Modernización del país y nacionalización del territorio en la trayectoria vital de Carlos Genaro Reyles

De Banco de Historias Locales - BHL
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Carlos Genaro Reyles (acervo Intendencia Municipal de Rivera).

por Oscar Padrón Favre




Introducción



Es conocido que la figura central sobre la que trata esta disertación fue en su tiempo identificado simplemente como Don Carlos Reyles. Sin embargo, luego de la trayectoria relevante que tuvo su hijo -como cabañero, gremialista y escritor fue necesario referirse a aquél como "el Padre", "el primero" o, más adecuadamente, como a Carlos Genaro Reyles Lorenzo, para distinguirlo de su único hijo legítimo que lo sobrevivió, Carlos Claudio Reyles Gutiérrez.

La personalidad que nos ocupa, ejerció fuerte resonancia en su tiempo y los ecos de su memoria llegaron con fuerza por lo menos hasta mediados del pasado siglo XX, especialmente en aquellas zonas del país más directamente vinculadas a su proteica acción. Su obra, tanto por sus dimensiones como por su carácter de pionera, adopta realmente un carácter de insoslayable para todos aquellos investigadores e historiadores interesados en conocer y esclarecer la evolución de la producción agropecuaria en el Uruguay que es prácticamente lo mismo que decir la historia de la riqueza nacional.

Distintos aspectos de esa potente actuación han sido motivo de mención o de análisis por algunos investigadores, aunque son contadas las oportunidades en que su vida y acción ha sido el motivo central de tales trabajos. En este último caso, precisamente por su excepcionalidad, debe mencionarse la semblanza que trazó Carlos Seijo (1) y las conferencias que sucesivamente brindaran en 1961 y 1971 el trinitario Dr. Fernando Gutiérrez (2) y el duraznense Dr. Huáscar Parallada (3).

Especial destaque merecen los aportes realizados por los dos investigadores citados en último término, pues recogieron parte importante de una rica tradición oral que existía especialmente en el departamento de Durazno, mantenida con inocultable orgullo por aquellos que habían trabajado junto a Carlos Genaro Reyles o por sus directos descendientes, tradición que, transcurridos ya ciento quince años de su muerte, aún no ha se ha extinguido totalmente. Prueba elocuente, sin duda, de la profunda huella dejada por este hombre excepcional.

En nuestro caso el interés por el personaje nació cuando comenzábamos nuestras investigaciones en Durazno -unas dos décadas atrás- al quedar sorprendidos por la fiel y respetuosa memoria que muchos vecinos de ese departamento atesoraban respecto a "Don Carlos Reyles", como lo denominaban.

Su vida fue realmente fecunda en experiencias, trabajos y realizaciones, los cuales en absoluto quedaron limitados al campo agropecuario sino que también en la función pública su actuación fue destacada, siendo esta faceta mucho menos conocida pero, sin duda, digna de estudio. En este trabajo nos centramos en sus dos desvelos principales como productor y como hombre público: la transformación de la producción pecuaria en primer término y la nacionalización de nuestro territorio en el segundo.



El hombre



La trayectoria vital de Reyles se desarrolló entre el 12 de febrero de 1825, cuando nació en San Carlos (Maldonado) y el 5 de mayo de 1886, fecha en que falleció en Montevideo. En su sangre confluían los aportes azorianos y británicos y su pueblo natal sin duda marcó su personalidad al brindarle el edificante espectáculo de la laboriosidad y tesón de aquellos descendientes de las familias establecidas por Cevallos.

Nacido en muy humilde cuna y con precarios estudios recibidos en la escuela local, que dirigía el preceptor Juan Plácido Faxardo, como consta documentalmente (4), teniendo catorce o quince años marchó a trabajar para la zona fronteriza vinculándose directamente con el progresista medio pecuario de Río Grande.

Entonces desarrolló su etapa formativa, tanto en el arte de las habilidades camperas -que las dominó a la perfección- como en la no menos compleja de los negocios, actuando junto al legendario Comendador Domingo Faustino Correa y otros familiares de éste en tiempos de la Revolución de los Farrapos y la Guerra Grande. Durante esta última habría desarrollado algunas acciones temerarias para abastecer de ganado a la sitiada Montevideo, aventuras que posteriormente gustaba recordar.

No son pocos los testimonios de sus contemporáneos que exaltaron sus singulares cualidades de trabajo, de inteligencia para los negocios, de integridad moral y generosidad, logrando incluso el difícil privilegio que le fueran reconocidas por encima de las diferencias partidarias. Condición esta última que le valió ser designado en más de una oportunidad como mediador entre las fuerzas coloradas y blancas envueltas en la guerra civil.

Santiago Arbiza, integrante de una de las familias que fueron conocidas como "los vascos de Reyles", por haber sido contratadas por él para que trabajaran a su lado, recordaba:

"Era un lindo hombre, rubio, de buena estatura, simpático, encantaba hablar con él... tenía una inteligencia natural sobresaliente, manejaba con suma facilidad mucho personal, nunca se oyó decir que hubiera tenido ninguna diferencia con nadie y en esas épocas había hombres capaces de cometer cualquier crimen. Su personal lo quería muchísimo, respetándolo completamente por su gran representación de gran señor" (5).

Pero sin duda una de las más logradas semblanzas que de él se conocen es la que nació de su propio hijo en 1894, cuando habían pasado ocho años de su fallecimiento. Para entonces el joven autor de "Beba" -luego vendrán "El Terruño" y "La Raza de Caín" entre otros libros- que había mantenido una relación un tanto conflictiva con aquél en sus últimos años, dimensionaba ya cabalmente la estatura superior de su progenitor.

