antonio, así como funcionario liceal, un verdadero ejemplo de singulares virtudes y atributos. larga convivencia con él , actuando simultáneamente en comisiones de diversa índole surgidas en el ambiente carolino, nos llevaron a aquilatar esas magníficas condiciones, que hicieron de Antonio, un elemento casi imprescindible, utilizándose su mesurado criterio, su amplio espíritu de iniciativa, su gran capacidad de trabajo y su orden inquebrantable para organizar la acción y darle carácter de efectividad.
Puede decirse que no surgió en el ambiente iniciativa alguna que no contara con esas magníficas condiciones de capacidad, orden y disciplina, que cuando no las prodigaba él, le eran ávidamente solicitadas, porque sabían cuánto entusiasmo, cuanta decisión y empeño ponía para el logro o cristalización de las mismas.
Fuera del Liceo, donde actuó por el dilatado espacio de más de treinta años; vinculado al Instituto desde el instante mismo en que hombres de singular y efectiva acción constructiva y progresista, como Luis María Maurente, Carlos Lavagna, Luis Améndola, Brun y Pintos Sáez y muchos otros, dieron conformación a la acariciada aspiración carolina, de tener un centro de enseñanza secundaria para la cultura e ilustración de sus juventudes, siendo su Secretario Bedel eficiente y consciente, donde impuso la rectitud de su carácter y la consciencia del deber funcional en grado máximo.
Fuera de allí, decimos, fue sin duda alguna en la Sociedad Unión, de la que ostentaba con orgullo el carácter de Socio Honorario, distinción inmensa que solo se da a quien como él, supo darse por entero, con nobleza, con desinterés, con sacrificio, con ejemplar e inalterable adhesión, lealtad y consecuencia y le sumó a sus destinos rectores y progresistas, su también dilatada acción, ocupando quizá en no menos de veinte oportunidades (desde 1916), puestos directivos de gran responsabilidad y en épocas duras, difíciles, de angustia económica y en lucha tenaz, ardorosa con el Cine Esmeralda, fue Antonio junto a otros compañeros de entonces, que es bueno y oportuno recordar, como Vidal, Mata, Sáez, Fernández Chávez, Stagnaro, Barbé, Grieco, Amestoy, Ventura Moreno, Borges, Surroca, Frade, Abelardo Machado y otros, fueron digo, portero, acomodador, boletero y hasta repartidores de programa para salvar sus destinos.
Se sentía vinculado a ella y le demostró acendrado amor a la Sociedad de sus mayores, pues su padre José Fernández García, en los albores de su nacimiento, en sus primeros inciertos pasos, fue también dirigente de destacada actuación y ya lo vemos en 1903, ocupando el cargo de Tesorero. Por eso Antonio quiso, la sirvió y fue leal y consecuente a la Sociedad Unión.
Los grandes méritos ciudadanos, político-partidarios y el concepto de Hombre de Bien de Antonio fueron puestos bien de manifiesto, en forma clara y terminante, durante el valatorio y en el acto del sepelio, donde el sentimiento de pena y dolor se trasuntaba con marcdas huellas en todos los semblantes y en evidencia también, en los emotivos discursos pronunciados.
Hemos de mantener vivo y fresco el recuerdo de quien fuera tan bueno, leal y desinteresado amigo.
C.J.R.
Homenaje de César Bianchi, El Mayoral
Cuando como pollo mojado allá por el año 1934 entre asombrado y desconfiado entré por primera vez a aquel viejo edificio del Liceo carolino de la calle "ancha", él ya estaba ahí. Parado en medio de la puerta de la bedelía, mirando quien entraba y salía, llevando un control estricto de lo que pasaba en el Instituto, comportamiento, hasta una falda demasiado corta.
Para nosotros que veníamos la gran mayoría de la escuela del maestro Bidegain y nos íbamos a junta con alumnos de otros lugares especialmente Pan de Azúcar, Piriápolis y puntos intermedios que por aquel entonces no tenían Liceo, todo era nuevo. Caminábamos de a grupos por el patio de baldosas rojas españolas, debajo de frondosos naranjos y bajo la mirada del portero De Los Santos, a quien cariñosamente apodábamos "Lalo", echándoles una mirada a los del grupo de cuarto año como "pato al arreador". ¡Claro, ellos estaban para irse, y todavía jugaban de locatario! ¡Mira ese chiquito, parece enano decían!