Destacando los rasgos de laboriosidad dijo en un pasaje de las páginas que le dedicara:

"Aparte la bondad, su cualidad relevante era la de ser un trabajador admirable, un hombre que no sabía hacer más que eso, trabajar, y al que no pudieron rendir nunca fatigas ni fracasos.... para él una frugal comida y diez y seis horas de trabajo diario, durante medio siglo hizo eso. A los que le ponderaban su robusta salud, solía contestarles: "Yo siempre estoy bien, una porque soy naturalmente sano y otra, porque no tengo tiempo de estar enfermo". Y decía la verdad." (6)



Pionero de la modernización pecuaria



Es evidente que si lo dicho sobre su afiebrado ritmo de trabajo no se conociera por el testimonio de su hijo y de otros contemporáneos, a igual conclusión llegaría quien estudiara pacientemente lo realizado por este hombre en el campo de la transformación de la producción pecuaria nacional, que tuvo en él a un verdadero precursor. Y sin duda tal título de pionero o precursor le cabe con honra -aunque, por supuesto, no de forma única- porque su acción no se desarrolló en sincronía con las transformaciones de distinto orden que sobre todo a partir del Gobierno del Cnel. Lorenzo Latorre generaron las condiciones básicas para la instalación de un proceso de modernización productiva. Por el contrario, su acción se anticipó a ese tiempo, desarrollándola en un período de la vida del país -el cuarto de siglo posterior a la Guerra Grande- en el cual el acontecer político afectaba de tal forma la situación económica y social, que dejaba muy poco espacio para el optimismo y la esperanza en la viabilidad futura del Estado Oriental. En esa acción de pionero estuvo acompañado en el país por otros nombres relevantes, de los cuales citamos sólo como ejemplos a Ricardo Hughes, Roberto Young, José de Buschental y Domingo Ordoñana.


1 - Las estancias


No fue hazaña menor el haber comenzado, cuando niño, vendiendo pan y pasteles por las calles de San Carlos y haber fallecido siendo propietario de más de 140.000 cuadras de campo, además de otras propiedades. Sin embargo esta verdadera proeza económica queda empequeñecida ante el titánico empeño, su principal desvelo, de transformar tan dilatado fundo en un modelo de producción agropecuaria de difícil parangón en el Uruguay de su tiempo, desechando radicalmente las formas tradicionales y primitivas de explotación. Es ese, precisamente, uno de los motivos que hacen que sea de justicia que su nombre y acción permanezca en la memoria colectiva de la nación, pues lo hecho puede calificarse de verdadera epopeya del trabajo.

Sus principales propiedades -las estancias "El Paraíso" y "La Carolina" en el departamento de Durazno y "Bella Vista" y "Palmira" en el de Tacuarembó- formaban una inmensa propiedad, atravesada a manera de columna vertebral por el majestuoso río Negro y teniendo al paso de Bustillos como principal vaso comunicante entre la margen norte y sur de dicha corriente fluvial. Por eso la novela "El Gaucho Florido" de Carlos Claudio Reyles tiene como una de sus primeras escenas el pasaje de ganado a través de ese sitio (7).

En fecha que no hemos podido ubicar con precisión, pero que estimamos gira en torno al año 1850, trasladó su acción a la zona sur del departamento de Tacuarembó, arrendando dilatados campos al Comendador Correa, antes mencionado, con quien mantuvo siempre gran amistad, llegando a ser hombre de su confianza, al punto que el potentado riograndense dispuso en su testamento que Reyles fuera su principal albacea.

Desde finales de 1855 pasó a ocupar el denominado Rincón de las Minas en el departamento de Durazno, de acuerdo a contrato celebrado con los sucesores del acaudalado español Fernando Martínez quien había obtenido la mayor parte del actual departamento de Durazno en las últimas décadas del siglo XVIII. Desde los tiempos coloniales -y más aún desde la Revolución- esta amplia y fértil rinconada había sido escenario del principal drama de la tierra oriental: la lucha entre propietarios y ocupantes.

Seguramente sin poder evitar conflictos con los ocupantes allí existentes de larga data, Reyles logró adquirir de manera definitiva esas tierras entre los años de 1857 y 1859, formando la estancia conocida como "La Carolina", en claro homenaje a su tierra natal. En la década siguiente, a partir de 1862, comenzó a comprar tierras linderas por el suroeste con las anteriores, adquiridas a los sucesores de los antiguos propietarios Hermenegildo Laguna y Diego González, formando otra estancia, la cual se transformó en el escenario principal del hacer reyleano: "El Paraíso". Esta última estancia ha sido hasta no hace muchos años un auténtico emblema de casi siglo y medio de historia de la pecuaria uruguaya. La compra de otras fracciones en 1868 y 1873 completaron esta estancia.

En la década de 1870 pasó a adquirir muchas de las tierras que había arrendado a la familia Correa en el departamento de Tacuarembó, tanto al ya citado Comendador como a un sobrino de éste, Faustino José Correa. Eran campos ubicados entre los arroyos Achar y Cardozo, teniendo al río Negro como límite sur, ocupados principalmente por la estancia "Bella Vista". Formó así un complejo productivo, con una superficie aproximada a las 49 suertes de estancia, enclavada en el corazón del país.


2 - El mestizaje


Uno de los pilares de la modernización en la producción pecuaria suponía mestizar los rodeos criollos con razas europeas a efectos de lograr, entre otras ventajas, animales de mayor peso y mejor calidad en las carnes. Para ello, e impulsado como el mismo lo reconoció por el empresario Samuel Lafone, importó en 1859, desde Inglaterra, los primeros reproductores Durham pagando cifras astronómicas que provocaron que muchos creyeran que había perdido la razón.

De acuerdo al veraz testimonio de su hijo:

"Examinando detenidamente los primeros reproductores importados... se dio exacta cuenta de sus perfecciones y ventajas para la producción de carnes y, grabándose aquellos tipos en la memoria como modelos, se propuso criar animales cerca de tierra, de osamenta fina -por experiencia sabía que a mucho cuerno poca grasa- y de cuerpo cilíndrico y macizo.

Ni un solo día dejó de tener presente su propósito; antes de admitir una vaca en rodeo Tipo, la miraba y remiraba durante una hora, desechando a muchas, aunque hermosas, por no sé que imperfecciones que él únicamente, veía" (8).

Debió enfrentar no pocos obstáculos que sometían a serias pruebas su templanza. Estos iban desde las periódicas sequías a las epidemias devastadoras y, sobre todo la más destructiva: las guerras civiles. Tiempos de la Revolución de Venancio Flores y de la Revolución de Timoteo Aparicio como las más destacadas, pero no las únicas.

Tampoco fueron menores vallas a vencer las que le presentaba la mentalidad conservadora o escéptica de no pocos de aquellos que lo rodeaban. Trabajó silenciosamente algo más de diez años, hasta que poseyendo un número suficiente de reses mestizadas comenzó a enviar las primeras tropas a la Tablada.

Entonces el resultado de su obra provocó verdadero asombro.

En octubre de 1874, con el título de "Atención estancieros", escribió Domingo Ordoñana un artículo expresando:

"Cuatro vacas mestizas Durham pertenecientes al Sr. D. Carlos Reyles, han sido vendidas en Tablada, al nunca visto precio de ochenta y cinco pesos, en que fueron valuadas cada una. Las vacas ordinarias valían ese día 23 y 24 pesos y los bueyes gordos 40, y esto sirve para comparar el volumen y la gordura de aquellos animales... Las ventajas de cruzar nuestros ganados con razas más perfeccionadas, se viene haciendo cada día más evidente, y quisiéramos, ya que marchamos derechamente á los potreros, marchar también á las selecciones y los mestizajes....

El Sr. Reyles ha hecho perfectamente bien en hacer conocer ese ganado en plaza, porque el valor y la apreciación que de esas muestras se ha hecho, le servirán, no de estimulo porque nos parece que no lo necesita, sino de punto de comparación económica con los ganados criollos que posee" (9).

Al mismo tiempo comenzó a enviar tropas de novillada mestiza también para los saladeros del Brasil obteniendo excelentes precios por ellas.

Sin embargo la batalla a favor del mestizaje no estaba ganada ni mucho menos y durante muchos años fue motivo de fuertes polémicas entre algunas de las principales figuras del proceso modernizador en el campo agropecuario. Sobresale entre ellas la que se dio en el año 1883, en la cual Félix Buxareo se manifestó como el más tenaz adversario a la mestización, promoviendo la selección natural dentro del rodeo criollo. La participación de Reyles en dicha polémica, a través de una comunicación fechada en Montevideo el 23 de marzo de 1882, demuestra la firme convicción que tenía en que el mestizaje era el destino de la ganadería nacional. En un pasaje manifestó:

".... por más perfeccionada que se encuentre la raza criolla por la simple selección natural, jamás alcanzará a dar los resultados de la mestizada Durham y vuelvo a repetir que afirmo por experiencia de muchos años, habiendo sido decidido partidario, como el que más de la selección natural..." (10).

En el mismo año de 1883 una crónica descriptiva de "El Paraíso" señalaba:

"... en cada uno de esos 35 potreros perfectamente cerrados por valiosos cercos de piedra o muy buenos alambrados, tiene el señor Reyles un rodeo Durham y una pequeña majada Rambouillet. Los rodeos Durham se hallan clasificados por categorías de sangre: desde la aristocrática de los puros o tipos, hasta la plebeya y de primera cruza.

Estos rodeos son pequeños y el número de animales de cada uno varia entre 200 y 300, lo que facilita mucho el cuidado y la clasificación de todos" (11).


3 - Organización de los establecimientos


El mejoramiento del ganado criollo por selección natural -que fue la primera tarea emprendida por Reyles- y la paulatina mestización del mismo, suponía, entre otras acciones, el fraccionamiento de parcelas para ir clasificando y separando las diversas categorías de mestizos. Tal como se realizaba en Europa, solo que allá en una escala de decenas o centenas de animales por establecimiento mientras que Reyles la expandió a una escala medida en millares.

Esa cuidadosa tarea determinó, entonces, la construcción de cercados que primero fueron de piedra y luego de alambre.

Iniciados los trabajos de los cercos de piedra casi al mismo tiempo que la llegada de los reproductores, fue la gran sequía del año 1862 y las consecuentes corridas de ganados, lo que decidió a Reyles a intensificar su construcción para delimitar su propiedad y evitar la pérdida de semovientes. Según la rica tradición oral recogida por el Dr. Fernando Gutiérrez de antiguos empleados y colaboradores de Reyles, dichos cercos:

"…medían de altura un metro treinta centímetros, más o menos. Se juntaban piedras utilizando zorras de cuatro ruedas, fabricadas con suprema economía, pues tanto el piso como las ruedas de una sola pieza, eran de madera extraída de talas añosos. Las cuñas, del mismo material, colocadas en los ejes, daban estabilidad al rodado. Era auxiliar eficaz en la construcción el barreno bien calibrado. Se aseguraban los cabezales con guascas de toros criollos" (12).

En las estancias "El Paraíso" y "La Carolina" el inventario realizado al fallecimiento de Reyles registró la existencia de "70.850 mts de cercos de piedra en el límite del campo y en el de los potreros", los que sumados a los 19.450 mts existentes en la estancia "Bella Vista", hacían un total de noventa kilómetros de cercos de piedra, cuyo costo de construcción en un principio estuvo en un peso la cuadra, abaratándose posteriormente. Esta singular obra, realizada entre los años 1859 y 1866 aproximadamente, supuso el empleo de una mano de obra muy numerosa.

Los pedreros que iniciaron los trabajos fueron vascos de apellido Arburúa auxiliados por Isidro Albo, padre del Dr. Manuel Albo. Siguieron luego la obra cuadrillas de italianos.

Para finales de la década de 1860 la construcción de cercos de piedra fue sustituida en los campos de Reyles por cercados de alambre con postes de ñandubay y piques de sarandí. El inventario incluido en la testamentaria, antes mencionado, registró para 1886 la existencia en las estancias "El Paraíso" y "La Carolina" de "153.150 metros cerco de alambre en el límite del campo y que contienen los potreros a $ 18 el hectómetro" y en Bella Vista 121.400 metros, sumando así casi doscientos setenta y cinco kilómetros de alambrado (13). A estas construcciones deben agregarse treinta mangueras y veinticuatro corrales. Además, tan intensa subdivisión en potreros obligaba a proveer de aguadas artificiales a aquellas parcelas que quedaban sin ella. Hizo construir Reyles setenta y seis tajamares -¡en aquellos años!- en las dos estancias ubicadas en Durazno y cincuenta y siete en la "Bella Vista".

Tan vasto fundo, pero, sobre todo, tan prolija forma de producción, exigía permanente vigilancia para lo cual existía en todas las estancias gran número de puestos, los que estuvieron a cargo de hombres y mujeres de distintas nacionalidades -caso de vascos, canarios, brasileños y otros- siendo la principal condición para acceder al privilegio de puestero el de poseer familia. En todos los puestos debía existir una huerta y corral de aves y en cada uno "un dormitorio reservado (para Reyles cuando realizaba las recorridas) que olía a limpieza; paredes encaladas, aunque el revoque fuera de barro; piso de ladrillos pulidos por la escoba y el fregoneo. El moblaje, pintado de verde como la puerta...", tal como con clara intención de registro memorialista lo describió su hijo Carlos Claudio en "El Gaucho Florido" (14).

Permanentemente Reyles salía a recorrer sus vastas propiedades iniciando las marchas muy de madrugada.