Y nosotros con las manos en los bolsillos del largo, recién estrenado, pensábamos ¡Zanguango! Te hacés el vivo porque sos más grande. Y cada vez que nos arrimábamos a la puerta del Liceo, con más (ganas) de agarrar para el arroyo que quedarnos, ahí estaba él, con la mirada severa, su traje gris oscuro, dos dedos en el bolsillo de su chaleco, una cadena de reloj de oro atravesando el pecho, corbata negra y camisa blanca - como diciendo: ¡Ojo! De aquí solo te vas a ir cuando termines cuarto año.
Con el pasar de los años nos hicimos mas baqueanos, ahora éramos nosotros los que nos reíamos de los que llegaban - la ley de la vida. Un día se armó mareo en el Liceo, el esqueleto de la clase de Historia Natural apareció con sombrero, una vieja golilla, toscano y el nombre de un profesor. Averiguaciones. Visita a los salones. Desfile por la Dirección. Al final, como siempre ¡nada!, no se puedo saber quien fue el culpable. Nosotros sí lo sabíamos - ¡Qué tiempos aquellos!
Don Antonio era el alma mater del Liceo, con una memoria prodigiosa, recordaba reglamentos, escritos, páginas, folios, fechas, en fin ¡todo! Pasaban los directores y Don Antonio seguía al pie del cañón, siempre en la lucha. Preparaba listas, planillas para exámenes, actas, pagos de profesores y todavía atendía la pequeña biblioteca liceal. Todo con una caligrafía excepcional, digna del mejor escribidor como dijera Vargas Llosa.
En épocas de incertidumbre, cuando la dirección del Liceo estaba en manos de Directores interinos o de la capital, que permanecían en funciones pocos días a la semana, Don Antonio por unos menguados pesos era a la vez custodio y timonel.
Fuera del Instituto todavía tenía energías para ser Agenciero y distribuidor de diarios que como "El Debate" tenía numeroso tiraje por aquellos tiempos. Con la ayuda de su entrañable compañera y una pléyade de chiquilines detrás, acondicionaba los diarios recién llegados en la vereda, con buen o mal tiempo, bajo temporal o con sol radiante. ¡Siempre al pie del cañón!
Muchas veces cumpliendo la función de bibliotecario del Liceo, distribuía libros de lectura, en préstamo, y entre los alumnos más carenciados. También algunos textos de consulta recién recibidos, que después retiraba estrictamente. Fue en esas circunstancias que sucedió un caso por demás risueño, con el suscripto.
Don Antonio era de filiación Blanca como "hueso de bagual" y hacía de eso un apostolado. Se sabía la vida y obra de todos los caudillos blancos desde la independencia hasta nuestros días. El que esto escribe, era, a pesar de su corta edad, por tradición, colorado y batllista. Corrían épocas en que los colorados y los blancos se tiraban con todo, especialmente batllistas y herreristas. La pasión de los grandes, muchas veces mal entendida, era asimilada por los chicos. ¡Qué Herrera es ésto! ¡Qué Batlle es aquéllo!, etc.
Lo cierto es que un día, que me había prestado un libro, al devolvérselo coloqué una caricatura del gran caudillo blanco ¡como Dios lo trajo al mundo y en funciones nada dignificantes! Por consiguiente, una broma pesada para aquellos tiempos... Al tomar el libro, Don Antonio revisó sus páginas como de costumbre. Encontró el papel, lo miró, cambió de color y sin inmutarse, tomándolo con dos dedos me dijo: "Caballero, olvidó ésto. La próxima, vístalo." Había asimilado el golpe y con gran calidad me lo había devuelto.
Una pequeña faceta de aquel gran ciudadano que se llamó Antonio Fernández. Este era un pequeño homenaje que personalmente le debía... Y como dijo el otro, ¡qué lindo haberlo vivido para poderlo contar! ¡Pero... perdón, creo que me estoy volviendo viejo!
Volver al archivo de Antonio Fernández Arosteguy