"El continuo trajín lo obligaba a marchar seguido de cuatro o cinco tropillas y a mudar de caballo hasta tres o cuatro veces por día, lejos de la estancia, lejos de los puestos, en los confines del campo donde no había corrales. Pero esto no lo detenía: formaba corral de gente, una rueda de hombres con los brazos en cruz y agarrados de las manos, de las que colgaban los rebenques y arreadores, mantenidos en suave balanceo a fin de inspirarles respeto a los pingos, siempre nuevos, ariscos todavía y que no paraban a mano. Alguno de los capataces los enlazaba y entregaba por turno a los peones..." (15).

De la inmensa riqueza en semovientes que contenían sus propiedades existen abundantes testimonios. Un documento revelador lo constituye el inventario realizado en 1877 con motivo de haber fallecido su esposa, Doña María Gutiérrez, quien le dio cuatro hijos, tres de los cuales fallecieron a corta edad, sobreviviendo solamente el renombrado escritor y cabañero. En ese año, entonces, se dejó constancia mediante escribano público que en las 49 suertes de campo cruzadas por el río Negro se encontraban "3.200 cabezas de ganado vacuno de raza inglesa y cruzados... más 32.800 reses vacunas de cría del país con sus novillos... más 500 caballos mansos de servicio... más 3.000 yeguas, potros y mulada... más 200 bueyes mansos de servicio... más 50.000 ovejas mestizas finas... más 100 cerdos de cría…" (16).

Setenta y dos carretas con sus aperos completos actuaban entonces en el servicio interno de esta gigantesca propiedad o en el transporte de lana, cueros, plumas de ñandú, quesos, jabón y otros productos hacia distintos puntos del país, trayendo a su vez las provisiones que requerían los cascos de las estancias, los puestos y las dos casas comerciales que existían a cargo de los vascos de apellido Bengochea y Arbiza.

Existían criaderos de ñandúes los cuales eran encerrados periódicamente para su desplume; también una grasería y jabonería, una fábrica de quesos, talleres de herrería y carpintería, fábricas de ladrillos, además de huertas, praderas y extensas plantaciones de árboles. Y, por si fuera poco, Reyles instaló en sus campos tres escuelas -una al sur del río Negro y las otras dos al norte- construyendo sus edificios, equipándolas y pagando a los maestros.


4 - Impacto poblador en el centro del país


Un trabajo más extenso debería dedicar un capítulo especial, también al alto número de empleados que tenía en sus estancias.

"El Paraíso era un verdadero pueblo...", decían quienes habían vivido en él en tiempos de "Reyles padre". Y un número importante de ellos salió de sus estancias comprando campos, transformándose en prósperos y progresistas productores que se distribuyeron no sólo por Durazno y Tacuarembó, sino también en Florida, Flores, Río Negro, Rivera y Artigas. Contrató a numerosos inmigrantes canarios e italianos para ponerlos a cargo de las huertas y la forestación; vascos para la cría de ovinos; suizos para la fabricación de quesos, mientras que los orientales predominaban en los trabajos propios de la idiosincrasia gaucha, vinculados especialmente al manejo de los rodeos.

Hecho singular lo constituyó el importante número de parientes y vecinos de San Carlos, Minas y Maldonado que se radicaron en sus estancias o próximas a ellas, recibiendo el apoyo de Reyles. Así llegaron al centro del país los Cal, Lorenzo, Prieto, Dutra, Baliero, Alzúa, Gutiérrez, Tabárez, Seijo, Amespil, Carballido, Acosta, Araujo, Tellechea, Barbat, Cancela y muchos otros. Fueron tantos los que se formaron a su lado y recibieron no sólo su enseñanza y ejemplo, sino su apoyo económico que aún a varios años de su muerte se lo recordaba en los campos de Durazno y Tacuarembó como "Don Carlos, el filántropo", denominación que, entre otros, recogió José Virginio Díaz en sus viajes por dichas tierras, a comienzos del siglo XX (17).

En los últimos años de su vida recogió múltiples muestras de que su obra no había sido en vano. Abundaron entonces las crónicas periodísticas describiendo sus estancias, especialmente a "El Paraíso", catalogada de forma unánime como un orgullo nacional y de valor ejemplar para todo el sector agropecuario.

Sus ganados merecieron distinciones especiales en certámenes celebrados en Uruguay y el exterior.

Directamente relacionada con su gesta modernizadora está su participación en la fundación de la Asociación Rural del Uruguay, en las modificaciones realizadas al primer Código Rural y las numerosas iniciativas de distinto orden que presentara a favor de aquella, todos aspectos imposibles de abordar en un trabajo de síntesis como éste.


Nacionalización del territorio



Si la modernización de la producción pecuaria suponía asegurar un futuro más próspero para el país en el plano económico, era imprescindible también consolidar la República Oriental en otros aspectos fundamentales, entre ellos el de la nacionalización del territorio. Y esa fue la otra gran tarea a la que Reyles entregó no pocos esfuerzos.

Desde que finalizó la Guerra Grande fue evidente para todos los orientales preocupados por el destino nacional que la penetración demográfica y económica del Imperio del Brasil alcanzaba niveles tan importantes que ponía en juego la propia soberanía y hasta existencia futura del país. Se sucedieron, entonces, permanentes denuncias sobre esa situación que fue motivo de atención tanto en el ámbito del Parlamento como del Poder Ejecutivo. Numerosos proyectos y hasta más de una ley sancionada al respecto, trataron de corregir tan delicada situación, sin embargo una vez más quedó en evidencia la distancia a vencer entre las resoluciones legales voluntaristas y la encarnación de las mismas en el siempre áspero y complejo campo de la realidad.

En este contexto durante más de dos décadas Reyles fue uno de los más empecinados promotores de tomar el tema de la penetración demográfica y cultural del Brasil como un verdadero asunto de Estado, que debía ser centro de interés principal para todos los gobiernos. Y lo hizo tanto desde los altos cargos públicos que ocupó como en el trato personal y hasta amistoso con algunos de los hombres más representativos de su tiempo. Efectivamente, su merecida fama de hacendado fuerte y progresista, así como su sólida contextura moral, le permitieron desarrollar una destacada actuación política siendo dos veces Jefe Político y de Policía del departamento de Tacuarembó y desde 1868 integró varias veces el Parlamento, tanto en calidad de diputado como de senador; también mantuvo relaciones bastante estrechas con Venancio Flores, Lorenzo Latorre y Máximo Santos.


1 - Fundación de Rivera


A comienzos de 1866 se debatió acaloradamente sobre las pretensiones brasileñas a extender la jurisdicción de Santa Ana canjeando al Uruguay el Rincón de Cuñapirú, que pasaría al Imperio, por el Rincón de Artigas. No sólo un sano nacionalismo animaba las voces que se oponían a tal posibilidad de permuta sino que también era utilizada con claros fines políticos por la oposición al gobierno del General Flores. Las noticias sobre trabajos de mensura y de empadronamiento de vecinos realizados en el Rincón de Cuñapirú daban fuerza a esa oposición, la cual declaraba que "el sentimiento nacional, la fuerza del Río de la Plata que no permitirá que se reproduzcan impunemente escenas como las del famoso tratado de 1851" (18).

Tiempo después volvió a cobrar bríos el tema ante denuncias que sería inminente la aceptación del tratado de permuta.

Según unos el cambio sería por el Rincón de Artigas y otros por el condominio de las aguas de la laguna Merín. También se lanzaba desde Buenos Aires el interesado trascendido que el Uruguay firmaría un acuerdo con el Imperio por el que cual éste asumiría un real protectorado sobre la nación oriental.

En este contexto, el 10 de diciembre de 1866 Reyles asumió como Jefe Político y de Policía de Tacuarembó y si bien Venancio Flores parecía no estar dispuesto a sancionar tal acuerdo, fue la fuerte intervención del ya prestigioso hacendado lo que hizo que los trabajos de establecer la postergada Villa de Ceballos (que cambiaría su nombre por el de Bernabé Rivera) tomaran vigor y se concretaran. Correspondió al historiador Aníbal Barrios Pintos dar a conocer, hace ya muchos años, reveladora documentación al respecto que ahora utilizamos en parte (19).

Como ejemplo de la decidida actuación de Reyles, veamos la comunicación que con fecha 27 de abril de 1867 le envió al Ministro Flangini:

"Me dirijo a V.E. suplicando que se sirva manifestar a S.E. el Sr. Gobernador la necesidad que hay de que se autorice convenientemente por el Superior Gobierno para proceder inmediatamente a la fundación del pueblo de Ceballos frente a Santa Ana de Livramento.

Mi antecesor el Sr. Castro apenas hubo recibido breves indicaciones oficiales para el examen de las localidades aparentes para la plantación de dicho pueblo, parece que sus instrucciones fueron verbales y en tal concepto, no puedo valerme de aquellas para el desenvolvimiento de las operaciones relativas a las mejores prácticas oficiales de este negocio.

En este concepto espero que V. E. se sirva comunicarme la autorización solicitada e instrucciones consiguientes al mejor proceder" (20).

Por carta del Gobernador Venancio Flores al propio Reyles, datada en los últimos días de mayo -seguramente respuesta de una dirigida por Reyles reclamando la redacción de las instrucciones que solicitara un mes atrás- aquél le manifestaba que el Ministerio "debía haber remitido ya las instrucciones solicitadas".

Al no recibirlas y temiendo su extravío, Reyles le solicitó al Ministro Flangini, con fecha 14 de junio, se dignara reiterarlas (21).

Con fecha 3 de julio volvió a insistir, solicitando que la correspondencia oficial le fuera enviada desde la capital de forma directa y no por la vía del litoral pues "sufre grave retardo" y las instrucciones para la fundación de la nueva población aún no habían llegado (22).

Efectivamente las Instrucciones ya habían sido expedidas por decreto del Ministerio de Gobierno de fecha 26 de junio de 1867, expresando:

"Autorízase al Gefe Político de Tacuarembó para la creación de un pueblo, denominado Rivera, en conmemoración al malogrado coronel don Bernabé Rivera, situado a una distancia de veinte o treinta cuadras de Santa Ana de Livramento ..." (23).

Con las instrucciones en su poder Reyles, que no descansaba, se trasladó de inmediato a la frontera procediéndose el día 20 de julio de 1867 a labrar el acta de fundación del pueblo Rivera, iniciándose de inmediato todos los trabajos pertinentes que desde ese momento no conocieron pausa. Por eso con justicia el recordado investigador Aníbal Barrios Pintos concluye:

"A don Carlos Reiles y al Ministro Alberto Flangini, les cabe pues el honor de haber concretado y llevado a la práctica las tareas de delineación y mensura del pueblo (Rivera)" (24).

Posteriormente, al dar cuenta Reyles al Superior Gobierno de lo actuado, no podrá ocultar su entusiasmo y satisfacción, al decir en un pasaje:

"Repito por lo mismo que la opinión de los ciudadanos nacionales y extranjeros y que aman el progreso del País han estimado la fundación de "Rivera" como un acontecimiento trascendental ... en atención a que queda levantado el baluarte donde se afirmará la integridad nacional, antes abandonada a las eventualidades que le impusiera la ambición extranjera" (25).

Y muchos años después, en 1879, bregando siempre por la nacionalización de las tierras fronterizas, reivindicará su papel de "fundador" de Rivera.

"Y Rivera hoy es territorio nacional debido a mí que fundé ese pueblo por mucho empeño que hice con el finado general Flores en la época que yo fui Jefe Político de Tacuarembó, que a no ser el empeño mío con Flores y la amistad que él me tenía, lo hubiera cedido a ese terreno hasta Cuñapirú, que el Emperador del Brasil hizo gran empeño con Flores para que se lo cediera a fin de poderse extender Santa Ana. Pero yo que sabía esos trabajos me empeñaba con Flores fuertemente que de ninguna manera cediera ahí una cuarta de terreno más que estaba en la conveniencia nacional, y lo conseguí y fundé el pueblo de Rivera" (26).


2 - Desde el Parlamento


A principios de 1868 Carlos Reyles pasó a ocupar un lugar en el Senado representando al Departamento de Durazno y a poco de haber asumido la senaturía -y apenas a 8 meses de haber trabajado en la fundación del Pueblo Rivera- presentó como legislador un proyecto de fundación de tres pueblos en la zona fronteriza con el Imperio del Brasil. En sus primeros artículos el mismo establecía:

"Art. 1º En la frontera terrestre de la República se formarán tres pueblos, uno en la antigua fortaleza de San Miguel o sus inmediaciones, otro en el paso llamado de Centurión sobre el río Yaguarón y otro en San Luis, departamento de Tacuarembó.

Art.2º Se le señalará a cada pueblo, una superficie de legua y media cuadrada para Egido de Chacras, autorizándose al gobierno para expropiarla con arreglo a la Ley, en el caso de no ser la tierra de propiedad pública.

Art.3º. Los tres mencionados pueblos serán poblados con ochenta familias Europeas cada pueblo, incluso el de Rivera, que serán conducidas por cuenta de la Nación, en la forma que el Poder Ejecutivo considere más ventajoso" (27).

Precisaba luego la tierra que se le daría a cada familia, las obligaciones a las que quedaban sujetas, el compromiso del Estado respecto a proveer los fondos para el establecimiento de las mismas y la construcción de edificios públicos, expropiación de tierras, etc. Argumentando razones de oportunidad y de desconocimiento del estado de la hacienda pública, la Cámara de Senadores decidió suspender su consideración.

En abril de 1872 el Presidente Tomás Gomensoro designó a Reyles, nuevamente, como Jefe Político de Tacuarembó con el elevado propósito de recuperar un departamento que se "hallaba en el más completo desquicio á consecuencia de la última guerra que hemos soportado", al decir del sucesor de Reyles en la Jefatura Política, Don Lino Arroyo (28). Precisamente éste último, a principios de 1874, elevaba una Memoria sobre lo actuado en el año anterior por la Jefatura Política y en la misma insistía en el tema de la excesiva influencia brasileña. Decía entonces:

"Es sensible ver que á pesar de todo lo que ha hablado la prensa sobre la desaparición de la ciudadanía oriental en nuestra fronteras, con el Brasil, los legisladores no se hayan ocupado aun de dictar una ley que sirva para abatir esa criminal costumbre.

La frontera de nuestro Departamento que se compone de pura inmigración venida del Imperio, tienen los mismos hábitos, las mismas costumbres y hasta iguales tendencias a aquél.

Puede decirse que es una posesión brasilera, por el idioma, porque no produce hijos orientales; en fin, en todo y por todo.

Es la única de las inmigraciones que no presta ningún contingente de ciudadanos, porque muy contado será el brasilero que no lleve sus hijos a bautizarlos en la provincia limítrofe" (29).

En 1874 Reyles volvió a insistir, nuevamente desde el Parlamento, en su proyecto, agregando la fundación de un cuarto poblado en puntas del Yaguarí. No logró tampoco entonces su consideración, por eso al alejarse del Parlamento se permitió recomendarle a sus pares que fuera tomado en cuenta. En su texto se revelan verdaderas dotes de estadista: ciudadano conciente de la historia del país; conocedor experimentado del territorio por haberlo recorrido infinidad de veces y vivir en su interior; seguro de las prioridades que para su conservación y progreso debían establecerse.

Estas eran cualidades que no abundaban entonces en las denominadas "Cámaras bizantinas" o "Cámaras principistas". En comunicación enviada a la prensa capitalina en 1879, Reyles transcribió el mensaje que un lustro atrás había enviado a sus pares del Parlamento:

"El primer cuidado de un Estado que quiera mantener su independencia debe ser el de atender y nacionalizar su frontera para que en el desgraciado caso de una guerra con el Estado limítrofe, encuentre el enemigo quien le impida el paso al territorio, quien le hostilice y le ponga todo género de obstáculos, y esto no se consigue si esa población fronteriza no habla el idioma nacional y no siente en su pecho el amor a la patria. Tanto más a tener esto en cuenta cuando se trata de un pequeño Estado como el nuestro, debilitado por las continuas guerras civiles, con elementos escasos y con un territorio casi desierto que es necesario poblar por medio de colonias, que por el hecho del establecimiento y de ver nacer en el país sus hijos se vinculan á este de una manera que les convierta por lo que respecta al amor a la patria, en verdaderos ciudadanos.

El abandono en que ha estado nuestra frontera ha llamado hace mucho tiempo mi atención y a éste abandono atribuyo la pérdida que hemos sufrido de una parte de nuestro territorio. Sin pensarlo y poco a poco se ha ido verificando una invasión pacífica, al extremo que muchas leguas se caminan por nuestro territorio sin escuchar el idioma nacional, pudiendo decir sin exageración que en el hecho una parte de aquel no nos pertenece…

Es así que tenemos dentro de nuestros mismos límites una extensión considerable de terreno que pertenece al vecino Imperio, resultando de la anomalía de que no son ciudadanos los que se hallan a diez leguas de la frontera y lo son los que se hallan a media. Como dejo dicho, esa cesión injustificada de una parte de territorio fue única y exclusivamente debida a la influencia de esa población fronteriza que quiso a todo trance quedar en el Brasil, estando en el Estado Oriental, consiguiéndolo desgraciadamente, con perjuicio de nuestros intereses y con sacrifico de nuestra dignidad nacional.

Es necesario pues de todo punto de vista evitar que suceda lo que el año 51 y para conseguirlo he presentado el proyecto que hoy os recomiendo. Hasta hoy, como saben los señores Representantes, no hay más pueblos fronterizos que Artigas, Rivera y San Eugenio en el Cuareim. Yo propongo la fundación de cuatro más... De este modo quedaría nuestra frontera con un pueblo cada veinte leguas más o menos, siendo todos ellos de importancia comercial por estar fundados en pasos precisos para el vecino Imperio. Para la fundación de esos pueblos y colonias que les den vida se destinan por el proyecto presentado, cuatrocientos mil pesos a cien cada uno y más cincuenta mil para la fundación de una colonia en el pueblo de Rivera.

Propongo con este objeto un impuesto adicional de uno por mil a la contribución Directa de los años 75 y 76 con lo que juzgo habrá suficiente. Y este pequeño sacrifico que harían los propietarios vendrá a ser de gran utilidad para la patria y una seguridad para el porvenir en el que debemos pensar los que no miramos con indiferencia desaparecer día a día nuestra población nacional de la tierra que tantos sacrificios costó de nuestros padres" (30).


3.- Empecinada insistencia en una nueva realidad rural


En 1879, nuevamente desde la Cámara de Senadores, volvió a impulsar su antiguo proyecto, agregando una quinta población a ubicarse en el arroyo Ceibal o sus inmediaciones, en el departamento de Cerro Largo. Esta vez buscó fortalecer su iniciativa buscando un mayor apoyo de la prensa, manifestando en una correspondencia al periódico capitalino La Nación:

"Así es señor, que creo misión patriótica del periodista hacer propaganda porque esos pueblos se funden cueste lo que cueste, que lo que allí se gaste estará bien gastado; y sobre este sentido daré a usted los antecedentes que precise, pues conozco toda nuestra frontera y el modo de ser de sus habitantes y la manera como hemos ido perdiendo nuestro territorio..." (31).

Reyles recibió reproches desde sectores de la colectividad brasileña por su insistente batallar respecto al tema de la nacionalización fronteriza, lo que obligó a que en más de una oportunidad Reyles precisara claramente sus propósitos:

"Al terminar esta carta tengo que agregar una explicación que me es personal, para no dar lugar a que mis conceptos puedan interpretarse como nacidos de prevenciones apasionadas e injustas contra nuestros vecinos. Soy uno de tantos orientales que recibieron asilo y buena hospitalidad en una época de desgracias y conservo para los brasileros mucha gratitud y la amistad más sincera y leal que aún continúo mereciéndola de distinguidas y respetables personas de aquel país; pero que sin agravio, ante todo son los verdaderos intereses de mi patria los que me hacen persistir en el empeño de ver realizada la fundación de centros de poblaciones sobre nuestras fronteras terrestres" (32).

El proyecto volvió a encontrar alguna oposición, caso de la planteada por los legisladores Capurro y, nuevamente, Achucarro, senadores por Montevideo y Maldonado respectivamente.

Estos argumentaron la conveniencia que la fundación de poblaciones se dejase a la libre iniciativa privada y, en el caso de Capurro, que la frontera no atraería a muchos pobladores.

Reyles respondió. No podía disimular la fatiga y, sobre todo, la desazón que le había producido siempre constatar que no pocos protagonistas de la vida política residentes en la Capital hacían ostentación de un gran desconocimiento sobre el interior del país y, más aún, sobre las alejadas tierras del norte.

"El Señor Senador no conoce lo que pasa en nuestra frontera. Ahí está la razón por que siempre la hemos tenido en abandono, cosa que tiene la obligación el legislador y todo Gobierno de garantir.

Si no podemos poner gran población, al menos póngase poca. Se dice que no hay población. Hay que formar todos esos pueblos con hijos del país que hoy no tienen con que vivir en la campaña y se les hará un gran favor en llevarlos allí y hacerlos agricultores.

No se llevaría gran número, pero se llevaría lo que se pudiese llevar. Yo creo que hay como poder hacerlo y no con grande gasto.

Se están gastando inmensas sumas en cosas no tan necesarias. Esta es una de las más precisas que el Cuerpo Legislativo no puede mirar con indiferencia" (33).

Sin embargo el proyecto no se presentaba en el mismo contexto de la realidad rural de un lustro atrás. En ese período se había producido el acelerado proceso de cercado de los campos mediante el alambrado y éste había provocado las dolorosas consecuencias de desocupación de mano de obra campesina y su inmediata expulsión de las estancias, condenándolas a la marginación social. Precisamente en ese mismo año de 1879 en la Revista de la Asociación Rural del Uruguay se advertía al respecto: "Cada estancia que se cerca representa 10, 15 o 20 individuos o familias que quedan en la miseria, sin otro horizonte que una vida incierta…" (34).

Por eso, al presentar en ese año su proyecto de colonización en la frontera, Reyles introdujo un cambio relevante en relación a los precedentes, pues mientras en éstos el elemento poblador principal debían ser familias europeas, ahora, en su artículo 4º proponía: "Se recomienda especialmente al Poder Ejecutivo acuerde la preferencia en las donaciones de solares y chacras a pobladores agricultores nacionales" (35).

Llegaba la hora para los proyectos de las denominadas Colonias Nacionales, tema sobre el cual también Reyles trabajó.

Respecto al proyecto de fundación de poblaciones en la frontera, con el que Reyles insistió durante más de quince años, obtuvo la aprobación del Senado pero no fue tratado por la Cámara de Diputados. La prédica de Reyles parecía naufragar en la indiferencia, de forma bastante similar a la que le tocó experimentar a Don Félix de Azara casi ocho décadas atrás, manejando argumentos y advertencias bastante similares.

Sin embargo, hasta su muerte el templado carolino no claudicó en su empeño y variada documentación así lo atestigua.

Veamos solamente un ejemplo. En 1884, dos años antes de su fallecimiento, cuando se debatía en el parlamento la creación de nuevos departamentos en la frontera para consolidar la soberanía nacional, tarea por la que Reyles tanto había bregado, le escribió al hombre de la hora:


"Montevideo, 30 de junio 1884.

Sr. Presidente Brig. Gral. Dn. Máximo Santos.

Sr. Presidente y amigo.


Estuve a verlo unas dos o tres veces y no me fue posible hablarle por estar en acuerdo con los señores Ministros. A pesar que V.E. me mandó decir que volviera no me será posible hacerlo por ahora porque ya me voy para afuera. El fin que me llevaba era felicitarlo por la atención que veo está dispuesto a prestar a la nacionalización en la frontera, y como conozco eso y sobre ese fin he dado algunos pasos siempre que he hecho parte del Cuerpo Legislativo y fuera de él, me permito hacerle algunas indicaciones al respecto, por si V. E. halla por conveniente utilizar de ellas.

Creo que mucho harán con la determinación que crea esos nuevos departamentos en la frontera, poniendo al uno la Capital en Rivera y al otro en San Eugenio, y no en Santa Rosa porque este pueblo no es frontera del Brasil sino de Corrientes. Aun cuando los resultados de esto son palpables, aun debemos hacer para nacionalizar toda nuestra frontera, fundando pequeños pueblos con pequeñas colonias de familias pobres orientales y un pequeño plantel de colonos extranjeros. Con ello haríamos un gran bien a nuestros pobres paisanos que hoy se ven errantes y sin hogar debido al cierre de la propiedad, y llevándolos a poblar la frontera se haría un gran bien a la patria y a ellos mismos porque se les daría donde vivir y a la vez que se les educaba y enseñaba a trabajar se harían hombres útiles. Y para hacer esto Sr. Presidente no se precisaría mucho gasto, porque si necesario fuera, se podría sacar una suscripción de los mismos hacendados, que la darían con gusto a fin de verse libres de tantas gentes pobres, que viven a espensas de los estancieros.

Así es que formando una barrera de pueblitos y colonias en toda la línea en terrenos de una a dos leguas que el Gobierno debería expropiar, sería la mejor manera de nacionalizar y patentizar que hasta allí nos pertenece; y así también quedaba la población brasilera al Sur cortada y con el tiempo se harían nacionales. Pero continuando como hasta hoy, vamos mal, porque la población brasilera de por sí, no se nacionaliza, y siempre tiene la esperanza que el terreno que ocupan va a ser brasilero, como lo han venido consiguiendo, así es que no desperdician ocasión para estrecharnos, suponiendo que siempre será lo mismo...

Como conozco Sr. Presidente toda nuestra frontera y las causas por que hemos venido perdiendo terreno desde el año de 1816 para acá, creo que no aventuro con decir que no han sido otras que el abandono con que hemos mirado siempre nuestras fronteras, sin cuidarnos de nacionalizarlas, cosa que hace toda nación del mundo, y que a nosotros nos hubiera evitado la pérdida de tanto terreno precioso como el que hemos perdido.

Y le saluda A. S. y amigo,


Carlos Reyles" (36).


Concluye aquí esta síntesis sobre dos aspectos centrales en la vida de Don Carlos Genaro Reyles Lorenzo, paradigma de oriental profundamente comprometido con la realidad de las tierras interiores del país.

Diversas corrientes historiográficas niegan el carácter de "constructores de su tiempo" para los seres humanos que aparecen como protagonistas de la Historia. Serían otras causas, otras fuerzas estructurales y mucho más poderosas las verdaderas hacedoras de la misma. No se puede desconocer la buena parte de verdad que contienen; pero cuando uno se acerca a la trayectoria vital de figuras excepcionales, como el caso de Reyes, y se percibe la distancia en capacidad de trabajo, visión, convicción, dedicación y energía que mostraban frente a la mayoría de sus contemporáneos -partícipes de las mismas condiciones estructurales objetivas- surge con nitidez el valor decisivo de su existencia y su obra.

La distancia existente entre la forma de producción pecuaria que predominaba en 1825, cuando nació Reyles, y la de 1886, cuando falleció, era absolutamente abismal y en esa radical transformación la acción y prédica ejemplar de Reyles tuvieron mucha incidencia. Su vida constituyó un capítulo sobresaliente de lo que podemos denominar la epopeya del trabajo en Uruguay, tan merecedora de ser un objeto de estudio historiográfico mucho más frecuentado.

Por eso, y por lo hecho a favor de la nacionalización del territorio, merece Reyles, a nuestro juicio, ser considerado como un forjador relevante del país. La recuperación de la memoria sobre su trayectoria vital, por su carácter modélico en más de un aspecto, puede constituir un aporte para la reflexión sobre varios de los desafíos que actualmente debemos enfrentar como colectividad nacional.




REFERENCIAS Y CITAS


(1) SEIJO, C. Carolinos ilustres, patriotas y beneméritos. El Siglo Ilustrado, Montevideo 1936.

(2) GUTIERREZ, F. Carlos Reiles. El Hacendado. Diario El Plata, Montevideo, 17/abril-mayo 1961.

(3) PARALLADA, H. Carlos Genaro Reyles Lorenzo. Conferencia transcripta en La Democracia -San Carlos (Maldonado) 1971.

(4) Informe del Estado General de la Educación en San Carlos, 31 de mayo 1834. A.G.N.- Fondo Ministerio de Gobierno, caja 856.

(5) GUTIERREZ, F. ob. cit.

(6) REYLES, C. C. Carlos Reyles (Discurso) El Argos, Durazno 18 de febrero y ss. 1894.

(7) REYLES, C. El Gaucho Florido. 1ª. Ed. Buenos Aires Espasa- Calpe Colección Austral 1939, 171p.

(8) REYLES, C. C. Carlos Reyles (Discurso) El Argos, Durazno 18 de febrero y ss. 1894.

(9) ORDOÑANA, D. Atención estancieros. Revista Asociación Rural del Uruguay No.44, octubre 1874.

(10) REYLES, C.G. Correspondencia Revista Asociación Rural del Uruguay No. 6: 164-165, 1883.

(11) NN Una visita al establecimiento pastoril de don Carlos Reyles. Revista de la Asociación Rural del Uruguay No. 15:454-457, 1883.

(12) GUTIERREZ, F. ob. cit.

(13) BARRAN, J.P.-NAHUM. B. Historia Rural del Uruguay Moderno1851-1885 Apéndice T.I 1ª. Ed. Montevideo Ed. Banda Oriental 1967, p. 284.

(14) REYLES, C. El Gaucho Florido. 1ª. Ed. Buenos Aires Espasa- Calpe Colección Austral 1939, 171p.

(15) Idem.

(16) BARRAN, J. P.- NAHUM, B. ob. cit. p. 273.

(17) DÍAS, J. V. Viaje por la Campaña Oriental, Montevideo Tierradentro Ediciones 2005, 202 p.

(18) ACEVEDO, E. Anales Históricos del Uruguay T. III. Montevideo Casa Barreiro y Ramos 1933, p.418.

(19) BARRIOS PINTOS, A. Rivera en el ayer. 1ª. Ed. Gráfica Berchesi Montevideo1963, 246p.

(20) Idem. p. 148.

(21) Idem. P. 149.

(22) Libro Copiador de Oficios de Tacuarembó 1866-1868. Archivo General de la Nación - Jefatura Política y de Policía de Tacuarembó.

(23) BARRIOS PINTOS, A. ob. cit. p. 149.

(24) Idem. p.150.

(25) Idem. p.156.

(26) Correspondencia de Carlos Reyles, Marzo1879. La Nación, Montevideo 22 marzo 1879.

(27) Diario de Sesiones de la Cámara de Senadores, Sesión del 17 de abril 1867 p.361-2.

(28) ARROYO, L. Memoria de la Jefatura Política del departamento de Tacuarembó presentada al Ministerio de Gobierno año de 1873. Boletín Histórico del Ejército Nos. 185-188: p. 7 Montevideo, 1977.

(29) Idem. p.18.

(30) Correspondencia de Carlos Reyles, 27 de marzo 1879. La Nación Montevideo, 29 de marzo 1874.

(31) Correspondencia de Carlos Reyles, Marzo1879. La Nación, Montevideo 22 marzo 1879.

(32) Correspondencia de Carlos Reyles, 27 de marzo 1879. La Nación Montevideo, 29 de marzo 1879.

(33) Diario de Sesiones Cámara de Senadores, Montevideo. Sesión del 21 de Junio 1879.

(34) Revista de la Asociación Rural Montevideo. 1879 No. 19: 418

(35) Diario de Sesiones de la Cámara de Senadores, Montevideo. Sesión del 21 de junio de 1879.

(36) MARTINEZ, J. L. General Máximo Santos ante la historia. Montevideo, 1952, p. 357-359.




Oscar Padrón Favre

ediciones@tierradentro.com.uy



INSTITUTO HISTÓRICO Y GEOGRÁFICO DEL URUGUAY

Conferencia brindada el martes 5 de Junio de 2001 al asumir Oscar Padrón Favre como Miembro de Número, publicada en la Revista del IHGU Nº XXXIX, Diciembre 2014.





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